Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

martes, 16 de septiembre de 2014

JORGE DÁVILA VÁZQUEZ (Cuenca, Ecuador, 1947)

EL JOVEN CENTAURO
 
A la memoria de Anthony Lobdell.
 
-Madre, tú nunca me has dicho que era diferente. Sentía tu amor día y noche, cubriéndome, con esa ternura tuya, digna de los inmortales, pero por qué nunca me dijiste que más allá de estos bosques en que crecí, de estas aguas transparentes, que tú repetías se parecían a las de la fuente Castalia; a lo lejos, en esos valles que apenas se divisan desde el pico más alto, habitan unos seres distintos a nosotros, con un cuerpo extraño, en el que apenas hay dos patas, y una constitución vertical que a nosotros nos está negada. ¿Por qué, dulce madre, que cantabas de un modo tan hondo, tan triste, que conmovías a las fieras y a las duras rocas, no me dijiste que esos que un buen día descubrí y me parecieron seres abominables, deformes, incompletos, nos consideran monstruos?
 
EL VIOLONCHELO
Sabe que está hecho para las más hermosas melodías; espera las manos que hábilmente extraerán de sus cuerdas y su caja reluciente ese canto profundo, conmovedor, capaz de provocar el llanto hasta de los más indiferentes; ese canto solo comparable con la voz humana, como ha escuchado decir en más de una ocasión. Pero, parece tan vanidoso, tan infatuado, que por hermosa que sea la música que salga de su cuerpo, sigue impávido, indiferente, inconmovible. “Acaso soy un violín o una viola para llorar cada vez que alguien entona en mí una triste melodía”, dice desdeñoso.
Pero un día hay un cuchicheo entre los instrumentos, una viola de voz dulce y quejosa cuenta: “Ha muerto Pau Casals”. ”¿Quién?”, pregunta un anciano contrabajo medio sordo. Y un violín dice, solemne, “El maestro Pablo Casals, el más grande chelista del mundo”. Pasa uno como viento de luto por las cuerdas. Incluso un arpa, que duerme en un rincón, como si estuviese esperando que algún poeta la saque de su modorra, sacude sus cuerdas.
 
Esa noche, en medio de su silencio y soledad, si los instrumentos de la orquesta prestaran atención, oirían sollozar bajito al violonchelo. Un contrabajo pregunta con su voz ronca: “¿Estás llorando?”. -No. Responde, ¡Que va! Es solo un pequeño resfrío. Y, orgulloso, como siempre, se atrinchera en la tensión de sus cuerdas y en la pulida madera de su cuerpo, lleno de secreta pena.

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