Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

domingo, 31 de marzo de 2013

LECTURA PARA COMPARTIR: ESTHER CROSS (Buenos Aires, 1961)

 

“CABEZA”

Volvíamos a Buenos Aires con el primer auto que se había comprado mi padre. Era un Fiat 1500 gris oscuro y era, como todos los que tendríamos, un auto práctico y discreto. Mi padre manejaba con una mano en el volante y con la otra repartía manotazos y cachetadas al asiento de atrás, donde mis dos hermanos y yo nos peleábamos para ver quién iba en el medio. Mi madre tenía los brazos cruzados y se mordía el labio. Podíamos verla por el espejo. En el baúl, en una caja de bananas Dole, adentro de una bolsa hundida entre papeles de diario y aserrín, estaba la cabeza del perro. Teníamos que llevarla al Instituto Pasteur. Hacíamos lo que nos habían dicho que teníamos que hacer.

Era una cabeza pesada. El capataz había traído la caja hasta el coche entre las manos, con los brazos colgando. Lo vimos venir desde los galpones, con esa lentitud que marca el tiempo cuando ya es demasiado tarde. Nos saludó levantando el mentón y después esperó a que mi padre guardara las valijas en el baúl. Entonces acomodó la caja de bananas Dole con la cabeza del perro adentro.

Bastaba con ver la mordedura en la pierna de mi hermano menor para darte una idea de la magnitud de la cabeza que llevábamos de viaje. Si hubiera sido la cabeza de un perro chico, igual hubiera sido todo un tema, pero era la cabeza de un perro grande. El perro grande había sido, además, el perro preferido de Gómez, el mensual más viejo y antiguo del campo. Se llamaba Cabeza. Había mordido a mi hermano menor y teníamos que asegurarnos de que no tuviera rabia.

Cabeza mordió a mi hermano menor y después se sentó y nos miró. Mi hermano menor gritó, miramos la herida, miramos el perro, miramos la herida y fuimos para la casa mientras armábamos, entre los tres, la versión que les daríamos a mis padres. La tierra del camino absorbía las gotas oscuras de sangre –los dientes de Cabeza habían atravesado el pantalón–. Antes de llegar, oímos un aullido. Mi hermano más grande dijo que seguramente le estaban pegando al perro. El capataz llegó a la casa un poco después y le dijo a mi padre que le había dicho a Gómez que tenía que matarlo, como castigo. Cabeza estaba muerto.

¿Cuál era el perro que parecía más un lobo que un perro? Cabeza. ¿Cuál era el mejor perro de Gómez? Cabeza. Tenía siempre la lengua afuera y cuando lo veías tirado en la puerta de Gómez era como si tuviera el corazón en la lengua. Después Cabeza se levantaba y parecía que con él se levantaba todo.

Gómez tenía más de veinte perros. Mi madre siempre decía que era un peligro. Mi padre agregaba que si todos tuviesen tantos perros como Gómez, el campo sería un desastre, y sacaba la cuenta –le encantaba–. El tema era una fija cuando nos quedábamos sin tema. Había que decirle que no podía tener tantos perros. Pero nadie quería ofender a Gómez porque era un buen hombre, no tenía familia y era –sobre todo– un hombre leal. Mi padre estaba seguro de que si no podía tener sus perros con él, Gómez iba a irse. Lo decía con una admiración resignada, casi en clave.

A los perros los trataban de usted. A veces se morían. A veces se perdían. A veces se los llevaba el celo. Un perro podía tener varios nombres, que era como no tener ninguno. A veces, en una misma tarde, le decían Mancha o Gancia a dos perros a la vez. Negro era un nombre muy frecuente. Había varios Mancha y un par de Lobos. Cabeza era el único perro que tenía un solo nombre. Nadie se lo confundía. Eso quería decir algo.

¿Lo habían matado? ¿Gómez había tenido que ir a matar a su propio perro? Mi padre entendió el mensaje y era un mensaje lógico para alguien como mi padre. Pero mi madre era especialista en enfermedades contagiosas y plagas. Le dijo a mi padre que ahora no podríamos asegurarnos de que el perro no tuviese rabia o alguna otra enfermedad. Llamaron a Buenos Aires, al doctor Pietro. Tardaron mucho en conseguir. Cuando dieron con Buenos Aires, se oía mal y mi madre tenía que gritar para que el doctor la oyera. De un lado, la voz de mi madre; del otro, la voz del doctor Pietro y en el medio el sonido de la distancia, la acústica débil, la interferencia.

Oímos lo que dijo el capataz y los tres vimos a la vez, cada uno por su cuenta, a Gómez que se alejaba, en nuestra imaginación, de espaldas, seguido por Cabeza, hacia el monte, con sus tristes intenciones. Mi hermano más grande dijo, al rato, que seguramente el perro no había sospechado nada y mi hermano menor y yo asentimos porque los tres habíamos pensado la muerte de Cabeza de la misma manera. El hombre. El monte. El perro. El sacrificio. A lo mejor el perro había sospechado pero la lealtad al amo que lo llamaba le había ganado al miedo.

Era el único perro que no teníamos que tocar. No lo toquen, nos decían. Hasta el mismo Gómez dijo una vez no lo toquen, cuando nos vio mirándolo, y fue la única vez que oímos hablar a Gómez. Y mi hermano menor lo tocó. Y al perro lo mataron. Y ahora íbamos en el auto, con la cabeza de Cabeza en el baúl, adentro de una caja de cartón. Teníamos que entregarla al Instituto Pasteur antes de que se pudriera.

El policía estaba parado en medio de la ruta. Hacían eso seguido. Sabías que ibas a encontrarte con alguno cada tantos kilómetros. Estábamos cerca de Daireaux. Nos dimos cuenta porque el olor del frigorífico ya contagiaba todo. Habíamos salido tan temprano que después de hacer más de cien kilómetros seguía siendo temprano. El policía hizo señas para que mi padre frenara al costado de la ruta. Mi madre se dio vuelta y nos retó aunque no estábamos haciendo nada.

El oficial era gordo y tenía la cara mojada. Pero no transpiraba solamente por el calor del verano. Transpiraba desde adentro. Ese hombre iba a explotar en cualquier momento. Tenía dedos gruesos y uñas en pico.

Cuando mi padre abrió el baúl vimos, por el vidrio, que el policía tocaba las valijas con su bastón, como si le diera asco meter la mano adentro de nuestro auto. Sin embargo, cuando hundió el bastón una, dos, tres veces en el mismo lugar parecía concentrado y para nada molesto. Era un buitre y había encontrado algo.

Mi padre tuvo que sacar la caja del baúl y la apoyó en el suelo. El policía le hizo señas para que se callara. Los policías nunca te dejaban hablar. Donde empezaba la policía se terminaban las explicaciones. Mi padre se agachó para abrir la caja. El policía dio un paso hacia atrás. Después gritó como en una clase de gimnasia.

Mi padre se levantó y se apoyó contra el auto, con las piernas abiertas. Le dijo a mi madre que no se preocupara. Entonces el policía lo agarró de la camisa, lo echó hacia atrás y lo tiró contra el vidrio. Vimos la cara de mi padre, que se aplastaba contra el vidrio y mi madre gritó. Aunque no estuviera prohibido llevar la cabeza de un perro en el baúl de un auto, el policía trataba a mi padre como si fuera un criminal. Mis dos hermanos y yo empezamos a saltar adentro del auto, a golpear el techo con los puños. El policía agarró a mi padre del brazo y se lo llevó a un costado. Mi hermano más grande bajó la ventanilla del auto y en el auto entró el olor de la mañana, de la cabeza, del frigorífico y de algo todavía más fuerte y concentrado, que a lo mejor era el olor de todo eso a la vez.

El doctor Prieto le había dicho a mi madre que como el perro estaba muerto y no podíamos llevarlo para que lo examinaran en el Pasteur, teníamos que llevar la cabeza. Mi padre le agradeció el gesto de lealtad al capataz y, sin hacer hincapié en el hecho de que había sido un error matar al animal, le dijo que tenían que cortarle la cabeza. El capataz asintió. Después fue a buscar a Gómez y le dijo que tenía que cortarle la cabeza a Cabeza, que había quedado tirado en el monte. A la mañana, antes de que saliera el sol, Gómez le había dado al capataz la caja de cartón con la cabeza adentro. Teníamos que llevarla lo antes posible. Podían analizarla y saber si el perro tenía rabia.

Mi padre entró al auto mientras nos chistaba. Tenía que hacer algo y no quería que lo interrumpieran. Estaba enojado. Abrió la guantera. Sacó la billetera. Se metió el fajo de billetes en el bolsillo y salió del auto. El policía se paró delante de él, y lo cubrió con su espalda azul y maciza mientras estiraba la mano. Así eran las cosas y pagabas. Después mi padre vino al auto, cerró el baúl, entró, se sentó y arrancó sin contestarle a mi madre, que quería volver para buscar la caja con la cabeza del perro.

–Hijo de puta –dijo mi padre con la cara colorada, con los ojos clavados en el espejo retrovisor. Apretaba el volante con tanta fuerza que los dedos se le habían puesto blancos.

¿Y la cabeza? Preguntaron mis hermanos. ¿Se había podrido y por eso la había dejado tirada en el pasto? ¿Tenía gusanos, tenía los ojos abiertos, tenía espuma en la boca y sangre seca en el cuello? ¿Se veían las venas y los restos de carne en una cabeza recién cortada? Mi padre nos dijo que la cabeza que estaba en la caja de bananas Dole no era la cabeza de Cabeza. Era la cabeza de otro perro de Gómez. Cabeza debía estar corriendo por algún lado.

“Seguro que se fue”, dijo mi padre, con una admiración resignada, casi en clave. Se refería a Gómez, por supuesto.

Volvíamos a Buenos Aires en el primer auto que tuvimos. El sol ya había salido. Pasamos los carteles que decían Daireaux. Seguimos viaje.

jueves, 28 de marzo de 2013

ESTEVAN MANIA “TODOSPORNOS”

 

Muestra Mania

 

JUEVES 28 Y VIERNES 29 - HORARIO DE 20 A 22

TE ESPERAMOS, EN LA “SALA ARQ. ALFREDO PEDRO”

BIBLIOTECA SARMIENTO (PIÉROLA 267).

PARA COMPARTIR VISITA GUIADA

Y

“DIÁLOGO ABIERTO” CON EL ARTISTA.

miércoles, 13 de marzo de 2013

“MARZO: MES DE LA MUJER” SILVINA OCAMPO

 

(Buenos Aires, 1913-1993)

“CIELO DE CLARABOYAS”

La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste viendo desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los cables del ascensor.

Era la casa de mi tía más vieja adonde me llevaban los sábados de visita. Encima del hall de esa casa con cielo de claraboyas había otra casa misteriosa en donde se veía vivir a través de los vidrios una familia de pies aureolados como santos. Leves sombras subían sobre el resto de los cuerpos dueños de aquellos pies, sombras achatadas como las manos vistas a través del agua de un baño. Había dos pies chiquitos, y tres pares de pies grandes, dos con tacos altos y finos de pasos cortos. Viajaban baúles con ruido de tormenta, pero la familia no viajaba nunca y seguía sentada en el mismo cuarto desnudo, desplegando diarios con músicas que brotaban incesantes de una pianola que se atrancaba siempre en la misma nota. De tarde en tarde, había voces que rebotaban como pelotas sobre el piso de abajo y se acallaban contra la alfombra.

Una noche de invierno anunciaba las nueve en un reloj muy alto de madera, que crecía como un árbol a la hora de acostarse; por entre las rendijas de las ventanas pesadas de cortinas, siempre con olor a naftalina, entraban chiflones helados que movían la sombra tropical de una planta en forma de palmera. La calle estaba llena de vendedores de diarios y de frutas, tristes como despedidas en la noche. No había nadie ese día en la casa de arriba, salvo el llanto pequeño de una chica (a quien acababan de darle un beso para que se durmiera,) que no quería dormirse, y la sombra de una pollera disfrazada de tía, como un diablo negro con los pies embotinados de institutriz perversa. Una voz de cejas fruncidas y de pelo de alambre que gritaba "¡Celestina, Celestina!", haciendo de aquel nombre un abismo muy oscuro. Y después que el llanto disminuyó despacito... aparecieron dos piecitos desnudos saltando a la cuerda, y una risa y otra risa caían de los pies desnudos de Celestina en camisón, saltando con un caramelo guardado en la boca. Su camisón tenía forma de nube sobre los vidrios cuadriculados y verdes. La voz de los pies embotinados crecía: "¡Celestina, Celestina!". Las risas le contestaban cada vez más claras, cada vez más altas. Los pies desnudos saltaban siempre sobre la cuerda ovalada bailando mientras cantaba una caja de música con una muñeca encima.

Se oyeron pasos endemoniados de botines muy negros, atados con cordones que al desatarse provocan accesos mortales de rabia. La falda con alas de demonio volvió a revolotear sobre los vidrios; los pies desnudos dejaron de saltar; los pies corrían en rondas sin alcanzarse; la falda corría detrás de los piecitos desnudos, alargando los brazos con las garras abiertas, y un mechón de pelo quedó suspendido, prendido de las manos de la falda negra, y brotaban gritos de pelo tironeado.

El cordón de un zapato negro se desató, y fue una zancadilla sobre otro pie de la falda furiosa. Y de nuevo surgió una risa de pelo suelto, y la voz negra gritó, haciendo un pozo oscuro sobre el suelo: "¡Voy a matarte!". Y como un trueno que rompe un vidrio, se oyó el ruido de jarra de loza que se cae al suelo, volcando todo su contenido, derramándose densamente, lentamente, en silencio, un silencio profundo, como el que precede al llanto de un chico golpeado.

Despacito fue dibujándose en el vidrio una cabeza partida en dos, una cabeza donde florecían rulos de sangre atados con moños. La mancha se agrandaba. De una rotura del vidrio empezaron a caer anchas y espesas gotas petrificadas como soldaditos de lluvia sobre las baldosas del patio. Había un silencio inmenso; parecía que la casa entera se había trasladado al campo; los sillones hacían ruedas de silencio alrededor de las visitas del día anterior.

La falda volvió a volar en torno de la cabeza muerta: "¡Celestina, Celestina!", y un fierro golpeaba con ritmo de saltar a la cuerda.

Las puertas se abrían con largos quejidos y todos los pies que entraron se transformaron en rodillas. La claraboya era de ese verde de los frascos de colonia en donde nadaban las faldas abrazadas. Ya no se veía ningún pie y la falda negra se había vuelto santa, más arrodillada que ninguna sobre el vidrio.

Celestina cantaba Les Cloches de Corneville, corriendo con Leonor detrás de los árboles de la plaza, alrededor de la estatua de San Martín. Tenía un vestido marinero y un miedo horrible de morirse al cruzar las calles.

lunes, 11 de marzo de 2013

ESTEVAN MANIA : “FOTOGRAFÍAS” EL ARTE Y LA EMOCIÓN

Muestra 22-03 - ESTEBAN MANIA

Joven artista, generador de  un mundo visual de características muy personales y emotivas.

Abocado al arte desde temprana edad, asiste a talleres artísticos donde alcanza a estimular y potenciar sus capacidades creativas en diversas técnicas de pintura, dibujo, escultura, xilografía y grabado que, posteriormente, le permiten tomar parte de exposiciones colectivas presentadas en las ciudades de Rosario (Santa Fe) y General Alvear (Mendoza).

Realiza sus estudios formales en la Escuela de Bellas Artes y Diseño de San Nicolás de los Arroyos (Provincia de Buenos Aires) que, una vez concluidos,  le permiten capacitarse en Iluminación en Estudio para fotografía de Productos en la ciudad de Buenos Aires y, finalmente, asistir a la Escuela de Fotografía Publicitaria y de Moda Fotodesign. en la misma ciudad.

La estética y la técnica se aúnan en Estevan Mania y el grato resultante es  una producción artística de alta densidad plástica que genera en el espectador una rica y amplia gama de sensaciones.

En la actualidad sus actividades profesionales son principalmente la fotografía de Moda y Publicitaria, el retoque digital y el Diseño de Indumentaria.

En Biblioteca Popular 2131 “Domingo Faustino Sarmiento” presenta su muestra “TODOSPORNOS”. Es la primera vez -Marzo 2013- que ofrece una exposición pública e integral de su obra fotográfica.

EN BIBLIOTECA POPULAR 2131 “DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO”

SALA “ARQ. ALFREDO PEDRO” - MARZO 22 – HORA  20.30

PIÉROLA 267

GENERAL ALVEAR – MENDOZA

¿VAS A VENIR?

domingo, 10 de marzo de 2013

ANGÉLICA GORODISCHER (Buenos Aires, 1928)

“AYYY”

Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta.  Era su marido.

—¡Ayyy! —gritó ella—¡pero si vos estás muerto!
Él sonrió, entró y cerró la puerta.  Se la llevó al dormitorio, mientras ella seguía gritando, la puso en la cama, le sacó la ropa e hicieron el amor.   Una vez.   Dos veces.  Tres.   Una semana entera, mañana, tarde y noche haciendo el amor divina,  maravillosa, estupendamente.
Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta.  Era la vecina.
—Ayyyy! —gritó la vecina—, ¡pero si vos estás muerta! —y se desmayó.
Ella se dio cuenta de que hacía una semana que no se levantaba de la cama para nada, ni para comer ni para ir al baño.  Se dio vuelta y ahí estaba su marido, en la puerta del dormitorio:
—¿Vamos yendo, querida? —dijo y sonreía.

sábado, 9 de marzo de 2013

LUISA VALENZUELA (Buenos Aires, 1938)

 

VISIÓN DE REOJO

La verdá, la verdá, me plantó la mano en el culo y yo estaba ya a punto de pegarle cuatro gritos cuando el colectivo pasó frente a una iglesia y lo vi persignarse. Buen muchacho después de todo, me dije. Quizá no lo esté haciendo a propósito o quizá su mano derecha ignore lo que su izquierda hace. Traté de correrme al interior del coche -porque una cosa es justificar y otra muy distinta es dejarse manosear- pero cada vez subían más pasajeros y no había forma. Mis esguinces sólo sirvieron para que él meta mejor la mano y hasta me acaricie. Yo me movía nerviosa. Él también. Pasamos frente a otra iglesia pero ni se dio cuenta y se llevó la mano a la cara sólo para secarse el sudor. Yo lo empecé a mirar de reojo haciéndome la disimulada, no fuera a creer que me estaba gustando. Imposible correrme y eso que me sacudía. Decidí entonces tomarme la revancha y a mi vez le planté la mano en el culo a él. Pocas cuadras después una oleada de gente me sacó de su lado a empujones. Los que bajaban me arrancaron del colectivo y ahora lamento haberlo perdido así de golpe porque en su billetera sólo había 7.400 pesos de los viejos y más hubiera podido sacarle en un encuentro a solas. Parecía cariñoso. Y muy desprendido.

viernes, 8 de marzo de 2013

MARÍA TERESA BRAVO BAÑÓN (Alicante, España,1954)


"TU SÚCUBO"

Eras ángel andrógino
y te ofrecí la turbación de mis dedos
entre el roce furtivo del pantalón
– prieto dique que aprisionaba tu sexo-.
Y quise encenderte la sangre,
deslizándote al oído mil presagios
del naufragio que te esperaba
entre el abrazo de mis muslos.
O corromperte en la tentación,
de la manzana y su dulce
hendidura palpitante.
Arrancarte la mácula,
el estigma de pureza
-impropio de un hombre-.
Conducirte hasta la lenta agonía
de tu primer estertor, mientras te recitaba
el “Ars Amandi “ de Ovidio ,
siendo yo , tu súcubo,
tu meretriz de Astarté,
en los Jardines colgantes de Babilonia.
Y descubrirte el caracol lascivo de mi lengua
dibujando un laberinto de plata,
en cada recodo de tus secretas virginidades.
Pero tú me apartaste
– cáliz agrio-.
Mañana, nadie se extrañará si Salomé
pide tu cabeza en bandeja de plata,
para besar tu fría boca,
con sus labios de infierno y de despecho.

sábado, 2 de marzo de 2013

MARZO 2013

 

“MES DE LA MUJER”

Mucho Más para Leer

Sala “Libertad Sad de Toujas”

 

“LA FOTOGRAFÍA ALVEARENSE TIENE SU LUGAR”

Sala “Arq. Alfredo Pedro”

¿VAS A VENIR?

viernes, 1 de marzo de 2013

MARZO “MES DE LA MUJER” Mucho Más para Leer Sala “Libertad Sad de Toujas”

Silvina Bullrich-Beatriz Guido –Úrsula Le Guin-Silvina Ocampo-Marguerite Yourcenar- Safo- Marguerite Duras-Eliana Editih Abdala-Emilia Vázquez de Gey-Agatha Crhistie-Emily Brontë-Eliana Drajer-Jane Austen-Graciela Beatríz Cabal-Charlotte Brontë-Teresa de Jesús-Violette Leduc- Louisa May Alcott-Elsa Morante- María Esther de Miguel-Cristina Bajo-Florencia Bonelli-Mabel Pagano-Emilia Pardo Bazán-Lía Miersch-Frances Hodgson Burnett-Juana Manuela Gorritti-Elena Poniatowska- María Angélica Salguero-María Brandán Aráoz- Vicki Baum- Victoria Wolf-Ana María del Río-Laura Devetach-Alejandra Costamagna-Alicia Duo- Simone de Beauvoir -Alejandra Pizarnik-Bárbara Delinsky-Mary Higgins Clark- Carmen Laforet-Marcela Serrano- Ángeles Mastretta-Marisa Grinstein-Virginia Woolf-Olga Orozco-Angélica Gorodischer-Gabriela Mistral-Poldy Bird-Marta Lynch-María Rosa Lojo-Elvira Orphée-Myrta de Cano- María Granata-Luisa Futoransky-Sara Gallardo-Idea Vilariño-Sor Juana Inés de La Cruz-Liliana Bodoc-Manuela Mur-Carmen Hebe Tanco-Laura Esquivel- Susana Bilbao-Nora Bruccoleri-Silvia Miguens- Juana de Ibarbourou -Patricia Highsmith-Isabel Allende-Martha Mercader-Graciela Montes...y mucho más.