Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

lunes, 18 de septiembre de 2017

OMAR OCHI (Mendoza, 1988)

 
ESTRATEGIA CERO

  En una montaña de la Antártida, el guerrero enfrentó al legendario monstruo de las nieves. Fue una batalla de una hora. Al principio, la victoria parecía estar en las garras de la bestia blanca y velluda. No obstante, el guerrero sacó de la vaina de su espada un teléfono, fotografió a la criatura, le mostró el retrato y, ésta, al mirarse de frente, huyó aterrada y cayó desde aquella altura hasta la boca de un hombre que siempre les cuenta esta historia a sus hijos.

De: “Sesenta relatos para leer en la fila los desesperados” (libro en proceso de edición)

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Hoy te recomendamos leer a VERÓNICA GERBER.
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domingo, 17 de septiembre de 2017

CRISTINA MATAS CASANOVA (España,Barcelona,Sitges)


FE

Tengo mucho tiempo. Pienso en Dios, en la Biblia. En el horizonte, aparece el Arca de Noé, los cuellos sobresalientes de las jirafas.

Quizá sería bueno encender una hoguera para llamar su atención. No se dice que Noé recogiera a nadie, pero quién sabe, tenemos la eternidad por delante.

De: “Una isla desierta” (2017)

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Hoy te recomendamos leer a ENRIQUE SOLINAS.
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sábado, 16 de septiembre de 2017

DÉBORA BENACOT (Mendoza, 1976)


MALA PRAXIS

A falta de vástagos humanos

adoptamos una lagart-hija

apareció espontánea

regalo de los dioses que soplaron Zonda

vivió un par de meses

en la bacha del patio

allí tenía agua, el amparo de los caños

igual, le hicimos un refugio

con el cartón de una caja

la alimentación intentó ser balanceada

alguna que otra vez, le llevamos larvitas

o pequeñas arañas

incluso dejamos, como cebo, la cáscara amarilla

de una fruta que atrajera otros insectos

era algo tímida,

pobre,

cuando la visitábamos, huía

por eso respetamos su espacio

y la quisimos

con todo nuestro amor

a la distancia

duró lo que duró

hasta que un día

la encontramos

muertita, debajo del cartón

adherida a la pileta, occisa

su fina piel sobre el metal:

sticker del horror

de nuestra inexperiencia

como padres.


De: “Ácaros al sol” (2011)

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Hoy te recomendamos leer a PER FREDERIK WAHLÖÖ.
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jueves, 14 de septiembre de 2017

ROBERTO TCHECHENISTKY (Buenos Aires, 1940)


EL QUÍA

El quía era un tipo común. Petizo y chueco, sesentón, con caripela amarronada de tano del sur coronada con pelo crespo, canoso y abundante. Los que llamaban la atención eran sus ojos negros, que junaban con desconfianza y con bronca. Una bronca que lo envolvía. Una bronca que despuntaba en sus entrañas, que se podía tocar, se podía oler y subía hasta reventar en su mirada.

El quía tenía una historia común. En el ´94 lo cazó la pálida, cuando a la Empresa donde laburaba la compraron los brazucas. Lo rajaron y se quedó de araca, con una merda de indemnización. El boga todavía seguía el pleito para cobrársela. Ahora le faltaban algo menos de cinco años para el jubileo, y paraba la olla con changas o de busca en los trenes.

-No cargués, que estoy en la vía – contestaba el quía cuando lo querían gastar.

El boga le batió que en aquel año yeta, el ’94, “Sandy Jors”[i] había hecho votar una ley que habilitaba al Gobierno para rapiñar los morlacos que le habían sableado en cada quincena para que “cada trabajador argentino reciba un retiro digno en su vejez”, como había dicho El General.

Entre chamuyo y chamuyo, el tordo le garabateó unas instrucciones y la dirección, para hacer el trámite de la “jubilación anticipada”, como dijo que se llamaba y de la cual, le aclaró, por sesenta meses algo le iban a descontar.  El quía lo puso adentro de la carpeta, que sobaqueó al tomársela. ¡Sesenta meses cobrando chauchas! Como frutilla de la torta escuchó, desde la escalera, cuando el boga le gritó que le diera las gracias al Barba si le liquidaban algo más que la mínima.

– ¡Si me la hubiera juntado yo en efete! ¡Leyes de mierda!, todo por ser derecho.  En este país, hasta hoy, se labura en grone, y la joda sigue igual.  Aquel exMinistro garca se las piró del país, bien forrado. Ya lo dijo allá por el ´30 Discépolin, cuando yo ni siquiera había nacido, ”Todo sé igual, nada es mejor…”.

La reunión en el bufete lo había dejado hecho pelota. Siguió carburando que, con aquella ley, la guita que se había hecho humo era un toco. Ciento ciuncuenta lucas era el número que cantaba la carpeta en la que había encanutado toda su historia de laburante. Treinta y pico de años, ¡carajo!, y el Turco junto con el turro pelado ese se habían pasado todo por el upite. Se acordó cuando en la tele lo vió al dolape lagrimeándole a una veterana que le tiraba la manga para los Pami Boys. Pero ”la papa” se la morfó,  y  nunca le pudo rascar un mango.

– Cach’en dié!, me garcaron. Mejor me largo a chorear.

Esa cantilena le martillaba la sabiola, y sentía al bobo que se le quería pìantar del pecho. Lo decidió. Desde lo del tordo se tomó el subte y fue hasta Constitución a ver a un gomía que era de la pesada de Villa Diamante. Lo encontró y le mangueó un fierro a cambio de una gruesa de alfajores Jorgito, los que él vendía como busca. El punto agarró viaje, e hicieron el cambiazo en el biorsi de la Estación al otro día muy temprano. El flaco le advirtió.

– Ojo al piojo, que ir de caño no es joda – y le regaló un cargador lleno. – De buena onda, por cábula – le batió. En el bondi, yendo a hacer el trámite que le había indicado el boga, acarició el bufoso guardado en el bolsillo de la parka.

-‘Tamadre, ¿parka? Si uso campera…¿¡Parca!?

Se le apareció la huesuda al toque. Creyó que se estaba pirando. La vio patente y sintió como lo chapaba de la mano y lo arrastraba hacia ella, abrazándolo con fuerza, hasta que lo rozó la tela de la mortaja negra. Se le vino la noche.

El colectivo frenó de golpe. Se le cayó la carpeta, pero se despabiló y la cazó al vuelo. Se bajó justo frente a la puerta del edificio. Era grande y de bronce y le pareció la cueva misma de Alí Baba y, brillando adentro, las ciento cincuenta lucas. Tenía la boca seca. Entró y sacó número. Junó el numerador electrónico y relojeó su papelito. Faltaban tres, y le tocaba a él.

Ahí nomás dio la vuelta y rumbeó para la salida. Mientras se iba, cazó la carpeta con las dos manos y la hizo bolsa. Tiró los papeles en el canasto, y con el pelpa de las instrucciones que le había dado el tordo hizo una pelotita arrojándola al piso, adonde no llegó porque la pateó al voleo.

– Anticipada, las pelotas. Esta jubileta roñosa me va a hacer crepar en cuotas. Si la Parca se me aparece cuando estoy de caño, que venga de una.

El quía estaba contento. Ya no junaba con bronca, ni el bobo le golpeaba el pecho.

Saliò a la avenida y caminó oliendo a la primavera. Iba silbando bajito.

 
[i] ”Sandy Hors”: Del inglés “Sunday Horse”: Domingo Cavallo

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Hoy te recomendamos leer a LAIA JUFRESA.
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miércoles, 13 de septiembre de 2017

VANESSA PÉREZ MORENO (Venezuela, Maracaibo, 1992)

 
Carta 1

Encenderé una vela para decirte adiós, papá.

Tus memorias desmembradas ya han huido. Tu piel de pino envejeció. No quedan rastros. Papá, tu niña linda se ha perdido. Me convertí en una mujer que sangra y grita, que se toca y se presiona y se disfruta. Una mujer que no camina ya de espaldas. Papá, vivo en una casa que me habla, que me insulta y me hiere y me desarma. Una casa que es pasado y sólo casa. Papá me enamoré en una ciudad que no me pertenece, una ciudad de aire, de ruido y de baile. Ciudad que significa sólo un hombre, un hombre que no eres tú, pero me quiere. Así ves, papá, cómo he crecido, ya tengo pechos y orgasmos y ambiciones. Soy exactamente eso que nunca has visto.

Soy más que una extranjera enamorada
veo más allá de los libros y las tallas
soy más que las ciudades y las máscaras.


Soy, ese puente en el que te has ido.


De: “Vientos de Mayo” (2015)

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martes, 12 de septiembre de 2017

GINÉS CUTILLAS (España, Valencia, 1973)


MECÁNICA DE LAS NOVELAS

Al abrirse la portada del libro sonó la alarma.
Todos los personajes tomaron posiciones mientras el prologuista entretenía al lector, que no tardó en doblar la esquina del primer capítulo. Allí apareció el héroe de la historia recolocándose todavía la vestimenta ante lo imprevisto de la lectura.
Una vez más, recitó de memoria su papel sin dejar de mirar de reojo el borde de la página, desconfiado de que el siguiente figurante estuviera preparado para hacer su entrada.
No hubo ningún problema. Nada más adentrarse en la próxima hoja apareció el villano exponiendo sus intereses, siempre antagónicos a los del que acababa de abandonar el escenario que componían aquellas dos páginas abiertas del libro.
Ante lo extenso y elaborado del discurso el resto de los intérpretes respiraron aliviados, teniendo tiempo de vestirse como era debido, repasar sus papeles e incluso fumarse algún que otro pitillo para aplacar los nervios.
En el momento en que el bellaco estaba a punto de abandonar el marco de la lectura, el autor ya había ordenado correctamente a todos los actores lanzándolos a escena como el que empuja paracaidistas desde un avión.
Uno tras otro, fueron desarrollando la historia que acabó otra vez con la muerte del rufián a manos del héroe.
Apenas cerrado el libro, cuando el elenco todavía estaba felicitándose por la enésima representación de la novela, el prologuista dio la voz de alerta. Alguien había abierto de nuevo la portada del libro.

De: “Un koala en el armario” (2010)

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Hoy te recomendamos leer a POLA OLOIXARAC.
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lunes, 11 de septiembre de 2017

GABRIELA WEINER (Perú, Lima, 1975)

 
LA FUERZA DEL CARIÑO

hoy mamá vino a visitarme
estuvimos viendo “La fuerza del cariño”

en la película
una madre y su hija adulta toman té luego de un baño reconfortante
y conversan de sus vidas tendidas en una ancha cama

es gracioso
nosotras vemos la tele acostadas en mi cama matrimonial

pero no tomamos té

como una vaca y su ternero
sólo juntamos nuestras narices y nos damos leche

nos vamos antes de ver morir a la hija
mejor
sino hubiéramos llorado juntas
y es horrible llorar por ese tipo de cosas

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Hoy te recomendamos leer a JOSÉ EMILIO PACHECO.
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domingo, 3 de septiembre de 2017

LU HUINU (China, siglo XIV)


IMPROVISADO EN LA BARCA

Para mis padres, pesa más
el dinero que su hija.

Y así, con el laúd entre los brazos,
recorro sola mil y mil leguas.

Al claro de la luna,
tras mi interpretación,
no cesan de aplaudirme.

No saben que no han escuchado música,
sino los sollozos de mi alma rota.

De: “Antología de Poetas Prostitutas Chinas. (Siglo V-Siglo XXI)”, compilación de Guojian Chen (2011)

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Hoy te recomendamos leer a ÁNGEL OLGOSO.
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MANUEL PEYROU (Buenos Aires, San Nicolás de los Arroyos, 1902-Buenos Aires, 1974)

 
EL BUSTO

Hizo el nudo de la corbata y, al mismo tiempo que tiraba hacia abajo para ajustarlo, apretó con dos dedos el género, de modo que a partir del lazo hiciera un doblez, un repliegue central, evitando la formación de pequeñas arrugas. Se puso el saco azul y verificó el efecto general. Estar impecable era para él una forma de la comodidad. Satisfecho —dignamente satisfecho—, salió y cerró con cuidado la puerta de calle. No había podido asistir a la iglesia, pero esperaba llegar antes de las diez a la casa de su hermana. Era el día del casamiento de su sobrino mayor, quien más que un pariente era su amigo. Pasó frente a los porteros de las casas vecinas y les deseó con llaneza las buenas noches; era una elegante silueta, a pesar de sus años: alto, moreno, con el cabello ligeramente estriado de plata.

Las vitrinas del salón de los regalos exhibían algunas joyas costosas. Un collar de piedras combinadas difundía un pequeño arco iris sobre su estuche de fondo rojo; un anillo con un topacio, un par de aros de brillantes y algunos otros meteoros artificiales y enanos fulgían bajo la luz de las lámparas. Verificó si el prendedor elegido por él para su flamante sobrina y los gemelos de brillantes para el novio habían sido bien colocados. Satisfecho, avanzó en busca de la nueva pareja.

—¡No me vas a decir que no es una cosa rara! —dijo de pronto su sobrino, sorprendiéndolo. Estaba en el mismo salón y no había notado su presencia.

—No sé a qué te refieres… —repuso, deteniéndose.

—Al busto… o lo que sea…

Siguió la mirada del joven y luego se acercó frunciendo las cejas. Su claro instinto le había enseñado a desdeñar el hábito porteño de reírse de lo que no se entiende.

—Sí; es raro… pero no me parece mal. Tiene algo del modo de Blumpel…

El sobrino no contestó. Se acercó unos pasos, dio una vuelta al pedestal que sostenía el busto y dijo:

—Me parece más horrible visto de frente…

—¿De frente? ¿Cuál es el frente? —Se detuvo y frunció el ceño.— Yo no creo que tenga frente. En todo caso, no me parece bien que atribuyas al autor una intención que probablemente ha estado lejos de alimentar.

—No sé, tío; pero me parece una intrusión, una presencia oscura en un lugar de cosas claras…

—Fantasías, hijo, fantasías. Siempre has sido muy imaginativo. Y siempre te olvidas de lo más importante. Por ejemplo: ¿Quién te lo regaló?

—Aquí está la tarjeta. Nunca he oído ese nombre.

El tío tomó la tarjeta y la examinó cuidadosamente; la volvió del revés y luego miró de nuevo el anverso, con su habitual fruncimiento de cejas, como si fuera capaz de distinguir a simple vista las impresiones digitales o cualquier otra clase de indicio.

—¿No será un compañero de colegio, al que has olvidado? —le preguntó, devolviéndole el pequeño rectángulo de cartulina.

—No; me fijé en la lista que hice antes de mandar las invitaciones. No figura.

El tío se acercó al busto y lo miró a corta distancia.

—¿No habías visto esta chapita de bronce? —le preguntó—. Quizá no la advirtieron porque estaba tapada por un poco de tierra. Mira; dice: “El hombre de este siglo”.

—Es cierto —repuso el joven—; no me había fijado. Pero, ¿a qué siglo se refiere? Y sea al que fuere, no me gusta. No sé explicártelo, pero no me gusta. Me gustaría tirarlo.

Eduardo Adhemar lo miró con aire tranquilo. Sintió crecer su densa, invariable ternura; siempre le había gustado ser el árbitro de las decisiones de sus parientes.

—No creo que debas hacer eso —dijo—. En todo caso —agregó, animándose con brusca inspiración—, podrías aprovechar la ocasión para hacer algo original. Y, de paso, aprovechar también el regalo…

Su animación estimuló al sobrino.

—Sí; pero no sé cómo… Es una cosa perfectamente inútil…

—Justamente por eso —repuso Eduardo Adhemar—; porque es inútil sirve para hacer un regalo.

El sobrino estaba impresionado por el busto. No creía que regalándolo podía quedar bien con nadie.

—Es una forma de provocación —dijo—. Y la gente ya lo ha visto aquí…

Adhemar era un diletante agradable y culto, disertaba superficialmente sobre cualquier cosa y se complacía en ello. Miró a su sobrino con un fruncimiento irónico en los labios.

—¿Por qué te empeñas en considerar este busto desde un punto de vista estético? —preguntó—. Te sugiero que lo examines como algo raro, misterioso. —El sobrino lo miró con un parpadeo—. Por ejemplo: imaginemos un ser que careció de posibilidad de realización. La Naturaleza —digamos— tenía cinco proyectos de caballo y eligió el que conocemos. Los otros cuatro han quedado en el misterio, pero no por eso pierden su interés. Quizá había uno con las patas larguísimas, que parecían zancos, y otro con el pelo largo, como una oveja, y otro con cola prensil, muy útil en la selva. Quizá esto sea el hombre que pudo ser. Te advierto que yo no lo veo así. Me gusta solamente como teoría. Yo prefiero imaginarlo en una calle oscura, saliendo de una puerta cochera; un ser informe para, nuestro concepto actual, con dos pares de brazos y la nariz al costado, que habla con un ladrido y dice: “Perdón, yo soy el proyecto rechazado de hombre”.

—Contestarías: “En el club veo todas las noches a sus congéneres”.

—No digas tonterías —repuso Adhemar, que era muy juicioso cuando los demás se ponían imaginativos.

—Prefiero la idea del regalo —dijo su sobrino—. Pero, ¿a quién? Casi todos mis amigos están aquí y si aún no lo han observado, dentro de poco lo verán…

Eduardo Adhemar recordó:

—¡Ya sé! ¡Se lo mandas a Olegarito! No está aquí. Ayer se fue a la estancia y se casa dentro de quince días.

Cuando Eduardo Adhemar llegó quince días después a la casa de Olegario M. Banfield se había olvidado ya del asunto. Por eso, quizá —no era probable ningún otro motivo—, tuvo un sobresalto al encontrarse frente a frente con el busto, al pasar de un salón a otro, después de haber hecho la agradable comprobación de que los regalos recibidos por la pareja no eran tan costosos como los recibidos por sus sobrinos. El busto estaba en una esquina del salón y, sin embargo, parecía ser el centro de la decoración y de las luces. Adhemar saludó a dos o tres personas y se retiró.

Un mes después, ya entrado el verano, asistió a otra recepción; se casaba el hijo del presidente de la compañía. El ambiente de la bolsa y de la banca le molestaba un poco. Sabía que el presidente —un hombre muy meritorio, trabajador, pero sin tradición— se vanagloriaba de su amistad, y que la dueña de casa iba a presentarlo con gran entusiasmo a una serie de burguesas ricas. Pero la tiranía de las conveniencias comerciales no le permitió pensar en evasivas. Llegó, pues, con su habitual corrección, que a veces brillaba en un ligero alarde juvenil —una flor, una corbata novedosa—, y su aire indudablemente distinguido. Saludó a los dueños de casa y a los novios, y luego, sin dar tiempo a las presentaciones que ya afluían a la boca de la esposa del presidente, expresó, con una impaciencia casi infantil, su deseo de ver los regalos. Por una escalera bordeada de canastas de flores subieron al primer piso. El busto estaba en medio del amplio salón, bajo las plaquetas cristalinas de la araña.

En el curso del verano y luego, en el otoño, Eduardo Adhemar asistió a dos o tres casamientos más. En todos ellos encontró el busto. Espació después el cumplimiento de sus compromisos sociales y se limitó a concurrir de tarde, y a veces de noche al club.

Una noche desapacible, a principios del invierno, estaba cómodamente instalado tomando su whisky y leyendo el diario, cuando una conversación a sus espaldas lo hizo incorporarse a medias y escuchar. Dos socios hablaban animadamente. Por los escasos términos que logró percibir comprendió que se referían al busto. “Por suerte tuvieron tiempo de…” La frase quedó inconclusa porque un mozo pasó haciendo ruido con una bandeja llena de vasos. ¿Qué era lo que había que hacer a tiempo?, se preguntó Adhemar. Un rasgo de humorismo, una ocurrencia surgida en un instante de jovialidad, el día del casamiento de su sobrino, parecía haber tenido consecuencias imprevisibles. Él había puesto en movimiento algo, un hábito, una moda, una fuerza. No podía saber qué, pero se propuso averiguarlo. Desgraciadamente, no se hablaba con ninguno de los dos caballeros. Se habían distanciado el día de la renovación de la comisión directiva. Decidió estar atento en los días sucesivos por si lograba sorprender nuevas alusiones al busto. Una tarde llegó al salón en el momento en que terminaba una charla entre varios amigos. Creyó comprender que alguien había sostenido la existencia de numerosos bustos. Pero esa opinión fue victoriosamente rebatida por Pedrito Defferrari Marenco, el joven abogado y político que ya se perfilaba como uno de los nuevos valores del Partido Tradicional. Era un solo busto, del que todos se desprendían nerviosamente, apenas recibido. Adhemar, en una especie de vértigo, guardó silencio.

A partir de ese momento empezó a sentirse hondamente preocupado. Los motivos de su inquietud no respondían a un sentimiento egoísta; comprendió —sentado en su sillón habitual en el club hizo un minucioso análisis de su situación— que un impulso generoso, aunque todavía oscuro, estaba dominándolo en forma sorda y creciente. Empezó a pensar constantemente en su sobrino, en su felicidad, en su profesión, en los aspectos de su vida matrimonial. La pareja no había regresado aún de un largo viaje por Europa, y Adhemar experimentó verdadera angustia durante las semanas que faltaban para el arribo. Luego, cuando por fin éste se produjo, debió contener su impaciencia durante unos días. Una tarde convidó al joven a tomar un whisky en el club. Después de hablar de algunas minucias relacionadas con el viaje, exploró con cautela los tópicos que le interesaban. Todo estaba bien; su sobrino y su mujer eran felices, el dinero abundaba y la profesión de ingeniero era la vocación cumplida del joven. Adhemar sonrió imperceptiblemente, satisfecho, como un conspirador.

Pero dos o tres días después notó con alarma que empezaba a interesarse por el destino de Olegario Banfield, el amigo a quien su sobrino había regalado el busto. El problema era más difícil, porque su amistad con Banfield era reducida y no existían muchos pretextos para verlo. Empezó, sin embargo, a visitar a amigos comunes, con el propósito de obtener detalles; inventó innumerables subterfugios y excusas para lograr el conocimiento total de la vida del joven Olegario y de su esposa. Logró sus fines, por supuesto, y nuevamente quedó satisfecho. Más complicadas resultaron las siguientes investigaciones, porque a medida que avanzaba iba encontrando personas casi totalmente desconocidas. Recurrió entonces a una agencia de policía privada. Al principio, le resultó difícil vencer la suspicacia profesional del inspector Molina. Este, un hombre avezado, pensó lógicamente en motivos sentimentales. Es normal que un caballero de gran fortuna tenga una aventura costosa y que ansíe una fidelidad relativa; también es normal que trate de obtener la certidumbre de esa fidelidad. Pero cuando las investigaciones debieron extenderse a diez o quince hogares recientemente constituidos el inspector terminó por aceptar las razones expuestas por Adhemar. Todo el trabajo —explicó el caballero— se haría con vistas a la formación de un archivo; una gran empresa de crédito, cuya denominación convenía mantener en reserva por el momento, estaba haciendo un gigantesco registro moral y financiero del país. Adhemar notó en dos o tres ocasiones un dejo de ironía en el inspector, pero como el hombre cumplía su trabajo a conciencia olvidó enseguida toda preocupación. Por su parte, el inspector recibía una considerable mensualidad por sus actividades, de modo que también abandonó las consideraciones ajenas a su labor rutinaria y colaboró en la forma más eficaz.

Después de algún tiempo Adhemar advirtió que era imposible tener un cuadro de la vida de una persona, a partir de la posesión del busto, sin conocer su vida anterior. Sólo la comparación podía dar la nota exacta. Esto desplegó, complicó infinitamente las investigaciones. Para cooperar con el inspector, el propio Adhemar se decidió a actuar. Durante días y noches mantuvo entrevistas, requirió informes, siguió largamente por las calles a personas desconocidas. Al cabo de unos meses, una noche de niebla en que recorría el barrio de la Recoleta, tuvo un sobresalto. Una forma ligera, una sombra casi, entrevista al volver el rostro, le hizo sospechar que él también era seguido. La sangre le golpeó en las sienes; un sentimiento de horror estuvo a punto de paralizarlo. Logró después apresurar el paso, dio dos o tres vueltas inesperadas —o que creyó inesperadas— en otras tantas esquinas y, finalmente, llegó a su casa. A las pocas horas se había calmado; él se había introducido en la vida de los demás: ¿tenía derecho a impedir que alguien atisbara en la suya? Pero no pensó más, porque estaba muy cansado; su estado físico y su ánimo habían decaído en las últimas semanas.

Durante un mes prosiguió su trabajo, siempre con la sensación de ser puntualmente observado, hasta que una molestia estomacal y una ligera puntada en el lado izquierdo del pecho lo obligaron a visitar al médico. No era nada de cuidado, explicó el facultativo. Dieta, supresión del alcohol, una serie de inyecciones, y estaría como nuevo. Regresó a su departamento de la calle Arenales y se metió en cama. Al día siguiente era su cumpleaños y deseaba estar bien para recibir a sus amigos. Pero al despertarse comprendió que su reunión había fracasado. Un fuerte dolor, reumático o lo que fuera, le impedía moverse. Llamó al médico y éste llegó a mediodía. Efectivamente, sus pequeñas molestias se habían complicado con un lumbago.

Permaneció todo el día en cama. El mucamo hizo pasar a dos o tres amigos que fueron a saludarlo; también llegaron algunos regalos. A las nueve de la noche aquél se retiró, después de solicitarle permiso para ir al cinematógrafo. Adhemar le sugirió que dejara la puerta entreabierta, por si aún llegaba algún amigo. Media hora después sintió unos golpes y un mensajero entró sin esperar contestación. Estaba curvado por un paquete de gran peso, que dejó en la mesa del hall. Luego avanzó hasta la cama y le entregó una carta y se retiró. En la habitación próxima el paquete era una sombra oscura. Doblegado por el dolor, sin poder incorporarse, Adhemar abrió la carta y sacó una tarjeta. Nunca había leído este nombre. Sí; lo había leído: ¡la noche del casamiento de su sobrino, en la tarjeta que acompañaba al busto! Con ansiedad, estiró el brazo y tomó el teléfono. Acercó el auricular a su oído; estaba desconectado. Hizo dolorosamente, vanamente, un nuevo esfuerzo para incorporarse. Una opresión creciente, como una marea, le llenó el pecho y subió, subió.

Bajo el arco del hall la oscuridad se extendió como café derramado y avanzó en la habitación.

De: “La noche repetida” (1953)


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Hoy te recomendamos leer a ROSARIO CASTELLANOS.
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ALFONSINA STORNI (1892-1938)


EL DIVINO AMOR

Te ando buscando, amor que nunca llegas;
te ando buscando, amor que te mezquinas.
Me aguzo por saber si me adivinas;
me doblo por saber si te me entregas.
 
Las tempestades mías, andariegas,
se han aquietado sobre un haz de espinas;
sangran mis carnes gotas purpurinas
porque a salvarte, oh niño, te me niegas.
 
Mira que estoy de pie sobre los leños,
que a veces bastan unos pocos sueños
para encender la llama que me pierde
 
Sálvame, amor, y con tus manos puras
trueca este fuego en límpidas dulzuras
y haz de mis leños una rama verde.


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viernes, 25 de agosto de 2017

MARÍA ROSA LOJO (Buenos Aires, 1954)

 
AFUERA

Ella camina en la casa de la memoria. Va ordenando las habitaciones, cambiando los objetos de lugar, cerrando las cortinas de un salón donde todos los soles eran hirientes.
Cuando nada se mueve del lugar que las manos le asignan, ella cierra las puertas con dulzura, sale al espacio exterior de la noche baldía y aúlla mirando a la luna, en el jardín que borran las malezas, temblando.

De: “Bosque de ojos” (2011)

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miércoles, 23 de agosto de 2017

DAVID VIVANCOS ALLEPUZ (España, Barcelona, 1970)

 
EL VIAJE DE NEGOCIOS
 
Te despertarás antes de que suene la alarma. Te levantarás con cuidado de no despertarla. Te darás una ducha rápida y te vestirás con la ropa que dejaste preparada anoche. Una camisa blanca, un traje cómodo y la última corbata que te regaló. Irás a la cocina y te harás un café con leche y un par de tostadas con mermelada de arándanos. Desayunarás allí mismo, de pie, con prisa. Volverás al dormitorio y le darás un beso de despedida en la mejilla que apenas percibirá. Comprobarás que llevas encima tu juego de llaves y las gafas. Cogerás el maletín y abrirás la puerta.

Nada diferenciará, en esencia, la mañana del accidente de otra cualquiera.


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Hoy te recomendamos leer a ANA WAJSZCZUK.
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martes, 22 de agosto de 2017

MARIÁNGELES ABELLI BONARDI (Neuquén, 1974)

 
CÍRCULO VICIOSO

Barría para esconder el llanto. Escondía el llanto para evitar los golpes. Evitaba los golpes para acallar la humillación. Acallaba la humillación para impedir que se enteraran. Ignoraba que ya lo sabían.

De: “Armadura de valor” (2016)

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Hoy te recomendamos leer a IRVING STONE.
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CARLOS VITALE (Buenos Aires, 1953)

 
JORNADA

Tú, de pie, desnuda en la penumbra.
Tu espalda es el arco del conocimiento.
Desde la cama, observo y espero.
Cuando te vuelvas me dirás quién soy.
Sin otra luz que mi deseo.

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Hoy te recomendamos leer a MARY HIGGINS CLARK.
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IDEA VILARIÑO (Uruguay, Montevideo, 1920-2009)


Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.

No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.

Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.


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Hoy te recomendamos leer a ROALD DALH.
Recorrer su obra te dará placer.

sábado, 19 de agosto de 2017

LEO MERCADO (Salta, 1982)


TAXONOMÍA

Parece más fácil de lo que es. Pero no. Y uno cree que pasar la escoba por el piso mugroso redime o excusa la anatomía de una geografía cuanto menos extraña. Pero tampoco. Y llueve. La lluvia ha sido hecha para atormentar mi encierro. Por destino ordeno, clasifico, enumero. Este osario dispuesto de manera azarosa sobre la mesa de mi laboratorio carece de lógica precisa o rigor científico. Podría entonces tirarlo a la mierda sin mayor culpa académica. Pero menos.
Entonces sucede el milagro.
Hay doscientos dos huesos sobre el plano. Pero sólo el cúbito marca la señal, y el radio la sentencia. Me arrastro así por carpos y metacarpos artrósicos, deformados. Las noticias indican empuñadura diestra y defensa siniestra. Y en el cráneo despabilo la traición, que en el tiempo de larga duración tal vez no era tal.
Guerrero, soldado, sicario. Las marcas en su cuerpo no indican que dio, pero sí que recibió, y que sobrevivió para contarlo. O al menos hasta que el proyectil de obsidiana, clavado en su occipital (que con precisión quirúrgica conseguí extraerle cuando lo desterré de su sueño eterno) le dio muerte.
Esta noche, él, de aproximadamente cincuenta años de edad y yo, de casi treinta, nos debatimos en ferocidades sin sentido. Hay cinco mil años de historia entre nosotros. Yo le miro las cuencas vacías de los ojos. Él, me oculta un pasado indiscernible.
Parece más fácil de lo que es. Pero no. Mierda. Mierda. ¿Y vos hablás de volver al mar? No sé, che.
Y el café, claro, el café. Ese que recuerda que comparto mi vida con muertos a los que intento sacarles verdades. Que tengo que barrer el piso y putear, por costumbre, para que un pasado ajeno pase a formar parte de la bolsa de basura que voy a tirar en un contenedor en la esquina, después de sacarme los guantes, ponerme la campera, decir chau hasta mañana y renegar por las dudas, porque la lluvia (claro, la lluvia, la que había olvidado) y yo sin paraguas. Con la certeza absoluta de que aquel con el que tomaré café mañana, nuevamente, será el muerto por la espalda, el traicionado, el asesinado, y no el maestro, ese que, acaso ciertamente, volvió al mar, buscando quizá anclar en las Canarias.

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Hoy te recomendamos leer a IDEA VILARIÑO.
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SYLVIA PLATH (Estados Unidos, Boston, Massachusetts-Reino Unido, Londres, 1963)

 
CONVERSACIÓN ENTRE LAS RUINAS

Cruzando el pórtico de mi elegante casa, entras majestuoso,
Con tus salvajes furias, desordenando las guirnaldas de fruta
Y los fabulosos laúdes y pavones, rasgando la red
De todo el decoro que refrena el torbellino.
Ahora, el lujoso orden de los muros se ha desmoronado; los grajos graznan
Sobre la espantosa ruina; bajo la luz desoladora
De tu mirada tormentosa, la magia huye volando como una bruja
Acobardada, abandonando el castillo cuando los días reales amanecen.
Unos pilares resquebrajados enmarcan este paisaje de rocas;
Mientras tú te yergues heroico, con chaqueta y corbata, y yo permanezco
Sentada tranquilamente, con una túnica griega y un moño a lo Psique,
Enraizada en tu negra mirada, la obra se vuelve trágica:
Después de la plaga que ha asolado nuestra heredad ,
¿Qué ceremonia de palabras puede enmendar todo este estrago?

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Hoy te recomendamos leer a JAVIER VILLAFAÑE.
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viernes, 18 de agosto de 2017

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Hoy te recomendamos leer a NATALIA GiNZBURG.
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miércoles, 16 de agosto de 2017

CARLOS MANZANO (España, Zaragoza, 1965)

 
SADISMO INSOPORTABLE
 
No me molestaba que me apretara las muñecas con el empeño de un grumete novato ni que me colgara de los pezones pinzas cada vez más pesadas y rígidas, ni siquiera que anudara a mis tobillos unas gastadas cuerdas de liza que ya no valían ni para empaquetar bultos inservibles. Lo verdaderamente insoportable era que, tras vendarme los ojos y forzar en mi torso un gesto de absoluto abandono, no saliera de su boca la más tímida imprecación o el más comedido insulto: su silencio era todo lo que me regalaba, un silencio que llegaba a mis oídos como el más violento de los desprecios. Eso era lo que más me dolía, su ausencia de verbo, sobre todo al pensar que me había conquistado con versos como este: «El dolor de tu gesto se eterniza en mi boca como el aliento perdido de millones de noches». Por eso tampoco me permití jamás el menor quejido ni el más leve gesto de sufrimiento: a la brutalidad de su silencio solo quedaba oponer la ferocidad de mi indiferencia, la evidencia de la ineptitud de sus actos. Yo también sé alcanzar los límites de la impudicia.

De: “Estrategias de supervivencia” (2013)

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Hoy te recomendamos leer a RÉGIS JAUFFRET.
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martes, 15 de agosto de 2017

CARLOS MANZANO (España, Zaragoza, 1965)


SADISMO INSOPORTABLE
 
No me molestaba que me apretara las muñecas con el empeño de un grumete novato ni que me colgara de los pezones pinzas cada vez más pesadas y rígidas, ni siquiera que anudara a mis tobillos unas gastadas cuerdas de liza que ya no valían ni para empaquetar bultos inservibles. Lo verdaderamente insoportable era que, tras vendarme los ojos y forzar en mi torso un gesto de absoluto abandono, no saliera de su boca la más tímida imprecación o el más comedido insulto: su silencio era todo lo que me regalaba, un silencio que llegaba a mis oídos como el más violento de los desprecios. Eso era lo que más me dolía, su ausencia de verbo, sobre todo al pensar que me había conquistado con versos como este: «El dolor de tu gesto se eterniza en mi boca como el aliento perdido de millones de noches». Por eso tampoco me permití jamás el menor quejido ni el más leve gesto de sufrimiento: a la brutalidad de su silencio solo quedaba oponer la ferocidad de mi indiferencia, la evidencia de la ineptitud de sus actos. Yo también sé alcanzar los límites de la impudicia.

De: “Estrategias de supervivencia” (2013)


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Hoy te recomendamos leer a CLAIRE CASTILLON.
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miércoles, 9 de agosto de 2017

FLORENCIA CODAGNONE (Buenos Aires, 1982)

 
Estoy fingiendo

que no te quiero,

que no me importa

la hoguera, la bolsa negra,

la asfixia terrena,

el vientre herido,

el residuo del residuo

en el que me convertís

cada vez que te molesta mi sexo.

Cada cadáver de mujer soy

cada cadáver de mujer, soy

cada falta, cada mujer que falta.

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Hoy te recomendamos leer a ALBERTO CHIMAL.
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HERNÁN SCHILLAGI (Mendoza, San Martín, 1976)


LA NOCHE AMBULATORIA

cuando mi mamá se descubrió sonámbula
esa misma mañana con el té humeante sobre la mesa
nos dijo «anoche me he despertado sola
en la cocina buscando entre los cajones» ahí todos 
pensamos que la oscuridad tenía un punto débil 
una franja doméstica donde la luz de los sueños
se automatiza y guía los movimientos
físicos o de los otros esos que se agitan
desde lo más profundo para que los ojos
se abran pero no vean nada por eso
cuando mi mamá escondió la cuchilla grande
bajo llave después de la cena
como un intento de domar en vigilia
sus trastornos de la noche 
al día siguiente con el té humeante
sobre la mesa que empañaba el aire del desayuno
todos pensamos ahí que mi mamá 
desde ese momento y para siempre
nos iba a perdonar la vida

De: “Castillos sonoros” (inédito)

martes, 8 de agosto de 2017

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Hoy te recomendamos leer a MARÍA ESTHER VÁZQUEZ.
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SUSANA THENÓN (Buenos Aires. 1935-1991)

 
FUNDACIÓN
 
Como quien dice: anhelo,
vivo, amo,
inventemos palabras,
nuevas luces y juegos,
nuevas noches
que se plieguen
a las nuevas palabras.
Hagamos
otros dioses
menos grandes,
menos lejanos,
más breves y primarios.
Otros sexos
hagamos
y otras imperiosas necesidades
nuestras,
otros sueños
sin dolor y sin muerte.
Como quien dice: nazco,
duermo, río,
inventemos
la vida
nuevamente.
 
De: “Edad sin tregua” (1958)

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Hoy te recomendamos leer a FERNANDO SORRENTINO.
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ALBERTO CHIMAL (México, Toluca, 1970)

 
IMPERFECCIONES
Lisa es áspera, Alma sólo piensa en su cuerpo, Luz siempre está apagada. Y Mía no es.
 
SORPRESA
El náufrago metió el mensaje en la botella. Luego no pudo sacar la mano.
 
BRUTALIDAD
Con el corazón en la boca vio llegar a la policía. Se salvó porque hizo un esfuerzo y se lo tragó entero.

De: “83 novelas” (2010)

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Hoy te recomendamos leer a ESTELA CANTO.
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viernes, 4 de agosto de 2017

SILVINA OCAMPO (Buenos Aires, 1903-1993)


RHADAMANTHOS
 
La envidiaba por sus pecados con una envidia que la carcomía, una envidia que no la dejaba descansar, y ahora, ahí estaba, muerta. Nada en el mundo podría resucitarla. Ahí estaba, muerta como una piedra preciosa, que no sufre, con todos los honores, con todas las ceremonias. ¡Ni siquiera desfigurada! Y si lo hubiera estado, alguien se hubiera encargado de ver en ella un encanto nuevo, el encanto de sus imperfecciones. Joven, nada le quitaría la juventud; tranquila, nada le quitaría la tranquilidad; impura, nada le quitaría su aparente pureza. Las iniciales, sobre el paño negro del coche fúnebre, brillaban, y sus retratos ya se repartían entre los amigos de la casa. No había modo de contener las lágrimas que vertían por ella un hijo de ocho años, un marido de treinta y esa corte ridícula de amigos que la admiraban, aún más que antes. En los armarios, aquellos vestidos que olían a perfume, serían sus delegados. Con ellos el recuerdo maquinaría costumbres, ritos en su memoria. Las santas tienen altares, pero ella, que se había suicidado, tendría en cada corazón alguien que suspiraba secretamente por su memoria.
Injusticias de la suerte, pensaba Virginia, mientras subía las escaleras. Yo que he sufrido tanto, yo que soy pura, yo que tengo a veces cara de muerta, yo que no tengo miedo a nadie, yo no me he suicidado. Nadie llora por mí.
Entró en el cuarto donde la velaban. Flores, las flores que le agradaban tanto, la cubrían. En la luz trémula de los cirios brillaban la frente, los pómulos, las mejillas, el cuello y los labios, como si estuviese viva. Ninguno de sus defectos se veía, ni los dedos de los pies, que eran tan insólitos, ni las piernas demasiado fuertes. Se había arreglado, peinado, pintado, para torturarla.
Para no verle la cara se arrodilló; para no pensar en ella rezó. Un zumbido de voces le llenó los oídos. La gente hablaba, ¿de qué? Sólo de ella. Era pura, decían, como la luz. Se puso de pie. Por suerte nadie advierte en las miradas los íntimos sentimientos de un ser.
Virginia se dirigió al dormitorio de la muerta. Buscó el peine, para peinarse, buscó el lápiz de los labios, para pintarse, buscó el perfume, para perfumarse, y se miró en el espejo. Salió de la casa apresuradamente; entró en una tienda donde compró papel de cartas (el papel que tenía en su casa era un papel ordinario). Caminó por la calle mirando la punta de sus zapatos de bruja; subió por un ascensor interminable, abrió una puerta y entró en su cuarto. Se puso a escribir maravillosas cartas de amor dirigidas a la muerta, revelando en ellas, con toda suerte de subterfugios, la vida monstruosa, impura, que le atribuía. Al pie de las cartas firmaba con el nombre del supuesto amante. En una noche, mientras velaban a la muerta, escribió veinte carta, cuyas fechas abarcaban toda una vida de amor.
A la mañana siguiente, al alba, hizo un paquete con las cartas, las ató con la cinta rosada de uno de sus camisones, las llevó a la casa mortuoria y las depositó en el armario de la muerta.


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Hoy te recomendamos leer a LUIS MARÍA PESCETTI.
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jueves, 3 de agosto de 2017

HÉCTOR TIZÓN (Jujuy, Yala, 1929-San Salvador de Jujuy, 2012)

 
EL TRAIDOR VENERADO

Aquella sería la última comida juntos.
El que era indigno de ajustarle el cordón de los zapatos estaba ebrio. Toda esa noche la pequeña campana de la estación ferroviaria sonó incesantemente, a lo lejos, sacudida por el viento. Llovía a ratos.
El Chaguanco abrió una lata de picadillo, lo fue untando con su cortaplumas sobre el pan que les quedaba y luego repartió los pedazos. “Yo no tengo hambre” —dijo. Quispe, un hombre inquieto y de poca talla que ya estaba borracho, tomó el primero y se lo tragó con buen apetito; después permaneció mudo y apartadizo, contemplando el débil movimiento de las ramas delgadas —agitadas por el aire— del ceibal.
La fama del Chaguanco había cundido no sólo en Yala, sino también en las comarcas vecinas desde donde la gente acudió hasta formar multitudes albergadas en carpas y vehículos, o debajo de las copas de los árboles alrededor del miserable rancho, a cuya puerta se asomaba, abandonando sus meditaciones, en los amaneceres. Entonces los que habían perdido la salud, los que aún esperaban algo, caían de rodillas ante su mano levantada.
Pero al poco tiempo comenzó la persecución, eludida hasta hoy en que se cumplía un año de peregrinaje; un año de penoso ocultamiento, mudando siempre de lugar, durmiendo a la intemperie o bajo las alcantarillas en los caminos, desde Tilquiza hasta Valle Grande, de Tumbaya a Susques, seguido por algunos fieles desesperados, enfermos, opas y ladrones arrepentidos.
Cuando un alegórico ladrar de perros anunció a los perseguidores, el Chaguanco concluía también su sentencia postrera, y el hombrecito enjuto y nervioso a quien iba dirigida, exclamó, más bien para sí: “Esa palabra es dura. ¿Quién la puede oír?”.
Ahora los agentes del destacamento estaban cerca. Era la noche de San Roque y una botella de ginebra yacía, seca, en el suelo.
El ladrar se convirtió en aullido mientras el viento, a lo lejos, seguía torturando a la campana.
Cuando Quispe desapareció, entendiendo el Chaguanco que había llegado el fin y que en seguida lo conducirían a la ciudad, a la cabeza de una multitud de curiosos —como un político—, preguntó a los que quedaban si también ellos querían irse; después se apartó a corta distancia, pero sin ocultarse.
La campana y los perros dejaron de hacerse oír y la partida cayó sobre él. No opuso resistencia ninguna y —esposado— llegó sobre un camión maderero a la ciudad. Allí debió esperar turno porque el Tribunal estaba distraído con otros delincuentes, pero, el día señalado, fue sometido a proceso y juzgado.
Pocas personas acudieron al plenario y entre ellas Quispe, principal testigo de cargo, que, antes de escuchar la sentencia, se ahorcó colgándose de una viga en el retrete del Palacio de Justicia.
Finalmente el Tribunal, al no hallar mérito suficiente para sostener una condena, lo absolvió.
Y cuando el Chaguanco —deshonrado y solitario—, después de mucho tiempo regresó a Yala, encontró que muy pocos se acordaban de él y que la gente ya encendía velas pagando promesas en la tumba del otro.

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Hoy te recomendamos leer a LORRIE MOORE.
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SARA GALLARDO (Buenos Aires, 1931-1988)

 
VAPOR EN EL ESPEJO

Tokio se llama la tintorería de mi barrio. Su dueña, desde una mesa, vigila los trabajos. Casi no habla español. Entre el vapor sus hijos escuchan tangos en la radio.
El día que me hicieron rector en la Universidad fui a hacer planchar mis pantalones. Los muchachos me dieron una bata mientras esperaba.
Por pudor, la madre dejó el puesto. Lo ignora: enseño lenguas orientales. Pude leer, en la mesa, qué escribía:
Aquí estabas
espejo
cuatro años escondido entre papeles.
Un rastro de belleza perduraba en tus aguas.
¿Por qué no lo guardaste?
 
De alguna cosa sirve, comprendí esa tarde, ser rector de la Universidad, experto en lenguas orientales, dueño de un solo pantalón.

De: “El país del humo” (1977)


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Hoy te recomendamos leer a ERNESTO SCHOO.
Recorrer su obra te dará placer.

FRANSEC BARBERÁ (España, Valencia, Algemesí, 1979)


TRADICIONES

En casa siempre hemos tenido una gran fascinación por la muerte. Es algo que nos han inculcado desde pequeños. Cuando alguien de nuestra familia se va al otro barrio, lo celebramos por todo lo alto. Por eso, cuando papá anunció que le quedaban tres semanas de vida, nos pusimos muy contentos. Inmediatamente empezamos a organizar la gran fiesta. Días después, cuando ya lo teníamos todo preparado, nos llamaron del hospital para decirnos que se trataba de un error y que papá no se iba a morir. Menos mal que, al enterarse de la noticia, a mamá le dio un infarto.


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Hoy te recomendamos leer a LILIAN ELPHICK.
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lunes, 31 de julio de 2017

KARLA ZÚÑIGA (Chile, Santiago de Chile, 1998)


INOCENCIA

Asustado, el niño va donde la vecina que, en esos momentos, riega su jardín. Siempre recurre a ella cuando sus padres están discutiendo o golpeándose.
-¿Qué ocurre?- pregunta.
-Mamá y papá pelearon. Mamá está enterrándolo en el jardín.

De: “Señoritas imposibles. Antología de microcuento negro” (2016)

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Hoy te recomendamos leer a NÉSTOR PERLONGHER.
Recorrer su obra te dará placer.

domingo, 30 de julio de 2017

ROBERTO PERINELLI (Buenos Aires, 1940)


DISTRACCIÓN

Existe un ángel voyeur, que suele espiar para abajo por un agujerito que le hizo al cielo. Cuando Dios pasa por ahí siempre lo sorprende mirando y le pregunta qué es lo que ve. El ángel responde y lo entera de cosas que ocurren en un planeta casi redondo, habitado por seres llamados hombres y que Dios siempre olvida que se llama Tierra.

De: “Actos que crean hábito” (2014)

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Hoy te recomendamos leer a CECILIA ABSATZ.
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GABRIELA AGUILERA (Chile, Santiago de Chile, 1960)


 
LAS BRUJAS NO DICEN ABRACADABRA

No era una bruja, aunque le gustaba que los niños lo creyeran. Se les acercaba entrecerrando los ojos y moviendo las manos como si fuera a echarles encima un hechizo.
Algunas veces los niños huían. Otras, se paralizaban, aterrados. Si no había nadie cerca, era fácil tomarlos y desaparecer con ellos. Lo difícil era descuartizarlos; pero después de tantos años de experiencia, la tarea se había simplificado. A fin de cuentas, el cuerpo de un niño se parece al de un pollo.
Claro, sin las plumas.

De:”Señoritas imposibles. Antología de microcuento megro” (2016)

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Hoy te recomendamos leer a SEBASTIÁN BASUALDO.
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viernes, 28 de julio de 2017

FEDERICO GARCÍA LORCA (España, 1898-1936)


EN EL CAFÉ DE CHINITAS


1 

En el café de Chinitas 
dijo Paquiro a su hermano: 
«Soy más valiente que tú, 
más torero y más gitano». 

2 

En el café de Chinitas 
dijo Paquiro a Frascuelo: 
«Soy más valiente que tú, 
más gitano y más torero». 

3 

Sacó Paquiro el reló 
y dijo de esta manera: 
«Este toro ha de morir 
antes de las cuatro y media». 

4 

Al dar las cuatro en la calle 
se salieron del café 
y era Paquiro en la calle 
un torero de cartel.

 

P.D. JAMES (Oxford, 1920 - Oxford, 2014)


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Hoy te recomendamos leer a P.D.JAMES.

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jueves, 27 de julio de 2017

SABRINA BARREGO (Buenos Aires, Luján, 1987)

 
CARTA

voy a escribirte un poema
donde no habrá ni una palabra.
el cuerpo dice:
-no
 
la sombra
asiente con la cabeza.

De: “Trinchera” (2016)


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Hoy te recomendamos leer a RAÚL BRASCA.
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martes, 25 de julio de 2017

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Hoy te recomendamos leer a LUIS CHITARRONI.
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miércoles, 5 de julio de 2017

ELIZABETH BARRETT BROWNING (Inglaterra, 1806-1861)

 
¿DE QUÉ MODO TE QUIERO?

¿De qué modo te quiero? Pues te quiero
hasta el abismo y la región más alta
a que puedo llegar cuando persigo
los límites del Ser y el Ideal.
 
Te quiero en el vivir más cotidiano,
con el sol y a la luz de una candela.
Con libertad, como se aspira al Bien;
con la inocencia del que ansía gloria.
 
Te quiero con la fiebre que antes puse
en mi dolor y con mi fe de niña,
con el amor que yo creí perder
 
al perder a mis santos… Con las lágrimas
y el sonreír de mi vida… Y si Dios quiere,
te querré mucho más tras de la muerte.


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Hoy te recomendamos leer a SERGIO BIZZIO.
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martes, 4 de julio de 2017

PEDRO MAIRAL (Buenos Aires, 1970)

 
CERO CULPA

Cero culpa, le dije a Mayer, pero no es verdad. Y se dio cuenta. Por ejemplo ayer entré en la librería y vi una tapa de un libro de autoayuda que decía “Cómo construir una familia”, y lo primero que pensé fue “Cómo destruir una familia”. Estoy todo el tiempo pensando qué pasaría. Pienso en vos y las chicas. Como si me muriera. Vos y las chicas sin mí. Si vos pudieras ver bien cómo es Simón conmigo quizá lo entenderías.

A Mayer el otro día le conté de esa vez que estábamos en Cariló. Cuando fuimos en agosto con las chicas. Hacía frío y fuimos a la playa con suéter y campera. Caminamos por la orilla. Las chicas y vos iban delante, yo me fui quedando atrás. Necesitaba estar un poco sola. Verlos de lejos. Iba mirando las piedras, los caracoles. De golpe veía uno de esos medio rosados, o alguna piedra rara, pero cuando los iba a recoger notaba que no estaban en la posición en que los había dejado la marea, sino que alguien los había levantado y vuelto a tirar en la arena. Lo que yo veía eran piedras rechazadas por ustedes. A mí me quedaban esas piedras, esos caracoles.

No sé si Mayer estará esperando que yo pegue el portazo. Nunca sabés lo que están pensando los psicoanalistas. Quizá no espera nada. Debe querer que resuelva de una vez. Que no llegue tan angustiada. Porque le dije que a veces tengo miedo de despertarme diciendo el nombre de Simón, o decirte Simón a vos. Y además me cansa tener el celular en silencio, mandarle mensajitos a Simón encerrada en el baño. Toda la sarta de mentiras que se van acumulando y vuelven como un boomerang.

Lo del cine, por ejemplo. Tener que ver la peor película del mundo dos veces. Simón quería ver El Código Da Vinci porque había leído el libro. Le dije que sí. La daban en el Village Caballito y yo sabía que ahí no me iba a cruzar con nadie, así que fuimos: cuatro horas de evangelismo demente y súper explicado, pero igual me la banqué porque Simón antes del final se entró a aburrir y me buscó la rodilla, fue subiéndome el vestido, me tocó y me empezó a dar besos en el cuello, de una manera que jamás hiciste vos, ni siquiera cuando estábamos de novios y nos frotábamos en el auto durante horas con los jeans puestos. Simón me tocaba en el cine diciéndome al oído: “Cómo me gusta cuando estás así mojada” y después cuando no aguantábamos más, antes de levantarnos para irnos, me dijo: “Te voy a garchar en todos los telos de la Capital Federal”. Vicky se rio espantada cuando se lo conté, pero a mí me parece la cosa más linda que me dijeron jamás.

Vicky dice que es una calentura. Lo llama El Mordedor de Saavedra, porque una vez me mordió tan fuerte una teta que me dejó la marca. Te acordás que te dije que tenía una infección urinaria. Era para que no se te ocurriera intentar algo y menos que menos meterte conmigo en la ducha a la mañana. Tenía la marca violeta de sus dientes abajo del pezón izquierdo. Se la mostré a Vicky en la cocina de casa. Después se me hizo una nubecita verde que se fue borrando. Si me veías la marca, te iba a decir que me la había hecho con la puerta del auto.

Fue por la misma época del cine, cuando las chicas se fueron al campamento y a vos se te ocurrió ir a ver El Código Da Vinci al Village Recoleta. De las diez películas que podíamos ir a ver, te emperraste con que querías ver esa –aunque no habías leído el libro– porque te la recomendó tu hermana. Después me dijiste: “Nunca antes te quedaste dormida en el cine”. Cómo explicarte que no podía soportar esa especie de burla del destino. Esa simetría cruel. Cuatro horas viendo esa tortura de Tom Hanks con vos que resoplás fastidiado, que no te levantás hasta el final porque pagaste la entrada, que rebotás la pierna, ansioso, y no te gusta que te ocupen los apoyabrazos de tu butaca.

Si lo pienso, creo que todo esto empezó no tanto porque no te soportara más a vos, sino porque no soportaba más a la persona que yo era con vos. No soportaba eso en lo que me había convertido. Entonces, aunque para vos no significara gran cosa, para mí aceptar el trabajo que me ofreció Vicky en la revista fue una puerta abierta, una manera de salirme de ese rol. Me asustaba mucho. Vos lo minimizaste, pero para mí fue un salto al vacío. Fue salirme de mí. Daba un salto con tanto miedo que parecía que dejaba el cuerpo atrás. Me costó mucho todo: la adaptación, las exigencias, los horarios, aunque fueran unas horas a la tarde antes de que las chicas llegasen del colegio. Vos decís que me apoyaste desde el principio, pero bien que tiraste esas frasecitas despectivas cuando te dije que lo iba a aceptar: “No entiendo qué te va a aportar trabajar en una revista de modas”, “No esperes mucho del nivel intelectual de la gente que trabaja ahí”. Esas cosas que, según vos, decías para protegerme. Pero en realidad te asustaba que yo volviera a trabajar.

A Simón lo conocí el día en que me mandaron a hacer una nota en La Rosa, de Puerto Madero. Lo había visto dando vueltas por la redacción. Me había mirado varias veces y yo había bajado la vista al teclado. Epa, pensé, ¿y ese morocho? Vicky me dijo que era fotógrafo. El día de la nota no supe que las fotos las iba a hacer Simón hasta que lo vi aparecer en el restorán cuando yo terminaba de entrevistar al dueño. Si me esperás que haga las fotos te llevo, me dijo. Y me llevó de vuelta en su auto, un Renault medio abollado. Eso me encantó. No es obsesivo con su auto. Lo usa. Lo tiene más o menos limpio, pero no está pendiente de los rayoncitos y ojo acá y ojo allá y mejor lo estaciono yo.

Volviendo a la redacción, me preguntó:

–¿Vos estás casada, Laura? –Me gustó que supiera mi nombre.

–Sí. Tengo dos hijas. Clara de catorce y Juana de once.

–¿Pero a qué edad te casaste?

–A los veintiuno.

–Ah, eras una niña.

–Era chiquita, sí. ¿Vos tenés hijos? –le pregunté.

–Tengo una hija, de cuatro años. Dafne se llama. Pero no vivo con la madre.

–¿Y con quién vivís?

–Con el padre –me dijo y me hizo reír–. Vivo solo, o sea que vivo conmigo, y ya eso es bastante complicado.

Simón manejaba bien. Me fijé porque Vicky dice que mira cómo maneja un tipo y sabe cómo coge. Bueno. Simón maneja con pleno control del auto, agarra firme el volante, no se pone nervioso, no quiere hacer diez cosas a la vez. Parece hasta disfrutar manejando. Por ahí se zarpa y acelera pero no pretende ir más rápido que el tráfico. No va haciendo finitos, ni sobrepasa histérico a los otros autos. Maneja fluido. No sé bien cómo explicarlo. Frena poco, porque parece prever las zonas de las avenidas que se congestionan, entonces pasa, sigue, no se detiene, fluye. Y toma las curvas con tiempo, anticipa que los colectivos lo van a encerrar. Nadie lo jode en la calle. No le echa la culpa a nadie. Vos, en cambio, tocás bocina, puteás, te creés que el tráfico es un complot en tu contra.

Cuando le conté a Vicky cómo manejaba, me dijo textualmente “Ay, boluda, tiene que ser un chongazo”. Le dije que estaba loca si pensaba que me iba a enganchar con alguien, y que además Simón no me había tirado ni media onda. Le mentí un poco. Algo de onda me tiró. Vicky me dijo que él había salido con una secretaria de la revista el año pasado, pero después ella se había ido y ya no estaban más juntos. Esa era la única historia que le conocían dentro del trabajo. Así que me hice la desinteresada, pero empecé a ir un poco más arreglada a la revista. Siguió el cruce de miraditas, y el día que me mandó por mail las fotos para la nota del restorán, me mandó enseguida otro mail que decía: “Te queda muy bien ese vestido celeste”. “Es lila”, le contesté, y sin achicarse me lo volvió a mandar: “Te queda muy bien ese vestido lila”.

La noche de la fiesta de la revista vos me viste salir de jeans y remera blanca, pero me cambié en el taxi. Cuando estás así tenés una valentía que te hace hacer cosas que antes no hacías. Le dije al taxista, un tipo de unos sesenta años: “Señor, yo me voy a cambiar acá atrás. Es un segundo. Disculpe”. No me dijo nada y creo que ni miró por el espejito. Cuando me bajé en Barracas en la fiesta, estaba maquillada y tenía puesto ese top strapless blanco que me había comprado y nunca usé, la mini de jean y las sandalias de taco con tiritas. Vicky me vio llegar y me dijo: “Qué trola sos”.

Funcionó. Simón me vino a hablar en medio del boludeo de las modelos fotografiadas contra el logo, y el champagne y el diálogo a los gritos.

–¿Cómo te ves después para el dancing? –me dijo, y la frase me pareció medio loser.

–No me veo –le dije–. Me tengo que ir temprano.

–Yo también. Si querés te acerco.

–Dale.

Y no lo volví a ver por un rato.

Después apareció con cuatro amigos de él, que también querían que los llevara. Salimos. Dos eran una pareja que se sentó al lado mío, atrás. Y adelante iban dos chicas sentadas, una medio a upa de la otra. También resultó que eran pareja. Simón hizo la repartija: se bajaron unas en Montserrat y otros en Retiro. Cuando me pasé adelante y quedamos los dos solos en el auto, nos pusimos bastante incómodos. Yo empecé a decir “estás seguro de que no te desviás mucho yendo hasta Pueyrredón”, y él me dijo que no, que no había problema, pero que si antes no me importaba pasar un segundo por el estudio de un amigo porque tenía que buscar un gran angular para un trabajo al día siguiente muy temprano. Dobló en Nueve de Julio en lugar de seguir por Libertador. “Subo y bajo”, me dijo. Ya eran las doce y yo sabía que vos ibas a estar mirando el reloj. Cuando llegamos y me dijo “Vení a ver este lugar que es increíble”, me asusté. Pero me asusté por todo: por la duda de si eso era o no un intento de seducirme y la posibilidad de estar equivocada, por haber puesto en marcha una cosa que ahora no podía detener, por el tiempo que hacía que no me acostaba con nadie más que con vos.

Subimos y ya en el ascensor me quiso dar un beso. Yo le esquivé la boca pero dejé que me abrazara, que me besara el cuello, y le toqué la nuca, le pasé la mano por el pelo. Una vez adentro no prendió la luz. Era un estudio de fotografía sobre Pellegrini cerca de Córdoba, un lugar enorme; la iluminación de la avenida entraba por los ventanales. Al lado de un sillón, contra la pared, me siguió buscando la boca. Le pregunté si no tenía que llevar una lente y me dijo que sí, que ahora lo agarraba. Dale, le dije. Fue a buscarlo. Agarró algo y me preguntó si quería agua. Entramos en la cocina que estaba a un costado. Sacó agua de la heladera, sacó vasos y me sirvió. Ahí dentro estaba un poco más oscuro. Tomamos agua. Apoyé el vaso en el mármol casi sin hacer ruido. Entonces se me acercó y lo dejé venir.

Me apoyó contra la mesada y me dio un beso. Lo mordí un poco porque Simón es muy mordible. Me dio besos en el cuello, en los hombros, en las manos. Me apretó casi levantándome contra la mesada. Yo lo sentía contra mí, le levanté la camisa y le toqué la espalda. Me agarró el culo, después me agarró una mano y me hizo sentir su pija a través del jean. Se la apreté. La tenía dura. Me levantó la mini, me apartó la tanga y me empezó a tocar. Ya no podía más. Simón estaba desaforado. Me sentó en la mesada y se agachó. Me hundió la cara entre las piernas. Yo me asusté, me dio pudor, sentí que me resbalaba, le dije que no, pero siguió y me apretó los muslos sosteniéndome y ya no quise que parara porque tengo que decir que si Simón tiene algún talento es con esa lengua que Dios le dio. Un zarpado. Se lo dije. Sos un zarpado, y siguió un poco más, después se paró, se empezó a desabrochar el pantalón y le pregunté si tenía forros. Fue como despertarlo de un sueño. Se quedó respirando fuerte. Voy a buscar, dijo. Me llevó de la mano hasta el sillón del living. Buscó en el baño del estudio, revolvió todo, creo que fue hasta el cuarto, pero no encontró nada. Así que me dio un beso, y me dijo “ahora vengo” y bajó al kiosco.

Me quedé en la sombra de ese lugar. Acostada en el sillón pensando muchas cosas a la vez, asustada, con el corazón a dos mil. Las luces de los autos hacían unos abanicos de reflejos en el techo. Pensé muchas cosas, pensé en vos y en las chicas, y en todos estos años, pero en ningún momento me pareció que estaba mal lo que hacía. La sensación de estar viva, ahí, latiendo, esperando que Simón volviera de la calle, me sacudió. Sonreí, me mordí los dedos de felicidad. Y después, cuando Simón volvió y se puso un forro y cogimos hasta quedar tendidos exhaustos, también sonreí en la oscuridad, porque me pareció que volvía a nacer, que todo se abría en posibilidades, que yo le gustaba a este hombre dos años menor que yo, que lo calentaba. La forma en que me rodeó la cintura con el brazo, la fuerza firme con la que lo hizo. Y efectivamente cogía como manejaba: indetenible, continuo, disfrutando. Era fluido en el amor, Simón. Se zarpó pero no fue torpe, no pisteó, no quiso ir más rápido que el tráfico.

Después, en el baño, tratando de lavarme, me puse nerviosa. Me parecía que tenía olor a hombre. El olor del desodorante de Simón. Y le pedí que me llevara de vuelta porque ya era la una y media. Le di un beso largo y me bajé en la esquina. Entré al edificio y en el descanso de la escalera me cambié de vuelta. Por suerte no subió ni bajó nadie. Estabas despierto en la computadora, cerrando páginas porno, cuando llegué. Te quedaste hasta tarde, me dijiste. Sí, había mucho champagne, Vicky se sentía mal, la tuve que acompañar en taxi a la casa. En el baño otra vez traté de sacarme el olor a Simón con la esponja. Me asustaba que quisieras abrazarme y me olieras de cerca, que me hundieras la nariz en el pelo, aunque nunca jamás hagas eso. Pero me sorprendió acostarme al lado tuyo y no sentir culpa; estar a centímetros de tu cuerpo, con toda esa noche sucediendo de vuelta en mi cabeza, todos los besos de Simón todavía rodeándome. Me sorprendió poder estar tranquila, durmiéndome como si nada hubiera pasado.

Y ya que te estoy contando cada detalle te digo que esa noche no acabé. Pero la vez siguiente, en su casa en Saavedra, después de una nota que hicimos juntos en Colegiales, sí que acabé. Y dos veces, y como prendiéndome fuego por adentro, como desarmándome entera arriba de él. Mayer parecía contento cuando le conté. Habló de una etapa exploratoria, estás conociendo facetas de Laura que no conocías, dijo. Hay cosas que me daba pudor contarle, pero le conté igual. Eso de que Simón me dice hermosa mientras me coge, y cómo me calienta que lo haga. Porque vos a lo sumo tirás un “estás muy linda” o un “perrísima” que le copiaste a algún amigo o a los noteros de la tele. Alguien nos borró la palabra hermoso del diccionario de Barrio Norte y nosotros lo aceptamos. Pero te voy a decir una cosa: Simón es hermoso, y yo desnuda al lado de él soy hermosa. Es decir que no sólo te estoy metiendo los cuernos sino que también estoy ampliando mi vocabulario.

Y estoy conociendo Buenos Aires; ahora, a los 36 años, descubro avenidas que no veía desde que mamá –cuando yo tenía doce o trece– me pedía que la acompañara a buscar pinturerías o casas de muebles. La pendiente que tiene Chiclana cuando pasa por abajo de la autopista, o Almafuerte bordeando el Hospital Churruca, y el Parque Uriburu ahí que no sé por qué me hace acordar al D.F. y a Chapultepec. Partes lindas, todavía empedradas, con casas bajas, y partes horribles. Y Saavedra, el departamento de Simón en García del Río, la vista del pulmón de manzana que da a los jardines. El vientito que entra a las dos de la tarde cuando nos quedamos en la cama, los jueves, cuando se supone que estoy en un almuerzo de trabajo que no existe, que inventé para salir de casa más temprano y para justificar que no pueda contestar el celular.

Si llego muy altanera, Mayer en general me baja a tierra, y si llego muy bajoneada me levanta. El otro día llegué muy cocorita hablando de lo contenta que estaba con esta doble vida (la expresión la usé yo) y él me dijo: “Cuidado que una doble vida no sea una vida a medias, sin comprometerse con ninguna de las dos”. Para mí se metió demasiado, medio que lo mandé a la mierda. Pero fue porque le conté que Juana me había pedido que la acompañara a comprar ropa, y yo no pude ir porque me encontraba con Simón ese día. Después fui con ella y me ocupé, y no creo que vos puedas decir que estoy descuidando a las chicas. Ni siquiera las cosas de la casa cambiaron. Mirta está aprendiendo bien a hacer las compras, hace el pedido con criterio, recibe el envío, cocina. Todo funciona. Me gusta tener mucama en casa, y me encanta que no haya mucama en lo de Simón. Poder levantarme desnuda a buscar agua a la cocina de su departamento. Hace dos años me acuerdo que le contaba a Mayer que estaba insomne, que me despertaba a veces a las cuatro de la mañana y daba vueltas por la casa, que al principio me fastidiaba pero después lo empecé a disfrutar; a esa hora tenía la casa toda para mí, como si no hubiera nadie, todos estaban anulados por el sueño, vos, las chicas, Mirta. Necesitaba esa soledad. Eso había perdido, mi soledad. Ahora la estoy recuperando.

Vos siempre tuviste tu costado cerrado, tu rincón. Te vas a la oficina, una escapada al golf, o los viajes por trabajo a Brasil. Quizá tengas tus trampas por ahí. Algún gato caro, puede ser. Cosa tuya. Mientras no vuelvas a casa con marcas de rouge y olor a perfume, prefiero no saber. Vicky me dijo que le ofrecieron un sistema que metés una clave en el conversor y podés ver en la tele lo que el otro está viendo en la computadora, pero que tiene miedo de lo que pueda encontrarle a Gastón. Yo le aconsejé que no lo hiciera. El que busca encuentra, le dije. Yo a vos siempre te veo cerrando ventanitas cuando me asomo a la compu, y está bien, serán tus páginas porno o alguna abogadita que te histeriquea en el chat. No se me ocurriría nunca hackearte ni espiarte nada.

Ojalá pudiera realmente decirte todo esto. Porque sabés que te quiero, que te quise estos diecisiete años que hace que te conozco. Y vuelvo a casa todas las tardes y duermo con vos porque te elijo. Todos los días te elijo de alguna forma u otra. Y lo voy a seguir haciendo al menos hasta que Juana tenga la edad de Clara y ahí veremos. Cuando las chicas ya no me necesiten, veremos. ¿Te elijo porque sos un abogado exitoso que trae plata a casa y por todo lo que tenemos juntos? ¿Te elijo por inercia? Puede ser. Vos sos tu dinero. Sin plata serías otro. Tu plata y la de tu mamá (porque convengamos que tu viejo era un colgado) se notan en cómo te vestís y cómo hablás y cómo pensás y cómo actuás. Si alguien me dijera que te quiero por tu plata, le diría que es cierto porque vos sos tu plata. Y no creo que eso esté mal.

La pregunta es si me bancaría vivir con Simón. A veces pienso que sí. Hay que ver si él se bancaría vivir conmigo. Pero pienso en tener una casa con patio, tener plantas, tener un perro (nunca quisiste tener perro, y en casa de chica yo tenía perros, gatos y hasta una tortuga). Pienso mucho en esa casa. Me duele esa casa. Porque quizá sea todo un desastre emocional. Una pelea con Simón. Pero qué tipo más lindo. Quizá vamos camino a la catástrofe. Ahora que empezamos a coger sin forro y yo tomo pastillas. Vos con tus Prime azules, y Simón que me la mete sin nada y me acaba adentro. No quiero tener otro hijo con vos. Ni aunque me aseguren que va a ser varón. Pero a veces quiero tener un hijo con Simón. Un varón hermoso como él, que se enamore de mí.