Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

lunes, 30 de septiembre de 2013

PARA COMPARTIR: JUAN JOSÉ HERNÁNDEZ (San Miguel de Tucumán, 1931-Buenos Aires, 2007)

ANTES DE LA LLUVIA

A José Bianco


La espiral o corona
de insectos voladores,

el canto de las ranas
en las zanjas,

el pájaro que afloja
la tensión de sus alas,

el sopor de la gata
en la silla de hamaca,

y el aire empalagoso
con moscas obstinadas.

(Muy pronto las mujeres,
temerosas del rayo
cubrirán los espejos de la casa.)

sábado, 28 de septiembre de 2013

PARA COMPARTIR: ELIZABETH  AZCONA  CRANWELL (Buenos Aires  1933-2004)

ELÍJANME
  
Una voz trata de nacer, nada dice el jardín,
el sol cancela los colores, el viento desordena la tierra.
Las palabras me ahogan, pero el poema no se forma.
  
Espero, apostada en la tarde que algo descienda a mí.
Elíjanme, elíjanme, buen espíritu del agua
bruscas maneras donde brama el fuego.
Canta mi desarraigo de transeúnte indómita.
que lo que escribo pueda verse a la luz de un relámpago.
¿Quién sopla palabras en el habla mecánica del sueño?
Se despierta la voz
temo al dibujo oscuro del silencio.
  
Haz que la lluvia pague por su temblor.
Cómo llegué a este mundo
si alguien me ha escogido para decir de la vida y muerte,
estos poemas hablarán por la boca agridulce
de un halcón que llamea su vuelo. Alma vieja de un bardo
hablemos aunque tu cuerpo sea un hato de huesos desdeñado.
y que tu voz golpee mi ventana con nudillos de niebla.
Elíjanme, elíjanme como si el río decidiera engendrar
entre sus ritmos crudos la salud de la tierra.
  
La voz del agua se prolonga
puede tocar el aire y regresar a su manera natural,
en ella está el origen, los dioses hablan en su cadencia.
  
El aire oculta frágiles costumbres en sus modos translúcidos.
La escritura se cae, las voces se silencian.
Pido ayuda al destierro que me aparta del mundo
Ruego la voz, ruego que sea voz y no el aullido
de un alma sola que logra encenderse en sus raíces.
  
La alondra ciega de resplandor
aquello que repite la verdad ignorada
como dos ramas que se reverencian
en la caída de la tarde.
Elíjanme, soy tiempo aislado, una suma de horas que nada sabe.
Un amor terco por perseguir el sol, el canto único del día
las plegarias del búho en la tiniebla -todo lo que me hizo nacer
que decretó mi vida
y tejió la entretela de mi muerte-
Elíjanme las vísperas han cantado su nombre
lo olvidé entre las cosas ausentes del lenguaje.
El habla tiene un límite
la sangre de las rosas crea un mito sin voz en las palabras
(para Casandra)

PARA COMPARTIR: CARLOS  J.  ALDAZÁBAL (Salta, 1974)

LA HIGUERA

Cuando el argumento lo exigía
yo era el que despertaba a los fantasmas
  y llamaba a los ovnis
para viajar en el torrente sanguíneo
        de lo absurdo.

Las runas se trazaban
sobre las axilas,
                 las esquinas de los barrios
          que escondían duendes ostrogodos,
y así la invocación surtía efecto.

La higuera era el buque pirata
              que conducía a la selva del fondo,
     la máquina del tiempo que me acercaba
                 al dinosaurio perro
              que me mordió una tarde
         y terminó ahorcado por el vecino,
                                      el malo de la jungla
                                      al que yo bombardeaba
                                      con piedras de Hiroshima
                          para reírme de la radioactividad
                                         que se elevaba
                          sobre el tejado de sus cejas.

Cierto día el buque se hundió:
                    mamá decidió parquizar el fondo
                    y eliminar las malezas
                    que afeaban las fuentes de las ninfas,
                                                seres de yeso
                            que se comieron la tierra de las parras
                            y confabularon con el vecino
                            para terminar con mi reinado
                                                  sobre la higuera.


PARA COMPARTIR: MARÍA  ARANGUREN (Concordia, Entre Ríos, 1984)

CAPRICHOS MNEMOTÉCNICOS

Renuncio a establecer
la anatomía del recuerdo
exacto.


GRIETA

El miedo a la pared
ha terminado
por desmoronarme.

PARA COMPARTIR: PABLO CRUZ AGUIRRE (Bahía Blanca, 1970)

Mi fortuna

Los etruscos leían el futuro
en las tripas de las aves

A veces
cuando termino de bañarme
pego un salto
un pequeño salto

Y mientras estoy en el aire
pienso
que así
limpio y desnudo y volando
no cargo con nada
de la tierra que acabo de abandonar

Pienso que soy entonces
si bien estoy algo crecido
igual al que nací

Pero luego
recuerdo mis dientes de porcelana
y el plomo en las muelas
recuerdo los puntos que no fui a sacarme
del pulgar izquierdo
recuerdo sobre todo la moneda de un peso
que me tragué hace poco
y que debe estar echando mudas suertes
a cada salto mío.


El inventario real

Un nuevo inventario de los bienes del palacio es siempre algo complicado: casi todos los días, el rey compra una jauría de mandriles, estrangula a alguna de sus favoritas o destruye alguna silla con su voluminoso trasero. A menudo es obsequiado con cosas intangibles como "sombras de muchachas desnudas".

Le está vedado al contador emplear el ábaco: el rey se queja de que el rumor de las cuentas le quita el sueño y de que su caballo enano favorito murió en el mismo instante de ser sumado por el difunto contador X.

No le está permitido a un contador indagar acerca de cuáles son las cosas que el rey considera parte de su patrimonio. Tampoco puede registrar el inventario sobre ningún papel, puesto que el rey considera que la pérdida o destrucción de dicho papel podría perjudicar de algún modo la suerte de los bienes inventariados.

Es la madrugada del último día del año: el funcionario W, sentado ante la puerta de su casa de papel, cuenta en silencio y repite para sí los versos del inventario que ha de recitar ante el rey.

viernes, 27 de septiembre de 2013

PARA COMPARTIR: HUGO GOLA (Pilar, Santa Fe, 1927)

EL POEMA que viene
---------sin buscarlo
va tan lejos como
-------puede
el poema que salta
de la ranura instantánea
a la palabra
sólo persiste
si hay un rostro
si una luz semejante
cobija la voz
no importa dónde

Entonces cruza el frío
la noche
cruza el desierto
avanza 
besa silente
la raíz oculta
y allí 
construye para siempre
su morada


UN TRAZO
-un trozo
--un tono
----un toque
un punto
----que vibra
-una línea
-que vuelta
--una mancha
de sombra
---un círculo
----puro
aquí
----o en el 
------cielo
----quizá sean
----el augurio
-----la clave
----el indicio
--------secreto
----para la
------vida
-----o para
esta tarde

PARA COMPARTIR: FABIÁN CASAS (Buenos Aires, 1965)

SIN LLAVES Y A OSCURAS

Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.
Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás mío, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.

CANCHA RAYADA
Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento.
Es un día de calor sofocante,
y en el asfalto recalentado
vemos la sombra de un pájaro negro
que vuela en círculos,
como un satélite de nuestra desgracia.
Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas,
ruge todavía en la cancha.
Acabamos de perder el campeonato.
La cabina del auto es un horno a leña;
los asientos queman y el sol que pega
en el vidrio enceguece.
Pero no importa, como dos bonzos
dispuestos a inmolarse,
nos sentamos y enciendo el motor:
Fabián Casas y su padre
van en coche al muere.


DESPERTARTE

Despertarte a mitad de la noche
y ver en el otro lado de tu cama
a tu mujer llorando
es una experiencia importante.
Quiere decir, entre otras cosas,
que mientras paseabas por los cuartos
iluminados de tu cerebro
algo se estaba gestando cerca tuyo.
Un error con el cual mantenés
una particular relación de intimidad.
Porque aunque no firmemos nada,
ni corramos apurados bajo la lluvia de arroz
pensamos que es para toda la vida
y así seguimos.
Botes, que durante la noche,
quedan amarrados al muelle,
golpeándose entre sí,
según el viento.

PARA COMPARTIR: CARLOS MASTRONARDI (Gualeguay, Entre Ríos, 1906 – Buenos Aires, 1978)

ENTRADA EN EL DESIERTO

Dicen que en este lugar he vivido,
pero no reconozco ni personas ni casas,
que si alguna vez miré, se disiparon.
Paso junto a unas puertas y unos patios sin voces,
indescifrables, mudos,
como si los hubiesen dejado en un desierto.
Nada de lo que tuve me espera en este pueblo.
A quién preguntar por aquel árbol
y por aquel jilguero que cantaba
en la serena siesta, si no quedan recuerdos,
y las cosas existen y se afirman
en el pasado mutuo, cuando alguien las comparte
y no se derrumbaron con las almas.
Soy el desconocido, el forastero,
como siempre le ocurre a alguien que retorna
cuando ya se borró lo que fue suyo.
Sólo advierto - quimera y simulacro -
unas sombras ruidosas, unos rostros anónimos.
Quiero saber de aquella madreselva
que era agasajo y sueño de unas tapias
rojizas, vacilantes por el lado del río.
Nadie responde. Llegan los meses agradables
y es otra, sin embargo, esta delicia,
esta luz que en noviembre inspira al pájaro.
Regreso después de años, y me digo
que en los acuerdos íntimos se asienta
la realidad incógnita. No hay señales ni me ampara
esa querida gente que acaso huyó con ella.
Ya no queda ninguna,
ni siquiera enemigos para exaltar el ánimo.
No encuentro el sauce pródigo que me obsequiaba sombra,
ni esa piedra pulida por el tiempo,
ni aquel grillo selvático que esperé muchas tardes.
Yo estaba y era en ellos. Me ayudaron
a cavar el abismo del futuro.
En las cosas me apago,
ya que, agónica y siempre, la versátil sustancia
vacila entre su fin y su principio
en vaivén que consume nuestros días.
Todos han muerto. Espejo sin imagen,
enfrento una penumbra despoblada.
El pasado se adueña de la noche
y anda en el lastimado viento solo,
que al desvelar distancias
sufre un idioma de ladridos pobres.
No hay un alma. Lo extinto reaparece
cuando la vida calla, y se apacigua
para sentir más cerca los ausentes.
Busco una calle, piso unas baldosas,
donde mis lentos pasos no resuenan
y doy con unas casas ignoradas
sin poder recobrarme. Soy ahora el extraño
que ha perdido las huellas del tiempo aquí dejado.
Esperaba un jardín, y miro un páramo.
El mundo real se oculta. Aquí no hay nada.

jueves, 26 de septiembre de 2013

NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS – SEPTIEMBRE 2013

Biblioteca Sarmiento informa la incorporación de material bibliográfico de acuerdo al siguiente detalle:
  • “La ley del desierto “ de Christian Jacq
  • “El oro de sus cuerpos “ de Charles Gorham 
  • “Las muecas del miedo” de Enrique Medina
  • “Mr. Chips” de James Hilton
  • “Cantata de los diablos” de Marcos Aguinis
  • “Mandarina” de Susana Pérez Alonso
  • “Anzuelo para espías” de Len Deighton
  • “Voces que cuentan historias. Narrativa Mendocina Contemporánea”  varios autores 
Todo el material mencionado ya ha sido técnicamente procesado e ingresado a nuestro Fondo Bibliográfico y se encuentra a disposición de los lectores.
Libro4Libro3Libro2Libro1

miércoles, 25 de septiembre de 2013

PARA COMPARTIR: SANTIAGO KOVADLOFF (Buenos Aires, 1942)


¿Cómo no bendecir el poder de abstracción? Contra todo lo que el sentido común presume, lo concibo como una de las formas más altas de la imaginación. Astrónomos, físicos, matemáticos despiertan en mí el mismo hechizo que los grandes pintores del siglo XX. También en este orden, Pessoa tenía razón: "El binomio de Newton es tan hermoso como la Venus de Milo; sólo que es muy poca la gente que se dacuenta".
Recuerdo siempre, por lo demás, aquella observación de Einstein en la que reconoce que en las formulaciones teóricas de Plank palpita un lirismo ausente en las suyas. Con todo, donde con más hondura se me revela el don para la abstracción es en la gente común y en aquellas circunstancias que se dirían las menos apropiadas para su irrupción.
Yendo días pasados por la avenida Santa Fe, me topé, al cruzar Callao, con una de esas interminables filas de aspirantes a un empleo que hoy abundan tanto como escasean el trabajo y el dinero. Vaya uno a saber si esa fila, que se perdía por Riobamba, no llegaba hasta Arenales o iba incluso a morir más lejos.
Si verla fue penoso, porque era fácil prever que serían decenas los perdedores de aquel día y porque todos o casi todos los que pude observar traían estampada en la cara la huella de muchos días de igual espera y desaliento, descubrir en esa fila un lector apasionado resultó sorpresivo, grato y reparador.
Hablo de un muchacho de aspecto intrascendente que ocupaba en la fila un lugar para mí impreciso. En sus manos firmes y llamativamente pequeñas, sostenía a media altura un ejemplar de ese volumen memorable que José Luis Romero consagró a la historia medieval.
Sus ojos ávidos no se apartaban de las páginas que leían y era, hasta donde yo podía estar seguro, el único en aquella masa de encallados en la espera que, por obra de la abstracción, no sólo estaba donde podía vérselo.
A tal punto me atrajo su actitud que cambié de vereda para observarlo mejor sin pasar por indiscreto. La fila, en aquel momento, más que avanzar oscilaba, de modo que yo podía apreciar sin restricciones los matices de su actitud. Su férrea concentración contrastaba con la mirada hueca y errática de la mucha gente alineada detrás de él. Decididamente, aquel muchacho, sin dejar de estar allí, estaba a la vez en otra parte. La pasión con que leía lo inscribía en otro espacio y otro tiempo muy distintos de aquellos en que, haciendo fila como tantos, era uno más buscando empleo. A salvo del peso exclusivo de un padecimiento que, sin duda, también era suyo, y del más que posible desencanto que lo aguardaba al cabo de una entrevista previsiblemente escueta e impersonal, leía a Romero y, leyéndolo, derramaba sobre su día otra luz, otro valor, otro sentido que el impuesto a aquellas horas por la drástica realidad de su condición de desocupado. Leyendo historia se abstraía y, abstrayéndose, se daba forma y era así alguien más hondo y más libre que ese otro inequívoco que yo veía; de tal modo, duplicaba su presencia, desbordaba las duras imposiciones del desempleo y habitaba un suelo en el que pasaban a un segundo plano las leyes del mundo objetivo, la severa literalidad. Aquel muchacho, en suma, se bifurcaba y, viéndolo, yo no podía menos que reconocerme. Toda la vida fui así y, estoy seguro, así seré hasta el final.
Soy, a mi modo, un evasor, un evadido. Me disocio para vivir y aun para sobrevivir. No estoy nunca del todo donde me encuentro. La literalidad es mi Gólgota. Lo concreto, cuando es excluyente, me aplasta. Sólo me siento a gusto como metáfora. Diría que no sé estar sino en dos sitios, por lo menos, a la vez. Cuando me imponen una sola dimensión, me ahogo. Lo inequívoco me paraliza, me empobrece, me mata de aburrimiento. Las personas primordialmente prácticas me resultan, Dios me perdone, intratables. No renuevo con frecuencia mi guardarropa porque, en los negocios, no soporto la ramplonería de casi todos los vendedores. Detesto su elocuencia, sus adjetivos; me molesta ese apego servil a su oficio, que no deja resquicio para presentir otra realidad; la dificultad, en suma, que demuestran para insinuar, aunque más no fuera, que su identidad no se agota en lo que hacen. Jamás me compro otra prenda que aquélla que de antemano he decidido, urgido por salir de donde he entrado. La pregunta "¿No quiere ver algo más?", tan usual en el comercio, me eriza como a un gato espantado. ¿Cómo se puede estar solamente donde se está? Cuando finalizo un trámite bancario, jurídico o contable, o salgo de una oficina pública, respiro con la urgencia de un pez devuelto a las aguas en el umbral de la asfixia.
Nada me cuesta admitir lo pronunciado de mi fobia. Pero alguna sensatez quiero concederle y me parece que, en parte, los hechos favorecen mi intuición.
Si estoy cómodo cuando enseño y, más aún, cuando estudio o escribo es porque todos éstos son fecundos menesteres de abstracción, eficaces evasiones de lo concreto, consuelo, ensoñación, fugas felices de lo inmediato, exorcismos de lo obvio, luminosos e incesantes paralelismos que me ayudan a ser.
La sociabilidad convencional me angustia precisamente por la desmesurada carga de previsibilidad con que nos anega y porque el lenguaje en el que se cursan los encuentros sin privacidad me obliga a decir tantas trivialidades como las que escucho. ¿Quién puede remontar responsablemente las preguntas "cómo estás?" o "¿cómo andan tus cosas?", disparadas a quemarropa entre veinte o treinta personas? Salgo de esos encuentros sin sustancia completamente desmoralizado, como quien violenta normas sin las cuales no se puede vivir.
Recuerdo, acaso por eso, como una emoción infrecuente, por lo fecunda y rara, la que me produjo hace unos años un desconocido que, confundiéndome por unos segundos con uno de sus amigos, se abalanzó sobre mí lleno de alegría por creer, al verme, que lo había reencontrado.
-¡Roberto! -exclamó conmovido. ¡No sabía que ya estabas de vuelta! ¡A Carla la vi ayer y no me dijo nada!
El solo hecho de pensar que hay en Buenos Aires otro hombre con el que puedo ser confundido, me resulta, a esta altura de la vida, francamente reconfortante. Con el novelista Juan Martini, con quien algún parecido tenemos aunque su aspecto es, sin duda, más juvenil que el mío, hemos acordado explotar el equívoco frecuente de los que en uno de nosotros ven al otro y, llevados por esa confusión, buscan un autógrafo de quien en verdad no somos, pero que cada uno de nosotros da como si fuera el otro.
Tan cierto como esto es que se puede, de algún modo, estar donde no se lo sospechaba mientras se presume saber dónde se está. Bien se lo ve cuando caemos en la cuenta de que, desde hace un rato, alguien nos pregunta algo sin que lo hayamos oído o cuando advertimos, no sin pudor, que se nos habla sin que prestemos atención, aunque mantengamos la actitud de quien escucha.
Si gracias al poder de abstracción podemos crear, no hay duda de que los frutos de la creación nos permiten, muchas veces, viajar sin cambiar de sitio y aparecer, de misteriosa manera, y al menos en espíritu, allí donde ni remotamente imaginábamos que pudiese haber siquiera un indicio de nosotros. Supe el invierno pasado, por un alumno que es médico, algo respecto a mí que lo prueba hermosamente.
Había estado él, un mes antes de informármelo, en Holanda. Tras pasar una noche en Rotterdam, pisó inexplicablemente, al levantarse por la mañana, su único par de anteojos, quebrándoles el marco aunque no los cristales y torciéndoles una patilla, a menos de dos horas del congreso en el que, sin ellos, no podría leer su trabajo. Contrariado como sólo se puede estarlo en tales ocasiones, salió disparado en busca de una óptica que, afortunadamente, no tardó en encontrar. Allí, mientras aguardaba la prometida solución a su problema, descubrió expuesto en un afiche, sobre un costado de la pared que se alzaba detrás del mostrador, un poema en holandés al pie del cual pudo, envuelto en la bruma que le imponía su presbicia, reconocer mi nombre.
Cuando el óptico reapareció con sus anteojos reconstruidos y lo vio interesado en el poema, le aclaro, en inglés, que se titulaba "Anteojos", se lo tradujo y le comentó que lo había encontrado en una antología escolar de poetas iberoamericanos, frecuentada con resignación por uno de sus hijos. Tan revelador de su oficio le pareció a aquel holandés que, según cuenta el médico, decidió ampliarlo y exhibirlo ante su clientela. Por mi parte, yo no supe jamás de la existencia de esa antología y absorto como estaba en lo suyo, mi alumno se fue de Holanda sin datos del óptico de Rotterdam con los que yo pudiese aplacar, de algún modo, mi enorme curiosidad.
Pero hay que decir que nadie ejerce para mí con más dulzura el magisterio en el arte de la abstracción que los pescadores de río o los que, apostados en el muro bajo y viejo de la costanera porteña, le dan la espalda a la ciudad y a casi todo para dejarse ir en la distancia, tras su sedal, su plomada o su boya. Nadie ignora de qué son capaces: pueden estar horas allí donde se encuentran, casi inmóviles y silenciosos y a la vez, vaya uno a saber dónde, mientras esperan y observan. Me recuerdo a mí mismo un mediodía, a bordo de un bote blanco, en un brazo estrecho y manso del río Carapachay, en el Tigre, bien adentro, aguardando sin ilusión al pejerrey incapaz de eludir mi anzuelo: la caña levemente erguida, la boya roja ondulando resplandeciente en la superficie opaca, al vaivén de las aguas dormidas, la mirada errante entre la boya y la infinita placidez de la espesura de la orilla. Era ese momento de supremo equilibrio en el que los pájaros callan y el frío de agosto se apacigua y deja entrar una luz tibia hasta el fondo del aire quieto. Allí iba yo con frecuencia siendo joven, para no estar por entero en parte alguna y dejarme soñar o presentir o adivinar no sabría decir qué, acunado por el toque de las aguas calmas en los flancos del bote que corcoveaba levemente sin perder su inmovilidad. En la embriaguez de aquel silencio extremo en el que la presencia de todas las cosas se acentuaba, yo me disolvía y vagaba; algo oía o veía que, sin ser nada de lo que me rodeaba, parecía no obstante encarnarse o brotar de aquel paisaje idílico, de aquella espera sin expectativa, de aquella hora sin tiempo en la que yo, que en apariencia pescaba, me consumía de emoción en un vértigo de comunión con lo indecible.
Los pescadores saben ser, cuando son como a mí me gustan y como quienes, en una fila, logran leer sin inmutarse, transgresores imbatibles de la literalidad; dualistas consuetudinarios que ejercen sin restricciones su aptitud para la ubicuidad, expertos en la ciencia de extrañarse, de escindirse y multiplicarse. Malabaristas de lo simultáneo, pueden, como Jano, que acaso sea su dios, mirar al unísono hacia lados opuestos y se diría que, si se los sabe observar, puede advertirse que están donde no se encuentran mientras se puede encontrarlos donde, por cierto, no están.
¿Es posible poner fin a un soliloquio como éste sobre los modos de estar? ¡Ni una palabra he dicho sobre el humor y nada sobre el talento para soñar en el que fue eximio Bernardo Soares, el heterónimo autor del Libro del desasosiego! Los ejemplos capaces de ilustrar con probidad lo que digo son poco menos que incontables y todos ellos igualmente elocuentes. Por eso y para no abundar, lo mejor acaso sea imponer, como remate de estas módicas reflexiones, lo que me ocurre en este preciso instante.
Habiendo el viernes convenido con mi peluquero que hoy, martes, retocaría mi barba, sigo sin verlo aparecer cuarenta minutos después de haber concurrido a la cita. Es que desde ayer llueve sin pausa y violentamente, y es más que seguro que él, que reside en la provincia, encuentra para llegar a la peluquería las dificultades que yo no tuve, por vivir a unas pocas cuadras. Apenas me di cuenta de que se demoraría, se me ocurrió esbozar estas impresiones y, entretenido con ellas, terminé por olvidar la hora y la contrariedad de la espera. Y aun cuando, seguramente, me iré de la peluquería con la barba más crecida y no más corta, poco me aflige porque, en compensación, habiéndome evadido de este inconveniente, me llevaré con alegría, de donde no esperaba, estas páginas sobre el arte de abstraerse del que no puedo menos que sentirme afortunado acreedor.

martes, 24 de septiembre de 2013

PARA COMPARTIR: HUGO PEDELETTI (Alcorta, Santa Fe, 1928)


LOS MIRASOLES

Parados en la tarde te miramos
con las tensas cabezas inflamadas.
Parados en la tarde te llamamos
y tú te marchas.

Todo el día mirando, todo el día
girando
y tú te marchas.

Cae la noche, caen
nuestras cabezas desplomadas.
Parados en la noche te invocamos,
y tú no pasas.

En la noche siniestra el solitario
jinete galopando se adelanta
y se pierde en la noche, entre las chacras
y tú no pasas.

Parados en la aurora te aguardamos,
te miramos,
y tu te marchas.
¡Tan hermoso y brillante te miramos
entrar por la mañana!

Pero el tiempo es redondo,
todo el tiempo,
y tú te marchas.


LA  PACIENCIA

es un arte difícil. Como un cuadro
compone disonancias.
Transfigura
la fragmentación del instante.
Su secreto,la continuidad del alba.
No hay secreto
que no sea interior.
Aún en flor
su encubrimiento prevalece.
¿Qué primavera
dice su invierno?
La primavera
es.
Voy a plantar esta almendra
para dar testimonio
de la paciencia. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

23 DE SEPTIEMBRE DIA DE LAS BIBLIOTECAS POPULARES

Bibliotecas Populares  1

PARA COMPARTIR: ÁLVARO MUTIS (Bogotá, Colombia,1923- México DF, 2013)

CIUDAD

Un llanto
un llanto de mujer 
interminable,
sosegado,
casi tranquilo.
En la noche, un llanto de mujer me ha despertado.
Primero un ruido de cerradura,
después unos pies que vacilan
y luego, de pronto, el llanto.
Suspiros intermitentes
como caídos de un agua interior,
densa,
imperiosa,
inagotable,
como esclusa que acumula y libera sus aguas
o como hélice secreta
que detiene y reanuda su trabajo
trasegando el blanco tiempo de la noche.
Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
hasta los solares donde se amontonan las basuras,
bajo las cúpulas de los hospitales,
sobre las terrazas del verano,
en las discretas celdas de la prostitución,
en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
en las medallas que reposan en joyeros de teca,
un llanto de mujer que ha llorado largamente
en el cuarto vecino,
por todos los que cavan su tumba en el sueño,
por los que vigilan la mina del tiempo,
por mí que lo escucho
sin conocer otra cosa
que su frágil rodar por la intemperie
persiguiendo las calladas arenas del alba.

ALVARO MUTIS (Bogotá, 1923 - México, 2013)
Poeta y novelista colombiano. Parte de su infancia transcurrió en Bélgica donde su padre ejerció como embajador. A su regreso, sin terminar estudios secundarios, empezó a colaborar con algunas revistas literarias, trabajó en diversos oficios y publicó su primer libro de poemas "La balanza", en 1947. En 1953 apareció por primera vez su personaje Maqroll el Gaviero en el poemario "Los elementos del desastre", personaje que se repite a lo largo de toda su obra. En 1956 se radicó definitivamente en México. Dedicado por completo al ejercicio literario desde 1986, ha publicado una importante obra de narrativa, poesía y novela de la que se destacan especialmente "La mansión de Araucaíma", "Un bel morir", "Iona llega con la lluvia", 
"La nieve del almirante" "Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero", "Summa de Maqroll el Gaviero", La nieve del almirante", ''Reseña de los hospitales de Ultramar'', ''Crónica regia'' y ''Cita en Bergen''. Entre los galardones obtenidos, se destacan el Premio Nacional de Letras de Colombia en 1974, el Premio de la Crítica 
de Los Abriles de México en 1985, el Premio Médicis Étranger de Francia en 1989, la Orden de las Artes y de las Letras de Francia, el Águila Azteca de México, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio de España, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Cervantes de Literatura en el año 2001.

Mutis falleció este domingo 22 de septiembre a los 90 años en México DF donde residía.

Agenda cultural Octubre 2013

EN OCTUBRE
VIENE
MELCHOR MONTOYA
CON
“IN.TENSIONES”
A GENERAL ALVEAR
SERÁ EN NUESTRA
“SALA ARQ. ALFREDO PEDRO”


¿VOS VAS A VENIR?

domingo, 22 de septiembre de 2013

PARA COMPARTIR: PABLO SEGUÍ (Córdoba, 1973)

EPÍGONO DE SU PADRE
Como un desesperado, 
como si me espoleara 
el ángel del rigor, 
trabajé. Desmedido 
afán, el tiempo es nada 
cuando el deber ejerce. 
Agotado, llegó 
el sábado del día. 
Acedia o extenuante 
bregar: no sé alcanzar 
velocidad crucero, 
dosificar los trancos. 
Dicen que es practicable 
un arte del vivir. 
Yo no tuve maestro. 
Tan sólo soy astilla 
del pujar obstinado 
y abrumador de un palo 
que aún no se relaja. 
Gallego cejijunto. 
Mulo para las cosas.

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