Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

martes, 30 de abril de 2013

Agradecemos públicamente las salutaciones recibidas en nuestro 78 Aniversario

 

Felicitaciones por este nuevo aniversario a la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento, a sus directivos actuales y demas colaboradores, como asi tambien a las generaciones que pasaron haciendo posible que estos 78 años sean una realidad.
Una biblioteca es el mejor aporte a la cultura de un pueblo y una biblioteca activa difundiendo todas las expresiones culturales de la comunidad, mucho más. Felicidades. Mg. Walther Marcolini

Felicitaciones por tan fecunda labor! Es un orgullo para nuestro Departamento todas las actividades que constantemente se han realizado en ese Centro de la Cultura local! Atte. Norma de Méndez

¡FELIZ ANIVERSARIO Y FELICITACIONES POR TAN LOABLE TAREA! SON UN DIGNO EJEMPLO A SEGUIR POR TODOS LOS ALVEARENSES, LOS PRESENTES Y LOS QUE AUNQUE ESTEMOS LEJOS FÍSICAMENTE, LLEVAMOS EL TERRUÑO EN NUESTRAS VENAS. ¡BRINDO POR USTEDES Y POR TODOS LOS QUE HAN CONTRIBUIDO. A QUE ESTA REALIDAD. NOS LLENE DE ORGULLO! ¡¡ SALUD AMIGOS !! Adriana Martín (San Juan)

FELIZ CUMPLE A LA QUERIDA BIBLIOTECA DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO DE GENERAL ALVEAR, MENDOZA !!! ... y ... MUCHAS GRACIAS a las amigas y amigos que tanto trabajan para estimular el hábito de la lectura y difundir la palabra de los escritores. UN ABRAZO desde Buenos Aires. Lía Miersch

Qué lindo!! Muchas felicidades!!! Marcela Yllanes de Gerry

domingo, 28 de abril de 2013

78 AÑOS “DANDO DE LEER” (1935-28 ABRIL-2013)

ABRIL “MES ANIVERSARIO”

78 AÑOS

TRABAJANDO POR LA CULTURA

POR LA EDUCACIÓN

Y

PARA GENERAL ALVEAR

MENDOZA

sábado, 27 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: IRIS RIVERA

 

Un destello en la penumbra

¡Uf! Me la paso leyendo historias de miedo que te ponen los pelos de punta. Antes ni las entendía porque vienen con palabras más raras... ¡Uf! Para decir "casa", nunca dicen "casa"... dicen "lúgubre mansión". Para decir "una viejita", dicen "una anciana decrépita". Para decir "lombriz", dicen "gusano viscoso ". Todo así. Hay rostros que se transfiguran, hay manos esqueléticas, uñas curvas y por todos lados aparecen luces fantasmales, cuchillos que destellan y siluetas siniestras que se deslizan.

¡Yo qué sé! De tanto leer historias de miedo, al final me fui poniendo práctica con las palabras y justo a mí me tiene que pasar lo de la tía.

Es una tía de mi mamá que se vino a mi casa porque andaba un poco enferma. Yo ni la conocía, pero le tuve que dar el beso y ¡ffffs! la cara era huesuda. Para colmo habla poco y tiene uno ojos ¡de verdes! Como eléctricos.

Yo la empecé a vigilar.

Vi que a la noche sacaba un frasco y se tomaba 30 gotas después de comer. Desconfié más.

A la mañana se levantaba amarilla y descompuesta y no se entendía por qué, con lo poco que comía.

Había que tratarla como si se fuera a romper. Se reía para un costado, justo del lado donde tenía el diente negro.

Aplastaba el zapallo hervido, le daba algún mordisco al pollo, apenas probaba la compota.

—¡Ay, ese hígado! —decía mi mamá y la tía arqueaba las cejas, estudiándonos con sus ojos eléctricos. Después se iba a su cuarto sin mirar para atrás.

—¡No tomó las gotas! —decía yo, pero ella no se daba vuelta.

—Cada vez más sorda, pobre... —decía mi mamá—. Lleváselas al dormitorio.

¿Yo? Ni loca entraba ahí. La alcanzaba en el pasillo.

—¡Ah!..mis gotitas —decía ella y el rostro se le transfiguraba. Era una mueca horrenda que me hacía transpirar. El diente negro me daba espanto.

Y no me podía dormir.

Una noche oí deslizarse pasos hacia la cocina. Eran sus pasos, inconfundibles. Un ruido apagado de puerta que se abre. Pero ¿cuál?... Distinguí una claridad tenue. Me senté en la cama. ¿De dónde venía esa luz? Oí el roce de un cajón al abrirse. Otros ruidos que no reconocía. Yo apretaba la sábana con las manos frías. Después, los pasos que volvieron. Y silencio.

A la mañana siguiente, la tía más descompuesta, más pálida, más amarilla.

—¡Si no come nada! —decía mi mamá.

—¡Ajá! —decía mi papá.

—¡Ajmm! —decía el doctor.

La tía cenaba un caldito, tomaba las gotas y vuelta a la cama. Cada vez más flaca. La cara hundida. Las ojeras.

Nos íbamos a acostar y, al rato, las pisadas, la luz, los ruidos, el silencio.

Durante varias noches pasó lo mismo y, a la mañana, la tía más enferma.

Tuve que juntar mucho coraje para espiar, pero lo hice. Sí que lo hice. Esperé a oírla deslizarse por el pasillo de la lúgubre mansión y me levanté.

Me temblaban las rodillas.

Sus pasos llegaron a la cocina. Yo me pegué a la puerta entreabierta y vi cómo su mano de espectro abrió la heladera. El sitio se iluminó apenas. Claridad fantasmal. Vi los respaldos de las sillas, la panera sobre la mesa y la silueta de la anciana decrépita que sacó de la heladera un envoltorio de bordes rectos. Mi estómago era un revoltijo de gusanos viscosos.

Transparente como una aparición, ella deslizó su mano huesuda por la mesada y abrió el primer cajón. La mano entró y salió. Empuñaba un cuchillo que destelló en la penumbra. Me tapé la boca con las dos manos. Mi sangre se helaba. La silueta siniestra giró, cuchillo en mano, hacia la mesa. Con sus dedos esqueléticos de uñas curvas desenvolvió lentamente el paquete, levantó el cuchillo en dirección a la panera... y se puso a comer pan con manteca hasta las tres de la mañana.

—¡Así no hay hígado que aguante! —dijo mi mamá cuando le conté.

miércoles, 24 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: 3 VOCES DE AMÉRICA

 

XAVIER VILLAURRUTÍA (México 1903-1950)

INVENTAR LA VERDAD

Pongo el oído atento al pecho,
como, en la orilla, el caracol al mar.
Oigo mi corazón latir sangrando
y siempre y nunca igual.
Sé por quién late así, pero no puedo
decir por qué será.
Si empezara a decirlo con fantasmas
de palabras y engaños, al azar,
llegaría, temblando de sorpresa,
a inventar la verdad:
¡Cuando fingí quererte, no sabía
que te quería ya!

 

DULCE MARÍA LOYNAZ (Cuba 1903-1997)

NAUFRAGIO

¡Ay qué nadar de alma es este mar!
¡Qué bracear de náufrago y qué hundirse
y hacerse a flote y otra vez hundirse!
¡Ay qué mar sin riberas ni horizonte,
ni barco que esperar! Y qué agarrarse
a esta blanda tiniebla, a este vacío
que da vueltas y vueltas... A esta agua
negra que se resbala entre los dedos...
¡Qué tragar sal y muerte en esta ausencia
infinita de ti!

 

PEDRO MIR (República Dominicana  1913-2000)

POUR TOI

Estoy de ti florecido
como los tiestos de rosas,
estoy de ti floreciendo
de tus cosas...
Menudo limo de amores
abona mis noches tuyas
y me florecen de sueños
como los cielos de luna...
Como tú mido los pasos
y la distancia es más corta,
hablo en tu idioma de amor
y me comprenden las rosas...
Es que ya estoy florecido.
Es que ya estoy floreciendo
de tus cosas.

martes, 23 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: LEO DOLENGIEWICH (Mendoza, 1987)

 

“La boca del artista”

Al final del día, el artista ordena y guarda todo. Luego, abre la billetera. Encuentra diez felicitaciones, treinta y dos palmadas y doce adjetivos calificativos acerca de su obra. Mira todo, un tanto extrañado, y la pregunta se le cae de la boca: ¿Algo de esto se come?.

 

“Telegrama de entrega inmediata”

Tengo los dedos helados. Me ofrecieron guantes. Mis manos se negaron a gritos. Dicen que no negocian, que tus manos o nada.

domingo, 21 de abril de 2013

Anticipo

 

QUILMES – BUENOS AIRES

LOS COMPARTOS –GENERAL ALVEAR

MALBA – FUNDACIÓN EDUARDO CONSTANTINI

CENTRO CULTURAL ROJAS

MUSEO MUNICIPAL ARTE MODERNO BUENOS AIRES

MUSEO BELLAS ARTES  “JUAN B. CASTAGNINO” ROSARIO

CENTRO CULTURAL RECOLETA

MUSEO ARTE CONTEMPORÁNEO BAHÍA BLANCA

ESPACIO GIESSO

CITÉ INTERNACIONALE UNIVERSITAIRE DE PARIS

ARCO- FERIA INTERNACIONAL DEL ARTE - MADRID

FUNDACIÓN ARTEBA

PALACE DE GLACE

TEATRO GRAL. SAN MARTÍN

TORRE MONUMENTAL RETIRO

GALERÍA ARTE ZABALETA LAB

GALERÍA DE ARTE RUTH BENZACAR

FESTIVAL INTERNACIONAL DE LA LUZ

BODEGA PORTAL ANDINO

ECA SAN RAFAEL

HOTEL BUENOS AIRES GENERAL ALVEAR

Y

MUCHO MÁS…

EN

“SALA ARQ. ALFREDO PEDRO”

DE

BIBLIOTECA SARMIENTO

¿VAS A VENIR?

sábado, 20 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: MARÍA TERESA ANDRUETTO (Arroyo Cabral, Córdoba, 1954)

 

“LA MUJER DEL MOÑITO”


Hacía pocos días que Longobardo había ganado la batalla de Silecia, cuando los príncipes de Isabela decidieron organizar un baile de disfraces en su honor.
El baile se haría la noche de Pentecostés, en las terrazas del Palacio Púrpura, y a él serían invitadas todas las mujeres del reino.
Longobardo decidió disfrazarse de corsario para no verse obligado a ocultar su voluntad intéprida y salvaje.
Con unas calzas verdes y una camisa de seda blanca que dejaba ver en parte el pecho victorioso, atravesó las colinas. Iba montado en una potra negra de corazón palpitante como el suyo.
Fue uno de los primeros en llegar. Como corresponde a un pirata, llevaba el ojo izquierdo cubierto por un parche. Con el ojo que le quedaba libre de tapujos, se dispuso a mirar a las jóvenes que llegaban ocultas tras los disfraces.
Entró una ninfa envuelta en gasas.
Entró una gitana morena.
Entró una mendiga cubierta de harapos.
Entró una campesina.
Entró una cortesana que tenía un vestido de terciopelo rojo apretado hasta la cintura y una falda levantada con enaguas de almidón.
Al pasar junto a Longobardo, le hizo una leve inclinación a manera de saludo.
Eso fue suficiente para que él se decidiera a invitarla a bailar.
La cortesana era joven y hermosa. Y a diferencia de las otras mujeres, no llevaba joyas sino apenas una cinta negra que remataba en un moño en mitad del cuello.
Risas.
Confidencias.
Mazurcas.
Ella giraba en los brazos de Longobardo. Y cuando cesaba la música, extendía su mano para que él la besara.
Hasta que se dejó arrastrar en el torbellino del baile, hacia un rincón de la terraza, junto a las escalinatas.
Y se entregó a ese abrazo poderoso.
Él le acarició el escote, el nacimiento de los hombros, el cuello pálido, el moñito negro.
-¡No! - dijo ella-. ¡No lo toques!
-¿Por qué?
-Si me amas debes jurarme que jamás desataras ese moño.
-Lo juro -respondió él.
Y siguió acariciándola.
Hasta que el deseo de saber qué secreto había allí le quitó el sosiego.
La besaba en la frente.
Las mejillas.
Los labios con gusto a fruta.
Obsesionado siempre por el moñito negro.
Y cuando estuvo seguro de que ella desfallecía de amor, tiró de la cinta.
El nudo se deshizo y la cabeza de la joven cayó rodando por las escalinatas.

viernes, 19 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: MARÍA CRISTINA RAMOS (Mendoza, 1952)


A LA SOMBRA DE LOS PARAÍSOS


En el bosque lluvioso, donde los caracoles andan en caravana y las enredaderas tejen escaleras entre los árboles, viven los sapos dorados. Deambulan en el follaje y saltan entre las hojas en las pocas pausas que deja la lluvia.
Porque allí la lluvia es una dama transparente que vuela sobre las ramas altas para después tocar cada tronco, cada hoja, y cada caracol con sus túnicas de agua de nube. Hasta que se ovilla y se duerme en los brazos del árbol más alto.
Una tarde, mientras la lluvia dormía, una madre sapa depositó a su hijo recién nacido en la cuna de agua de una hoja de dromelia. Era un renacuajo inquieto que chapoteaba con impaciencia de sapo pequeño y, a veces, con mansedumbre de pez. Le gustaba asomarse y saludar a las hormigas labradoras que habían hecho un camino que cruzaba cerca de allí.
— ¡Eh, hormigas! ¿Adónde van con esas sombrillas verdes?
Entre todas había una a la que el renacuajo miraba especialmente.
— ¡Ayayay! ¿Por qué la reina del bosque no me viene a visitar? ¿No me regalaría una sonrisa para usarla de salvavidas? —Y ella entonces empezaba a sonreír desde lejos y seguía sonriendo aún cuando entraba con su carga en la sombra azul de los paraísos. Pero las hormigas no pueden desviarse de la ruta marcada porque pierden el rumbo y no vuelven a encontrar la puerta del hormiguero.
La hormiga esperaba pasar cerca de él para mirarlo y alegrarse. Por eso a veces su marcha perdía velocidad, había tropiezos y pasos en falso, hasta que los gritos de las hormigas mayores quebraban el encanto y las obreras retomaban su ritmo.
— ¡Renacuajo de mala clase! —decía la hormiga Justina—. ¡Atreverse a hablar con una hormiga labradora!
—Es que se han olvidado las buenas costumbres —afirmaba otra —. Tampoco es de buena hormiga mirar hacia otra parte que no sea abajo y adelante. —Y continuaba murmurando con su voz cortante. Ella las dejaba hablar y seguía moviéndose en el aire de su propia alegría.
Antes de salir, recogía una gota de rocío y se miraba en su reflejo limpio. Necesitaba borrar de su cara la sombra nocturna de la cueva, y encontrarse con ella misma, para ir después a trabajar.
Una mañana enroscó en una de sus antenas una flor blanca de las que sólo florecen en noches de luna llena. Después fue a ocupar su puesto en la primera expedición del día. Pero ese día y los siguientes, las hormigas tomaron una ruta distinta. Ella cada día cortaba otra pequeña flor para su pelo.
—Voy a llamarte Flor —le dijo el viento, que soplaba sobre la caravana. Ella se escondió tras los pétalos y se fue con una sonrisa de hormiga nueva.
Al cuarto día cortó una flor del aire y tomó su puesto de trabajo. La ruta marcada por las exploradoras pasaba sobre las raíces de las acacias, subía por el tronco caído junto a las dromelias, y llegaba hasta los retamales, que por ese entonces abundaban en hojas tiernas. El camino de regreso era casi el mismo, pero antes de llegar al hormiguero atravesaba un túnel que el agua había trazado bajo el ramaje violento de los aromos silvestres.
Flor se esforzó para que su cuerpo le obedeciera y avanzó con el paso perturbado por la cercanía del renacuajo. Se asomó hacia su casa de agua pero la vio inmóvil, vacía. Nadie para alborotar y para saludarla como antes. Sólo una mancha indiferente de agua.
Sus patitas se quedaron quietas; las antenas, tristes. Su cuerpo, casi una nada que bien podría arrastrar el viento. Se miró hacia adentro y vio, donde las hormigas albergan la chispa de su corazón, un paisaje de flores inmóviles, detenidas en el sueño de antes de nacer.
Pero desde la pena miró hacia arriba y encontró el bosque, ese fuego verde latiendo en cada pedazo del aire. Sintió el crac de la corteza de los tamarindos, el crujido de las semillas en las ramas más altas, el traqueteo de la fila de hormigas, la gallardía de las mayores, llevando contra el viento su carga gigantesca. Vivió con cada pedazo de su cuerpo la belleza de su cielo verde y la música que en él tejían los ruiseñores. Entonces alzó su cabecita y corrió hasta alcanzar su lugar. La hormiga Justina la juzgó de reojo, como siempre, sin entender.
Al renacuajo le había sucedido lo que les sucede a todos los renacuajos a cierta edad: se había convertido en sapo. Tuvo entonces que dejar la protección de su casa de agua y bajar a vivir sobre la tierra.
No era fácil de pronto acostumbrarse a un cuerpo transformado, entenderse con el largo de las propias patas, aprender a saltar. Le costaba encontrar un lugar donde sentirse del todo bien. En ratos de sosiego, el recuerdo del agua lo envolvía en un sopor de nostalgia. Deambuló temeroso y solo; solo y tristón. Le llevó tiempo amigarse con su nuevo cuerpo, pero un día se descubrió cantando. Un canto que fue perdiendo aspereza hasta ser una melodía entrecortada que buscaba su propio eco entre las raíces que sostenían la tierra. Y otro día sintió crecer en su pecho el coraje necesario para aventurarse un poco más allá.
Sin embargo, en las lagunas de sus sueños siempre había una orilla brillante por donde pasaba la hormiga, con sus tranquitos incansables.
Ella mientras tanto escribía mensajes que entregaba a quienes podían encontrarlo: una mariposa nocturna que buscaba la fuente de los colores, un escarabajo arlequín que quería descubrir el instante en que florecen los helechos. Un mosquito cartero, de los que llevan sobre su lomo las cartas del bosque.
Y aunque las señas dadas por Flor para encontrar a su amigo respondían al renacuajo que ya no era, el mosquito cartero lo reconoció. Él y no otro podía ser el sapo que pasaba todo el día sin dormir mirando una a una las hormigas que cruzaban por puentes increíbles. Puentes que daban vértigo, siempre más altos que los entrepisos de hojas en los que el sapo esperaba.
El mensaje llegó en una flor azul. Entonces fue más fácil. Sólo buscar la sombra de los paraísos y esperar. Esperar que la luna llena se desarmara en ese cielo de flores azules, y divisar otra vez su figura bajando del árbol más alto y acercándose, con una flor sobre la frente.
Como en todos los encuentros, hubo un instante en el que el aire del mundo se detuvo y un después en el que estaban, muy juntos, entendiendo lo que se decían y lo que no se decían. La hormiga descubriendo con asombro el cuerpo dorado del sapo. El sapo abarcando con su mirada las historias de viajes y cosechas que le contaba la hormiga.
La ausencia de Flor corrió escandalosamente por la colonia de hormigas. Algunas hablaron por curiosidad, otras por necesidad, muchas por envidia. Pero la hormiga Justina sintió que había perdido algo importante. Se había acostumbrado a ese resplandor que latía tan cerca de ella. De todos modos, comentó el suceso con enojo, para no perder la costumbre, ni su fama de hormiga veterana.
Cuando los hombres de ciencia llegaron al bosque lluvioso, decidieron estudiar, entre otras cosas curiosas, la relación entre un sapo dorado y una hormiga labradora. Los fotografiaron y escribieron largamente acerca de los posibles intercambios entre dos especies tan diferentes.
Pero ninguno de los hombres de ciencia había sido renacuajo para saber qué puede realmente suceder entre un sapo y una hormiga. Ninguno de esos hombres se acercó a la verdad, porque el amor suele, por fortuna, estar ausente de esos libros en los que todo tiene explicación.

De “Cuentos de la buena suerte”

miércoles, 17 de abril de 2013

NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS – ABRIL 2013 (III)

 

Biblioteca Sarmiento informa que se ha recibido donación de material bibliográfico de acuerdo al siguiente detalle:

 

Donación Sra. María Analy Ribero:

  • “Enciclopedia Argentina de Plantas y Flores” autores varios
  • “Historia de la noche” de Jorge Luis Borges
  • “Calle descalza” de José Mauro de Vasconcelos
  • “El padrillo” de José Mauro de Vasconcelos
  • “Los Hijos de la selva” de Manuel F. Pérez Marcio
  • “María” de Jorge Isaacs
  • “La cautiva – El matadero” de Esteban Echeverría
  • “La gringa” de Florencio Sánchez
  • “Pepita Jimenez” de Juan Valera
  • “Recuerdos de provincia” de Domingo Faustino Sarmiento
  • “Fuente Ovejuna- El caballero de Olmedo” de Lope de Vega
  • “La vida es sueño – El alcalde de Zalamea – El mágico prodigio” de Pedro Calderón de la Barca
  • “Artículos de costumbres” de José Mariano de Larra
  • “Marianela” de Benito Pérez Galdós
  • “Madame Bovary” de Gustave Flaubert
  • “Poesías” de Luis de Góngora
  • “Mis montañas” de Joaquín Víctor González
  • “La casa redonda” de Adriana Henriquet Stalli
  • “Cuentos para leer sin rimmel” de Poldy Bird
  • “Montevideanos” de Mario Benedetti
  • “¿Somos? “de Eduardo Gudiño Kieffer
  • “Yo quiero ser campeón” de Susana Martín
  • “El viejo vecindario” de Avery Corman
  • “Voces de verano” de Rosamunde Pilcher
  • “Dolores” de Jacqueline Susann
  • “El gran secreto” de René Barjavel
  • “De La Pampa a los Estados Unidos (fragmentos escogidos)” de René Favaloro
  • “Doidao” de José Mauro de Vasconcelos
  • “La cena” de José Mauro de Vasconcelos
  • “Recuerdos de un médico rural” de René G. Favaloro
  • “Una viuda difícil – Judith y las rosas” de Conrado Nalé Roxlo
  • “Obras” de Garcilaso de la Vega
  • “Los mirasoles” de Julio Sánchez Gardel
  • “El donante” de Guy des Cars
  • “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato
  • “Poema del Cid”(anónimo)
  • “Poesías completas” de Jorge Manrique
  • “Los intereses creados” de Jacinto Benavente
  • “La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades” (anónimo)
  • “Antología Poética” de Rubén Darío
  • “¡Jettatore!... “de Gregorio de Laferrere
  • “La gitanilla” de Miguel de Cervantes Saavedra
  • “Santos Vega” de Rafael Obligado
  • “M¨hijo el dotor” de Florencio Sánchez
  • “La cola de la sirena -. El pacto de Cristina” de Conrado Nalé Roxlo
  • “El sí de las niñas” de Leandro Fernández de Moratín
  • “Rimas” de Gustavo Adolfo Bécquer
  • “Antología poética” de Alfonsina Storni
  • “Las fuerzas morales” de José Ingenieros
  • “Por las calles del recuerdo” de Héctor Gagliardi
  • “Cumbres borrascosas” de Emily Brönte
  • “Carta a un rehén” de Antoine de Saint-Exupery
  • “Doña Rosita la soltera” de Federico García Lorca
  • “Santos Vega y otros poemas” de Rafael Obligado
  • “Bodas de sangre” de Federico García Lorca
  • “El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha” de Miguel de Cervantes
  • “Estío” de Juan Ramón Jiménez
  • “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway
  • “Los siete platos de arroz con leche” de Lucio Víctor Mansilla
  • “País de las sombras largas” de Hans Ruesch

Todo el material recibido ya ha sido técnicamente procesado e ingresado a nuestro Fondo Bibliográfico y se encuentra a disposición de los lectores.

martes, 16 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: LUISA MERCEDES LEVINSON (1904-1988) JORGE LUIS BORGES (1899-1986)

 

“LA HERMANA ELOÍSA”

I.

Habían pasado unos quince años, pero cuando Jiménez me dijo que había tenido que ir a Burzaco para planear la edificación de un chalet por cuenta de un tal Antonio Ferrari, mi primer pensamiento fue para Eloísa Ferrari, cuya imagen de pronto surgió ante mí, inmediata y casi dolorosa. Sólo después pude sorprenderme de que aquel excelente don Antonio, que pasaba la vida en el café proyectando negocios vagos y vanos, hubiera conseguido, al fin, redondear la suma que significa la construcción de la casa propia. El hecho me resultó tan insólito que para no pensar en algo peor, pensé en una herencia. Jiménez, mientras tanto, seguía explicándome que se trataba de un gran chalet y que los Ferrari eran muy exigentes. Por lo pronto, no íbamos a repetir en Burzaco el tipo 14 de bungalow californiano, ni el 5 en piedra de Mar del Plata, que, innumerablemente multiplicados, ya conoce y acaso habita el lector. Jiménez, mi socio, era constructor; la obra exigía un arquitecto. Alcé los ojos al diploma que colgaba en la pared, enmarcado en ébano; ese papel con su sello azul y su letra caligráfica me serviría para ver de nuevo a Eloísa, al cabo de los años.
-La señorita tiene sus ideas propias, explicó Jiménez. Y luego, como si pensara en voz alta: -tiene un gusto refinado.
Me pareció natural que hubiera caído bajo el encanto de Eloísa. Aproveché para preguntarle como al descuido:
-¿Siempre sigue rubia y delgada?
Me miró un poco sorprendido antes de contestar.
-No sé. Lo que impresiona más es la voz. Habla como si entendiera de todo, y uno le cree.
Pensé que Jiménez no sabía discernir. Atribuía a la voz un efecto producido por toda ella. Los años la habrían cambiado, sin duda, pero en aquel momento yo evoqué a la Eloísa de 1938; la mirada un poco lejana, los ojos caídos hacia los pómulos, como abrumados por el peso de las pestañas, la sonrisa cuidadosamente enigmática, un hombro luminoso surgiendo del vestido de terciopelo negro. En realidad, lo que evoqué era su fotografía, que obtuvo el segundo premio en el concurso de belleza de Lomas (el primero fue adjudicado a la hija del inventor). En el recuerdo, las fotografías tienden a sustituir a los originales; además, resulta difícil recuperar los rostros que nos han inquietado. Otras imágenes se habían superpuesto a la de Eloísa, pero algunos momentos seguían intactos: una tarde en que me acompañó hasta la puerta, espontáneamente; aquella noche en que nos sentimos unidos ante un film de Norma Shearer. Por lo menos, yo creí que nos sentíamos unidos.
Norma Shearer, Lomas, concurso de belleza, segundo premio, son palabras triviales, pero la belleza y el encanto no son triviales y Eloísa los poseía, implacablemente. Claro está que a mí, ahora, con diez años de ejercicio en la Capital, el ambiente de Eloísa me podría resultar un poco provinciano, un poco mediocre. Pero el hecho es que Eloísa ejerció un poder sobre mí y sobre todos los muchachos que la frecuentábamos. No sé si era inteligente, pero había en ella una especie de resplandor que hacía perdurar los gestos cotidianos. Tenía esa seguridad que da la belleza. Por aquellos años, yo era más tímido y, aunque ya empezaba a quererla, no me hubiera atrevido a decírselo. El primer paso lo dio ella, una noche. Yo iba a Temperley; Irma, la mayor de las Ferrari, me preguntó si podía traerle un tarrito de polvo de hornear. Saqué la libreta de cuero de cocodrilo y empecé a apuntar el encargo, con cierta detención. Eloísa me la arrancó, la recorrió, murmuró con cierto desdén direcciones de otras mujeres, la rompió y la tiró. Se retiró sin mirarme, alta la cabeza, pero yo sentí que ese enojo era una invitación. Así empezó esa desdichada historia de amor que mató parte de mi juventud. Otra frase espectacular le dio fin. Al salir de un baile del club, un subteniente aviador, al ayudarla con el abrigo, le ponderó los hombros. Pueden ser suyos, le dijo ella, con una seriedad de evidente propósito matrimonial. El viernes a las siete de la tarde fui a visitarla, según la tradición que yo había logrado imponer, pero nadie contestó a mi llamado. Adentro, estaba encendida la luz; por el balconcito entreví, sobre el aparador, un kepi galonado. De esos antiguos recuerdos me desvió la discusión de los problemas técnicos de la obra. Sorprendentemente, fue Jiménez quien volvió al tema.
-Si se quiere, Eloísa y Gladys, la menorcita, son más lindas, pero Irma tiene otra categoría. Es muy señora.
Creí haber entendido mal. ¿Irma? ¿Jiménez había estado hablándome de Irma? Recordé ese personaje de fondo, esa hermana mayor que aún seguiría, tal vez, esperando el Royal que no le traje nunca. Recuperé sin mayor dificultad sus facciones: la cara de base ancha, los ojos vivos y pequeños, la risa intempestiva, la boca fresca, pero no sensual. ¿Qué había ocurrido? Por lo menos para Jiménez, Irma era más memorable que Eloísa. Creí que por uno de esos juegos del destino se había enamorado de Irma. Pero la frase que siguió me hizo descartar esa conjetura.
-Es una mujer admirable. Claro que por nada del mundo quisiera ser su marido. Es una de esas mujeres que siempre llevan los pantalones. Y con eficacia, qué diablos.
Irma, Eloísa, Gladys... El último nombre apenas representaba para mí unas piernas flacas que corrían al sol, una moneda de veinte centavos que yo le daba para que comprara caramelos y me dejara solo con Eloísa, unas pecas en la nariz respingada, y la voz áspera de Irma, retándola. Pero habían pasado quince años; Gladys ya sería una señorita. En aquel momento, sentí a las tres hermanas como a un espejo de tres cuerpos que de algún modo reflejaba mi juventud.
Una ilógica necesidad de volver a verlas me hizo decir a Jiménez: -Por el interés de la firma, convendría que yo le llevara personalmente los planos a don Antonio. Usted sabe, en mis tiempos yo frecuentaba la casa... Me tiene confianza. Y si ahora anda con plata, no me costará convencerlo de que gaste unos pesos más.

II.

Sería a todas luces absurdo negar espíritu progresista a los vecinos de la línea General Roca, pero sinceramente, al ver desfilar las estaciones y los pueblos desde la ventanilla del tren, tuve que deplorar la docilidad con que muchos se dejan convencer por firmas poco escrupulosas, que anteponen lo vistoso a lo sólido, y aun a lo práctico. Claro está que no todos los propietarios obran así; al pasar por Lanús, me di el gusto de saludar el bungalow tipo 14 que edificamos vez pasada para el farmacéutico Roverano y que hubo que refaccionar después de las últimas lluvias, con buena utilidad para nuestra caja. Las torres de la capilla evangélica en Lomas de Zamora fueron para mí otro motivo de legítima satisfacción: el reverendo Mannteufel tuvo la deferencia de consultarnos y nuestras sugestiones, por cierto, no cayeron en saco roto. ¡Se resolvió ipso facto el problema del drenaje de las cañerías!
Estas reflexiones de orden profesional eran quizás un engaño para no pensar en Eloísa. Me dije por centésima vez que no esperaba verla y que lo más probable era que Ferrari me recibiera solo. De las quintas llegó una brusca ráfaga de madreselva.
Procuré convencerme de que el encuentro con Eloísa podía ser un poco terrible, al cabo de quince años, pero era imaginario ese temor y realmente primaban en mí la esperanza y la ansiedad.
Me pareció que nunca llegábamos a Burzaco, pero cuando reconocí las primeras casas y el tren se detuvo, me sentí menos valeroso y en vez de encaminarme directamente a lo de Ferrari, hice un alto en la confitería de la estación. Tenía que revisar los papeles del portafolio; después de un par de cañas, decidí que convenía echar un vistazo al lugar donde levantaríamos el chalet. Era un terreno que brindaba muchas posibilidades, con martillo a favor, pero ya eran las 17 pasadas en el reloj pulsera extrachato y la indumentaria de gabardina italiana no se prestaba para andar verificando medidas.
Ante la puerta de la casa de Eloísa, volví a ser el muchacho de hace quince años. Mi mano halló la altura exacta del timbre sin que yo necesitara mirar. El tímido llamado me pareció indigno del soltero porteño con estudio en la avenida Belgrano que yo era ahora; insistí con más decisión. Quien me abrió la puerta fue don Antonio.
Para ocultar mi decepción, lo saludé con exagerado entusiasmo. La salita me pareció más chica, acaso porque estaba abarrotada de adornos; una odalisca en petit bronze confusamente duplicaba sus formas en la madera de la tapa del piano y, al entrar, casi tropecé con Leda y el cisne. Un mármol efusivo en el que bullían faunos y ninfas usurpaba el lugar donde antes reinó la fotografía de Eloísa.
Don Antonio había iniciado una conversación ostentosa y vaga. Sacó una caja de cigarros, me ofreció uno que cortésmente rehusé y que él guardó, con destreza de prestidigitador, en uno de los bolsillos del saco.
-Para las chicas, lo ha fumado usted -dijo con una voz sigilosa y haciendo un guiño. Eligió otro cigarro con lentitud, lo olió como pregustando el placer, cruzó la pierna, lo encendió con gravedad ritual e inmediatamente adquirió el aire de un gran señor. Hubo un silencio y tuve la convicción de que Eloísa no estaba.
-Un chalet, todo un gran chalet -exclamó- para la primera chica que se me casa.
No pude contenerme y dije:
-¿Eloísa?
Don Antonio ni siquiera me oyó.
-La formalización del enlace se festejó con un vino de honor en Los Álamos. Usted se acuerda, el establecimiento de los Chiclana. Parece mentira, la benjamina es la primera que llevaré al altar. Gladys se casa con Alberto Chiclana, un muchacho muy preparado, que sólo debe unas materias para redondear su segundo año de doctor en leyes. Y gran apellido. Sobrino de Raúl, que era de su tiempo.
Demasiado me acordaba yo de Raúl. Una noche, en el club, le ofreció una orquídea a Eloísa. Ella se la prendió sobre el corazón y repetía, yendo de grupo en grupo: Obsequio de Raúl Chiclana. Los Chiclana eran la gente antigua del partido; Los Álamos, entonces, era un establecimiento importante. Después, el botarate de Raúl prefirió las farras de Buenos Aires al sólido trabajo rural y de la estancia, como le dicen, sólo queda el casco y los perros. ¡Las hipotecas se comieron la propiedad!
Dije por decir algo:
-¿Con que al novio sólo le faltan cinco o seis años para recibirse?...
Dadas las luces de los Chiclana, calculé por lo bajo treinta o cuarenta, pero la profesión nos enseña a ser diplomáticos.
-Ahora el tiempo pasa tan rápido -contestó don Antonio-. Y, además, Albertito está bajo mi ala.
Echó una bocanada de humo y miró la gotera del cielo raso:
-El amor, las ilusiones, la juventud... Claro que nosotros ya no estamos para esos trotes... -y aquí agregó amenazándome con el índice:
-Por lo pronto, usted tiene más barriguita que yo...
Volvió a guiñar el ojo; se trataba, evidentemente, de un hábito que había adquirido con la prosperidad. Era irritante. Además, ese vejete oruga, esmirriado, sólo profuso en los mostachos, ahora quería ponerse a la par de un tipo como yo, con su metro setenta y nueve de elevación y los trece minutos de flexiones, cada mañana, a lo gimnasia sueca.
El hombre estaba tan garifo, que aproveché para enfrentarlo, pero no perdí los buenos modales que exige la profesión.
-Vea, don Antonio -le dije- las cosas no hay que hacerlas a medias. Hay que sacar partido del martillo que da a la avenida Espora. El muchacho, que un día será abogado, se merece un bufete -esta vez el que guiñó el ojo fui yo-. Unos pocos miles de pesos más y le anexamos escritorio y sala de espera.
Don Antonio pareció caer en la trampa.
-Interesante idea, mi arquitecto -dijo como si lo arrebatara mi verba-. En sumo grado, interesante.
Poco le duró, sin embargo, esa reacción tan halagüeña. Empezó a achicarse como si se atornillara en el asiento y dijo con una vocecita aflautada:
-El señor Klaingutti, de la firma Klaingutti Hermanos, Chapas Glavanizadas, suele encargarle algunos asuntitos -y agregó, como dándose ánimos-: Un poco de alpiste para el muchacho. Sinceramente, la mención de Klaingutti me impresionó. ¿Quién que ha rolado un poco puede permitirse ignorar la casa matriz en la avenida El Cano y las filiales de Berazategui y de Merlo?
Don Antonio prosiguió:
-Oiga, no sé... Hay tantas cosas por delante. -Encendió el cigarro que había dejado apagar, y agregó bajando la voz-: Mi hija mayor es muy personal en sus gustos. Muy severa.
Lo miré atónito. ¿Qué tenía Irma que ver con el chalet de Gladys?
Don Antonio dijo algo, pero a través de las persianas de los balconcitos, oí un menudo taconeo que me inquietó. Oí abrirse la puerta y, un instante después, entraba Eloísa.
En el primer momento no sentí nada. Su silueta contra la luz, parecía un poco indefensa. La cara estaba en sombra, pero el cabello le hacía como una aureola dorada. Me dijo, como si me hubiera visto hace poco:
-Cachito, ¿vos por aquí?
Era la Eloísa de siempre. Ignoro si llegué a balbucear algo, pero sentí dos cosas. Una, que aquel encuentro tan importante para mí, no lo era para ella. Otra, quizá la misma, que yo era apenas una imagen de su pasado.
Eloísa, haciendo caso omiso de mi presencia, habló con don Antonio:
-No sé qué vamos a hacer con la pobre Clemen. Ya se mandó hacer un vestido, casi igual a las del cortejo, y ahora resulta que no quieren que vaya. Eso no se hace.
-Pero también, hijita, ¿cómo la invitaste sin consultar?
-Siempre consultando... Nos conocernos de toda la vida; ella dio por sentado que iría. Clemen, pensé, sería Clementina Traversi, una muchacha que trataba de imitar a Eloísa y que de un día para otro apareció con melena rubia.
-Mirá, Eloisita -prosiguió don Antonio, conciliatorio-, hacés muy bien en defender una amiga, pero ya sabés que Irma es de lo más delicada para estas cosas. Clemen ya ha tenido tres novios. Y la gente es mala...
-¿Y qué hay de malo en tener novios?
La contestación de don Antonio fue sentenciosa:
-Somos nuestra reputación. Además, Irma se ha asegurado la presencia del señor Klaingutti.
-¡Del selior Klaingutti! -repitió ella. Lo dijo con una voz muy rara.

III.

A mediados de la semana siguiente, tuve otra conversación con don Antonio. Fue copiosa, rica y estéril; soy del todo incapaz de reconstruir esa obra maestra de postergación y de vaguedad. Al principio, yo estaba francamente encantado: mis sugestiones no eran sólo aprobadas por don Antonio, sino admiradas y amplificadas. Así, en etapas sucesivas, se encaró la posibilidad de adquirir terrenos vecinos, de construir una pileta de natación con sus vestuarios correspondientes, de dotar a la finca de un reloj de sol, de invernáculos, de una gran pajarera, de un frontón de pelota vasca, de una gruta con cascada y de un laberinto. Proyectamos también, para los fondos, un jardín italiano escalonado, con cabezas yacentes de emperadores. No juraría que se habló de un busto ecuestre del pagador Chiclana, desaparecido en la guerra del Paraguay, pero nada era imposible, esa tarde.
Desgraciadamente, don Antonio se desanimaba con la misma rapidez con que se animaba: las dificultades de la ejecución de un detalle mínimo de cualquiera de esos proyectos interesantes lo hacían renunciar a todo. En cuanto a gastos y honorarios no tuvimos ni un sí ni un no. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche, me dio mala espina porque sentí que no llegábamos a nada. Don Antonio no quería (o no podía) comprometerse.
Claro está que tengo la conciencia tranquila; me plantifiqué en el sofá y defendí, una a una, mis posiciones. No me retiré hasta dadas las diez, cuando el propio anfitrión me repitió que aprovechara un tren que salía a los pocos minutos.
En la estación, el hambre pudo más, y me invité a una milanesa a caballo y dos medios litros, cuyo importe resolví cargar a la cuenta Ferrari. Las casuarinas hacían un ruido como de mar y pensé en Eloísa.
No sé si la esperanza de verla, o el temor de hacer un triste papel delante de Jiménez, cuyas indirectas y directas, me tenían sin cuidado, o la voluntad de no perder un negocio que se pincelara tan promisorio, me hizo regresar a Burzaco, a los pocos días.
No les anuncié la visita; el estratega que hay en mí optó por esgrimir el arma de la sorpresa, en interés profesional.
Esta vez no me permití devaneos emocionales. Eloísa podía seguir tan linda como antes, pero yo concretaba la atención en un paredón con almenas que diera toda la vuelta a la propiedad y que, si mi psiquismo no me engañaba, acertaría con el gusto de don Antonio.
Eloísa abrió la puerta, me hizo pasar a la salita y exclamando con voz atiplada me pescaste sin pintura, huyó patio adentro. La esperé de perfil, una pierna cruzada con negligencia, la mirada varonil abstraída en los faunos del grupo mitológico.
Antes de que entrara percibí el extracto de cyclamen. La sentí allí cerca y dije como si pensara en voz alta, sin despegar los ojos del mármol:
-¡ Hermosa obra de arte!
Por la risita de Eloísa, comprendí que mi observación de esteta había sido tomada como una galantería. La verdad es que el homenaje era justo; cutis relativamente fresco, bien llevados los tres o cuatro kilitos más, blusa transparente sobre los hombros, la sonrisa insinuante y los ojos tristes.
Se sentó junto a mí, en el sofá, casi rozándome con el vuelo de la pollera. Empezó reprochándome que yo frecuentara a las Hurtado, que se habían mudado a la Capital (chicas que no le deben nada a la hermosura; no te lucirás mucho, que digamos, exhibiéndolas en los restaurantes) y remedó el revolear de ojos de la mayor, con bastante gracia. Ponderé sus dotes de actriz; me dijo que Torre Nilson le había ofrecido un papel en una película. Esta eventualidad, lo confieso, no dejó de alarmarme; los años de la ausencia se habían borrado y yo sólo sabía que estaba con Eloísa, otra vez, en el sofá de siempre, y que mi desventura o mi ventura dependían de sus palabras.
Mirándome en los ojos, me dijo:
-Ahora contame de vos; ya sabés que siempre me enloqueció todo lo que sea arquitectura y decoración de interiores.
Nunca lo había sabido, pero le perfilé a grandes rasgos la odisea del joven soñador que llega desde el fondo de la provincia, sin otras armas que la ciencia y el arte, y que se afana, bucea, brega y se impone. Sonó en eso el teléfono.
Durante unos segundos, la posibilidad de que la llamara el director de cine me atormentó. Primero dijo:
- Ah, venís a cenar.
Después:
-Te preparo unos tallarines al pesto?
Y, finalmente, con una voz que temblaba un poco:
- Está bien. Vos mandás.
Volvió a mi lado, pero la sentí lejana. Cuando quise retomar el hilo y contarle la anécdota corrosiva de lo que yo por poco le dije a la mesa examinadora, Eloísa apoyó la cabeza en mi hombro v se echó a llorar. Mi experiencia en el renglón mujeres me aconsejó estrecharla entre mis brazos v arrebatarla en alas de la pasión. Varias fórmulas se me venían a la mente: Eloísa yo seré el arquitecto de su destino. Eloísa, yo le ofrezco un hombre y un nombre, pero apenas acerté con una palmadita en las espaldas.
Eloísa me miró con rabia.
-¿Qué es lo que tìene ella de mejor que yo? -dijo, apartándose de mí.
Se trataba, asombrosamente, de Irma. La que telefoneó era ella y había prohibido categóricamente que invitaran a Clemen.
-Me ha dicho que si no le obedezco, que me atenga a las consecuencias -agregó Eloísa, estrujándose las manos,
-¿Consecuencias? -repetí sin entender.
Entonces, Eloísa me contó todo.
La historia había empezado a raíz de uno de tantos intrincados negocios de don Antonio. Este había llegado a deber una modesta suma -cien o ciento cuarenta pesos- a la firma Klaingutti. El día del vencímiento, logró (mediante otra deuda) el importe, y encargó a Eloísa que fuera personalmente a pagar. El doble efecto que produciría un pago puntual hecho por una muchacha bonita le parecía de inestimable valor para otro nebuloso negocio que versaría sobre chapas acanaladas y pointillé. Pero la avenida El Cano queda muy lejos y Eloísa la mandó a Irma.
Era (Eloísa lo recordaba muy bien) un jueves de diciembre. A las siete, Irma volvió con el recibo firmado por el propio señor Klaingutti, y preparó, como era costumbre, la cena. Nada singular ocurrió hasta el jueves siguiente.
Ese día, Irma tomó el tren de las quince y treinta y no regresó hasta entrada la noche. El padre, que a pesar de sus fantasías, era muy estricto con las chicas, empezó a amonestarla. Ella, sin hablar, abrió la cartera, y dejó sobre la mesa un papel de quinientos pesos. En la billetera había otro igual. Fue, desde entonces, Eloísa la que preparó las comidas.
Así fueron pasando los años. En esa disciplina precisa no hubo otra interrupción que la motivada, en 1944, por un disgusto. Nunca pudo saber Eloísa las razones de esa desavenencia que duró más de un mes, durante el cual el señor Klaingutti no dejó pasar un solo día sin telefonear o mandar flores, dulces o delikatessen, que las hermanas y el padre tenían orden de devolver.
Tampoco pudo averiguar Eloísa los detalles de la reconciliación: una tarde, el chauffeur del señor Klaingutti llegó en el coche gris. Irma le mandó decir que se fuera; al día siguiente, el señor Klaingutti se apersonó con aspecto lastimoso y muchas reverencias. Irma lo hizo esperar una hora y se fue con él; desde entonces las cuotas semanales fueron triplicadas.
Irma, eso sí, no se rebajó nunca a aceptar el menor obsequio, ni siquiera los días de su cumpleaños. El señor Klaingutti, una vez, le ofreció un tapado de nutria. Ella se limitó a recibir el importe, que invirtió luego, para no consentirlo, en uno de astrakán.
A fines de 1949, Gladys cayó enferma. Durante tres semanas, Irma no se movió de su cabecera y no dejó que entraran en el cuarto ni Eloísa ni el padre. Pasó malas noches cuidándola, con una especie de ternura feroz; durante ese tiempo, el señor Klaingutti tuvo la delicadeza de mandar cada jueves, a su cajero, con la cuota habitual.
-Irma tiene locura con la mocosa -añadió Eloísa-. Le arregló el casamiento con Chiclana y ahora, encima, le hace construir el chalet.
Nada de lo que había dicho Eloísa me impresionó como estas palabras. Apenas atiné a balbucear:
-Entonces, ¿no es don Antonio el que paga?
-¡Qué va a pagar! -fue la desconcertante respuesta-. Papá no tiene más que la mensualidad que le pasa Irma, y se la suspende si lo pesca debiendo un solo centavo. ¡Pobre de él si se mete en negocios! Irma es una roca.
Había resentimiento en su voz. Francamente, no me gustó que hablara así de una mujer a todas luces excepcional, que contaba con el pleno apoyo del señor Klaingutti y de quien dependía, en última instancia, la edificación del chalet.
Eloísa prosiguió con malevolencia:
-El señor Klaingutti quiere casarse con ella, pero Irma siempre le dice que no. Así lo tiene más dominado. Es de rara... No concluyó la frase. Un automóvil se había detenido en la puerta y segundos después, entró Irma. Me puse apresuradamente de pie y ensayé un saludo. Antes de contestarlo, la dama se volvió hacia Eloísa:
-Ponete un chal. Ha refrescado.
Comprendí que la blusa de Eloísa era demasiado transparente.
-Vengo rendida -exclamó Irma, ocupando el sofá-. Había que poner un poco de orden en la filial Berazategui.
Al cabo de un silencio, en el que respeté sus pensamientos, quise llevar la conversación al tema del chalet. Se mostró reticente; dijo que la nueva pareja viviría un tiempo en Los Álamos.
Cuando se quitó el sombrero, que era de color verde oscuro, como los zapatos y el traje, me fue dado valorar su severa belleza, quizá menos notable por la gracia que por la autoridad.
Siempre velando por la corrección de su hogar, me sugirió que no tenía por qué costearme a Burzaco y me dictó un número de teléfono que correspondía a una de las líneas internas de la red Klaingutti.
-A principios de la semana que viene, puede molestarse en llamar. Para entonces, la secretaria tendrá órdenes precisas.
Me tendió la mano.
Al querer despedirme de Eloísa, noté que ya no estaba en la sala.
El martes, a más tardar, hablaré con la secretaria. Acaso con Irma.

domingo, 14 de abril de 2013

Convocatoria a Asamblea General Ordinaria


Biblioteca Popular 2131 “DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO” de General Alvear, Mendoza, convoca a Asamblea General Ordinaria para el domingo 21 de Abril del corriente a la hora 10 y en su sede de Piérola 267 para tratar el siguiente Orden del Día:
1-Designación de dos socios para refrendar Acta de Asamblea.
2-Aprobación Memoria y Balance General Ejercicio cerrado al 31-12-2012.

Prof. Beatriz Jaure Arq. Alfredo Toujas
Secretaria Presidente

General Alvear- Mendoza- Abril 08 de 2013.

sábado, 13 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: TERESITA SAGUÍ

 

POSIBILIDADES PARA LA CONSTRUCCIÓN

DE UN ÁMBITO DE ESPERA

En hondo pozo de playa

encerrar ola tras ola,

en piel de un solo cuerpo

la medida infinita para el goce.

Un ámbito de espera

se puede construir  de muchas formas

nos puede matar de muchas otras.

-De ”Por ley de cercanía” (1985)-

 

DE UN MANUAL DE BÚSQUEDA

Nadie que busque un amor

recorra la calle,

ni crea que el vacío

entre una puerta y otra

es cauce para la expectativa.

Está probado que el deseo

jamás se satisface

con búsquedas menores.

-De “Espacio equívoco” (1986)-

 

DISTANCIA

Desde aquí

el ojo tiende

su hilo de mirada.

Desde allá

algo se resiste.

-De “Plumaje azul escandaloso” (1994)-

 

Nota: Teresita Saguí –oriunda de Mercedes, San Luis y residente en Mendoza- es autora de una vasta obra literaria tanto para adultos como para el público infantil y juvenil. Con su autorización difundimos los textos aquí presentes a la vez que agradecemos  la generosa donación recibida que ha enriquecido nuestro Fondo Bibliográfico.

viernes, 12 de abril de 2013

TEATRO: “LA GRINGA EN VENECIA” (Comedia)

 

Les agradecemos a las más de doscientas personas que acompañaron a la Biblioteca este viernes 12 de abril, en la reposición del Salón de Actos, hoy Sala Arq. Alfredo Pedro, como sala de teatro, después de muchos años sin que el arte escénico hiciera uso de las excepcionales condiciones que ofrece la arquitectura de estas instalaciones. Presentándose ambas funciones a sala llena.

 

Elenco: “Por Siempre  Jóvenes” de la Provincia de San Luis.

Viernes 12 de abril. Primera Función hora 21 y 2da. Función hora 22.30.

lunes, 8 de abril de 2013

PARA COMPARTIR: JULIA PRILUTZKY FARNY (Kiev 1912- Buenos Aires 2002)

 

"Cómo decir de pronto..."


Cómo decir de pronto:
tómame entre las manos,
No me dejes caer. Te necesito:
acepta este milagro,
tenemos que aprender a no asombrarnos
de habernos encontrado,
de que la vida pueda estar de pronto
en el silencio o la mirada.
Tenemos que aprender a ser felices,
a no extrañarnos
de tener algo nuestro.
Tenemos que aprender a no temernos
y a no asustarnos
y a estar seguros.
y a no causarnos daño.

domingo, 7 de abril de 2013

Para compartir: JORGE ACCAME (Buenos Aires, 1956)

 

“SE HABLA EN EL SUR DEL CIELO”


Yo había protestado cuando me destinaron a Galilea. Pero no hubo caso; un tribuno, Próculo, me tenía entre ojos y se empeñó en que a mí, justo a mí, me necesitaban imperiosamente en Nazaret.

Aquella tarde íbamos de patrulla por las calles de este miserable pueblo, Iulio, Máximo, Marcelo y yo, que como decurión, comandaba el grupo. No sé de qué nos reíamos a las carcajadas, cuando Marcelo, que se había quedado atrás, nos hizo gestos para que nos calláramos.

Estaba asomado sigilosamente a la ventana de una casa e indicaba con la mano que nos apuráramos.

Debe de haber sido gracioso vernos, a nosotros, miembros del ejército más poderoso del mundo, espiando como chicos el interior de aquella vivienda.

Al principio, yo sólo distinguí a la mujer que con ojos muy abiertos miraba hacia una luz intensa. Cuando me fijé bien, entre la luz se acomodaba la forma de un hombre, que le hablaba en un dialecto incomprensible para mí. Eso no tenía nada de asombroso; hay muchos idiomas en el mundo y desconozco la mayoría. Lo especial de este hombre consistía en que desde su espalda le salían dos alas. Las alas, esa extraña lengua que profería y la mujer que lo contemplaba como si estuviera escuchando quién sabe qué noticia, hicieron que mentalmente me reputeara dos veces por no haber dejado la legión cuando me trasladaron a Oriente. En ese momento habría podido estar tranquilo, ayudando a mi hermano en su herrería de Neápolis.

¿Por qué, cuando el ser alado desapareció de nuestras humanas vistas transformándose en una bolita de luz y empezó a rebotar por las paredes de la habitación, por qué, digo, a mí me vino aquel ridículo deseo? La mujer se atajaba con las manos para que la luz no la golpeara, lo mismo que si estuviera defendiéndose de una abeja. Y yo, que sabía lo que iba a hacer antes de pensarlo. Si lo hubiera pensado, me habría dado cuenta de que era algo estúpido y ni siquiera lo habría intentado.

Por Júpiter. ¿Qué demonio me ordenó que me sacara el casco y lo interpusiera en el camino de la luz cuando quiso salir por la ventana? Pequé un grito porque el metal se calentó tanto que tuve que soltarlo. La luz también cayó y empezó a extenderse sobre el suelo como un charco de agua. En pocos instantes se convirtió otra vez en el hombre con alas, sólo que ahora parecía desmayado y había perdido su resplandor.

Sin hablar, como si hubiéramos planeado todo de antemano, lo alzamos, Iulio y Máximo por las piernas; Marcelo y yo por los hombros y lo llevamos fuera del pueblo. El trayecto fue penoso, sobre todo para Marcelo y para mí, porque a cada paso nuestros pies tropezaban con las alas que iban rameando y nos caíamos. Además era pesadísimo, así que cuando nos detuvimos, estábamos completamente bañados por el sudor y con llagas en las piernas y en los brazos.

Lo contemplamos detenidamente, como si en esa contemplación pudiéramos calmar nuestra ansiedad. Todos queríamos hacer algo con él, guardarlo, esconderlo, devorarlo, no sabíamos muy bien qué.

En la legión nos preparaban para combatir, para decidir rápidamente ante situaciones más o menos parecidas. ¿Qué se debía hacer cuando uno cazaba un hombre alado?

Iulio fue hasta una vertiente cercana y recogió un poco de agua para lavarle la frente. Sobre la ceja, junto a la sien, le había salido un gran chichón, como consecuencia del impacto contra mi casco.

Los cuatro nos peleamos por limpiarlo. Estábamos alrededor de él, en cuclillas, como frente a una partida de dados.

Máximo y yo queríamos desertar, pero Iulio y Marcelo tenían miedo de que nos atraparan y nos tiraran a los leones con ser alado y todo.

Marcelo propuso contarle nuestro secreto al tribuno Publio y buscar su complicidad; pero yo lo conocía y no confiaba en él: era demasiado bruto, hasta para un soldado. Probablemente terminaríamos siendo el hazmerreír del campamento.

Anochecía y debíamos volver.

Cargamos al hombre pájaro y fuimos a la casa de Levina, una prostituta romana que visitábamos con frecuencia. Vivía en las afueras del pueblo. Atravesamos las primeras calles en silencio. Por suerte era temprano y aún no había clientes. Le explicamos que nuestro amigo se sentía mal y que sabríamos agradecerle su ayuda.

Después de los primeros insultos, Levina accedió a que lo pusiéramos en una piecita que tenía en el fondo. Pero cambió de idea cuando pasamos frente a la lámpara y lo vio con claridad.

—Ustedes no me dijeron que tenía alas —repuso terminantemente—. No quiero cosas raras en mi casa. Las cosas raras atraen a las autoridades.

Argumenté, no muy convencido, que nosotros éramos las autoridades allí y que nadie más sabía nada.

Levina decía cosas como: “Ya mismo se me van de acá”. “Tengo que trabajar, yo; qué tal si se aparece en mi cuarto cuando esté con un cliente.”

Pero yo estaba seguro de que al final iba aflojar a cambio de una compensación por las molestias. Le pagamos el equivalente a dos jornadas de atención corrida, para que no hiciera pasar a nadie (supimos después por Iulio, quien permaneció de guardia, que Levina había trabajado lo mismo; por suerte el ser alado no recobró el conocimiento hasta el día siguiente).

A la mañana fuimos a verlo temprano. Estaba despierto. Se había incorporado sobre el respaldo del catre y tenía buen semblante, pero aún no brillaba.

Levina trataba de hacerle tomar una tisana de hierbas. A su lado había una pequeña fuente llena de migas de pan.

—Se levantó con hambre —dijo ella—. Acabó en pocos instantes con mi provisión de tortillas.

Por el tono de su voz, sospeché que tenía intención de cobrarnos las tortillas aparte.

El hombre alado nos miraba y sonreía. Hablaba largas frases en su idioma, que sonaba como una letanía de gárgaras.

Máximo era el viejo del grupo y había viajado por todo el mundo. Comprendía el griego, el germano, el celta y algo del hebreo.

—¿Qué dice? —pregunté.

—No tengo idea.

Fue así que aquella misma tarde conocimos a Isacar, un profeta revolucionario que había sido expulsado del templo por sacerdotes conservadores. Era un hombre de unos cuarenta y cinco años, calvo, regordete y de grandes cachetes colorados. Lo trajo Levina; según ella, Isacar era experto en asuntos del más allá y podía interpretar siete dialectos celestiales.

Nos saludó ceremoniosamente y nos preguntó cómo habíamos obtenido al ser alado. Le referí la historia; él atendía entornando los ojos y movía la cabeza de un lado a otro. Cuando terminé, me pidió que lo condujera hasta nuestro huésped.

El hombre pájaro continuaba con la espalda apoyada contra la pared y las piernas extendidas sobre el catre. Una de las alas estaba recogida, pegada a su cuerpo, y la otra caía blandamente al piso. Nos sonrió con amabilidad y comenzó a mascullar sus ruidos incomprensibles. Isacar lo escuchó un rato.

—Es barsat —dijo al fin—. Muy frecuente en la zona sur del Cielo. No lo hablo bien, pero lo entiendo.

Para mí era suficiente, así que le pedí que empezara a traducir.

El ser alado charlaba sin cesar y la voz de Isacar se superponía a su discurso:

—Dice que debe volver pronto. De lo contrario, Jehová dejará ciegos a quienes lo atraparon y hará que tengan hijos con cuernos y patas de chivo. Y miles de ojos por toda la cabeza.

Nos miramos los cuatro aterrorizados.

Por la noche, cuando se cumplió el segundo día de cautiverio del hombre alado, nos reunimos en el campamento para tomar una decisión.

Unánimemente coincidimos en que había que dejarlo en libertad. Ninguno quería soportar las calamidades con las que nos había amenazado. Además, los gastos en el hospedaje de Levina, en el traductor de barsat y en dos bolsas de tortillas diarias estaban acabando con nuestros pocos ahorros.

Al amanecer, busqué a Isacar y lo llevé a lo de Levina.

Pasamos directamente al cuartito del fondo.

—Quiero que trates de decirle algo —le pedí—. Vamos a soltarlo. Enseguida.

Con dificultad, Isacar imitó los sonidos del hombre pájaro.

Éste respondió, e Isacar tradujo:

—Dice que está de acuerdo, pero que se siente muy débil para volar, necesita que lo ayuden.

—No hay problema —concedí—. Ahora sólo quiero saber una cosa. Preguntale qué hacía en la casa de la mujer donde lo agarramos.

Isacar y el hombre pájaro murmuraron algunas gárgaras más.

—Dice que no te importa —contestó Isacar—. Que son asuntos entre Jehová y la mujer.

Recuerdo que el hombre alado nos dirigió unas últimas palabras sobre las colinas que están al este del pueblo. El sol pegaba como un garrote en nuestros cascos y ya empezábamos a sentir la maldición del Señor.

La voz de Isacar se escuchaba apenas. Había mucho viento, pero eso era bueno.

—Dice que es un ángel celestial, que no se lo debe confundir con una criatura del infierno, que no proviene tampoco de la Atlántida, ni de las tierras allende los mares. Lo manda Yaveh para advertirnos que el Tiempo está cerca y debemos prepararnos. Acontecerá pronto que Balaam pondrá obstáculos a los hijos amados de Israel. Y estos serán los signos: el toro ya no conocerá a la vaca y buscará a la oveja; por huir, la oveja caerá en las fauces del león. El cielo se teñirá de sangre y todos adorarán a los ídolos y fornicarán. Entre las nubes aparecerá un carro tirado por siete caballos alados; sobre este carro estará el Señor, lanzando rayos por sus ojos y cada rayo matará una serpiente (porque antes habían aparecido tres mil serpientes, que olvidé traducir). Entonces surgirá de las entrañas de la Tierra, Satanás, convertido en el dragón de diez cabezas, con ojos en las patas y uñas en las orejas, vomitando excremento, y se enfrentará a Yaveh, el que vive por los siglos de los siglos.

Creo que los cuatro legionarios presentes nos sentimos felices de ser devotos del bueno y viejo Júpiter.

Esperamos respetuosamente un rato, creyendo que iba a continuar; pero Isacar agachó la cabeza y permaneció en silencio.

—Eso es todo —anunció cuando se dio cuenta.

El “ángel” aún hablaba y sonreía con su cara levemente luminosa. Volvía a resplandecer, por primera vez desde que lo atrapamos.

—¿Qué dice ahora? —le pregunté.

Isacar parecía agotado.

—Repite lo mismo.

Lo miré con desconfianza.

—Está bien —suspiró—. Agradece los cuidados y la amabilidad con que lo han distinguido. Te perdona el golpe que le diste con el casco y promete regresar a visitarnos.

Di la señal a Marcelo y a Iulio, quienes amarraron unas sogas a las alas del “ángel” con fuertes nudos. Cuando acabaron, Máximo y yo tomamos los extremos opuestos y tanteamos su firmeza. Entonces nos lanzamos a correr hacia el barranco tirando de ellas, con toda la velocidad que daban nuestras piernas. Después de algunos tumbos, nuestro ángel comenzó a elevarse.

Nos quedamos parados, siguiendo con la mirada el vuelo. Levina se hallaba más atrás, junto a unos chicos que se habían acercado.

Por momentos, el ángel caía unos metros en el aire y volvía a subir. Estaba ya muy lejos de nosotros, parecía un mosquito.

Fue entonces que le dije a Isacar:

—La verdad, ¿comprendías su lengua?

Él volvió la cabeza hacia mí.

Lo observé. Escupió contra el tronco de un olivo.

Me di cuenta de lo sencillo que le había resultado engañarnos. Cuatro tontos con un hombre alado entre sus manos son capaces de creer cualquier cosa.

—Era una vergüenza que un enviado del cielo bajara a la tierra y nadie pudiera descifrar su mensaje —concluyó Isacar.

Cuando miramos otra vez al frente, ya no lo vimos.

—¿Y todo eso del hombre que tira rayos por los ojos y las serpientes y el dragón vomitando excremento? —le pregunté.

—Una de las profecías que no me dejaron terminar en el templo, con ligeras modificaciones. Me pareció oportuna para la ocasión.

Llevé mi mano a la espada. Podría haberlo decapitado de un solo golpe; pero no sé por qué, me sentía como aliviado de un enorme peso que había cargado por casi tres días.

Quizá Isacar tuviera razón: a nosotros qué nos importaba.

Sin embargo, ya no éramos los mismos cuatro legionarios de antes. Algo como un gusano de luz emanado de las alas del hombre pájaro nos corroía.

En ese instante, revisando en el fondo de los cielos, tuve el presentimiento de que iban a pasar todavía muchas cosas inexplicables. Ignoro si fue por eso o por el viento de la tarde, que me dio un escalofrío en la espalda.

Y les dije a los muchachos que volviéramos al campamento.

sábado, 6 de abril de 2013

NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS – ABRIL 2013 (II)

 

Biblioteca Sarmiento informa que se ha recibido donación de material bibliográfico de acuerdo al siguiente detalle:

Donación Sra Teresita Saguí – La Aldaba Ediciones (Mendoza)

  • “Espacio equívoco” de Teresita Saguí 3ej.
  • “Por ley de cercanía” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “Plumaje azul escandaloso” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “Para no adeudar la felicidad” de Teresita Saguí 4 ej.
  • “Las faldas de Eva” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “Las barbas del abuelo Benito” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “Un loco con paraguas” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “Las Muchas” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “Historias de Hekla” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “Las tres puertas” Teresita Saguí 3 ej.
  • “Ahí en La Torcacita” de Teresita Saguí 3 ej.
  • “El corazón de la isla” de Jorge Sallenave 2 ej.
  • “El vuelo de la lechuza” de Jorge Sallenave 2 ej.
  • “Cuentos del pago chico” de Jorge Sallenave
  • “Una niña de doce años” de Jorge Sallenave
  • “Cuentos con humor” de Jorge Sallenave
  • “El príncipe Narancho y el misterio de las nueces” de Bettina Ballarini 9 ej
  • “Galería de gatos y gatitos. Defensa y protección del animal” 7 ej.
  • “Los invisibles y otros secretos” de Martín Echeverría 3 ej,
  • “Demanda de Justicia. Investigación artística/Intervención social” de Grupo Periferia –Sergio Rosas, Oscar Zalazar, Graciela Distéfano-
  • “Las religiones precolombinas y la cultura de Chavín” de Juan Schobinger y Clara Abal 3 ej.

Todo el material recibido ya ha sido técnicamente procesado e ingresado a nuestro Fondo Bibliográfico y se encuentra a disposición de los lectores.

jueves, 4 de abril de 2013

NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS – ABRIL 2013

 

Biblioteca Sarmiento informa que se ha recibido donación de material En el Valle de las Calaberasbibliográfico de acuerdo al siguiente detalle:

Donación Sr. Yamil Santoro (Buenos Aires)

  • “Gran Diccionario Enciclopédico Visual Océano” (12 Tomos)
  • “Gran Atlas Visual Clarín” ( 2 Tomos)
  • “Código Civil y Leyes Complementarias con Diccionario de Términos Jurídicos de Derecho Civil”
  • “Diccionario Latino-Español/Español-Latino” de Valbuena
  • “The Cook Hostess´Book” de Fanny & Johnnie Gradock

Donación Sra. Marta SignorettiEn el continente Negro

  • “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe
  • “Bomba en el continente negro” de Roy Rockwood
  • “Bomba en el Valle de las Calaveras” de Roy Rockwood
  • “Bomba y los exploradores” de Roy Rockwood
  • “Cuentos de la selva” de Horacio Quiroga
  • “Las visitas” de Silvia Schujer
  • “Las aventuras de Tom Sawyer” de Mark Twain
  • “Los demonios de las mazmorras” de Hillary Milton
  • “Cuentos de Terror” antología de varios autoresY los exploradores.
  • “Los días del chacal” de F. Forsyth
  • “Greco, pintor español”
  • “Matisse: une splenduer inouïe” de Xavier Girard
  • “En familia” de Florencio Sánchez
  • “Miedo al dolor” de E. Joug
  • “Sobre su querido cuerpo” de Richard S. Prather
  • “Teoría y Práctica en el Derecho Societario Moderno” de Enrique Jesús María Erramuspe y Stella Maris Di Luca

Donación Sr. Walther Marcolini

  • “Cooperativismo y Desarrollo Local” de Walther Marcolini

Donación Sra. Alicia Bergos de PedroMarcel Disario

  • “El varón rampante” de Ítalo Calvino
  • “Mujeres de 50” de Hilda Levy
  • “Pedro Páramo” de Juan Rulfo
  • “La Fiesta del Chivo” de Mario Vargas Llosa
  • “Matemáticas” de E. CABRERA
  • “Bajo las lilas” de Luisa M. Alcott
  • “Contabilidad” de Louge

Donación Sr. Juan Carlos Colángelo

  • “OVNIS: expedientes secretos” de Peter Brookesmisth
  • “El poder mágico de las pirámides” de Max Toth y Greg Nielsen
  • “Goldfinger” de Ian Fleming
  • “Les fleurs du mal et autres poemes” de Charles Baudelaire
  • “Sweet bird of youth, A streetcar named desire, the glass menagerie” deTennessee WilliamsDaniel Defoe
  • “The Caretaker” de Harold Pinter
  • “The Hill” de Ray Rigby
  • “The pale horse” de Agatha Christie
  • “Dictionary of english phrasal verbs and their idioms” de Tom Mc Arthur y Beryl Atkins
  • “Raíces” de Alex Haley
  • “África misteriosa” de Marcel D¨Isard
  • “Poema del Cid y Romancero del Cid”
  • “Milonga de amanecer” de Crespiniano Chapanay “El Puntano”
  • “Vocabulario del Guaraní Correntino” de Salvador Ojeda

Todo el material recibido ya ha sido técnicamente procesado e ingresado a nuestro Fondo Bibliográfico y se encuentra a disposición de los lectores.

lunes, 1 de abril de 2013

TEATRO: “LA GRINGA EN VENECIA” (Comedia)

"Una historia de amor para reir y llorar"

"El deseo de no morir hasta que las ilusiones se cumplan..."

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Por el Elenco “Por Siempre  Jóvenes” de la provincia de San Luis.

Viernes 12 de abril, dos funciones: 1era. Función hora 21 y 2da. Función hora 22.30.

Entrada valor 10 aplausos.

Los esperamos.

2 de Abril “DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO Y LA LITERATURA INFANTIL”

 

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Comparte este día siendo el "Lector" del niño/a más cercano a tu corazón.

Biblioteca Popular Nº 2131 - Domingo Faustino Sarmiento
Dr. Ricardo Piérola 267 CP 5620 - General Alvear - Provincia de Mendoza
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Agenda Cultural ABRIL 2013

 

TEATRO – CINE - FOTOGRAFÍA

Sala “Arq. Alfredo Pedro”

Biblioteca Sarmiento (Piérola 267)

 

  • FOTOGRAFÍA: Muestra Fotográfica “TODOSPORNOS” de Estevan Mania todo el mes de Abril hasta el 03 de Mayo
  • TEATRO: “LA GRINGA EN VENECIA” (Comedia) por el Elenco “Por Siempre  Jóvenes” de la provincia de San Luis. Viernes 12 de abril, dos funciones. 1era. Función hora 21 y 2da. Función hora 22.30. Entrada valor 10 aplausos.
  • CINE: presencia del Cinemóvil de la Secretaría de Cultura del Gobierno de Mendoza. Horario nocturno. Sábado 13 de abril.