Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

martes, 25 de diciembre de 2012

Especialmente para Usted


QUE LA ARMONÍA, EL AMOR Y LA PAZ SEAN LA PROTECCIÓN PERMANENTE DE LOS HOGARES DE TODOS NUESTROS AMIGOS.

QUE LA FELICIDAD DE COMPARTIR LOS LOGROS ALCANZADOS SEA EL TESTIMONIO FERVIENTE DE UN SENTIMIENTO AUTÉNTICO DE FRATERNIDAD…

Y QUE EN CADA AMANECER DE LOS TIEMPOS VENIDEROS SE RENUEVE LA ESPERANZA DE QUE TODO, TODO LO BUENO DE LA VIDA, SE PUEDE INAUGURAR.

FELICIDADES

ES EL SALUDO ESPECIAL EN ESTAS TRADICIONALES FIESTAS DE NAVIDAD Y AÑO NUEVO DE BIBLIOTECA POPULAR 2131 “DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO” DESDE GENERAL ALVEAR, MENDOZA, EN LA REPÚBLICA ARGENTINA, Y TODA SU COMISIÓN DIRECTIVA.

Alfredo Bautista Toujas, Mirta Haydée Pariente, Beatriz Noemí Jaure, Germán Darío Bardaro, Alejandra Daniela Amado, Ricardo Alberto Bugarín, Pablo Alfredo Toujas y Susana Victoria Teot.


General Alvear – Mendoza- Diciembre 23 de 2012.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Cierre de Actividades Culturales

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NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS Diciembre 2012

 

Biblioteca Sarmiento informa que ha incorporado el siguiente material bibliográfico de acuerdo a las donaciónes recientemente recibidas:

Donación Sra. Amparo González:

  • “Deseo y venganza” de Nora Robert

Donación Sra. Inés de Marttos:

  • Diversas publicaciones de apoyo escolar en escuelas primarias

Donación Sra. Lidia Domínguez:

  • “¡Socorro! Tengo un hijo adolescente” de Robert Bayard y Jean Bayard
  • “Hacer: Nuevo Manual de Actualización Docente” de Edinter S.A. (3 tomos)
  • “Guía de Catequistas: me preparo a la Primera Comunión” (Tomo 1 y 2) de Ricardo Herrero FMS
  • “Biología e Higiene” de Dembo
  • “Posibilidades del niño repitente” de Stella Perino, Beatriz Pedroma y otros
  • “Matemáticas para la Educación Básica 1.Nociones de Probabilidades y Estadísticas” de Judith Alderete, Ketty Iturrioz y Maria Santander
  • “¿Cómo ayudar a los niños para que sean más inteligentes” de Alfredo
  • Gadino
  • “Los formatos televisivos” de Daniel Prieto Castillo
  • “La televisión críticas y defensas” de Daniel Prieto Castillo
  • “Apuntes sobre la imagen y el sonido” de Daniel Prieto Castillo
  • “La televisión y los niños” de Daniel Prieto Castillo
  • “El relato televisivo” de Daniel Prieto Castillo
  • “Primer Congreso Nacional sobre la Televisión en la Escuela” de DGE y MCyE

El material mencionado ya ha sido procesado e ingresado a nuestro Fondo Bibliográfico y se encuentra a disposición de todos los lectores.

jueves, 13 de diciembre de 2012

“MANOS DE JÓVENES” “FORMA Y COLOR”


Exposición de Pinturas y Esculturas
Obras realizadas por alumnos secundarios alvearenses en tareas de producción del espacio curricular “Plástica” dictado por la Profesora Beatriz Jaure en las escuelas Técnica Nº 4-105 “Enore De Monte” de Bowen (1ra.3era.) y Técnica  Nº 4-113 “Ingeniero Jorge Barraquero”(1ra. 6to.).
Esta es una actividad programada en nuestra agenda de “Labor Cultural Interinstitucional” del área de Artesanías y Artes Visuales de nuestra Biblioteca y las Instituciones Educativas de nuestro Departamento en la intención de acompañar, apoyar y fortalecer la difusión de las actividades creativas y artísticas de los jóvenes alvearenses.
Integran la muestra obras de: Acosta, Brian, Badalacco, Julian, Escudero; Fernando; Foenzalida, Alexi Nahuel; Fuentes, Lucas Daniel; Galiano M., Eduardo; Galiano, Diego; García, Lucas Fernando; García, Gonzalo Oscar; García, Martín; Giraldi, Matías; Grosso, Valentino Víctor; Hernández, Juan Pablo; Lawreniuk A., Joel; Lojko L., Germán; Martínez, Franco Matías; Muzas, Facundo Esteban; Pérez, Matías; Quiles, Axel; Roldan Hassar, Franco; Tellez, Mauricio David; Velazco, Renzo Austín; Blanco, Andrea; Chavez, Florencia; Dadda, Débora Ailén; Gallardo, Antú Malén R.; Hil, Rocío Micaela; Krivozea, Leticia J.; Medina P., Marcela; Montoya. Virginia; Morán, Romina A; Poso Cerda, Seyla. Aghetoni, Benjamín Nahuel; Altamirano, Mariana Liliana; Ávila, Daiana Ayelén; Baigorria, Natalia Cristal; Calderón, Nelson Nicolás; Cerezo, Paula Ayelén; Cordero, Agustina; Cortez, Brenda Nahir; Freite, Marisel Yanet; Kondratiuk, Dana Micaela; Ledesma, Nadia Florencia; Lopaczuk, Natalí Ailén; Morales Lede, Aneley Naomi; Moreno, Rocío Bricia; Navarro, María Florencia; Navarro, María Gimena; Oga, Ariadna Micaela; Ortega, Luciana; Ortiz, Ruth Macarena; Pérez, Santiago Ricardo; Renovalez, Victoria Judith; Rodríguez, Brian Adrián; Rosales, Celia Estefanía; Schlieter, Mauro Brian Nahuel; Serro, Ivana Ayelén; Sosa, Karen Magalí.
La exposición puede visitarse en nuestra Sala “LIBERTAD SAD DE TOUJAS” hasta el Sábado 22 de Diciembre de 2012.



Donación

CECSAGAL

FUNDACIÓN CECSAGAL

La Comisión Directiva de Biblioteca Popular 2131 “Domingo Faustino Sarmiento” agradece -dejando aquí testimonio público- a los Directivos de la FUNDACIÓN CECSAGAL por la donación de 20 (veinte) sillas de plástico, con apoyabrazos, de la línea Garden Life que serán destinada a la Sala de actos “Arq. Alfredo Pedro”.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

PARA COMPARTIR: ROBERTO ALONSO


La voz tomada

Cuando se quiebre la lengua del amor, nos

   quedará todavía esta palabra ronca.

Cuando no pueda decir, volverá todavía a mi

   garganta el eco de tu cuerpo.

 

N.

Si yo te hubiera dicho: el corazón es una fruta

   enorme. Si te hubiera cantado con estas

   palabras de descontento y de traición, si

   hubiera abierto una sola de mis llagas,

   podrías hoy dormir al lado mío.

Pero el cansancio espera y esto es mucho.

   La vida no da más de lo que se le pide.

   Las distancias se agrandan o se rompen.

La tierra tiene un ritmo.

 

Querer es poder

desnudos

ante la noche o la miseria

la mirada sangrante

hace la luz del día

 

The end

Ella dijo:
No tengo nada que ofrecerte.
Ella dijo:
No temas estar solo.
Ella dijo:
No es un golpe mortal.
El decía:
Lo que no me convence
es este tajo
en la garganta, en el corazón, en la memoria.
 

Esa voz

Realmente

no he venido a la tierra

más que a oír ese canto del viento

entre las altas hojas

y pasar como él

 

He dicho

A la sombra del miedo

ante los vastos rumbos

bajo cielos gigantes

he dicho

Con muchísimo gusto

contra la inmensa muerte

de una cierta manera

he dicho

Desde el lugar común

en medio de la lluvia

entre tanto entre todos

he dicho

Hacia los grandes vientos

hasta que el día llegue

para ser uno mismo

he dicho

Por hacer compañía

según ruedan los astros

sin pensarlo dos veces

he dicho

So pena de penar

sobre las propias huellas

tras las huellas de muchos

he dicho

martes, 11 de diciembre de 2012

DICIEMBRE TIENE RITMO

 

Sábado 22 - Hora 20.30 - Actividad de acceso libre y gratuito

Sala “Arq. Alfredo Pedro” - Biblioteca Sarmiento

Piérola 267 – General Alvear  - Mendoza

 

GRUPO VOCAL “TRAPAL”

  • Cecilia Viulle
  • Susana Triviño
  • Carmen Chaca
  • Susana Escudero
  • Héctor Calella
  • Rolando Zaragoza
  • Emilsen Schulz
  • Antonio Moreno
  • Liliana Bugarín
  • Alcira Pinardi
  • Graciela Fliguer
  • Alberto Rodríguez
  • Beatriz Jaure
  • Pablo Granero
  • Norma Nieto
  • Edith Garro
  • Alfredo Pérez (Director)

 

BANDA DE MIÉRCOLE´S  - Folklore Latinoamericano y Fusión

  • Bernardo Rios Garcia (Guitarra, Bandoneón, Voz)
  • Cesar Tobio (Bajo y Guitarrón)
  • Zyrano Té (Batería, Percusión)
  • Adolfo González (Piano)

 

TE ESPERAMOS

lunes, 10 de diciembre de 2012

PARA COMPARTIR: FABIAN SEVILLA

 

LA DUDA DIO EL TIRO DE GRACIA


Un antiguo papiro, descubierto en una tumba de la cultura Sujhestanny, presagiaba el fin del mundo.

Sería inevitable y el domingo 7 de enero de 2024.
Alarmados, los gobiernos y religiones del planeta acordaron cambiar el calendario gregoriano para que la fecha jamás llegara.
Sacaban cálculos, modificaban el orden de los días y de los meses, alteraron la secuencia d
e los números… Pero cada nuevo calendario que creaban les salía con un domingo 7 de enero de 2024. ¡Parecía una maldición sujhestanny!
Desesperados, líderes políticos y religiosos decidieron eliminar los domingo, los enero y los números 7 y 2024. También aniquilaron los martes y el 13, por si acaso.
El vaticinio del papiro no era cuento: el fin llegó. Lo peor fue no saber la fecha exacta en que todo dejó de existir.

PARA COMPARTIR 11 DE DICIEMBRE “DÍA NACIONAL DEL TANGO”

 

CUESTA ABAJO

Letra: Alfredo Le Pera
Música: Carlos Gardel
Año: 1934

Si arrastré por este mundo
la vergüenza de haber sido
y el dolor de ya no ser...
Bajo el ala del sombrero,
cuántas veces embozada
una lágrima asomada
yo no pude contener...
Si crucé por los caminos
como un paria que el Destino
se empeño en deshacer...
Si fui flojo, si fui ciego,
sólo quiero que comprendan
el valor que representa
el coraje de querer.

Era para mí la vida entera,
como un sol de primavera,
mi esperanza y mí pasión.
Sabía
que en el mundo no cabía
toda la humilde alegría
de mi pobre corazón.
Ahora,
cuesta abajo en mi rodada,
las ilusiones pasadas
yo no las puedo arrancar.
Sueño
con el pasado que añoro,
el tiempo viejo que lloro
y que nunca volverá.

Por seguir tras de su huella
yo bebí incansablemente
en mi copa de dolor,
pero nadie comprendía
que si todo yo lo daba
en cada vuelta dejaba
pedazos de corazón.
Ahora, triste en la pendiente,
solitario y ya vencido,
yo me quiero confesar.

¡Si aquella boca mentía
el amor que me ofrecía,
por aquellos ojos brujos
yo habría dado siempre más!

POR UNA CABEZA

Letra: Alfredo Le Pera
Música: Carlos Gardel
Año: 1935

Por una cabeza de un noble potrillo,
que justo en la raya afloja al llegar
y que al regresar parece decir;
-No olvidés, hermano, vos sabés no hay que jugar....
por una cabeza, metejón de un día
de aquella coqueta y burlona mujer,
que al jurar sonriendo el amor que está mintiendo,
quema en una hoguera todo mi querer.

¡Por una cabeza
todas las locuras...!
Su boca que besa
borra la tristeza,
calma la amargura...
¡Por una cabeza,
si ella me olvida,
qué importa perderme
mil veces la vida,
para qué vivir...!

¡Cuántos desengaños por una cabeza...!
Yo juré mil veces, no vuelvo a insistir;
pero si un mirar me hiere al pasar,
sus labios de fuego otra vez quiero besar,
¡Basta de carreras! ¡Se acabó la timba!
¡Un final reñido yo no vuelvo a ver!
Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo,
yo me juego entero... ¡Que le voy a hacer!

EL DÍA QUE ME QUIERAS

Letra: Alfredo LePera
Música: Carlos Gardel
Año: 1935

Acaricia mi ensueño 
el suave murmullo de tu suspirar,
como ríe la vida
si tus ojos negros me quieren mirar:
y si es mío el amparo
de tu risa leve, que es como un cantar....
ella aquieta mi herida,
todo, todo se olvida...

El día que me quieras
la rosa que engalana
se vestirá de fiesta
con su mejor color.
Al viento las campanas
dirán que ya eres mía,
y locas las fontanas
se contarán tu amor.

La noche que me quieras
desde el azul del cielo
las estrellas celosas
nos mirarán pasar,
y un rayo misterioso
hará nido en tu pelo,
luciérnaga curiosa
que verá que eres mi consuelo.

El día que me quieras
no habrá mas que armonías,
será clara la aurora
y alegre el manantial,
traerá quieta la brisa
rumor de melodías
y nos dirán las fuentes
su canto de cristal.
El día que me quieras
endulzará sus cuerdas
el pájaro cantor
florecerá la vida
no existirá el dolor.

VOLVER

Letra: Alfredo Le Pera
Músi
ca: Carlos Gardel
Año: 1934

Yo adivino el parpadeo
de las luces que a lo lejos
van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
con sus pálidos reflejos
hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.
La quieta calle, donde un eco dijo:
"Tuya es su vida, tuyo es su querer",
bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver....

Volver
con la frente marchita
las nieves del tiempo
platearon mi sien....
Sentir
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en la sombra
te busca y te nombra...
Vivir
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.

Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida;
tengo miedo de las noches
que, pobladas de recuerdos,
encadenen mi soñar....
¡Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar!
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde
que es toda la fortuna de mi corazón.

Volver
con la frente marchita
las nieves del tiempo
platearon mi sien....
Sentir
que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada,
que febril la mirada
errante en la sombra
te busca y te nombra...
Vivir
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.

Fuente: www.elportaldeltango.com

DICIEMBRE 2012 BIBLIOTECA SARMIENTO TE OFRECE:

 

“ADEMÁS DE LOS OJOS”

Arte Digital, Esculturas e Instalación

Muestra de la artista LETICIA ROSSI en nuestra Sala “Arq. Alfredo Pedro” que puede visitarse en horario de atención (Lunes a Viernes) hasta el 22 de Diciembre.

 

MUESTRA DE PATRIMONIO BIBLIOGRÁFICO

“EL ARTE EN EL LIBRO - EL LIBRO EN EL ARTE”

Organizada por la prof. Beatriz Jaure y la Sección Artesanías y Artes Visuales se ofrece en la Sala “Libertad Sad de Toujas” una muestra de Patrimonio Bibliográfico que bajo la denominación “EL ARTE EN EL LIBRO-EL LIBRO EN EL ARTE” ofrece al visitante un panorama del material bibliográfico que referido a cine, arquitectura, pintura, fotografía, artesanías, grabados, etc., posee la Institución para su uso y consulta permanente.

La muestra pueda visitarse hasta el sábado 22 de Diciembre en horario de atención de la Biblioteca.

ARTE  DE NIÑOS – EXPOSICIÓN

En nuestra Sala “Libertad Sad de Toujas”  puede visitarse la  exposición  “ARTE DE NIÑOS”compuesta por la obra de los asistentes al TALLER DE DIBUJO Y PINTURA PARA NIÑOS que dictara la prof. Beatriz Jaure.

La muestra permanecerá abierta desde el 28 de Noviembre hasta el 22 de Diciembre y puede visitarse en el horario de atención de nuestra Biblioteca.

Las obras expuestas comprenden técnicas de lápiz, lápiz color, tiza pastel y témpera y pertenecen a niños de 4 a 11 años que en el transcurso del presente ciclo han participado del taller ofrecido en nuestra Biblioteca.

Participan en esta muestra las obras de:

  • Mássimo Bistolfi
  • Juan Pablo Quiles
  • Julieta Melina Gómez
  • Celina Abigail Gómez
  • Martina Elisa Álvarez Castro
  • Camila Micaela Velasco Musa
  • Laura Belén Velasco Musa
  • Nicolás González Navarro
  • Julieta González
  • Tobías Escudero
  • Ana Vasconcelos
  • Lucía Martínez
  • Ema Gerry Yllanes
  • Ana Páez

 

TE ESPERAMOS, PIÉROLA 267. GENERAL ALVEAR - MENDOZA

PARA COMPARTIR: SILVINA OCAMPO (1903-1993)

 

LA EXPIACIÓN 

Antonio nos llamó a Ruperto y a mí al cuarto del fondo de la casa. Con voz imperiosa ordenó que nos sentáramos. La cama estaba tendida. Salió al patio para abrir la puerta de la pajarera, volvió y se echó en la cama.

—Voy a mostrarles una prueba —nos dijo.

—¿Van a contratarte en un circo? —le pregunté.

Silbó dos o tres veces y entraron en el cuarto Favorita, la María Callas y Mandarín, que es coloradito. Mirando el techo fijamente volvió a silbar con un silbido más agudo y trémulo. ¿Era esa la prueba? ¿Por qué nos llamaba a Ruperto y a mí? ¿Por qué no esperaba que llegara Cleóbula? Pensé que toda esa representación serviría para demostrar que Ruperto no era ciego, sino más bien loco; que en algún momento de emoción frente a la destreza de Antonio lo demostraría. El vaivén de los canarios me daba sueño. Mis recuerdos volaban en mi mente con la misma persistencia. Dicen que en el momento de morir uno revive su vida: yo la reviví esa tarde con remoto desconsuelo.

Vi, como pintado en la pared, mi casamiento con Antonio a las cinco de la tarde, en el mes de diciembre.

Hacia calor ya, y cuando llegamos a nuestra casa, desde la ventana del dormitorio donde me quité el vestido y el tul de novia, vi con sorpresa un canario.

Ahora me doy cuenta de que era el mismo Mandarín que picoteaba la única naranja que había quedado en el árbol del patio.

Antonio no interrumpió sus besos al verme tan interesada en ese espectáculo. El ensañamiento del pájaro con la naranja me fascinaba. Contemplé la escena hasta que Antonio me arrastró temblando a la cama nupcial, cuya colcha, entre los regalos, había sido para él fuente de felicidad y para mí terror durante las vísperas de nuestro casamiento. La colcha de terciopelo granate llevaba bordado un viaje en diligencia. Cerré los ojos y apenas supe lo que sucedió después. El amor es también un viaje; durante muchos días fui aprendiendo sus lecciones, sin ver ni comprender en qué consistían las dulzuras y suplicios que prodiga. Al principio, creo que Antonio y yo nos amábamos parejamente, sin dificultad, salvo la que nos imponía mi conciencia y su timidez.

Esta casa diminuta que tiene un jardín igualmente diminuto está situada en la entrada del pueblo. El aire saludable de las montañas nos rodea: el campo queda cerca y lo vemos al abrir las ventanas.

Teníamos ya una radio y una heladera. Numerosos amigos frecuentaban nuestra casa en los días de fiesta o para festejar alguna fecha de familia. ¿Qué más podíamos pedir? Cleóbula y Ruperto nos visitaban más a menudo porque eran nuestros amigos de infancia. Antonio se había enamorado de mí, ellos lo sabían. No me había buscado, no me había elegido; era más bien yo la que lo había elegido a él. Su única ambición era ser amado por su mujer, conservar su fidelidad, poca importancia le daba al dinero.

Ruperto se sentaba en un rincón del patio y sin preámbulos, mientras afinaba la guitarra, pedía un mate, o bien una naranjada cuando hacía calor. Yo lo consideraba como uno de los tantos amigos o parientes que forman, casi podría decir, parte de los muebles de una casa y que uno advierte sólo cuando están estropeados o colocados en distinto lugar del habitual.

"Son cantores los canarios", decía Cleóbula invariablemente, pero si hubiera podido matarlos con una escoba lo hubiera hecho porque los detestaba. ¡Qué hubiera dicho al verlos hacer tantas pruebas ridículas sin que Antonio les ofreciera ni una hojita de lechuga ni una vainilla!

Yo alcanzaba el mate o el vaso de naranjada a Ruperto, mecánicamente, bajo la sombra del parral, donde siempre se sentaba, en una silla de Viena, como un ferro en su rincón. Yo no lo consideraba como una mujer considera a un hombre, yo no observaba la más elemental coquetería para recibirlo. Muchas veces, después de haberme lavado la cabeza, con el pelo mojado, recogido con horquillitas, como un esperpento, o bien con el cepillo de dientes en la boca y con dentífrico en los labios, o con las manos llenas de espuma de jabón en el momento de lavar la ropa, con el delantal recogido en la cintura, barrigona como una mujer encinta, lo hacía pasar abriéndole la puerta de calle, sin mirarlo siquiera. Muchas veces, en mi descuido, creo que me vio salir del cuarto de baño envuelta en una toalla turca, arrastrando las chancletas como una vieja o como una mujer cualquiera.

Chusco, Albahaca y Serranito volaron al recipiente que contenía pequeñas flechas con espinas. Llevando las flechas volaban afanosos a otros recipientes que contenían un líquido oscuro donde humedecían la punta diminuta de las flechas. Parecían pajaritos de juguete, palilleros baratos, adornos de sombrero de una tatarabuela.

Cleóbula, que no es maliciosa, había advertido, y me lo dijo, que Ruperto me miraba con demasiada insistencia. "¡Qué ojos!", repetía sin cesar. "¡Qué ojos!"

—He conseguido conservar los ojos abiertos cuando duermo —musitó Antonio—; es una de las pruebas más difíciles que he logrado en mi vida.

Me sobresalté al oír su voz. ¿Era esa la prueba? Después de todo, ¿qué había de extraordinario en ella?

—Como Ruperto —dije con voz extraña.

—Como Ruperto —repitió Antonio—. Los canarios, más fácilmente que mis párpados, obedecen mis órdenes.

Los tres estábamos en ese cuarto en penumbra como en penitencia. Pero ¿qué relación podía haber entre sus ojos abiertos durante el sueño y las órdenes que impartía a los canarios? No era de extrañar que Antonio me dejara de algún modo perpleja: ¡era tan distinto de los otros hombres!

Cleóbula también me había asegurado que mientras Ruperto afinaba la guitarra sus miradas me recorrían desde la punta del pelo hasta la punta de los pies, que una noche al quedar dormido en el patio, medio borracho, sus ojos habían quedado fijos en mí. En consecuencia perdí la naturalidad, tal vez la falta de coquetería. Para mi ilusión. Ruperto me miraba a través de una suerte de antifaz en el que se engarzaban sus ojos de animal, esos ojos que no cerraba ni para dormir. Como al vaso de naranjada o al mate que yo le servía, con una misteriosa fijeza me clavaba sus pupilas cuando tenia sed. Dios sabe con qué intención. Ojos que miraran tanto no existían en toda la provincia, en todo el mundo; un brillo azul y profundo como si el cielo se hubiera metido en ellos los diferenciaba de los otros, cuyas miradas parecían apagadas o muertas. Ruperto no era un hombre: era un par de ojos, sin cara, sin voz, sin cuerpo; así me parecía, pero así no lo sentía Antonio. Durante muchos días en que mi inconsciencia llegó a exasperarlo, por cualquier nimiedad me hablaba de mal modo o me infligía trabajos penosos, como si en lugar de ser su mujer yo hubiera sido su esclava. La transformación en el carácter de Antonio me afligió.

¡Qué extraños son los hombres! ¿En qué consistía la prueba que quería mostrarnos? Lo del circo no había sido una broma.

Al poco tiempo de casarnos, muchas veces dejaba de ir a su trabajo, pretextando un dolor de cabeza o un inexplicable malestar en el estómago, ¿Todos los maridos eran iguales?

En el fondo de la casa la enorme pajarera llena de canarios que Antonio había cuidado siempre con afán, estaba abandonada, Por las mañanas cuando yo tenía tiempo limpiaba la pajarera, colocaba alpiste, agua y lechuga en los recipientes blancos y cuando las hembras estaban por tener cría, preparaba los niditos. Antonio se había ocupado siempre de estas cosas, pero ya no demostraba ningún interés en hacerlo ni en que yo lo hiciera.

¡Hacía dos años que nos habíamos casado! ¡Ni un hijo! En cambio ¡cuánta cría habían tenido los canarios! Un olor a almizcle y a cedrón llenó el cuarto. Los canarios olían a gallina, Antonio a tabaco y a sudor, pero Ruperto últimamente no olía sino a alcohol. Me decían que se emborrachaba. ¡Qué sucio estaba el cuarto! Alpiste, miguitas de pan, hojas de lechuga, colillas y ceniza estaban diseminados en el piso.

Desde la infancia Antonio se había dedicado, en los momentos libres, a amaestrar animales: primero usó de su arte, pues era un verdadero artista, con un perro, con un caballo, luego con un zorrino operado, que llevó durante un tiempo en su bolsillo; después, cuando me conoció y porque me agradaban, se le ocurrió amaestrar canarios. En los meses de noviazgo, para conquistarme, me había enviado con ellos papelitos con frases de amor o flores atadas con una cintita. De la casa donde él habitaba a la mía se extendían quince largas cuadras: los alados mensajeros iban de una casa a la otra sin vacilar. Por increíble que parezca llegaron a colocar flores en mi pelo y un papelito dentro del bolsillo de mi blusa.

Que los canarios colocaran flores en mi pelo y papelitos en mi bolsillo ¿no era más difícil que las tonterías que estaban haciendo con las benditas flechas?

En el pueblo, Antonio llegó a gozar de un gran prestigio. "Si hipnotizaras a las mujeres como a los pájaros, nadie resistiría a tus encantos", le decían sus tías con la esperanza de que el sobrino se casara con alguna millonaria. Como dije anteriormente, Antonio no se interesaba por el dinero. Desde los quince años había trabajado de mecánico y tenía lo que deseaba tener, lo que me ofreció con su casamiento. Nada nos faltaba para ser felices. Yo no podía comprender por qué Antonio no buscaba un pretexto para alejar a Ruperto. Cualquier motivo hubiera servido para ese fin, aunque más no fuera una reyerta por cuestiones de trabajo o de política que, sin llegar a una riña a puñetazos o con armas, hubiera vedado la entrada de ese amigo a nuestra casa. Antonio no dejaba traslucir ninguno de sus sentimientos, salvo en ese cambio de carácter que yo supe interpretar. Contrariando mi modestia, advertí que los celos que yo podía inspirar enajenaban a un hombre que había sido siempre, a mi juicio, el ejemplo de la normalidad.

Antonio silbó, se quitó la camiseta. Su torso desnudo parecía de bronce. Me estremecí al verlo. Recuerdo que antes de casarme me ruboricé frente a una estatua muy parecida a él. ¿Acaso no lo había visto nunca desnudo? ¡Por qué me asombraba tanto!

Pero el carácter de Antonio sufrió otro cambio que en parte me tranquilizó: de inerte se volvió extremadamente activo, de melancólico se volvió, aparentemente, alegre. Su vida se llenó de misteriosas ocupaciones, de un ir y venir que denotaba un interés extremo por la vida. Después de la cena, ni siquiera encontrábamos un momento de solaz para oír la radio, o para leer los diarios, o para no hacer nada, o para conversar unos instantes sobre los acontecimientos del día. Los domingos y días de fiesta tampoco eran un pretexto para permitirnos un descanso; yo que soy como un espejo de Antonio, contagiada por su inquietud, iba y venía por la casa, ordenando roperos ya ordenados, o lavando fundas impecables, por una imperiosa necesidad de contemporizar con las enigmáticas ocupaciones de mi marido. Un redoblamiento de amor y de solicitud por los pájaros ocupó parte de sus días. Arregló nuevas dependencias de la pajarera; el arbolito seco, que ocupaba el centro, fue reemplazado por otro, más grande y más gracioso, que la embellecía.

Abandonando las flechas, dos canarios empezaron a pelear: las plumitas volaron por el cuarto, la cara de Antonio se oscureció de cólera. ¿Sería capaz de matarlos? Cleóbula me había dicho que era cruel. "Tiene cara de llevar un cuchillo en el cinto", había aclarado.

Antonio ya no permitía que yo limpiara la pajarera. En aquellos días él ocupó un cuarto que servía de depósito en los fondos de la casa y abandonó nuestra cama matrimonial. En una cama turca, donde mi hermano solía dormir la siesta cuando venía de visita, Antonio pasaba las noches sin dormir, lo sospecho, pues hasta el alba yo oía sus pasos incansables sobre las baldosas. A veces se encerraba horas enteras en ese cuarto maldito.

Uno por uno los canarios dejaron caer de sus picos las pequeñas flechas, se posaron sobre el respaldo de una silla y modularon un canto suave. Antonio se incorporó y mirando a María Callas, al que siempre había llamado "La reina de la desobediencia", dijo una palabra que no tiene sentido para mí. Los canarios volvieron a revolotear.

A través de los vidrios pintados de la ventana yo trataba de atisbar sus movimientos. Me lastimé una mano intencionalmente, con un cuchillo: de ese modo me atreví a golpear a su puerta. Cuando me abrió, salió volando una bandada de canarios que volvió a la pajarera. Antonio curó mi herida pero, como si hubiera sospechado que era un pretexto para llamar su atención, me trató con sequedad y desconfianza. En aquellos días hizo un viaje de dos semanas, en un camión, no sé a donde, y volvió con una bolsa llena de plantas.

Miré de soslayo mi falda manchada. Los pájaros son tan chiquitos y tan sucios. ¿En qué momento me habían ensuciado? Los observé con odio: me gusta estar limpia aun en la penumbra de un cuarto.

Ruperto, ignorando la mala impresión que causaban sus visitas, venía con la misma frecuencia y con los mismos hábitos. A veces, cuando yo me retiraba del patio para evitar sus miradas, mi marido con algún pretexto me hacía volver. Pensé que de algún modo le agradaba aquello que tanto le desagradaba, las miradas de Ruperto me parecían ya obscenas: me desnudaban bajo la sombra del parral, me ordenaban actos inconfesables cuando a la caída de la tarde una brisa fresca acariciaba mis mejillas. Antonio, en cambio, nunca me miraba o fingía no mirarme, según me lo aseguraba Cleóbula. No haberlo conocido, no haberme casado con él, ni conocido sus caricias, para volver a encontrarlo, el descubrirlo, a entregarme a él, fue durante un tiempo uno de mis deseos más ardientes. ¿Pero quién recupera lo que ya perdió?

Me incorporé, me dolían las piernas. No me gusta estar quieta tanto tiempo. ¡Qué envidia tengo a los pájaros que vuelan! Pero los canarios me dan pena. Parece que sufrieran cuando obedecen.

Antonio no trataba de evitar las visitas de Ruperto. Por lo contrario, las fomentaba. Durante los días de carnaval llegó al extremo de invitarlo a quedarse en nuestra casa una noche en que se demoró hasta muy tarde. Tuvimos que alojarlo en el cuarto que Antonio ocupaba provisoriamente. Aquella noche, como la cosa más natural del mundo, volvimos a dormir juntos, mi marido y yo, en la cama de matrimonio. Mi vida se encauzó de nuevo desde aquel momento en su antigua normalidad: así lo creí, al menos.

Vislumbré en un rincón, debajo de la mesa de luz, el famoso muñeco. Pensé que podría recogerlo. Como si hubiese hecho un ademán, Antonio me dijo:

—No te muevas.

Recordé aquel día en que al acomodar los cuartos, en la semana de carnaval, descubrí, para mal de mis pecados, arrumbado sobre el armario de Antonio, ese muñeco hecho de estopa, con grandes ojos azules, de un material blando, como de género, con dos círculos oscuros en el centro, imitando las pupilas. Vestido de gaucho hubiera servido de adorno en nuestro dormitorio. Riendo se lo mostré a Antonio, que me lo quitó de las manos con fastidio.

—Es un recuerdo de infancia  —me dijo—. No me gusta que toques mis cosas.

—¿Qué mal hay en tocar un muñeco con el cual jugabas en tu infancia? Conozco niños que juegan con muñecos, ¿acaso te da vergüenza? ¿No eres un hombre ya? —le dije.

—No tengo que dar ninguna explicación. Lo mejor será que te calles.

Antonio, malhumorado, colocó el muñeco de nuevo sobre el armario y no me dirigió la palabra durante varios días. Pero volvimos a abrazarnos como en nuestros mejores tiempos.

Pasé la mano por mi frente húmeda. ¿Se me habrían deshecho los rulos? No había ningún espejo en el cuarto, por suerte, pues no hubiera resistido la tentación de mirarme en lugar de mirar los canarios que me parecían tan tontos.

A menudo Antonio se encerraba en el cuarto del fondo y advertí que dejaba abierta la puerta de la pajarera para que entrara por la ventana alguno de los pajaritos. Llevada por la curiosidad, una tarde lo espié, subida sobre una silla, pues la ventana quedaba muy alta (lo que naturalmente no me permitía mirar hacia adentro del cuarto cuando yo pasaba por el patio).

Miraba el torso desnudo de Antonio. ¿Era mi marido o una estatua? Acusaba a Ruperto de loco, pero él era más loco tal vez. ¡Cuánto dinero había gastado en la compra de canarios, en vez de comprarme una máquina de lavar!

Un día pude entrever al muñeco acostado en la cama. Un enjambre de pajaritos lo rodeaba. El cuarto se había transformado en una especie de laboratorio. En un recipiente de barro había un montón de hojas, de tallos, de cortezas oscuras; en otro, unas flechitas hechas con espinas; en otro, un líquido brillante castaño. Me pareció que yo había visto esos objetos en sueños, y para salir de mi perplejidad conté la escena a Cleóbula, que me respondió:

—Así son los indios: usan flechas con curare.

No le pregunté lo que quería decir curare. Ni sabía si me lo decía con desdén o con admiración.

—Se dedican a las brujerías. Tu marido es un indio —y al ver mi asombro, interrogó—: ¿No lo sabes?

Sacudí la cabeza con fastidio. Mi marido era mi marido. No había pensado que pudiera pertenecer a otra raza ni a otro mundo que el mío.

—¿Cómo lo sabes? —interrogué con vehemencia.

—¿No has mirado sus ojos, sus pómulos salientes? ¿No adviertes lo ladino que es? Mandarín, la misma María Callas, son más francos que él. Esa reserva, esa manera de no contestar cuando se le pregunta algo, ese modo que tiene de tratar a las mujeres, ¿no bastan para demostrarte que es un indio? Mi madre está enterada de todo. Lo sacaron de un campamento cuando tenia cinco años. Tal vez eso fue lo que te gustó en él: ese misterio que lo distingue de los otros hombres.

Antonio transpiraba y el sudor hacía brillar su torso. ¡Tan buen mozo y perdiendo el tiempo! Si me hubiera casado con Juan Leston, el abogado, o con Roberto Cuentas, el tenedor de libros, no hubiera padecido tanto, seguramente. Pero, ¿qué mujer sensible se casa por interés? Dicen que hay hombres que amaestran pulgas, ¿de qué sirve?

Perdí la confianza en Cleóbula. Sin duda decía que mi marido era indio para afligirme o para hacerme perder la confianza en él; pero al hojear un libro de historia donde había láminas con campamentos de indios, e indios a caballo, con boleadoras, encontré una similitud entre Antonio y esos hombres desnudos, con plumas. Advertí simultáneamente que lo que me había atraído en Antonio era tal vez la diferencia que había entre él y mis hermanos y los amigos de mis hermanos, el color bronceado de la piel, los ojos rasgados y ese aire ladino que Cleóbula mencionaba con perverso deleite.

—¿Y la prueba? —interrogué.

Antonio no me respondió. Fijamente miraba los canarios que volvieron a revolotear. Mandarín se apartó de sus compañeros y permaneció solo en la penumbra modulando un canto parecido al de las calandrias.

Mi soledad comenzó a crecer. A nadie comunicaba mis inquietudes.

Para Semana Santa, por segunda vez, Antonio insistió en que Ruperto se quedara de huésped en nuestra casa. Llovía, como suele llover para Semana Santa, fuimos con Cleóbula a la iglesia para hacer el Vía Crucis.

—¿Cómo está el indio? —me preguntó Cleóbula, con insolencia.

—¿Quién?

—El indio, tu marido —me respondió—. En el pueblo todo el mundo lo llama así.

—Me gustan los indios; aunque mi marido no lo fuera, me seguirían gustando —le respondí, tratando de seguir mis oraciones.

Antonio estaba en actitud de oración. ¿Había rezado alguna vez? Para el día de nuestro casamiento mi madre le pidió que comulgara; Antonio no quiso complacerla.

Mientras tanto la amistad de Antonio con Ruperto se estrechaba. Una suerte de camaradería, de la que yo estaba en cierto modo excluida, los vinculaba de una manera que me pareció veraz. En aquellos días Antonio hizo gala de sus poderes. Para entretenerse, mandó mensajes a Ruperto, hasta su casa, con los canarios. Decían que jugaban al truco por medio de ellos, pues una vez intercambiaron algunos naipes españoles. ¿Se burlaban de mí? Me fastidió el juego de esos dos hombres grandes y resolví no tomarlos en serio. ¿Tuve que admitir que la amistad es más importante que el amor? Nada había desunido a Antonio y a Ruperto; en cambio Antonio, injustamente en cierto modo, se había alejado de mí. Sufrí en mi orgullo de mujer. Ruperto siguió mirándome. Todo aquel drama ¿sólo había sido una farsa? ¿Añoraba el drama conyugal, ese martirio al que me habían abocado los celos de un marido enloquecida durante tantos días?

Seguíamos amándonos, a pesar de todo.

En un circo Antonio podía ganar dinero con sus pruebas, ¿por qué no? La María Callas inclinó la cabecita para un lado, luego para el otro, y se posó en el respaldo de una silla.

Una mañana, como si me anunciara el incendio de la casa, Antonio entró en mi cuarto y me dijo:

—Ruperto está muriendo. Me mandaron llamar. Salgo para verlo.

Esperé a Antonio hasta mediodía, distraída con los quehaceres domésticos. Volvió cuando yo estaba lavándome el pelo.

—Vamos —me dijo—. Ruperto está en el patio. Lo salvé.

—¿Cómo? ¿Fue una broma?

—Ninguna. Lo salvé, con la respiración artificial.

Apresuradamente, sin comprender nada, recogí mi pelo, me vestí, salí el patio. Ruperto, inmóvil, de pie junto a la puerta miraba ya sin ver las baldosas del patio. Antonio le arrimó una silla para que se sentara.

Antonio no me miraba, miraba el techo como conteniendo la respiración. De improviso Mandarín voló junto a Antonio y le clavó una de las flechas en un brazo. Aplaudí: pensé que debía hacerlo para contentar a Antonio. Era sin embargo una prueba absurda. ¡Por qué no utilizaba su ingenio para sanar a Ruperto!

Aquel día fatal Ruperto al sentarse se cubrió la cara con las manos.

¡Cómo había cambiado! Miré su cara inanimada, fría. Sus manos oscuras.

¡Cuándo me dejarían sola! Tenía que hacerme los rulos con el pelo mojado. Interrogué a Ruperto disimulando mi fastidio:

—¿Qué ha sucedido?

Un largo silencio que hacía resaltar el canto de los pájaros tembló en el sol. Ruperto respondió por fin:

—Soñé que los canarios picoteaban mis brazos, mi cuello, mi pecho: que no podía cerrar mis párpados para proteger mis ojos. Soñé que mis brazos y que mis piernas pesaban como sacos de arena. Mis manos no podían espantar esos picos monstruosos que picoteaban mis pupilas. Dormía sin dormir, como si hubiera ingerido un narcótico. Cuando desperté de ese sueño, que no era sueño, vi la oscuridad: sin embargo oí cantar a los pájaros y oí los ruidos habituales de la mañana. Haciendo un gran esfuerzo llamé a mi hermana, que acudió. Con voz que no era mía, le dije: "Tienes que llamar a Antonio para que me salve." "¿De qué", interrogó mi hermana. No pude articular otra palabra. Mi hermana salió corriendo, y acompañada de Antonio volvió media hora después. ¡Media hora que me pareció un siglo! Lentamente, a medida que Antonio movía mis brazos, recuperé la fuerza pero no la vista.

—Voy a hacerles una confesión —murmuró Antonio, y agregó lentamente—, pero sin palabras.

Favorita siguió a Mandarín y clavó una flechita en el cuello de Antonio, María Callas sobrevoló un momento sobre su pecho donde le clavó otra flechita. Los ojos de Antonio, fijos en el techo cambiaron, se hubiera dicho, de color. ¿Antonio era un indio? ¿Un indio tiene los ojos azules? De algún modo sus ojos se parecieron a los de Ruperto.

—¿Qué significa todo esto? —musité.

—¿Qué está haciendo? —dijo Ruperto, que no comprendía nada.

Antonio no respondió. Inmóvil como una estatua recibía las flechas de aspecto inofensivo que los canarios le clavaban. Me acerqué a la cama y lo zarandeé.

—Contéstame —le dije—. Contéstame. ¿Que significa todo esto?

No me respondió. Llorando lo abracé, echándome sobre su cuerpo; olvidando todo pudor lo besé en la boca, como sólo podría hacerlo una estrella de cine. Un enjambre de canarios revoloteó sobre mi cabeza.

Aquella mañana Antonio miraba a Ruperto con horror. Ahora yo comprendía que Antonio era doblemente culpable: para que nadie descubriera su crimen, me había dicho y lo había dicho después a todo el mundo:

—Ruperto se ha vuelto loco. Cree que está ciego, pero ve como cualquiera de nosotros.

Como la luz se había alejado de los ojos de Ruperto, el amor se alejó de nuestra casa. Se hubiera dicho que aquellas miradas eran indispensables para nuestro amor. Las reuniones en el patio carecían de animación. Antonio cayó en una tenebrosa tristeza. Me explicaba:

—Peor que la muerte es la locura de un amigo. Ruperto ve pero cree que está ciego.

Pensé con despecho, tal vez con celos, que la amistad en la vida de un hombre era más importante que el amor.

Cuando dejé de besar a Antonio y aparté mi cara de la suya, advertí que los canarios estaban a punto de picotear sus ojos. Le tapé la cara con mi cara y con mi cabellera, que es espesa como un manto. Ordené a Ruperto que cerrara la puerta y las ventanas para que el cuarto quedara en completa oscuridad, esperando que los canarios se durmieran. Me dolían las piernas. ¿El tiempo que habré quedado en esa postura? No lo sé. Lentamente comprendí la confesión de Antonio. Fue una confesión que me unió a él con frenesí, con el frenesí de la desdicha. Comprendí el dolor que él habría soportado para sacrificar y estar dispuesto a sacrificar tan ingeniosamente, con esa dosis tan infinitesimal de curare y con esos monstruos alados que obedecían sus caprichosas órdenes como enfermeros, los ojos de Ruperto, su amigo, y los de él, para que no pudieran mirarme, pobrecitos, nunca más.

De “Las invitadas” (1961).

MUESTRA DE PATRIMONIO BIBLIOGRÁFICO

 

“EL ARTE EN EL LIBRO - EL LIBRO EN EL ARTE”

Organizada por la prof. Beatriz Jaure y la Sección Artesanías y Artes Visuales se ofrece en la Sala “Libertad Sad de Toujas” una muestra de Patrimonio Bibliográfico que bajo la denominación “EL ARTE EN EL LIBRO-EL LIBRO EN EL ARTE” ofrece al visitante un panorama del material bibliográfico que referido a cine, arquitectura, pintura, fotografía, artesanías, grabados, etc., posee la Institución para su uso y consulta permanente.

La muestra pueda visitarse hasta el sábado 22 de Diciembre en horario de atención de la Biblioteca.