Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

domingo, 1 de enero de 2017

INÉS ACEVEDO (Buenos Aires, Tandil, 1983)


EL PERRO CANELA

El segundo día en Bariloche antes de irse a dormir la embarazada agradeció a Dios. No podía creer una felicidad tan completa: en tres semanas tendrían su primer hijo. 
El bebé era motivo de frecuentes incomodidades físicas, que se habían continuado más allá del tercer mes. Mareo, náuseas y vómitos. Diarrea, pero también estreñimiento. Su cuerpo se había vuelto incomprensible y egoísta, pero a ella no le importaba nada, y se dejaba acariciar por todas las personas seducidas por su panza, que era algo extraordinario. Redonda, como la de todas las embarazadas, pero tan elegante como “el micro reflejo de un copo de nieve”, le había dicho su novio, con quien formalizaría la relación luego del nacimiento. 
De pronto, un ruido en la puerta, el perro queriendo entrar, la despertó de un ensueño.
Se levantó descalza. Saltó de alfombra en alfombrita hasta la puerta, y al pasar cerca de la estufa sintió en la planta del pie la temperatura tibia del mármol blanco y vio el reflejo del fuego. Le abrió la puerta al perro y no pudo refrenar el deseo de quedarse cerca del calor del hogar. El perro la siguió y se sentaron juntos al lado del cajón de leña. 
Era un perro de raza color canela, y estaba muy celoso de su embarazo, tanto que se había escapado dos veces. Primero lo encontraron con la lastimadura de una pelea callejera, y ahora lo había atropellado una moto, por eso tenía la pata de adelante entablillada y rengueaba. La embarazada miraba los tizones. Estaba hipnotizada por el color rojo de una chispa. Pero el perro empezó a lloriquear, y eso significaba que quería oír su voz, así que ella dijo:
-¿Querés que te cuente el cuentito de las buenas noches? Ok. Erase una vez una chica que vivía en la Luna. Tenía una casa blanca, con cortinas blancas, sillas blancas y cuatro camas blancas. Tenía tres mascotas: tres perros de color blanco. Todas las tardes sacaba los perritos a pasear, y cuando se iba el sol se sentía muy triste, porque veía brillar de lejos un planeta que no conocía. Y siempre pensaba: “¿cómo será ese planeta? ¿Habrá gente como yo, que vive feliz y juega a lo mismo que yo juego de día? ¿Y de noche? ¿De noche dormirán, igual que yo?” Y sus preguntas la llenaban de curiosidad. Y cada vez tenía más ganas de venir a conocer la Tierra. Después entraba a la casa y preparaba las camitas para ella y los perritos, y dormían hasta el amanecer, todos juntos en el mismo cuarto. Hasta que un día vio venir de lejos una nube gigante que aterrizó cerca de su casa. Una bola blanca con dos patas bajó de la nube y rebotó en el piso, vino saltando hasta ella y la señaló con agitación. En su mano derecha tenía una cámara de video. Esa fue la primera imagen que se vio de la Luna: la chica en camisón y sus tres perritos en pijama. 
El astronauta los invitó, y ella y sus tres perritos estuvieron encantados de venir a conocer la Tierra. Llegaron. Pronto los perros vieron que en la ciudad había muchos amigos y se escaparon de su dueña. Enseguida los astronautas se emborracharon con champagne, y la chica de la luna quedó abandonaba en la cama gigante de un hotel. Resistiendo a las insistencias de un conserje por convertirse en su primer amigo humano, se hizo de noche para ella, y sin fuerzas para buscar a sus tres amigos trató de dormir, pero no pudo. Sentía que había demasiada luz en su pieza. Fue a la ventana y vio que la luna estaba redonda. ¿Me habré olvidado la luz prendida? pensó. 
¡No había considerado que el viaje pudiera representar la pérdida de sus tres amigos! Ese día decidió quedarse en la tierra para encontrarlos. Y todas las noches de luna llena les pide a los perros del mundo que llamen a sus amigos blancos para que vuelvan con ella. ¿Te gustó? Bueno. Ahora a dormir, y nada de ladrar, ¿ok?, dijo la embarazada, y se zambulló en la cama y se quedó dormida. 
Insatisfecho, el perro canela bostezó. Tenía insomnio y estaba en celo. A la luna, que siempre le había interesado, ahora ni la miraba. Era invierno y hacía frío. La mejor opción para él era quedarse adentro. Sin embargo cazó el picaporte de un salto y salió afuera, al corredor.
Se hundió en la nieve rengueando en dirección al bosque, de donde venían ladridos, ruidos familiares. El olor de los pinos se empezó a mezclar con el de algunas hembras, y él aceleró el paso. Pero cuando estaba en el centro del boque el viento a favor trajo otro olor a sangre, familiar y electrizante, que lo detuvo. Prestó atención con las orejas, su nariz se dilató. El olor venía de la cabaña y significaba que su amiga estaba en problemas.

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