Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

jueves, 31 de julio de 2014

NARRATIVA PERUANA

HERNÁN GARRIDO LECCA (Lima, 1960)
 
Testamento de un espía

Yo soy espía. Por eso no dejaré huella alguna. Leído de cierta forma este texto podría desaparecer; leído de alguna forma distinta podría explotar. Si usted lee esto y no sucede nada, es mejor que no lo vuela a hacer.

 
RICARDO SUMALAVIA (Lima, 1968)
 
Pirañas

 
Dos hombres lo sujetan de los brazos mientras un tercero y cuarto le quitan reloj y anillos, y un quinto se enfrasca en vaciarle los bolsillos. También un sexto y un séptimo lo toman de las piernas para facilitar a un octavo y un noveno quitarle los zapatos y calcetines. El décimo y el décimo primero revisan su portafolios y determinan qué es de valor o no. El décimo segundo no se queda atrás. Con una imagen entre niño y monstruo, se dedica a hincarle el cuerpo con una aguja, para distraer el dolor que podría sentir mientras el décimo tercero le abre la boca para que el décimo cuarto pueda, auxiliado con unas tenazas, extraer los dientes de oro. Sin embargo, un décimo quinto se lamenta de que la víctima no fuera de esos hombres modernos que llevan aretes de alto precio. De buena gana le hubiera arrancado las orejas. Solo le resta aguardar su turno, junto con otros veinte, para completar el asalto.

 
SANDRO BOSSIO SUÁREZ (Huancayo, 1970)

La ventana

Los crímenes fueron espeluznantes. Las calles del tranquilo barrio se llenaron con cabezas rodantes, torsos mutilados, lagunas de sangre espesa.
El delegado Volturno, experimentado sabueso del mundo criminal, entrevistó a un testigo clave. Se trataba de un dócil estudiante de medicina que vivía en el segundo piso del vecindario.
—Es un hombre salvaje que usa capa —dijo éste—. Sale por las noches con una motosierra silenciosa. Todo lo he podido ver por esta gran ventana.
El delegado miró al muchacho con murria, con misericordia, y ordenó que lo apresaran:
—Pobre —dijo después, buscando la capa—. Cree que ese viejo espejo vienés es una ventana.
 

JOVANA CALDERÓN LLACÍA
 
La muerte

La muerte vino a llevarse al Pancho.
—Llegó la  hora de irnos —le dijo la muerte. 
Pancho le respondió: Pero antes, juguemos las escondidas.
La muerte, para desestresarse de su arduo trabajo, aceptó y lo primero que hizo fue buscar un buen lugar donde esconderse, mientras Pancho contaba, pero Pancho jamás la buscó y siguió con su vida de siempre. La muerte piensa que ella ganó.

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