YO QUE ANHELÉ SER OTRO
El viejo se puso de pie trabajosamente, volvió sus ojos casi ciegos al amarillo desvaído de una ciudad ajena. Pensó que así era, que debió morir muchos años antes en el Sur, en un duelo a cuchillo con un compadrito que le erró al tajo y lo privó de una muerte soñada. Pensó, no pudo no pensar, que la vida lo había ido gastando y que ese lugar ya no era de Borges, ni del otro.
De “La vida es cabos sueltos”
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