Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

miércoles, 9 de julio de 2014

LAURA FAVA (Buenos Aires, 1942)

HASTA QUE NOS MANDEN LLAMAR
 
         Pedro era una máquina.  No había parado de vomitar en toda la noche.  Dale que dale. Y nada, porque no tenía nada en el estómago, o sí tenía algo pero era vino de ese, del más barato, del que vendían cerca de la nueve, en la parada del colectivo que va a Campana.  Y bueno… cuatro días tomando y tomando…Cuando se dio cuenta de que la Estela lo había dejado, se metió en el boliche y no la acabó hasta que me avisaron y fui a buscarlo.
         - Che, tu cuñado se está matando en lo de don Tino – me dijo el del carrito, el negro ése que sé que lo conoce porque juegan juntos a las cartas, y yo, que venía de juntar duraznos en la quinta de Anselmo y no podía más con los brazos y la espalda, lo miré con cara de “¿Y? ¿A mí qué me contás?”  Él se encogió de hombros y dijo:
         -  Es tu cuñado ¿no?  Se está matando… - hizo un ruidito con la boca y el caballo empezó a tirar hasta que sacó las ruedas del barro.  Tuvo que hacer mucha fuerza de puro flaco que estaba el pobre.  Me dio bronca de que el negro ese no me dijera: “Subite que te llevo.”, ni siquiera eso, así que le grité:
         -  ¡Dale de comer a ese animal, desgraciado! - pero él no se dio vuelta.  El carro iba haciendo zigzag y él tan tranquilo ahí arriba.
        
Me metí en la casilla a tomar unos mates, pensando en que mi hermana era una degenerada o algo peor.  Dejar al Pedro así, plantado con dos criaturas, y rajar con el primer mocoso que la había calentado.  Le pegaba, bueno, ¿y qué? Manuel me había roto el alma un par de veces, pero cuando me quiso golpear la tercera, yo había agarrado el cuchillo de carnear y le grité:
         ¡Atrevete, porquería! –  Y nunca más.  Me insultó, dio media vuelta, se fue y nunca más me levantó ni un dedo.  Yo le decía a la Estela que hay que hacerse respetar y no porque viniera a mi casa con los ojos en compota, iba a cambiar la cosa.  “Si no sos capaz de ponerlo en su lugar, aguantátelo. Tiene sus cosas, pero no toma, es trabajador, manda a los chicos al colegio…¿Qué más vas a pedirle al hombre? “  Pero mi hermana…A ella nunca le importó lo que le dijera nadie y menos yo.  Al final, hasta Manuel tuvo que intervenir y casi se van a las manos con el Pedro.  “Que esta es mi casa, que esta es mi mujer y a vos qué te importa lo que yo hago acá, que acá mando yo, qué joder.”  Decía Pedro y empujaba a mi marido contra el cerquito y Manuel, que también estaba furioso, le decía que la acabara.  “Acabala, carajo, cómo le pegás así a tu mujer, mirále la cara, animal, pendejo.”  Y la Estela lloraba – esa siempre arregló todo con lágrimas – hasta que no tuve más remedio que meterme yo.
         -¡Agarrá al tuyo, tarada ¿qué no ves que se van a matar? – le grité y me colgué del cogote del Manuel y lo arrastré y lo empujé y Estela quiso hacer lo mismo pero Pedro le sacudió un cachetazo y ella se cayó y se golpeó la cabeza contra un poste.  Eso pareció tranquilizarlo y dejó de gritar y amenazar y yo pude llevarme a Manuel que puteó todo el camino de vuelta.
         No volvieron a hablarse hasta que el mío consiguió ese trabajo en el Chaco hace seis meses.  Ahí fue a ver a Pedro para despedirse y se abrazaron largo y Manuel le dijo:
         -Te mando a buscar prontito y se vienen con la gorda. Nos volvemos todos ¿eh?
         Pero la Estela se fue antes de que Manuel nos mandara la plata para irnos con él.  También… somos un montón: los cuatro chicos más nosotros, los grandes.
         Y bueno ¿qué iba a hacer? ¿Dejar que el pobre hombre se muriera de borracho?   Le avisé al Romancito que me iba a buscar al tío y me caminé las veinte cuadras hasta al boliche. Había que ver cómo me miraban los tipos en cuanto entré; pero yo, una señora.  Me fui derechito hasta el Pedro que, más que sentado en una silla, estaba tirado encima de una mesita chueca.
         -Vamos,che – le dije.
         Pero él, como si fuera sordo.
         -¡Movete hermano, que te vino a buscar la gorda! – le gritó otro mamado desde el fondo y todos se rieron.  Yo lo miré fijo, fijo, y el tipo se hizo el sonso.  Agarré a Pedro del brazo  y él hizo como que se paraba, pero se fue para adelante y no paró hasta el suelo y ahí se quedó, como muerto.
         Entonces me enojé y yo, cuando me enojo, soy cosa seria.  Les grité de todo a esos tipos, desde maricones para arriba, de todo y me acordé muy bien de sus madres y de todos sus parientes.  Así que entre unos cuantos, lo pusieron de pie y dos me dijeron:
         -Nosotros se lo llevamos, doña – y nos vinimos para acá, ellos sudando y arrastrando al Pedro  que no caminaba y yo, adelante.  Cada tanto me daba vuelta y los veía, a los tumbos entre los terrones, el pobre Pedro sin mover los pies, colgando de los hombros de los otros como un Cristo.
         Y si esa noche no largó las tripas fue porque las tenía pegadas a los huesos.  Los chicos se fueron a dormir afuera y yo me la pasé teniéndole la mano.  Lo cuidé y al otro día, hasta le di de comer en la boca.  Él no decía nada; durante esos días no dijo nada, ni una palabra, pero me miraba todo el tiempo de una manera que me daba miedo.  Hasta que en una siesta en la que los chicos se habían ido a pescar para el lado del río, me apretó contra la pared de la cocinita y yo no quise decirle que no.  Pero todo así, sin hablar, sin pedir permiso, a lo bruto.  Y yo pensé después que mi hermana era una tarada en serio.  Al día siguiente se levantó temprano y me dijo:
         - Voy a ver si consigo una changa – y volvió a la noche con unos pesos que dejó arriba de la mesa.
          Y así estamos.  Trabaja, no toma y ni un gesto de levantarme la mano, tal como yo le había dicho a la Estela. Pero una noche, cuando nos habíamos acostado, le dije:
 
         -  Mirá Pedro que esto se acaba en cuanto el Manuel nos mande a buscar ¿eh? -  Él, como siempre, no contestó.  Se dio vuelta y se quedó dormido.

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