Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

martes, 30 de julio de 2013

PARA COMPARTIR: JORGE CURINAO (Río Gallegos, Santa Cruz, 1979)

 

LECTURAS

Destrozar un libro en pedacitos
hasta comprenderlo.

ENCUENTRO

Un hombre y una mujer
en la avaricia
hablan
el idioma de los números.

SEÑALES DE HUMO

Quien cruza esta plaza
espera versos que jamás llegarán.

Por eso San Martín señala el horizonte.

domingo, 28 de julio de 2013

PARA COMPARTIR: ALEJANDRO BENTIVOGLIO (Avellaneda, Buenos Aires, 1979)

 

NO SOMOS

El oso entra en mi cueva, me observa. Parece no darse cuenta de que no soy realmente un oso como él. Camina y olfatea todo el lugar, deteniéndose en los restos de comida y en lo improvisado de mi lecho.

-No te preocupes –me dice-, Yo  tampoco soy un oso.

Luego nos quedamos callados, acurrucados en nuestros rincones, expectantes por la próxima sorpresa.

 

LA MUJER COQUETA

Me dio la mano muy amablemente, pero yo se la quité. Ella se enfureció conmigo pero no le di importancia y seguí saludando a los demás invitados.

Con la coquetería propia de las mujeres más educadas, ella escondió su muñón bajo su otro brazo sin dejar de sonreír en ningún momento.

jueves, 25 de julio de 2013

PARA COMPARTIR: ÁNGEL GONZÁLEZ


Los sábados las prostitutas madrugan mucho para estar dispuestas

Elena despertó a las dos y cinco,
abrió despacio las contraventanas
y el sol de invierno hirió sus ojos
enrojecidos. Apoyada
la frente en el cristal, perros. Tres curas

paseaban.
En ese mismo instante,

Dora comenzaba
a ponerse las medias.
Las ligas le dejaban
una marca en los muslos ateridos.
Al encender la radio -«Aída:
marcha nupcial»-,
recordaba palabras
-«Dora, Dorita, te amo»-
a la vez que intentaba
reconstruir el rostro de aquel hombre
que se fue ayer -es decir, hoy- de madrugada,
y leía distraída una moneda:
«Veinticinco pesetas.» «...por la gracia
de Dios.»
(Y por la cama)
Eran las tres y diez cuando Conchita
se estiraba
la piel de las mejillas
frente al espejo. Bostezó. Miraba
su propio rostro con indiferencia.
Localizó tres canas
en la raíz oscura de su pelo
amarillo. Abrió luego una caja
de crema rosa, cuyo contenido
extendió en torno a su nariz. Bostezaba,
y aprovechó aquel gesto
indefinible para
comprobar el estado
de una muela careada
allá en el fondo de sus fauces secas,
inofensivas, turbias, algo hepáticas.
Por otra parte,
también se preparaba
la ciudad.
El tren de las catorce treinta y nueve
alteró el ritmo de las calles. Miradas
vacilantes, ojos
confusos, planteaban
imprecisas preguntas
que las bocas no osaban
formular.
En los cafés, entraban
y salían los hombres, movidos
por algo parecido a una esperanza.
Se decía que aún era temprano. Pero
a las cuatro, Dora comenzaba
a quitarse las medias -las ligas
dejaban una marca
en sus muslos.
Lentas, solemnes, eclesiásticas,
volaban de las torres
palomas y campanas.
Mientras
se bajaba la falda,
Conchita vio su cuerpo
-y otra sombra vaga-
moverse en el espejo
de su alcoba. En las calles y plazas
palidecía la tarde de diciembre. Elena
cerró despacio las contraventanas.

 

Ángel González- Poeta español contemporáneo.

Nota: la presente difusión literaria es un aporte que desde Málaga (España) nos acerca nuestro amigo, el escritor Juvenal Soto.

martes, 23 de julio de 2013

PARA COMPARTIR: IBÁN DE LEÓN (Río Grande, Oaxaca, México, 1980)

 

Herencias

En la humedad del patio, donde barre la escoba la penumbra que dejaron las hojas tumbadas por el viento, debajo de las ramas de los mangos, junto al tronco más grueso de la tarde, duerme el señor que a veces me llamó por mi nombre. Una mujer desliza su cuerpo con cuidado, mientras las hojas van en pequeños montones a esperar el concilio de las llamas. Ella es blanca y de cabellos muy largos, de ojos entristecidos y una voz muy pequeña donde caben apenas las palabras. Él es un misterio. Moreno como el pulso de la tierra, de cabellos rizados, me recuerda el cauce del río en época de lluvias. Ella vive aquí, éste es su hogar; él está de paso. A ella le gusta sentarse con nosotros a la mesa y hablarnos de su vida de niña. Se la pasa contando cómo es que fue feliz con sus hermanos, de la abundancia que había en las tierras de su padre. Él come a solas y en silencio. Puede golpear o maldecir si alguien lo interrumpe. En las noches se acuestan en la misma cama, hacen planes, olvidan y recuerdan. Cuando amanece, ella llora. Le han pegado en un ojo, tiene la nariz rota. Él no está.

Las aves de la tarde se desprenden, repican las campanas de la iglesia, en las casas la luz de los braseros interrumpe la noche.

Ella es mi madre; él es el ebrio que un día me heredó su nombre.

 

Nota: Ibán de León nació en Río Grande, Oaxaca, en 1980. Estudió una Licenciatura en Letras Hispánicas. Fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Morelos (2004) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (2009-2011). Se ha desempeñado como editor y corrector de estilo en diarios e instituciones educativas. Escribió durante dos años una columna para la revista Conspiratio. Ha ganado algunos concursos literarios, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Tuxtepec 2010, el Premio Nacional de Poesía Sonora 2011, el Premio Sahuayo de Literatura 2012, el Concurso Nacional de Cuentos Campiranos Marte R. Gómez 2012 y los Juegos Florales Anita Pompa de Trujillo 2012.

viernes, 12 de julio de 2013

PARA COMPARTIR: ESTANISLAO M. OROZCO


Los ausentes

Emergemos con los ojos blancos en esta realidad hambrienta,
y más tarde somos exhaustivamente despedazados
por las hendiduras de los sueños.
Orbitamos alrededor de nosotros mismos
en frenético carrusel que se consume en las cañerías
de las jornadas
en que no hemos sido amados.
Demasiado viejos tan pronto
-es imposible comprender la embestida del tiempo-;
nos queman las manos
y nos sentamos en las sillas como se sientan los derrotados…
Respiramos por inercia,
nuestras tripas parecen sujetas por pinzas de colgar la ropa
y los colmillos enanos, limados, gastados,
sin ningún filo, de alma rota.
De la propia figura asqueados,
de ese centro que no vemos, que no sentimos
y sobre el que, maquinalmente, seguimos girando.
Nos herimos con los cristales de nuestras bocas
y los dientes, del abuso, van quedando romos,
absolutos muros que anhelan desmoronarse,
temerosos, tiritando con cada atisbo
de este mundo demasiado solo.
¿Qué bálsamo aumentará nuestros poros
para que no nos reste nada bajo la piel
y podamos, así, observar con turgente desprecio
por las inmensidades veneradas sobre los hombros
a esos incontables electrones
que recorren con su vaivén
el vacío que atesoramos?
Los alambiques destilan jugosos toda esa pena.
Jamás, hasta este momento, hemos sabido qué proclamamos.
Con lágrimas exigimos clemencia
entre los ojos y los cielos.
Empuñemos, sin dilación, la espada:
no hay destino que aguarde tanto tiempo a los viajeros.

Estanislao M. Orozco

Poeta español contemporáneo residente en Málaga.

sábado, 6 de julio de 2013

Para Compartir: LUIS CERNUDA (Sevilla, España, 1902 – México, D.F.,1963)

 

BIRDS IN THE NIGHT


El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida
En esa casa de 8 Great College Street, Camden Town, Londres,
Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,
Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,
Durante algunas breves semanas tormentosas.
Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,
Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían.
La casa es triste y pobre, como el barrio,
Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,
No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.
Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,
Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo
Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,
Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna.
Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho
Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.
Mas podemos pensar que acaso un buen instante
Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno
Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida esposa.
Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,
En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.
Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,
Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura
De la separación, el escándalo luego; y para éste
El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres
Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél a solas
Errar desde un rincón a otro de la tierra,
Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.
El silencio del uno y la locuacidad banal del otro
Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía
Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.
Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro
Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos
En entredicho siempre de las autoridades, de la gente
Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.
Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarlos;
Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,
Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos,
Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras
Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.
Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público
Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta.
"¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero sátiro.
Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,
Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero, como está demostrado."
Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a las “Vocales”.
Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda
Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo;
Poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias.
¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,
Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.

Nota: la presente difusión literaria es un aporte que desde Málaga (España) nos acerca nuestro amigo, el escritor Juvenal Soto.

lunes, 1 de julio de 2013

Para Compartir: FABIÁN SEVILLA (Mendoza, 1970)

 

Carnaval en el zoo

Los días en el zoológico eran lentos y aburridos.
Cuando los chicos lo visitaban encontraban bestias bostezando, holgazaneando y con un humor de humanos.
Se acercaba Carnaval y al león, autodeclarado Rey de los Animales, se le ocurrió hacer algo para levantar el ánimo del bicherío.
—¡Un baile de disfraces! —propuso con una garra al aire. Llamó a los monos, que solían escapar de su jaula y vagar por el lugar sin que nadie les dijera nada—. Inviten a todos a la fiesta —ordenó—. La condición: venir disfrazado de otro animal. Habrá premios para el más original, el más divertido y ¡elegiremos Reina y Rey del Carnaval del Zoo!


A los monos les encantó. Y alborotados se fueron a dispersar la invitación por jaulas y recintos. A medida que el bestiaje se fue enterando, confirmó su presencia y dejó de lado bostezos, holgazanería y mal humor. En cambio, se ocuparon de crear y confeccionar el mejor disfraz de animal que puede usar un animal.
Llegó el día del baile. No faltaba ninguno, aunque ninguno era a simple vista quien parecía. Había que tener ojo de lince para descubrir cuál era cuál.
El camello se guardó las jorobas vaya uno a saber dónde, se pintó de verde y pasó como un cocodrilo perfecto. El rinoceronte estaba encantado bajo la piel del zorrino, pero se había vaciado diez frasquitos de colonia para no quedarse sin pareja de baile. Veintidós monos tití, uno encima del otro, pintados de amarillo y con dos barquillos en la cabeza del último eran una jirafa divina.
El papagayo, disfrazado de puma, puso un disco y con la música se armó el bailongo. Bajo una lluvia de maní y lechuga, la primera pareja en salir a la pista fue la de la boa constrictora disfrazada de gorila y el canguro enfundado en un traje de ardilla. Se bailó milonga, roca y chotis.
Hubo situaciones raras. El ratón, disfrazado de tigre, perseguía al tigre disfrazado de gacela.
—¿Ahora sabés lo que se siente? —le decía el roedor, muerto de risa mientras gruñía y mostraba sus colmillos de mentirita.
El koala salió de su eterna siesta y convenció a todos de que era una nerviosa lagartija y el pingüino, camuflado como un lobo feroz, iba de un lado a otro gritando: “¿Alguien vio a Caperucita?”.
En determinado momento, el león, bajo las plumas de un búho y en dos patas desde la rama de un árbol, anunció los premios. Hubo nerviosismo y emoción. El más original resultó un oso polar. Le había pedido prestado el secreto al camaleón para cambiar de colores según la ocasión y ahora era blanco, al segundo rojo, al instante verde y luego, azul, violeta, amarillo. ¡Parecía un arbolito de Navidad!
—¡Aquí hay acomodo! —comentó entre dientes la cebra. Estaba fula porque había sido la menos creativa: se pintó las rayas blancas de negro y se conformó con ser un caballo azabache.
El más divertido fue el hipopótamo. Ninguno entendió cómo hizo para pasar por colibrí, abrir las alas y sobrevolar la pista de baile. ¡Increíble!
Se anunció la Reina: la elefanta, que se había ido de bambi. El Rey fue el jabalí, que finalmente se sentía bello dentro de su atuendo de pavo real.
Entonces, el león lanzó la propuesta:
—¿Y si nos quedamos así?
Ninguno se negó. Habían hallado el modo de hacer entretenida la vida en el Zoo. Y así volvieron a sus jaulas. Pero no funcionó. A los chicos no les gustó ver a la serpiente coral bajo la pelambre del cebú o a la pantera comiendo maní como el chimpancé. Y a decir verdad, el ñandú no rugía tan bien como el león.
Pronto, todos los visitantes dejaron de ir. El lugar fue más aburrido que nunca.
—¡Cada cual a lo suyo! —ordenó el Rey de los Animales—. No hay mejor que ser uno mismo.
Y, sin contradecirlo, gustoso el animalerío obedeció. Eso sí, no sólo pensando en cómo hacer que sus días fueran divertidos y productivos, sino también… ¡en el disfraz que usarían el Carnaval del año siguiente!