Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

martes, 24 de diciembre de 2013

Navidad

PARA USTED
Memorando el Nacimiento Universal de la reciente Navidad, ante la proximidad del año a iniciar y en las cercanías de la inocencia renovada que se celebra con la visita de los Reyes Magos, acercamos a Ud el saludo especial de quienes conformamos Biblioteca Popular 2131 “DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO” de General Alvear (Mendoza) y auguramos venturas jubilosas para el 2014 que se avecina.
Convencidos que en el ejercicio de un auténtico accionar en la Educación y la Cultura está el basamento superador de toda contingencia, que en el proceder efectivo de la humildad y del respeto se encuentra la posibilidad de toda comprensión y el inicio de toda buena tarea es que agradecemos a Ud. la compañía de todo este tiempo compartido y hacemos votos por un renovado encuentro en los tiempos venideros.
Por un 2014 mejor para todas las familias, reciba nuestra salutación especial en estas tradicionales fiestas de la esperanza.
Cordialmente,
Alfredo Bautista Toujas, Beatriz Noemí Jaure, Mirta Haydeé Pariente, Ricardo Alberto Bugarín, Pablo Alfredo Toujas, Susana Victoria Teot, Alejandra Daniela Amado y Germán Darío Bardaro.
Comisión Directiva Biblioteca Popular 2131 “DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO”

sábado, 14 de diciembre de 2013

PARA COMPARTIR: RAÚL GUSTAVO AGUIRRE (Buenos Aires, 1927-1983)

EL QUE NO APRENDE NUNCA

El que no aprende nunca toca el fuego,
el que no aprende nunca da una mano,
el que no aprende nunca vuelve a andar.

El que no aprende nunca se golpea
contra una pared y con la otra
y después con la otra y con la otra
y sigue caminando.


ERES, AHORA, ERES

Eres, ahora eres, nostalgia de lo ido,
ausencia de la ausencia, olvido del olvido.
Te busco en otros seres: eres, ahora eres,
aquello que no eres.

¿Te he de encontrar un día? No hay día por delante.
Sólo esta noche, con el agravante
de la continuidad en la pregunta.

Estamos atrapados. La eternidad se agota.
La recta infinitud está doblada y rota.
Eres, ahora eres, toda la nada junta.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

PARA COMPARTIR: FERNANDO SORRENTINO (Buenos Aires, 1942)


EXISTE UN HOMBRE QUE TIENE LA COSTUMBRE DE PEGARME CON UN PARAGUAS EN LA CABEZA

Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza. Justamente hoy se cumplen cinco años desde el día en que empezó a pegarme con el paraguas en la cabeza. En los primeros tiempos no podía soportarlo; ahora estoy habituado.
No sé cómo se llama. Sé que es un hombre común, de traje gris, levemente canoso, con un rostro vago. Lo conocí hace cinco años, en una mañana calurosa. Yo estaba leyendo el diario, a la sombra de un árbol, sentado pacíficamente en un banco del bosque de Palermo. De pronto, sentí que algo me tocaba la cabeza. Era este mismo hombre que, ahora, mientras estoy escribiendo, continúa mecánicamente e indiferentemente pegándome paraguazos.
En aquella oportunidad me di vuelta lleno de indignación (me da mucha rabia que me molesten cuando leo el diario): él siguió tranquilamente aplicándome golpes. Le pregunté si estaba loco: ni siquiera pareció oírme. Entonces lo amenacé con llamar a un vigilante: e imperturbable y sereno, continuó con su tarea. Después de unos instantes de indecisión y viendo que no desistía de su actitud, me puse de pie y le di un terrible puñetazo en el rostro. Sin duda, es un hombre débil: sé que, pese al ímpetu que me dictó mi rabia, yo no pego tan fuerte. Pero el hombre, exhalando un tenue quejido, cayó al suelo. En seguida, y haciendo al parecer, un gran esfuerzo, se levantó y volvió silenciosamente a pegarme con el paraguas en la cabeza. La nariz le sangraba, y, en ese momento, no sé por qué, tuve lástima de ese hombre y sentí remordimientos por haberle pegado de esa manera. Porque, en realidad, el hombre no me pegaba lo que se llama paraguazos; más bien me aplicaba unos leves golpes, totalmente indoloros. Claro está que esos golpes son infinitamente molestos. Todos sabemos que, cuando una mosca se nos posa en la frente, no sentimos dolor alguno: sentimos fastidio. Pues bien, aquel paraguas era una gigantesca mosca que, a intervalos regulares, se posaba, una y otra vez, en mi cabeza. O, si se quiere, una mosca del tamaño de un murciélago.
De manera que yo no podía soportar ese murciélago. Convencido de que me hallaba ante un loco, quise alejarme. Pero el hombre me siguió en silencio, sin dejar de pegarme. Entonces empecé a correr (aquí debo puntualizar que hay pocas personas tan veloces como yo). Él salió en persecución mía, tratando infructuosamente de asestarme algún golpe. Y el hombre jadeaba, jadeaba, jadeaba y resoplaba tanto, que pensé que, si seguía obligándolo a correr así, mi torturador caería muerto allí mismo.
Por eso detuve mi carrera y retomé la marcha. Lo miré. En su rostro no había gratitud ni reproche. Sólo me pegaba con el paraguas en la cabeza. Pensé en presentarme en la comisaría, decir: “Señor oficial, este hombre me está pegando con un paraguas en la cabeza.” Sería un caso sin precedentes. El oficial me miraría con suspicacia, me pediría documentos, comenzaría a formularme preguntas embarazosas, tal vez terminaría por detenerme.
Me pareció mejor volver a casa. Tomé el colectivo 67. Él, sin dejar de golpearme, subió detrás de mí. Me senté en el primer asiento. Él se ubicó, de piel, a mi lado: con la mano izquierda se tomaba del pasamanos; con la derecha blandía implacablemente el paraguas. Los pasajeros empezaron por cambiar tímidas sonrisas. El conductor se puso a observarnos por el espejo. Poco a poco fue ganando al pasaje una gran carcajada, una carcajada estruendosa, interminable. Yo, de la vergüenza, estaba hecho un fuego. Mi perseguidor, más allá de las risas, siguió con sus golpes.
Bajé -bajamos- en el puente del Pacífico. Íbamos por la avenida Santa Fé. Todos se daban vuelta estúpidamente para mirarnos. Pensé en decirles: “¿Qué miran, imbéciles? ¿Nunca vieron a un hombre que le pegue a otro con un paraguas en la cabeza?”. Pero también pensé que nunca habrían visto tal espectáculo. Cinco o seis chicos nos empezaron a seguir, gritando como energúmenos.
Pero yo tenía un plan. Ya en mi casa, quise cerrarle precipitadamente la puerta en las narices. No pude: él, con mano firme, se anticipó, agarró el picaporte, forcejeó un instante y entró conmigo.
Desde entonces, continúa golpeándome con el paraguas en la cabeza. Que yo sepa, jamás durmió ni comió nada. Simplemente se limita a pegarme. Me acompaña en todos mis actos, aun en los más íntimos. Recuerdo que, al principio, los golpes me impedían conciliar el sueño; ahora, creo que, sin ellos, me sería imposible dormir.
Con todo, nuestras relaciones no siempre has sido buenas. Muchas veces le he pedido, en todos los tonos posibles, que me explicara su proceder. Fue inútil: calladamente seguía golpeándome con el paraguas en la cabeza. En muchas ocasiones le he propinado puñetazos, patadas y -Dios me perdone- hasta paraguazos. Él aceptaba los golpes mansamente, los aceptaba como una parte más de su tarea. Y este hecho es justamente lo más alucinante de su personalidad: esa suerte de tranquila convicción en su trabajo, esa carencia de odio. Esa, en fin, certeza de estar cumpliendo con una misión secreta y superior.
Pese a su falta de necesidades fisiológicas, sé que, cuando lo golpeo, siente dolor, sé que es débil, sé que es mortal. Sé también que un tiro me libraría de él. Lo que ignoro es si, cuando los dos estemos muertos, no seguirá golpeándome con el paraguas en la cabeza. Tampoco sé si el tiro debe matarlo a él o matarme a mí. De todos modos, este razonamiento es inútil: reconozco que no me atrevería a matarlo ni a matarme.
Por otra parte, últimamente he comprendido que no podría vivir sin sus golpes. Ahora, cada vez con mayor frecuencia, tengo un presentimiento horrible. Una profunda angustia me corroe el pecho: la angustia de pensar que, acaso cuando más lo necesite, este hombre se irá y yo ya no sentiré esos suaves paraguazos que me hacían dormir tan profundamente.

martes, 10 de diciembre de 2013

domingo, 8 de diciembre de 2013

PARA COMPARTIR: RAFAEL DE LEÓN (1908-1982)


CENTINELA DE AMOR

Te puse tras la tapia de mi frente
para tenerte así mejor guardado,
y te velé, ay, amor diariamente
con bayoneta y casco de soldado.

Te quise tanto, tanto, que la gente
me señalaba igual que a un apestado;
pero qué feliz era sobre el puente
de tu amor, oh mi río desbordado.

Un día, me dijiste: - No te quiero...-;
y mi tapia de vidrios y de acero
a tu voz vino al suelo en un escombro.

La saliva en mi boca se hizo nieve,
y me morí como un jacinto breve
apoyado en la rosa de tu hombro.

RAFAEL DE LEÓN
Poeta español nacido en Sevilla en 1908 en el seno de una familia de alta burguesía. Desde niño estudió en colegios privados de órdenes religiosas y en 1926 ingresó a la Universidad de Granada para iniciar sus estudios de Derecho, trabando amistad allí con Federico García Lorca cuyo estilo poético marcó toda su carrera. La obra poética de Rafael de León está dividida en dos grandes apartados: poesías propiamente dichas, y letras para canciones. En casi toda su obra, inspirada en ambientes muy típicos de Andalucía, se refleja el gracejo popular andaluz.
Entre sus obras más destacadas figuran: «Pena y alegría del amor», «Profecía» y «Romance de la serrana loca». Falleció el poeta en la ciudad de Madrid, en 1982.
El poema y texto de información es un aporte de nuestro amigo el poeta Juvenal Soto en su permanente labor de difusión literaria desde Málaga (España).

PARA COMPARTIR: DANIEL SORIA (Ramos Mejías, Buenos Aires)


Breve selección de su libro “APROVECHANDO EL FERIADO”


“En la carnicería de la capilla se carneaban vaquitas de San Antonio”.

“Como carecíamos de calefacción nos calentábamos a las puteadas”.

“Le pusieron un cuerito en la canilla porque le goteaba la rodilla”.

“Puso un tallercito de electricidad para arreglarle los circuitos a los bichitos de luz”.

“La luna se enredó en un árbol y no la podíamos bajar”.

“Para que aplaudan a nuestro artista en los recitales soltábamos mosquitos entre el público”.

“Como le gustaba vivir al aire libre se hizo una casa que solo tenía la fachada”.

“Si vas a faltar no vengas”.

viernes, 6 de diciembre de 2013

PARA COMPARTIR: MUJER EN POESÍA (III) - VOCES ARGENTINAS



MARIANA SOUZZO (Buenos Aires, 1982)

ROBERTO

Ya tendrías que haber arreglado el refrigerador
que te llevaste de mi casa hace algunas semanas
un dolor comenzó a estrujarme el alma
por las noches, cuando intento el sueño
mi heladera a punto de morir
me persigue rengueando por la habitación

cuando venía a visitarte pasé por la casa
donde Leonardo solía vivir antes de mudarse a España
su padre me dijo que él y su esposa
se habían marchado ayer
algo muy importante ha quedado sin ser dicho

deberías comprender, estoy sufriendo
me sentiría más aliviada si ya la tuviera conmigo
sé que tu socio se fue de vacaciones
estás solo y sin la camioneta
las cosas se han puesto difíciles, este asunto
se vuelve cada vez más y más importante
supongo que no hay manera de que me traigan
el aparato en los próximos días

los que me rondan rumorean
y yo sospecho que es totalmente cierto
que como no le encontrás arreglo
la abandonaste sin remordimiento
junto a otras chatarras descompuestas

soy una persona sensible, es verdad
me había encariñado con aquella cosa blanca.
resplandeciente, que me vendiste en octubre
pero estuve pensando y tal vez
deberías darme otra heladera
esa que me mostraste de color marrón y congelador
de ser así tendríamos que hablar
del reintegro en dinero que me harías
porque la otra tenía freezer

Roberto, esto no solo me quita el sueño
también deteriora mi salud
no me mires de esa forma
y comprendé porqué un sábado por la tarde
encendí una vela perfumada
y me recosté para ver como el sol
desaparecía entre los edificios de enfrente,
pensaba: esta es la primer gran pérdida
que sufro desde que me mudé

la vida en el departamento no es complicada
ordeno las mismas cosas día tras día
solo me esfuerzo porque todo lo que hay adentro
tenga algo que ver conmigo y el ambiente
pero desde que dejaste alojado en la cocina
aquel armatoste ocre, despintado
algo luce verdaderamente mal

reconozco que tuviste un lindo gesto
aquello que sentí como un premio consuelo
me ayudó a pasar lo peor del verano
al menos pude conservar el agua fresca
pero ya no puedo verla, mis ojos la esquivan
como si ella cargara con la culpa, además
me recuerda que para trabajar sos bastante lento

son las siete, supongo por tu seña
que ya querés bajar la persiana, yo también debo partir
unas amigas me esperan para ver un video
brincaría de alegría si esta semana
aparecieses por mi casa
casi como si no te esperase me darías una sorpresa
al traerme algo blanco, brillante, otra vez resplandeciente.


CAROLINA ESSES (Buenos Aires, 1974)

MÁS DE BUCÓLICO PAISAJE

La mujer sonríe, echa la cabeza para atrás
extasiada. El hombre mira a cámara, sostiene un bebé.
Se adivina el follaje de un parque
el clic de una máquina digital en automático.
Convivo con el gesto desproporcionado
de una mujer que no conozco.
La foto, –un amigo de la infancia que está enfermo
y vive en Paris- dice mi marido
deambula por la casa
como un espejo deformado de nosotros tres.

Ramas que se arquean sobre nuestra calle
inundan el barrio de una sombra apacible.
Los rayos llegan a destiempo
como empeñados en caer siempre
un poco por detrás nuestro.
No es el ritmo, ni el carácter de la marcha
sino la pregunta
¿cuál de nosotros se extravía
cuál muere, cuál es el que nos prolonga?



GABRIELA SACCONE  (Rosario, Santa Fe, 1961)

¿POR QUÉ, SI LA GOTA RESBALA...

¿Por qué, si la gota resbala 
de hoja en hoja, suave, 
hasta caer, entre muchas otras,
al pie de la higuera, 
incluso si la rama se mece 
y facilita a cada gota su caída, 
el alma busca en la máxima quietud 
la rama torcida y la hoja más áspera?


ELENA ANNIBALI  (Oncativo, Córdoba, 1978)

LOS ALBAÑILES ME GUSTAN

llegan en bandada, un día,
al terreno baldío, al gran hueco,
con su música de cuarteto
en las radios
llegan gritando, llegan
puteando al trompa,
codiciándole la mujer que nunca vieron,
llegan para lastimarse,
para caerse de los andamios,
para romperse la médula jugando
a los angelitos,
llegan para ponerle el hombro
al asunto

y el asunto es acarrear tierra,
arena, agua, cemento,
el asunto,
lo que los cogotudos de la zona
dirían business, es
hacerlo 8, 10, 12 horas seguidas,
con el sol bravo de la siesta,
hacerlo, con el viento sur
del invierno,
hacerlo cansados, poner
ladrillo sobre ladrillo,
sin llorar histéricos por ninguna
cuestión metafísica, porque el tiempo
que les sobra del día
-y siempre son miguitas-
hay que usarlo
para comer,
para bañarse,
para hacerle el amor a la mujer y mirar
cómo crecen los hijos

me gustan, los albañiles,
me gustan
porque todavía tienen tiempo
de gritarnos obscenidades a las mujeres,
de sonreírnos en la vía pública,
de hacernos saber que nos ven,
que nos escuchan el taconeo,
que se fijaron
en el brillo del pelo

me gustan porque cuando se van,
donde había un vacío,
de pronto hay una casa,
una casa armoniosa y a prueba
de tormentas,
es justo recordar de quién fueron las manos,
es justo 


ANDREA OCAMPO ( Avellaneda, Buenos Aires, 1968)

SI AL MENOS…

Si al menos
estos años hubieran merecido
la paciencia o
la esperanza y no calcular cuántas
horas de insomnio van
del sarcasmo a la depresión
y entender que cuando
la vida pierde
todo sentido, aún quedan
las electrodomésticos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

PARA COMPARTIR: MUJER EN POESÍA (II) - VOCES ARGENTINAS



KARINA SERENI (Yacanto, Córdoba, 1982)

ESTACIÓN DE SERVICIO

Mi mente debe estar
sin duda un poco enferma, pero es
tan dulce toda la sintomatología.

Aquí, por caso, en la estación
de servicio en el medio de la nada
miro a la hermosa empleada
enfundada en sus calzas adherentes
que se inclina al costado de un Land Rover
mientras con una mano
aferra la manguera
negra y flexible de la nafta
y con la otra
con delicada gracia ella sostiene
el cilindro metálico que se hunde
en estrías concéntricas en el hueco del tanque.

No sé qué pensarán los otros clientes
que asisten a esta diaria epifanía
en uniforme azul de YPF:
febril mi frente, enferma ya imagina
su belleza sin ropa de espalda en el capot,
de par en par abiertas sus piernas longilíneas
y para el frío acero más cálido destino.

Mi mente debe estar
sin duda un poco enferma, pero es
tan dulce toda la sintomatología.

Ahora veo al hombre que en la cueva
profunda, oscura de la gomería
lo mismo que un moderno Polifemo
negro de grasa, de sudor untuoso,
ágil maniobra con la llave cruz
y luego con sus manos poderosas
manipula la goma de una cámara,
la aprieta y la retuerce y la sumerge
en un gran cubo de agua tenebrosa
hasta que las burbujas ascienden desde el fondo…

No sé lo que verán aquí los otros:
yo me veo a mí misma
crucificada en esa férrea cruz,
manipulada sin piedad,
sin piedad retorcida y sumergida
una vez y otra vez y una vez más
en el líquido ciego, lustral de la lascivia.

Mi mente debe estar
sin duda un poco enferma, pero es
tan dulce toda la sintomatología
que espero no curarme ni en la muerte.


 CECILIA ROMANA (Buenos Aires, 1975)

MUDANZA

Te dormiste boca arriba.
A las cuatro de la mañana
balbuceaste un nombre.

No me inquieta.
Tu parte oscura jamás me interesó.
Yo quería un hombre para vivir.


ESTELA FIGUEROA (Santa Fe, 1946)

LA ENAMORADA DEL MURO

I
La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
Pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.
A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abrazara las piernas de un hombre.
Y a veces —qué deseo
y qué orgullo caben en ella—
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.

II
Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene al muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
la enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.

III
Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“Él es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.

IV
Vampiro en el jardín
Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.
Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?
Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.
No hay culpa
en la pasión.
“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”.

En sí misma
Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.
Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.
Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
Hasta se puede dudar de su existencia.
“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es el muro.
Es tu esplendor”.


CLAUDIA MASÍN (Resistencia, Chaco, 1972)

LA GRACIA

A veces, muy raramente, un encuentro nos conmueve
de una forma que no puede ser atenuada por el pensamiento
o el lenguaje. Es que trae una memoria
de lo que fue íntimamente conocido y deseado, pero ha sido
desplazado a un lugar inalcanzable, de donde no sabría volver
a menos que una persona -entre todas- lo llamara. Somos
criaturas tímidas que no han hallado, en respuesta
a su curiosidad, a su pasión por todas las cosas, más que daño
o rechazo. Como animales que han luchado demasiado por su vida,
no sabemos qué hacer con la alegría, y si llega,
seguimos huyendo para salvarnos. Si lográramos vencer el terror,
si nos quedáramos, podríamos recuperar algo
perdido hace tiempo. La dicha más plena es una dicha física
y debería producirse sólo una vez,
antes de que conozcamos las palabras. Su regreso es siempre
un instante de gracia que nos devuelve el amor con que un día
la materialidad del mundo nos ha tocado.


SELVA DIPASQUALE  ( Buenos Aires, 1968)

DE LA FAMILIA DE LAS OLEÁCEAS

Hay un hilo de agua
que se había ido
de mí
y ahora vuelve:
¿Lo ves?
El brazo
de un río
que retrocede.
Yo misma
estoy adentro
de un recipiente
con agua.
Agua apilada
que circula
en cuadrados
dispuestos
uno arriba de otro
de manera irregular.
Algunos cuadrados
son transparentes,
otros color naranja,
otros miel.
Examino
mi cuerpo
desde afuera,
sin ansiar
nada en particular,
incluso con una mano
sosteniendo el mentón.

Hasta tengo tiempo
de considerar que
debería reunir
todo lo anotado.

Es mi cuerpo
con las pulpas
ensanchadas.

El agua es silenciosa,
cortante.

Te puede parecer
que sangro
pero no,
sólo y por momentos,
me ahogo un poco.

martes, 3 de diciembre de 2013

PARA COMPARTIR: MUJER EN POESÍA - VOCES ARGENTINAS


VANINA COLAGIOVANNI (Buenos Aires, 1976)

AZUL PÁLIDO

es el color del oxígeno en estado sólido

y el de un día de duelo que comienza cuando el sol
enceguece, apuntando directo a los ojos
y la caravana de pensamientos sobre el pasado
arruga el ceño

no va del presente al pasado la memoria
es al revés
siempre que se llega al día de hoy
es porque se atravesó una bruma de días
que resuenan en un pasillo vacío
antes de que los objetos traigan otra acústica

mudarse es cambiar de sonidos

habito otro espacio
después de haber recorrido una hilera de recuerdos
que no tienen sentido
pero que de un modo u otro
llegan hasta hoy

a este azul
irrespirable.


MERCEDES ÁLVAREZ (Tandil, Buenos Aires, 1979)

No me importa que me toquen...

No me importa que me toquen
que me metan la mano de improviso
por debajo de la falda
no me importa que me estrujen
mientras no me ignoren
róbenme, pero solo las cosas bellas
deslícenme la mano en el corpiño
no importa
mientras no miren al piso
cuando paso por la calle
úsenme
si van a amarme
muérdanme
si van a adorarme
o una forma de ver el mundo
la escucha la dicha el protagonismo
la plenitud de este amor correspondido
la casa en ruinas
y el cuerpo un resultado
sin importancia.


MÓNICA SIFRIM (Buenos Aires, 1958)

EL MAL MENOR

La vía del cangrejo
No es cavilación

Sino
Rencilla

Cuando pierde
No piensa que es
Apenas

Un trozo de coral
Perdido en
Un montículo
De arena

Dice que la otra
Carretera
Ofrecería

Menos
Resistencia

Y allá va
Con el zig zag

De un corazón trabado
En la derrota
Piensa que
La izquierda
Será más
Luminosa
Mientras deja la diestra
Acongojado
Pero el cangrejo
Sabe reconocer
El mal menor.


ALICIA GENOVESE (Lomas de Zamora, Buenos Aires, 1953)

EL BAÑO

Hay una ducha al fondo
de la casa
y cada tardecita
después del calor, el río
los mates, las conversaciones 
sudorosas en el porche
es la hora del baño
Atravieso los ligustros
dejo la toalla en una rama
el jabón 
sobre un tronquito
hachado al ras; un mínimo 
preparativo antes de hacer 
correr 
el agua 
Fría al comienzo
después más tibia
llega la que el sol
abrasó en el tanque 
de fibrocemento
el día entero
Al aire libre
la caña de ámbar
vuelve encantamiento,
el rito diario;
me lavo la cabeza
me bajo los breteles,
la malla y vigilo, casi 
con inconsciente cuidado
que los sonidos sean 
los habituales: 
algún zorzal 
que levanta vuelo
una gallineta que picotea
las últimas migas 
en el pasto, esa quietud 
atardeciendo
las casas vecinas
y la variedad inabarcable
de hojas y ramas en el monte
extasiadas rozándose
Me enjabono
la espalda, los hombros 
arden y otra vez el agua
reciben plácidos, 
más sensible 
el borde sin solear
del cuerpo siempre enmallado;
los pelitos de la vulva emblanquecen 
con la sedosa jabonada
y los pezones se agrandan
bajo las marcas 
geométricas del escote 
Abro por completo la ducha
y el caudal
cae a brochazos
casi helada me apura
fuera del letargo 
de la respiración;
hasta que cierro y vuelvo
al calor de las telas
al sigilo en la toalla
mientras el agua 
por la zanjita 
perfumada corre
como un suspiro aliviado
como un instante amoroso
y su exigente vigilia
No sabe nadie
nadie presencia
mi tarde detrás
del arroyo;
piedrita que alguien regala
y al aceptarla toma 
la forma de tu mano;
no tiene valor
no se cotiza
ni siquiera se pone
en una vitrina
de objetos exóticos;
se vive con poco
con nada
se hace un reino.