Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

viernes, 30 de septiembre de 2016

CARO FERNÁNDEZ (Mendoza)


INJUSTICIA

Aquel, aquel, oficial. El rubiecito, el muy desgraciado me agarró desprevenida. Me engañó con su aspecto infantil. Sí, ya sé, a esta altura de mi vida debí ser más astuta. Haga algo ¿no ve cómo me dejó? Que esto no quede así, él será Cupido pero yo tengo una vida organizada.

De “Oíd el ruido de rotas metáforas” (2015)

LECTURA SUGERIDA CCXXVI


“Hay que enseñarle a tejer al gato” de Ema Wolf
Ilustraciones de Jorge Sanzol
Colección “Primera Sudamericana”
Sudamericana. Buenos Aires. 2010


jueves, 29 de septiembre de 2016

LECTURA SUGERIDA CCXXV


“Las ratas” de José Bianco
Colección “Biblioteca argentina fundamental”
Centro Editorial de América Latina. Buenos Aires. 1984

HERNÁN RIVERA LETELIER (Chile, Talca, 1950)


LA AMANTE

Después de hacer el amor, el hombre enciende un cigarrillo y apoya la cabeza dulcemente en su hombro. Como ensimismado, en los reflejos de luz de la gran lámpara de cristal, comienza a hablarle, ronroneante, de lo feliz que es con ella (y de lo desdichado que fue, en cambio, en sus veinte años de matrimonio), “Ah, si sólo hubiera sabido de ti antes”, le dice amoroso. Y la abraza y la besa largamente. En el abrazo la toca sin querer con el cigarrillo y, en un fuuuuuu lánguido, penoso, conmovedor, su recién adquirida amante comienza estrafalariamente a desinflarse.


miércoles, 28 de septiembre de 2016

OMAR OCHI (Mendoza, 1988)


ESCENA PROHIBIDA

Abrí la puerta y no pude creer lo que vi: Claudia estaba desnuda en la cama, revolcándose con un sujeto entre sábanas, instintos y prohibiciones. Tuve ganas de asesinarlos. Sentí el deseo de inventar un hacha y golpearlos hasta derribar su estupidez. Sin embargo, sólo me limité a decir: “¡Claudia! ¡Si el papá se llega a enterar de lo que estás haciendo, nos mata a los tres!”.

De “Crónicas de hombres celosos” (2015)

LECTURA SUGERIDA CCXXIV


“Historia de un amor exagerado” de Graciela Montes

Colección “Libros del malabarista

Colihue. Buenos Aires. 1984

 

 

martes, 27 de septiembre de 2016

LECTURA SUGERIDA CCXXIII


 
“Amalia” (Tomo 1 y 2) de José Mármol
Colección “Capítulo. Biblioteca argentina fundamental”
Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 1984

JORGE ARIEL MADRAZO (Buenos Aires, 1931-2016)


HAY UNA SOLA

La mamá empuja al nene, al insufrible rebelde, a puntazos de cuchillo, a lo largo de siete cuadras llenas de aullidos y de gotas de sangre, hasta la escuela donde lo espera su primer grado. Lo pincha así hasta el aula, lo deja tirado en el suelo y sangrado a moco tendido. Ante la alarma general comenta: “Qué hubiera sido de nosotras, doña, sin una buena educación primaria”.

De “Yo no sé qué hago con vos que sos pobre y no sabés francés” (2016)

lunes, 26 de septiembre de 2016

RAÚL TAMARGO (Buenos Aires, 1958)


EN LA FUNERARIA

Cuando el personal de la funeraria comenzó a trabajar sobre el cuerpo de mi madre, debió echarme a la calle o a la oficina de recepción. En cambio, interpuso un biombo bajo el supuesto de que el dolor habría atropellado mi curiosidad. Por las coladuras vi cómo lo aseaban, movilizándolo como se hace con un lechón en las faenas de invierno. No olvidaron recorrer con sus jabones parte alguna. Para fregar espalda y culo, lo pusieron de costado, de modo que su  vientre me quedó a la vista.  Entonces vi el sitio por donde asomé al mundo mi cabeza ciega, inconsciente y llorosa. Retiré la vista de inmediato. El pudor de ese gesto hizo que mi madre regresara, por un instante, a su cuerpo. Después se fue, definitivamente.

De “El hilo del engaño” (2014)

LECTURA SUGERIDA CCXXII


“Los árboles mueren de pie” de Alejandro Casona
Colección “Biblioteca Clásica y Contemporánea”
Losada. Buenos Aires. 1987

domingo, 25 de septiembre de 2016

JAVIER EGEA (España, Granada, 1952-1999)


OTRO ROMANTICISMO
 
“…las aguas del olvido “
Garcilaso
 
“Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!”
César Vallejo
 
 
Te escribo nuevamente desde una tarde helada
de esas en que nos puede el sentimiento
y la obsesión -ese pingajo de la soledad-
te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo
y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.
 
 
Y ves que los renglones se estrechan,
las letras se amontonan
y comprendes el hueco imposible,
el espacio que nunca compartimos
y este bello recurso de contarte la vida
poblando de historia y de sueños
las hojas tibias del dolor
que tanto me recuerdan tus muslos o tu espalda.
Por ellos navegué durante tanto tiempo,
en ellos aprendí tantas cosas extrañas,
tanto golpe de mar,
que parece imposible olvidarte así, de pronto,
como quien tira la luz por la ventana,
como quien se despuebla de golpe de esperanza.
 
 
¿Quién puede responder sin ningún truco
a las preguntas viejas, enquistadas,
hechas parte de ti?
 
 
¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido
sin sentir cómo quema en la carne la sorpresa de un día,
las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,
las ojeras del gozo al amanecer?
 
 
¿No volverá el amor,
aquel juego con náufragos y cofres,
a sorprendernos con su mano abierta,
a dejar en la playa de un hombro
como alga de plata que reposa
la saliva brillante del deseo?
 
 
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
 
 
Por eso he de decirte -aunque sea por escrito-
f que está la casa abierta para ti,
que te esperan los libros, el té, mi soledad,
las dudas de las tardes de domingo,
la pequeña verdad
que no se tiene en pie sin tus palabras.
 
 
No es posible saber cuando todo enmudece
y la vida se ha vuelto una sórdida esquina
si nos falló el presentimiento
o será que el mercado nos fue tragando
con sus comadres y su algarabía,
que no supimos vernos ni hablarnos
entre anuncios de sopas luminosas,
promesas y altavoces
pregonando los últimos saldos
de la felicidad.
 
 
Será que llevaremos inevitablemente
un lenguaje podrido que amarga el paladar
y te pone a escupir en mitad de la urgencia
cuando toda la historia apenas si consiste
en decirnos que sí, que nos amamos.
 
 
Y los golpes, tan fuertes, las aguas del olvido,
tan hondas… Yo no sé!
 
 
Hay cosas en la vida
que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama.
 
 
Y cartas que se escriben
cuando la prisa clava su aguijón
y te deja colgando del alero
y te da por pensar
que es posible que no nos conociéramos
aunque fuimos viviendo el mismo frío,
la misma explotación,
el mismo compromiso de seguir adelante
a pesar del dolor.

LECTURA SUGERIDA CCXXI


“El General en su laberinto” de Gabriel García Márquez
Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 1989

sábado, 24 de septiembre de 2016

Agenda Cultural: Cine (25/09/16)

LECTURA SUGERIDA CCXX


“El sí de las niñas” de Leandro Fernández de Moratín
Losada. Buenos Aires. 2011

AGUSTÍN MONSREAL (México, Mérida, Yucatán,1941)


LLUVIA

Lluvia:Agua que cae del cielo de muchísimas maneras, tantas y tantas, que casi casi podría decirse que hay una para cada quien y para cada circunstancia. Se utiliza también como tema de conversación, como metáfora, como mero recurso imaginativo, de este modo existe:
la que forma charcos y regocija a los niños porque les permite salir a empaparse y a chapotear en las aceras; 
y la que pone de malas a los adultos porque a los adultos ya no les gusta jugar y se enferman cuando se mojan;
y la que cae de pi, la que cae de perlas, la que nos viene como anillo al dedo;
y la fufurufa que nomás se da a desear porque siente que está a pedir de boca;
y la chiquita pero picosa que descompone semáforos y provoca accidentes y apagones;
y la de antes de las tres, que nos anuncia una buena tarde;
y la que se convierte en tormenta y pone a temblar a los árboles;
y la que se torna melancólica en los ojos de los pájaros;
y la que le rompe la cara a la launa reflejada en el estanque;
y la pobrecita que para fines de temporada cada vez va siendo menos de lo que antes era;
y la lluvia de gota gorda, y la de granizo, y la de chipi chipi;
y la que se nos viene encima sin agua va;
y la que vuelve más largas y más grises las tardes aburridas;
y la de los soñadores, que tantito quieren para meterse entre los muslos dela nostalgia;
y la lluvia de estrellas que casi nadie ha visto;
y la que anda de boca en boca como señora de sociedad;
y la lluvia de insultos y maldiciones que nos dejan secos;
y la de sapos, culebras, renacuajos y lombrices;
y la de los ciclistas que van dejando estelas en el pavimento como los barcos en el mar;
y la de las aves que se quedan ahí nomás paraditas, chorreando por todas sus plumas como diciéndole a la lluvia qué te hice yo para que me hicieras esto;
y la de besos sobre los cachetes de papá cuando regresa de viaje y enlos de mamá cuando nos regala un hermanito; 
y la de los que no tienen un paraguas ni una manga de hule ni una muchacha al lado para compartir la lluvia;
y la que nos deja solos en el mundo bajo un toldito en una esquina,
y la que le rompe sus pétalos a las flores y le arranca sus hojas a los árboles y a veces hasta les descuaja sus ramas.
y la presumida que apenitas se deja ver;
y la de ojos fáciles, o sea, la que solo llorar por llorar;
y la de ojos alegres, esto es, la que todo se le va en coqueteo;
y la de cascos ligeros que se lleva el viento;
y la que hace a los ríos perder la cabeza y correr como locos y desbordarse por todas partes;
y la lluvia en la playa, que se desata porque enloquece de celos contra la mar;
y la que cae a cántaros o a cubetazos, como gustes;
y la que llueve sobre mojado;
y la que le desnuda sus pudores al arcoiris;
y la lluvia de cojines en la plaza de toros;
y la de cerveza en el estadio de futbol y en la arena de box;
y la de impuestos con que nos ahoga el gobierno;
y la de mentadas contra el gobierno por imponer tantos impuestos;
y la mortal lluvia negra ocasionada por la mano inmoral y buitrera de los científicos sometidos a los generales del imperio;
y la que manda por delante tamañas nubesotas negras y a la hora de la hora acaso si chispea;
y la que se recoge en tinajas y se pone a serenar;
y la que danza con sus patitas de paloma sobre los aleros;
y la que le quita al sol la sonrisa de los labios y nos malogra la fiesta en el jardín;
y la mosquita muerta que le da ese su saborcito tequilero a la tarde;
y la engañifera que nos humilla mandándonos a la cama, escurriendo de fiebre, con gripe, con pulmonía, con bronconeumonía.
y la jineta que viene montada en el huracán, en el tornado;
y la que oye el canto de las sirenas y se arroja en los brazos del mar;
y la que primero se hace del rogar durante meses y meses y provoca sequías y tolvaneras y luego se olvida de sí misma y nos inunda las casas y nos emperjuicia las cosechas y ya no hallamos la hora de hacerla que se vaya muy por donde vino;
y la lluvia triste de los entierros;
y la que oscurece tanto el cielo que provoca el disgusto de Dios;
y la que en las noches de invierno nos refresca el alma;
y la culta que se convierte en adverbio: lluviamente, lluvecidamente, enlluviadamente; en adjetivo: lluviado, lluviante, enlluvecido; en verbo: lluviar, enlluvecer, lluvecear.
y la que nos empaña los lentes, nos apaga el cigarro, nos echa a perder los papeles;
y la que se le mete a la tierra bajo las faldas para sacarle su olor a mojado;
y la que se marida con el trueno, con el relámpago, con el rayo,
y la que se quedan esperando como novios plantados los desiertos; 
y la que nos deja sin ir a clases o, si vamos, sin salir al recreo;
y la que nos hace ver nuestra suerte en los aviones;
y la que nos encierra literalmente a piedra y lodo en el hotel durante las vacaciones que planeamos y esperamos a lo largo de tantos meses;
y la que cae justo cuando nos ponemos los zapatos nuevos, el traje nuevo, el vestido nuevo, o cuando acabamos de lavar el coche;
y la que entristece a los perros callejeros y hace ver melancólicas a las gallinas;
y la debilucha que se convierte en juguete del viento;
y la calzonuda que obliga al viento a salir corriendo;
y la que se le cae de los ojos a esas nubes que de todo lloran;
y la que fastidia tanto al medio día que después ni el sol lo calienta;
y la lluvita de los enamorados, que lo mismo acaricia que se vuelve lágrima;
y la que como el amor llega cuando menos se le espera;
y la que como ciertos amores se evaporan tan pronto como llega;
y las lluvias que parecen eternas;
y las que permanecen en el olvido;
y las que nos marcan con su recuerdo...
y como son tantas y tantas las lluvias no hay modo de decirlas todas, ni hay modo de ponerles fin.
La lluvia, pues, es todas las lluvia. Y es dichosa porque no tiene edad y hace lo que se le da la gana: llega cuando se le antoja y cuando es su capricho se larga. La lluvia es de todos y no es de nadie, por eso anda de aquí para allá, nunca la misma aunque siempre nos parezca igual.
Niña que de jugar jamás se cansa, la lluvia me está llamando arrojándome piedrecitas de agua contra la ventana.

viernes, 23 de septiembre de 2016

HOMERO CARVALHO OLIVA (Bolivia, Santa Cruz de la Sierra, 1957)


PRUEBA

Santiago Urdininea se sintió tan solo después de la boda de su única hermana, que esa noche le pidió a Dios una compañera. Al día siguiente, al comprobar que sus costillas estaban completas, supo que Dios no existía.
 
 
PRECISIÓN

El astrólogo consultó al infinito para saber el día exacto de su muerte y, luego de cálculos precisos siguiendo el movimiento de los cuerpos celestes, logró determinarlo. Llegado el día y al ver que ni siquiera un rayo lo había partido en dos y preocupado por defraudar a sus seguidores, tomó su arma y se pegó un tiro.

LECTURA SUGERIDA CCXIX


“El inglés de los güesos” de Benito Lynch
Troquel. Buenos Aires. 1976


jueves, 22 de septiembre de 2016

LECTURA SUGERIDA CCXVIII


“Por el Alto Paraná…” de Velmiro Ayala Gauna
Huemul. Buenos Aires. 1973



ILDIKO NASSR (Jujuy, Río Blanco, 1976)


LA LIBÉLULA

La libélula quiere ser escritora
pero sus alas sin manos le impiden
agarrar el lápiz o la lapicera
Prueba con una computadora 
pero a la quinta palabra 
está tan agotada 
que no puede volar hacia su cama 
y se duerme sobre el teclado. 
Su texto es algo ininteligible.
Algo así: hfsakheuioqrrrrrrrqoisjkdkaaaaaaaaaaaaaaad
que nadie puede leer. 
Observa su obra y piensa que realmente
producirá un cambio en la historia de la literatura.
Feliz, busca a su familia para contarles la novedad.


miércoles, 21 de septiembre de 2016

Difusión Cultural: “LA MICROFICCIÓN DE MENDOZA: Norte-Sur. Territorialidad de la palabra”


El  Ministerio de Cultura del Gobierno de Mendoza y la Dirección de Cultura de la Municipalidad de General Alvear invitan a usted a participar de la FERIA DEL LIBRO MENDOZA 2016 en su actividad descentralizada a desarrollarse en el Departamento de General Alvear.

Jueves 22 de septiembre a la hora 20 en el Honorable Concejo Deliberante se realizará la propuesta:
“LA MICROFICCIÓN DE MENDOZA: Norte-Sur. Territorialidad de la palabra”
Encuentro con los escritores Omar Ochi y Ricardo Bugarín
Presentación a cargo de las profesoras Lelia Musa y Mónica Recabarren
Mesa de lectura – Diálogo abierto
Entrada libre y gratuita

Los esperamos.

SANDRA BIANCHI (Buenos Aires)


REPARTO

 

Debería matarlos con la indiferencia y comenzar otra etapa,  pero la mágica felicidad que transmiten  me impide olvidarlos. Si bien ella se ve bonita no es eso lo que me preocupa, estoy segura de que la favorece una luz especial. Tampoco me afecta que esté usando los elegantes vestidos que  me estaban destinados.

Se trata de una historia de amor, mía por derecho propio. Y me la robaron.

A ellos dos no puedo dejar de cruzármelos a diario, y siempre espero leer en sus ojos un signo de remordimiento, o espero que me mencionen siquiera como una sombra en sus vidas. Nunca lo harán, lo sé. Cuando cayó el avión en el cual yo viajaba a Miami, morí en el acto. Me lloraron por un tiempo pero enseguida retiraron mi nombre de los créditos. Fue en el capítulo trece, mal número por cierto.

 

 

LECTURA SUGERIDA CCXVII


“La torre de cubos” de Laura Devetach
Ilustraciones de Natalia Colombo
Colección “Alfaguara Infantil”
Alfaguara. Buenos Aires. 2010


martes, 20 de septiembre de 2016

LECTURA SUGERIDA CCXVI


“Los siete locos” de Roberto Arlt
Colección “Narrativa”
Losada. Buenos Aires. 2012

ELSA BORNEMANN (Buenos Aires 1952-2013)


ME HACE FALTA

Querido papá:
Mami me dijo que vos lo hacías durante los dos primeros años de mi vida, cuando aún era hijo único y dormía en la cuna ubicada junto a la cama de ustedes. Que lo hacías con mucha ternura —me dijo— antes de salir para tu estudio y apenas volvías a casa, invariablemente molido y re-tarde.
Yo no me acuerdo, claro. De lo que sí me acuerdo —aunque vagamente— es del día de la mudanza al departamento que ocupamos desde entonces. Ya habían nacido Ariela y las mellizas y se necesitaba más espacio.
A punto de cumplir los cuatro —entonces— estrené mi propio cuarto, este mismo en el que ahora te estoy escribiendo mientras oigo jugar a las nenas en su habitación, pegada a la mía.
Me parece mentira que ya hayan pasado siete años desde que vinimos a vivir aquí, como —mentira también— el que por fin me haya animado a contarte lo que me hace falta de vos, lo que siempre espero —inútilmente— y no recibo.
Sé que va a sorprenderte que te lo pida de este modo, por carta, pero mi coraje no da para más. Tengo cierto temor de que te enojes, que me repitas —como por otras actidudes mías— que lo que deseo tanto no es propio de un varón de mi edad... que cuando eras como yo... (Bueno, la corto con el rollo de las comparaciones porque entonces sí que es fija que te vas a enojar... y por partida doble...).
Mami opina que no sos demostrativo, que te cuesta expresar tus sentimientos. "Introvertido", dice.
No estoy de acuerdo. ¿Acaso los retos, los gritos que me ligo, los tortazos que hacés volar hacia mis mejillas, de vez en cuando, no son expresión de sentimientos? Por supuesto que sí, no puede negarse, ¿eh? Entonces, ¿conmigo sólo podés expresar sentimientos negativos? Sé que andás muy angustiado, papá; no como vidrio. Entiendo que te resulta recontra difícil conseguir un nuevo empleo en esta época. Te escucho pronunciar la palabra "desocupado" y se me pone la piel de gallina. Pienso en lo duro que debe ser bancarnos con esas changas apenas, arquitecto joya como sos. Y me duele mucho. Como a mami, por más que te ayude con lo que gana como psiclóloga; cada vez menos, que le van quedando pocos pacientes que puedan pagar los honorarios... Mirá si estoy enterado de lo que pasa...
Pero hasta hace nueve meses atrás, cuando todavía no había cerrado la empresa en la que trabajabas, tampoco te dabas cuenta de lo que me hace falta.
Y no es un reproche, ojalá no lo tomes así; sólo quiero contare el por qué de mi "cara de kul...trum", palabras con las que es tu costumbre cargarme a veces.
Uf, aquí me mando: si supieras lo que sufro cuando te veo darles a las chicas lo que a mí nunca... Y no, pa, no se trata de celos; ni ahí. Tampoco del par de zapatillas con cronómetro, ni del último compact disc de la banda Círculo Vicioso, ni de la compu ni de ninguna de las cosas que me prometiste. No soy bobo como para no comprender que fueron a parar a la "lista de tiempos mejores", que va anotando mami en la hoja sujeta —con un imán— a la puerta de la heladera. No. Olvidate de esa lista por ahora.
Lo que yo siento es que sos injusto —eso— al privarme de algo que también necesito, como mis hermanitas. Siquiera cuando meto un golazo para mi equipo de fútbol de la escuela... o como el mejor premio a mis buenas notas de las clases de informática... o antes de la despedida de las buenas noches...
Un beso tuyo, papi, un abrazo de hombre a hombre, la caricia de tus manos sobre los rulos que me barren la espalda y que te disgustan como un pecado... Eso me hace falta... ¿A vos no?
Yo me muero de ganas de arrojarme entre tus brazos, de besarte ligerito la incipiente pelada y acariciarte la barba que empezaste a dejarte crecer, en compensación por la caída del cabello, a pesar de que no lo confieses ni a palos, ¿eh?
Ahora es una luminosa mañana de domingo. Vamos a estar juntos todo el día...
¿Dale que en cuanto termines de leer este mensaje que ya voy a ir a colocar junto a los diarios con los que estás en la cocina, venís a darme un beso, un abrazo, una caricia?
¿Dale que sí, papi?


lunes, 19 de septiembre de 2016

LECTURA SUGERIDA CCXV


“Zama” de Antonio Di Benedetto
Colección “la lengua/novela”
Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires. 2013


LUISA VALENZUELA (Buenos Aires, 1938)


UNO DE MISTERIO
 
Acá hay un sospechoso, qué duda cabe. Usted vuelve a releer el microrrelato, lo analiza palabra por palabra, letra por letra, sin resultado alguno. Nada. No se da por vencido. Gracias a la frecuentación de textos superbreves como el que tiene ante sus ojos usted sabe leer entre líneas, entonces se cala bien las gafas y ausculta el espacio entre las letras, entre los escasos renglones. No encuentra pista alguna. Es desconcertante. El sospechoso es más astuto de lo que suponía. Toma una lupa y revisa bien los veinte puntos, las veinte comas, sabe que debe esconderse en alguna parte. Piensa en el misterio del cuarto amarillo, cerrado por dentro. El sospechoso no puede haber salido del texto. Imposible. Busca el microscopio de sus tiempos de estudiante y escruta cada carácter, sobre todo el punto final que es el más ominoso. No encuentra absolutamente nada fuera de lo normal. Acude a una tienda especializada, compra polvillo blanco para detectar impresiones digitales y polvillo fluorescente para detectar manchas de sangre. Sigue las instrucciones al pie de la letra con total concentración y espera el tiempo estipulado sin percatarse del correr de las horas. Pasada la medianoche oye un ruido atemorizador, indigno. Está solo en la casa, en su escritorio, ante el relato que cubre apenas un tercio de la página. Insiste en su busca, no se asusta, no se impacienta, no se amilana, no se da por vencido. Y descubre, consternado, que para mí el sospechoso es usted.

domingo, 18 de septiembre de 2016

PAOLA TENA (México, Chihuahua, 1980)

 
ULISES Y LAS SIRENAS (1)

Cuenta la historia que cuando se aproximaba a la isla de las sirenas, Ulises pidió ser atado para no cometer el mismo error dos veces. En su juventud, Penélope había sido sirena.

 
ULISES Y LAS SIRENAS (2)

Cuenta la historia que cuando Ulises se aproximaba a la isla de las sirenas, sirviéndose de engaños ató a su tripulación a los palos del barco. Nunca había sido partidario de compartir el botín entre los piratas de abordo.

LECTURA SUGERIDA CCXIV


“El emperador de la China” de Marco Denevi
Librería Huemul. Buenos Aires. 1970

sábado, 17 de septiembre de 2016

YEHUDA AMIJAI (Alemania, Würzburg,1924 – Israel, Jerusalén,2000)


EXPULSAR RECUERDOS QUE SE CONFUNDEN

Estos días pienso en el viento que estaba en tu pelo
y en los años que estuve en el mundo antes que tú
y en la eternidad a la que saldré antes,

en las balas de la guerra que no me mataron a mí,
sino a mis amigos,
que eran mejores que yo porque no
siguieron viviendo como yo,

en cómo estabas en verano desnuda ante la estufa
y en cómo te inclinabas sobre el libro para ver mejor
con la última luz del día.

Mira, teníamos más que vida,
ahora debemos sopesarlo todo
con sueños pesados y expulsar
recuerdos que se confunden con lo que fue presente.

LECTURA SUGERIDA CCXIII


“El teatro argentino” de Armando Discépolo
Incluye: “Mateo”, “Relojero” y “Stéfano”,
Selección, prólogo y notas de Luis Ordaz
Colección “Capítulo. Historia de la Literatura Argentina”
Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 1980

viernes, 16 de septiembre de 2016

ÁNGEL OLGOSO (España, Granda, Cúllar Vega, 1961)


EL CONFETI DE NUESTRAS CENIZAS

En lo alto de la ladera, entre el bosquecillo donde rebuscaba bayas y piñones y desde donde se avistaban huidizas manadas de uros patilargos y  rinocerontes lanudos, el anciano encontró aquella rama de enebro desgajada por un rayo; regresó con ella al abrigo de la angosta boca de la cueva, se sentó en torno al fuego junto a las mujeres y las pieles sin preparar, dobló trabajosamente sus piernas deformes y, valiéndose de una piedra cortante y de una punta de hueso descamado, tajó, desbastó la rama, la limpió de resina, alisó sus nudos hasta convertirla en una vara tosca, en una especie de bastón recto y sólido con el puño sin rematar que alzó, contento como un niño, ante los hombres que regresaban de la cacería. El capataz se apresuró a guardarse el bastón de enebro bajo el brazo izquierdo, con el derecho solicitó un flagelo para apartar a los esclavos, y al hacerlo chasquear airado golpeó el saco de semillas con el que cargaba uno de ellos, derribándolo: había visto venir hacia él sobre la tierra ardiente el séquito del sacerdote, con la silueta de la inacabada pirámide a su espalda, vistiendo esa túnica de pájaros y jeroglíficos propia de la consagración a Tot de la momia de un ibis. Tras hacer la última libación, el tutor se despidió de su anfitrión, se calzó las sandalias y, apoyándose en el viejo bastón de enebro que no podía usar como distintivo de dignidad, cruzó bajo las columnas del peristilo y siguió el pavimento  de mosaico  hasta salir por el atrio en dirección a la plaza donde vivía su pupila, a la que cortejaba en secreto como a un ídolo; sobre la última grada del templo, los arúspices examinaban las entrañas buscando señales favorables e interpretaban la voluntad divina, el fuego de las lamparillas despedía un mareante perfume de mirra e iluminaba ya las estatuas en sus nichos abiertos, mientras el tutor se abría paso entre literas y ciudadanos que llevaban guirnaldas votivas o compraban amuletos, que hablaban del copero ahogado en las termas, de la incorrupta gloria del macedonio o de los alaridos de los condenados a las fieras en la arena del circo. El ennegrecido cadáver, cubierta la piel con bubones e inflamado el vientre como un odre, se pudría en el camino junto a un hito de piedra marcado con una cruz; al pasar, el niño, que viajaba solo, con unas calzas harapientas y una calabaza medio vacía en la cintura, no se atrevió a hurtarle al difunto los borceguíes pero recogió de su lado aquel bastón repulido y lo examinó como haría con una moneda de medio florín: se figuró un pastor, un templado arriero de bestias, un ufano tratante de lino, se imaginó dueño de un jubón de terciopelo, de una jauría de lebreles, de heredades sin cuento, y echó a andar feliz por la suave cuesta haciendo molinetes con el bastón mientras aprendía a silbar, descansando a las horas del rocío, de día en procura de un faisán que colgara de alguna ventana o de un trago de leche ordeñada a hurtadillas, pareciéndole que el sonido de los carros de los muertos y de las tablillas de San Lorenzo daba paso a las trompas de caza y al zumbido de las abejas, que al hedor de las fosas abiertas le sobrevenía el aroma de la mies sin recoger tendida en las eras y el de la hierba color de esmeralda engalanada por el sol, que su cuerpo desmedrado y sediento ya no necesitaba el socorro de una umbría catedral o de las murallas de ese castillo cuyos pendones, a lo lejos, temblaban de purpura y oro. Cuando llegó al patio de armas del fuerte, y después que se hubo recobrado con dos cazos de agua y una escudilla de gallina, el escribano de la expedición contó a todos sin menoscabo de detalles las mañas crueles de la lucha, el considerable espanto que allí vio, cómo pudo ocultarse tras el cuerpo asaeteado del capitán, pues no era de mucho bravear, cómo quedó untado de sangre y regresó sustentándose en el bastón de enebro que se trajo a las Indias, cómo los feroces caribes, que andaban en vivas carnes, pintados de muchas maneras y tocados con plumas de papagayo, los flecharon y diezmaron, y tomaron cautivos a los soldados que padecían algún daño, menos al escribano dado por muerto: de nada sirvieron los ladridos de los perros y los relinchos de los caballos, el brillo de las corazas y los truenos de los arcabuces,  las siete jornadas con gran hambre  por  ríos  caudales,  las cincuenta leguas y más por caminos asperísimos llenos de maleza de palmas y raíces, aparejando cómo alcanzar ese lugar que decían abundante en oro y joyuelas, en toda clase de frutas y bastimento,  en  arboles  de  los  que hacían bálsamos y en yerbas cuyo humo admirable sacaba de seso  y  procuraba remedios y  mercedes.   Luego de fumarse una lenta pipa tras los vidrios de la taberna, el viejo  caballero, que se solazaba  al mismo  tiempo  en una  emulación  vanidosa  de sus recuerdos, de cuando fue soldado en batallas de alcoba y podía mantener un carruaje propio,  cuando  lo  cubrían  una  chaqueta  de lustrina y unas rellenas medias blancas, unas botas con vueltas  amarillas  y  un  sombrero  con  divisas,  cuando compraba a diario seis peniques de pasteles “Damas de honor”, cuando jugaba al whist rodeado por cortinas de legitima cretona y tenía una fe genuina en el Imperio y en la suerte, salió al oscuro callejón de una yarda de ancho, la nariz colorada, cocido en ginebra y cerveza de jengibre,  tambaleándose con la sucia casaca bajo la enseña del Jabalí Azul y las ventanas devoradas por el hollín, entre sacos de yute y escaleras mugrientas, entre chiquillos andrajosos que en ocasiones vendían carbón al menudeo  y que  ahora  se burlaban  de  él, le  daban patadas  y forcejeaban  para  arrebatarle  su  única  posesión de valor, ese lustroso bastón que el viejo caballero se resistía a empeñar, un vestigio de sus negocios americanos, un blasón, un poderoso asidero que veía alejarse desde su posición  en el suelo enfangado mientras, a través de sombríos pasajes y zaguanes, se acercaba la lejana tonada de un organillo de manubrio. Amoratado por el frío, se incorporó al fin el teniente después de una cabezada en el húmedo catre del puesto de mando, avanzó por la estrecha trinchera de altas paredes rematadas con sacos terreros y, como una institutriz que vigilara a los infantes en un parque, pasó revista a sus hombres de la quinta del 15 repartiendo órdenes a la vez que se golpeaba las polainas, como solía, con el bastón perteneciente a aquel abuelo que logró huir de la miseria de East End; habían resistido la primera ofensiva, y aunque el enemigo descargó sobre ellos una tormenta de fuego y acero, abrió brechas en los flancos y sepultó viva toda una sección con la tierra de un obús, el sector estaba en calma, ya no se oían los clamores del cañoneo incesante ni los gemebundos gritos de dolor, se cambiaban los apósitos a los heridos, se enterraban los cadáveres ametrallados, panzudos, reventados, tumefactos, se limpiaban de barro las palas y las bayonetas, los puntos de mira y las máscaras antigás, se rezaba por los placeres que iban a malograrse, se procedía al espulgo de las cabezas y a la reparación del enredijo de las alambradas. Justo en medio de ellas, y al lado de las vías del tren que morían allí mismo, se abría un camino ancho por el que marchaban despacio multitudes de recién llegados antes de acceder a la rampa; cientos, miles de personas que habían abandonado los vagones azuzadas con brutalidad por los perros y los látigos y las furiosas voces, cargaban ahora con niños de pecho, con bultos de ropa y maletitas; aquel lugar desconocido no era una estación y toda la aterrorizada comitiva se detuvo ante tres puntos negros y uno blanco: un sanitario y tres soldados de rostros anodinos y bien alimentados, de pie, hablaban entre ellos con sonrisas furtivas para estimular el deber y sobreponerse al acre olor y al aburrimiento de una nueva jornada de trabajo rutinario; se volvieron, en el borde de la rampa, hacia la silenciosa muchedumbre y uno de los soldados, con gorra de oficial y un bastón de enebro en la mano derecha, comenzó a levantarlo de forma veloz y despreciativa y, señalando a cada cual, indicaba un lado u otro, separaba a los hombres a la derecha y a las mujeres a la izquierda, seleccionaba después entre las apretadas filas, con un leve pero firme movimiento del bastón, a los débiles, a los ancianos, a los enfermos. El doctor, sintiéndose culpable por tantos años de desapego, decidió que esta vez complacería a su esposa y viajarían juntos; y paseó aquel resistente bastón suyo de enebro que, según ella, le hacía parecer mayor y más ridículo por el suelo encerado del aeropuerto, por entre las mimosas y los algarrobos locos del jardín de un palacio, por los alrededores del faro sobre una playa desierta, por la puerta de una iglesia donde arrojaban arroz sobre los novios, por la habitación del hotel en la que hicieron el amor sin reticencias y con pasión por primera vez en un lustro, por la yerba seca de un sinuoso camino de montaña donde los sobrepasó un pequeño camión envolviéndolos en una nube de polvo anaranjado, por la plaza del pueblo que celebraba una verbena en la que bailaron y él tomó tres copitas de un vino verde, por la Capilla de los Huesos de Évora, ante cuya entrada el doctor se apoyó con las dos manos sobre aquel bastón infinitamente bruñido que parecía flotar solo frente a los azulejos, y leyó, traduciéndolas, las palabras escritas en el lintel del pórtico: «Nosotros, huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos».

LECTURA SUGERIDA CCXII


“Antología sustancial de poemas y canciones” de Vinicius de Moraes
(Edición bilingüe)
Selección, traducción y notas de Cristian De Nápoli
Colección “el otro lado/poesía”
Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires. 2014

jueves, 15 de septiembre de 2016

LUIS FELIPE FABRE (México, México DF, 1974)


EL POEMA DE MI AMIGA

Cuando leo mi poema
la gente llora, me confiesa. Pero tú no,
me recrimina: yo te he visto, me señala,
tú no lloras, me subraya, tu no lloras
cuando leo mi poema, me recalca.

Me pregunta: ¿Que a ti 
no te importa lo que pasa en este país? ¿No 
te duelen los muertos?, 
 ¿Los miles de muertos? ¿Las mujeres 
violadas? ¿Los migrantes
masacrados? ¿Los secuestrados? ¿Los desaparecidos,
los acallados, los silenciados por la violencia,
por los criminales, por el gobierno, por los militares,
por los medios? Todos 
a los que yo doy voz
en mi poema, ¿no te importan?, me pregunta,
me cuestiona, me recrimina, me reclama.

Pero a la gente sí, me explica, me aclara: la gente 
aplaude, aplaude
mucho cuando leo mi poema, 
la gente llora y aplaude y luego
la gente se me acerca, me dice cosas. 
Me susurra: la gente me dice que le gusta mucho
mi poema. Pero tú

no aplaudes, me confronta, o aplaudes poco,
me describe, porque a ti no te importa, me dice, a ti
no te importa, me repite, a ti no te importa, 
me insiste, a ti no te importa lo que pasa.

Lo que pasa es que me tienes envidia: me descubre.
Lo que pasa 

es que a ti
te hubiera gustado escribir mi poema: me acorrala.
Lo que pasa es que tú no podrías escribirlo: 
me vence:
 
me aplasta:
no podrías escribirlo
porque a ti no te importa lo que pasa.

 
De: “Poemas de terror y de misterio” (2013)

LECTURA SUGERIDA CCXI


“Ranas” de Aristófanes
Colección “Colección Griegos y Latinos”
Introducción, traducción y notas de Pablo Ingberg
Losada. Buenos Aires. 2013


miércoles, 14 de septiembre de 2016

TUSIATA AVIA (Nueva Zelanda, Christchurch, 1966)


CUERPO

Mi cuerpo no es una disculpa 
no es un escondite.
No es una fortaleza arreglada y artística 
Mi cuerpo no es una piscina de agua insípida 
Mi cuerpo no está clausurado 
no se puede imaginar con otra forma o textura 
no para ti, querido. 
Mi cuerpo es una cascada de carne 
Mi cuerpo es una manada de animales, gordos y gimiendo en el festín de la matanza 
es la celebración invadiendo el rostro de los hambrientos 
es abundancia y más abundancia 
es tuétano y jalea y grasa chisporroteante goteando constante sobre la hoguera. 
Mi cuerpo es un bautismo, un confesionario 
Mi cuerpo es la promesa de cien mil soldados vírgenes 
Mi cuerpo es la guerra que estremece la tierra 
Mi cuerpo es el shalom y el salaam
Mi cuerpo es la madre asesinada de súbito en la calle 
Mi cuerpo es la madre muriendo lentamente 
Mi cuerpo es el niño asustado al que convencieron de salir de debajo del cuerpo de su madre caída 
con la promesa de la miel. 
Mi cuerpo es la miel ahogando a los ciegos, los cojos, los sordos, los mudos 
Mi cuerpo es un hospital 
Mi cuerpo es un orfanato 
Mi cuerpo es cien helados enfilados como los padres 
Mi cuerpo es el alofa y la aroha 
Mi cuerpo es el Sinaí, el Mar Rojo, Hawai 
Mi cuerpo es una habitación llena de ancestros lanzados a través del agujero de mi pecho 
Hine-nui-te-po, Pelé, Nafanua, Isis, Afrodita 
sus brazos y piernas y el pelo caliente y húmedo y enmarañado cuando se marchan 
Mi cuerpo es la distancia entre nuestro huesos, querido.
Mi cuerpo pierde la cabeza y sus modales 
Mi cuerpo está temblando, resbaladizo y enrojecido, como un recién nacido
Mi cuerpo es tu madre 
Mi cuerpo es tu medicina 
Mi cuerpo es la partera apresurando tu propio nacimiento 
jalándote desde el interior de tu mismo vientre 
Mi cuerpo es el Corán, la Torá 
Mi cuerpo es Cristo 
Mi cuerpo es la profetisa, la diosa samoana de la guerra 
Mi cuerpo deja el infierno y navega los océanos 
Mi cuerpo está mojado por el viaje y asusta a los que corren a encontrarme
Mi cuerpo sabe sólo de sí mismo 
que es todo el mundo 
y el cielo y la luna 
y los planetas girando 
Mi cuerpo los atrapa a todos con su red de piel
Mi cuerpo es la morada de mi cuerpo y habita en la tierra entre nosotros.

 

(Traducción al español de Rogelio Guedea)


LECTURA SUGERIDA CCX


“Marianela” de Benito Pérez Galdós
Alianza Editorial. Barcelona. 2011


martes, 13 de septiembre de 2016

PAOLA MONTI (Chile, Santiago de Chile, 1966)


LA PIEZA DIECISIETE

El timbre anuncia tu llegada. Te esperaba, sabía que vendrías. Apareces como siempre un poco nervioso e intentando bromear para calmarte. Adelante, te digo ceremoniosa y te beso en la mejilla. Entras, cruzamos pocas palabras y sin más te recuesto. Te miro tendido, pasivo, entregado. Sé que cada vez que vienes a verme, sientes miedo. Acerco mi cara a la tuya y comienzo a jugar con tu boca. Boca salivosa y lengua resbaladiza que intento doblegar sin lograrlo. Minuciosa, recorro tus dientes, tus encías. Intentas habar, pero emites sólo sonidos. Sigo trabajando sin descanso en ese espacio húmedo, hasta que me doy cuenta de que se hace tarde y debo terminar. Me separo de ti sin miramientos. Me preguntas anhelante  que cómo te encontré. Todavía falta un poco respondo. La otra semana vamos a obturar la pieza diecisiete. Y la veinte, necesita tratamiento de conductos.


LECTURA SUGERIDA CCIX

 

 

“La leyenda del bicho colorado” de Gustavo Roldan 

Colección “Alfaguara Infantil”

Ilustraciones de Luis Scafati

Alfaguara. Buenos Aires. 2011


 

lunes, 12 de septiembre de 2016

FERNANDO IWASAKI (Perú, Lima, 1961)


LA CASA DE REPOSO

La madre superiora miró hacia el cielo como buscando una señal divina, y en sus ojos desvelados de oraciones reverberó cristalina una lágrima.
-¿Y dice usted que el viejo profesor se niega a ir a misa, hermana?
-Así es, reverenda. Y maldice y ofende a María Santísima.
-No importa, hermana. Llévelo entonces a dar un paseo por el huerto.
-Sí, reverenda.
-Hermana…
-¿Sí, reverenda?
-Que parezca un accidente.

LECTURA SUGERIDA CCVIII


“Los crepúsculos del jardín” de Leopoldo Lugones
Colección “Biblioteca argentina fundamental”
Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. 1983


domingo, 11 de septiembre de 2016

ANTONELLA ANEDDA (Italia, Roma,1958)


XIV


Bendita tú en la distancia

la más inocente de las cosas lejanas

refugio de mesa y manzana

una esfera, un piano y contra la alta llama del fuego

las dos formas familiares que cavan la nitidez de un vano.

 

Nada en realidad nos llama

pero nos acercamos a los objetos

como si fueran los ecos de una voz

el anuncio indefenso de otras vidas.

El agua negra, la silueta del perro contra el muelle.

Nadie puede llamarlos recuerdos y silbar de veras como entonces

pero vemos los tres cuartos, el disparo

de quien todavía vivía

y por un momento los armarios nos envían

un fuego errante la estrella incierta de un rostro.

 

Nada ha terminado nada es incluso profundo.

Hay sólo el rumor de una cal imprevista

y esa gritería entre los helechos que azotan las espaldas

gritería que no entendemos como les sucede en lo oscuro a los perseguidores.

 

Árboles, cuerpos, ráfagas contra los muros.

Basta un gesto: el revés de un codo que apaga una vela.

 

De golpe somos aquello que temblaba.

 

De “Noches de paz occidental” (1999)

Versión al español de Jorge Aulicino




LECTURA SUGERIDA CCVII


“Hija de la fortuna” de Isabel Allende
Sudamericana. Buenos Aires. 1998

XI CHUAN (República Popular China, Xuzhou, 1963)


ANALES DEL MOSQUITO

Diez mil mosquitos unidos conforman un tigre; nueve mil mosquitos conforman un leopardo; ocho mil mosquitos, un orangután inmóvil. Un mosquito, por último, es solamente un mosquito.

Los mosquitos, junto con las sanguijuelas y los vampiros, pertenecen a una misma clase; a esta pueden agregarse los burócratas, los terratenientes y los capitalistas. Todos los seres vivientes pueden clasificarse de acuerdo con sus costumbres alimenticias, en carnívoros, herbívoros y chupasangres.

En los intersticios de la Historia, por todos lados se encuentran mosquitos. Presenciaron e incluso participaron de ejecuciones y descuartizamientos, sabotajes y venta de niños; sin embargo, a lo largo de las 25 dinastías, no hay ni una sola mención a los mosquitos.

Los mosquitos con los que nos topamos hoy en día son los descendientes de los de la época de Nuwa (Nuwa era una hermosa mujer, o al menos eso se afirma en La creación de los dioses). Nuwa tenía un amor innato por los mosquitos, pero en La creación de los dioses no se dice una palabra de esto.

La vida de un mosquito, sin embargo, es muy breve, comprendida casi entre un amanecer y un atardecer, o dos amaneceres y dos atardeceres, por lo cual un mosquito, en promedio, llega a ver durante su vida a unas cuatro o cinco personas, o unos veinte o treinta cerdos, o un caballo. Esto explica por qué que los mosquitos nunca han sido capaces de elaborar la noción del bien y del mal.

Cierta persona mantiene puertas y ventanas cerradas, por temor a que entren los mosquitos: esta persona se encuentra, de hecho, bajo la custodia de los mosquitos. Otra persona entra al baño de la esquina, y al ser picada descubre que la picazón es inusualmente fuerte pero tolerable. 

Uno de los objetos de mi venida al mundo es ser mordido por los mosquitos. Insertan sus agujas en mi piel, se reúnen en mi sombra a disfrutar del fresco, pierden el conocimiento y mueren en mi respiración envenenada.

En la noche profunda, un hombre tendido en su cama, a medias despierto, a medias dormido, se da a sí mismo una cachetada. No es que esté reflexionando sobre sus propios errores, sino que ha escuchado el zumbido de un mosquito. Cuanto mayor es la fuerza con la que se golpea, más alta la probabilidad de matar un mosquito, más serio parece su mea culpa.

Entonces, ¿en quién se convierte un mosquito después de muerto? Ese hombre que pasa volando histéricamente frente a mí, zumbando, debió ser un mosquito en su vida anterior. Una chica demasiado delgada suele recordarnos también a un mosquito.

Proteger la naturaleza implica proteger a los mosquitos y demás, incluido al dios de la malaria. Proteger la naturaleza e impulsar a la vez la industria de las cremas antiinflamatorias: es hacer lo necesario para expulsar a los mosquitos de la naturaleza. Pero la realidad demuestra que esto es muy difícil.

Traerse un mosquito en el avión o en el tren, trasladarlo a una tierra extranjera, puede contribuir a agravar nuestra nostalgia e incrementar nuestra conexión con la tierra. Cada vez que abrimos una valija, un mosquito puede salir volando de su interior.

Los lugares en los que se ha posado un mosquito son indistinguibles, en apariencia, de aquellos en los que nunca se ha posado uno, como son indistinguibles los lugares que un ladrón ha tocado y aquellos que no. Sin embargo, al examinar de cerca las pisadas de un ladrón, por medio de una lupa, se observa la presencia de un mosquito muerto.