Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

sábado, 31 de enero de 2015

RYSZARD KAPUSCINSKI (Pinsk, Bielorrusia,1932-Varsovia,2007)

UN HOMBRE MAYOR
 
Un hombre mayor
levanta
un dedo que ha mojado con la lengua
mira
de dónde sopla el viento
después
se sitúa según la dirección del aire
y sale volando
no muy alto
no muy lejos
 
NOTA:
 
Ryszard Kapuściński nació el 4 de marzo de 1932, en Pinsk, Bielorrusia (entonces parte de Polonia).
Periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta, ejerció además como profesor en varias universidades.
Fue maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada y presidida por Gabriel García Márquez.
Fue galardonado con Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, 2003, por: “su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje”.
Fue Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cracovia, Universidad de Gdansk, Universidad de Silesia en Katowice, Universidad de Wroclaw, Universidad de Barcelona y la Universidad Ramon Llull, y Miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes.
Murió en Varsovia, el 23 de enero de 2007.


viernes, 30 de enero de 2015

EDUARDO VARDÉ (Buenos Aires, 1984)

NO ES CELULITIS, AMOR
 
Todo arrancó hace varios días, primero fue la piel seca. En verdad no sabíamos qué pasaba. Compró veinte cremas diferentes para las piernas y el cuerpo, pero nada. Después dejó de mostrarse. Cuando nos acostábamos, apagaba a luz. A veces creo que se bañaba con la ropa puesta. Me parece que le agarró un ataque de celulitis, aunque el ombligo se le salió para afuera. La piel se puso de un tinte anaranjado. Yo le dije que vaya al médico o hable con su psicóloga, que no están bien todos estos cambios. Pero ella no da bola. Ya no se le ven los ojos, no tiene pelos, en su lugar le salió un palito verde con una hoja. Los brazos y las piernas también desaparecieron. Está redonda. Esto pasa dede que su nueva jefa la exprime.
 
 
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL PAVO
 
Romeo bebió el veneno y se dejó morir por amor. Cuando Julieta despertó, lo vio tirado en el piso, tomó la daga y dijo: Bue, ¡Qué pelotudo!.
 
 
VOCACIÓN
 
Hay personas que pasan su vida buscando entre miles de galletitas y nunca encuentran su Vocación.
 
 
 
De: “Dos veces breve” (2013)

jueves, 29 de enero de 2015

LEANDRO MANUEL CALLE (Zárate, Buenos Aires, 1969)

CALOR
 
Cagado de calor, con poca ropa 
me siento y espero que anochezca,
pasan las horas y con agua fresca
mojo esta triste sequedad de estopa.
 
Con lo frío que debe estar Europa
y este calor en la ciudad dantesca
imagino en mi cara, la burlesca
inanidad y estupidez del opa.

Y otra vez me pregunto anonadado
y a la pregunta nuevamente acudo
la respuesta hay que darla por contado
y ante la misma ya me quedo mudo.
¿Por qué no compré el aire en el mercado?
Seguramente ha sido por boludo
 
Nota; el autor reside en la ciudad de Córdoba y nos ofrece este texto para compartir con nuestros lectores.


miércoles, 28 de enero de 2015

ORLANDO VAN BREDAM (CONCEPCIÓN DEL URUGUAY, ENTRE RÍOS, 1952)

LUCES Y SOMBRAS
 
La tarde en que el Negro Ludovico comenzó a girar alrededor del mástil de la plaza, al doctor Arismendi se le murió el décimo paciente en el término de tres meses. Mientras el Negro intentaba batir el record de permanencia en bicicleta, el médico sentía que el fracaso, como una sombra espesa, ocupaba todos los rincones de la clínica.
Era curioso que, a partir de esa tarde en que se llevaron casi a escondidas los restos de Abel Figueroa, nadie más entrara al consultorio. Ni por una gripe, ni por un resfrío, ni siquiera por un certificado de favor.
Primero las dos enfermeras, después el médico, advirtieron que la gente no sólo no entraba, sino que muchos apuraban el paso como asustados o cruzaban a la vereda de enfrente, a la vereda de la plaza, precisamente al lugar donde Ludovico persistía en la tarea de dar vueltas y vueltas.
El médico había sentido el sismo hacía tiempo, tal vez dos años atrás, cuando la suerte comenzó a urdirle un tejido en el cual, con cada gesto, se enredaba más.
Había tenido casos difíciles, es cierto, como el de Antonia Sanabria, que llegó cuando ya tenía un pie en el cajón, o el de Isidro Mendieta, que había pasado por las manos de tres médicos antes de que él le cerrara los ojos, o el de Gustavo Salazar, con una avanzada peritonitis, pero otros, la mayoría, habían entrado cantando y habían salido para el cementerio. Sin ir más lejos, el propio Abel Figueroa, que vino por una pequeña cirugía y se quedó en la anestesia.
De aquel prestigio levantado en pocos años junto con la clínica modelo para Raíces sólo quedaban ruinas. Ruinas y un médico y dos enfermeras cada vez más solos, cada vez más pendientes de lo que ocurría en la calle, porque el sanatorio siempre vacío les helaba el alma. Primero miraban desde los ventanales entreabiertos, después desde la puerta del consultorio y, por último, terminaron sentándose en la vereda e hicieron girar el mate durante horas con la misma monotonía con la que Ludovico recorría su círculo en torno del mástil.
Arismendi no había perdido solamente la alegría que el éxito le había prestado, sino también el habla. Las enfermeras terminaron por no dirigirle más la palabra porque él quedaba como sorprendido en una larga ausencia, ausencia que las horas y los días fueron pronunciando, y no contestaba o contestaba con un vago movimiento de cabeza. Las enfermeras terminaron hablando entre sí de todo menos de enfermedades, mucho menos de los otros dos médicos de Raíces que iban absorbiendo los pacientes que la decadencia de Arismendi dispersaba. Pero de lo que más hablaron las enfermeras, porque naturalmente se les imponía, era de Ludovico y su bicicleta.
Cada vez que miraban hacia la plaza, cada vez que querían sorprender un estallido de flores entre los canteros, los últimos juegos del sol en el crepúsculo, las primeras parejas del anochecer, se interponía el Negro Ludovico con su boina negra, su remera de rayas azules, su bicicleta roja, su infernal recorrido. Siempre había alguien para darle aliento, para alcanzarle un mate, una gaseosa, unas galletitas. Siempre había alguien para que la música de un gigantesco grabador no lo abandonara nunca. Y Ludovico seguía girando, infatigable y sonriente.
Y fue precisamente la sonrisa de Ludovico la que comenzó a inquietar a Arismendi, más que la proeza de permanecer horas, días y semanas sobre el asiento de una bicicleta. La sonrisa del Negro Ludovico sacó al médico de su distracción o, al menos, le cambió el motivo. Las enfermeras no tardaron en darse cuenta y dirigirse puntapiés cómplices, pero cualquiera que hubiese pasado entre las ocho y las diez de la mañana o entre las cuatro y las siete de la tarde, horas en que el médico sacaba su sillón a la vereda, hubiera advertido la tenacidad con que Arismendi miraba sin ver o veía de otra manera la infatigable presencia de Ludovico. Las enfermeras no sabían a qué atribuir este embelesamiento hasta que Arismendi lo dijo, más como un descuido del pensamiento que como una confesión:
–Esa sonrisa...
Esa sonrisa no tenía nada de particular, era simplemente la que se sobreponía a la fatiga, la que devolvía Ludovico a todo aquel que pasaba por la plaza y le hacía un gesto de aliento o lanzaba una exclamación, esa sonrisa era una espontánea respuesta a quienes se preocupaban por su salud, a los dos o tres o quince o veinte, según las horas del día y según el día que se convocaban en la improvisada pista que las ruedas de la bicicleta habían ido trazando. Sin embargo, para Arismendi, esa sonrisa no se agotaba en la superficie, era la forma tallada desde adentro de una razón que aún no lograba precisar.
Al cabo de dos semanas en que nadie pisó su consultorio, Arismendi concedió un mes de licencia a una de las enfermeras y prometió hacer lo mismo con la otra si al término de ese tiempo la situación continuaba.
Severamente preocupado y contra sus principios, había decidido volver al hospital al que había renunciado hacía muchos años, seducido por la prosperidad de su clínica. Las presiones de su mujer, los gastos permanentes de sus hijos, las cuotas del automóvil, el mantenimiento de su sanatorio, la inminencia de las vacaciones amenazaban tragarse sus ahorros. Debía vencer los escollos y el orgullo y la antipatía que le provocaba el director para hacer las dos cuadras que lo separaban del Hospital Regional. Entre tanto, seguía sacando la silla a la vereda y seguía preguntándose por qué sonreía Ludovico. ¿De qué podía alegrarse alguien que sólo tenía una bicicleta, alguien a quien no se le conocía un trabajo estable o un oficio definido, alguien que apenas había cursado la escuela primaria, que vivía en una modesta casita de palmas en los suburbios de Raíces?
Lo cierto es que a medida que la oscuridad se cerraba sobre Arismendi y su sanatorio, la luz nacía sobre Ludovico. Raíces se despertaba y se dormía con un médico oscuro y un ciclista luminoso, con dos puntos opuestos pero contiguos. Arismendi comenzó a entender la sonrisa del Negro Ludovico, la tarde número veinte en que no menos de doscientas personas rodearon el mástil para aplaudir la hazaña de cuatrocientas horas en bicicleta, verdadero record en todo el mundo, como vociferaba la radio local. Al grito de “Ludovico campeón”, hombres, niños, mujeres y ancianos celebraban la proeza. Fotografías, filmaciones, corresponsales de diarios de la zona intentaban perpetuar el acontecimiento.
Arismendi, sentado en el sillón de siempre, tuvo en plenitud la razón de aquella sonrisa. ¿Todo por esto?, se decía, todo ese esfuerzo por unos aplausos, por unas fotos en los diarios, ¿y después qué?, se interrogaba y no dejaba de mirar aquellas demostraciones de afecto, aquellos coros que incesantemente vivaban al Negro Ludovico.
Arismendi estaba más solo que nunca, hasta la única enfermera lo había abandonado para cruzarse con su permiso hasta la plaza y acompañar el orgullo de todos los raiceanos por la hazaña del atleta que había superado los límites del pueblo y cuyo nombre ya sonaba en la Capital y sus alrededores. La euforia lo había alzado en andas y Arismendi pudo ver en todo su esplendor la cansada sonrisa del triunfo, la cansada sonrisa del Negro Ludovico al que todos querían palmear, abrazar, besar.
Tocado por confusos sentimientos, Arismendi recogió el sillón y se hundió en el sanatorio. Comenzó a caminar por el largo pasillo vacío. Hacía sonar los tacos con furia y descontrol. En esas idas y venidas escuchó el casi olvidado sonido del timbre de calle, aquel timbre que durante veinte días, o más, nadie había tocado.
Esperó en suspenso y no dudó. Lo buscaban. A él mismo le pareció absurdo, pero lo buscaban. Con una sonrisa abrió la puerta del consultorio y con la misma sonrisa escuchó las palabras entrecortadas de quienes sostenían con dificultad el cuerpo de Ludovico.
–Está muy mal, doctor... el Negro se descompuso. No reacciona.
Tres lo colocaron sobre la camilla mientras decenas se acumulaban en los pasillos, el jardín, la vereda. Nunca hubo tanta gente en la Clínica Modelo de Raíces. Arismendi sabía lo que eso significaba, tanto lo sabía que sonreía feliz pero también lleno de miedo.
En sus manos quedaba el ídolo con la sonrisa apagada; de sus manos vendría la salvación o la condena, la recuperación o el hundimiento definitivo. Aunque era sencillo reanimar aquel cuerpo agotado, Arismendi se persignó antes de colocarle la máscara de oxígeno.
Mientras las enfermeras inyectaban una intravenosa, Arismendi se quitó el sudor de la frente y comenzó a sonreír con una sonrisa nueva, desconocida. No dejó de sonreír cuando el Negro Ludovico caminó con los brazos en alto hacia la muchedumbre que en el jardín de la clínica lo recibió con aplausos; tampoco cuando una avalancha de manos apretaron las suyas para agradecerle. Mucho menos, cuando, al otro día, la enfermera recibió azorada los primeros pacientes y él, esa misma tarde, se dio el lujo de decirle que no, definitivamente que no, al director del Hospital Regional. No dejó de sonreír y de tornarse locuaz –como siempre lo había sido– dos meses después, cuando la Clínica Modelo de Raíces le exigió contratar los servicios de dos nuevas enfermeras.
Sospechaba a su alrededor la existencia de un orden recobrado. Todo volvía a ser como antes, aun cuando no resistía la tentación de mirar hacia el mástil de la plaza e imaginar con fastidio la proeza del ciclista. Dejó de sospecharlo y –lo que es peor– de sonreír, la mañana en que alguien en su consultorio le dijo:
–¿Sabe, doctor?.. Desde mañana el Negro Ludovico intentará batir su propio record.
Esa noche Arismendi no durmió. Desvelado, completamente desvelado, pensaba en el Negro Ludovico y su bicicleta. Pensaba en la cesárea que debía practicar al día siguiente. Sobre todo, pensaba con miedo, con mucho miedo, a quién le tocaría sonreír en este extraño juego de luces y sombras.
 
 
Nota; el autor reside en El Colorado (Formosa) y nos ofrece este texto para compartir con nuestros lectores.

martes, 27 de enero de 2015

IDA VITALE (Uruguay, Montevideo, 1923)

ACLIMATACIÓN
 
Primero te retraes,
te agostas,
pierdes alma en lo seco,
en lo que no comprendes,
intentas llegar al agua de la vida,
alumbrar una membrana mínima,
una hoja pequeña.
No soñar flores.
El aire te sofoca.
Sientes la arena
reinar en la mañana,
morir lo verde,
subir árido oro.
Pero, aún sin ella saberlo,
desde algún borde
una voz compadece, te moja
breve, dichosamente,
como cuando rozas
una rama de pino baja
ya concluida la lluvia.
 
 
INVIERNO

Como las gotas en el vidrio,
como las gotas de la lluvia
en una tarde somnolienta,
exactamente iguales,
superficiales,
ávidas todas,
breves,
se hieren y se funden,
tan, tan breves
que no podrían dar cabida al miedo,
que el espanto no debiera hacer huella
en nosotros.

Después, ya muertos, rodaremos,
redondos y olvidados.

lunes, 26 de enero de 2015

LLUVIA EN POESÍA

LEOPOLDO LUGONES

 

SALMO PLUVIAL

 

(Tormenta)

Érase una caverna de agua sombría el cielo;

el trueno, a la distancia, rodaba su peñón;

y una remota brisa de conturbado vuelo,

se acidulaba en tenue frescura de limón.

 

Como caliente polen exhaló el campo seco

un relente de trébol lo que empezó a llover.

Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,

se vio el caudal con vívidos azules florecer.

 

Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;

sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal;

y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,

como un inmenso techo de hierro y de cristal.

 

(Lluvia)

Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto

que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,

o en pajonales de agua se espesaba revuelto,

descerrajando al paso su pródigo arcabuz.

 

Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,

descolgó del tejado sonoro caracol;

y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces,

transparente y dorada bajo un rayo de sol.

 

(Calma)

Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.

Delicia de los gárrulos raudales en desliz.

Cristalina delicia del trino del jilguero.

Delicia serenísima de la tarde feliz.

 

(Plenitud)

El cerro azul estaba fragante de romero,

y en los profundos campos silbaba la perdiz.

 

 

 

JOAQUÍN GIANNUZZI

 

LLUVIA NOCTURNA DETRÁS

DE UNA ESTACIÓN DE SERVICIO

 

Bajo la lluvia nocturna, una tumba caótica

de cosas abandonadas a sí mismas

que demora en cerrarse. Pero todavía el conjunto

puede volverse creador sobre su propio sueño.

En esta decantación del desorden

una fría suciedad pegajosa, un estado de frontera

de objetos a punto de perder su identidad.

En la inmóvil confusión gotea el agua

silenciosa. Envuelve llantas reventadas,

botellas astilladas, ruinas de plástico, recipientes chupados,

cajones despanzurrados, metales llevados

a un límite de torsión, quebraduras,

andrajos no identificados, asimetrías tornasoladas

por la grasa negra. He aquí una crisis de negación

en esta abandonada degradación intelectual

de criaturas seriadas, nacidas a partir

de la materia martirizada, la idea y el deleite

y que fueron manipuladas, raspadas, roídas, girando

sobre chapas rígidas y correas de transmisión

y en definitiva condenadas por lo monótono.

Pero en aquella derrota humana de las cosas,

en los desperdicios mojados podían descubrirse

figuras creadas a partir de la mezcla,

diseños irreales arrebatados a lo fortuito:

y entre gotas de lluvia y aceite quemado

una intención de belleza y de formas cumplidas

bajo la maloliente oscuridad.

 

 

 

JORGES LUIS BORGES

 

LA LLUVIA

 

Bruscamente la tarde se ha aclarado 

Porque ya cae la lluvia minuciosa. 

Cae o cayó. La lluvia es una cosa 

Que sin duda sucede en el pasado. 

 

 

Quien la oye caer ha recobrado 

El tiempo en que la suerte venturosa 

Le reveló una flor llamada rosa 

Y el curioso color del colorado. 

 

 

Esta lluvia que ciega los cristales 

Alegrará en perdidos arrabales 

Las negras uvas de una parra en cierto 

 

 

Patio que ya no existe. La mojada 

Tarde me trae la voz, la voz deseada, 

De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

domingo, 25 de enero de 2015

Conociendo a Rabindranath Tagore

TAGORE6

 

Ver galería fotográfica.


Rabindranath Tagore, en idioma bengalí, রবীন্দ্রনাথ ঠাকুর, (Calcuta, 7 de mayo de 1861 - ibíd., 7 de agosto de 1941) fue un poetabengalí, poeta filósofo del movimiento Brahmo Samaj (posteriormente convertido al hinduismo), artista, dramaturgo, músico, novelista y autor de canciones que fue premiado con el Premio Nobel de Literatura en 1913, convirtiéndose así en el primer laureado no europeo en obtener este reconocimiento.

 

Tagore revolucionó la literatura bengalí con obras tales como El hogar y el mundo y Gitanjali. Extendió el amplio arte bengalí con multitud de poemas, historias cortas, cartas, ensayos y pinturas. Fue también un sabio y reformador cultural que modernizó el arte bengalí desafiando las severas críticas que hasta entonces lo vinculaban a unas formas clasicistas. Dos de sus canciones son ahora los himnos nacionales de Bangladés e India: el Amar Shonar Bangla y el Jana-Gana-Mana. El de la India con música del maestro Francisco Casanovas.

 

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ROBERTO FONTANARROSA (Rosario, Santa Fe, 1944-2007)

FÁBULA DEL PELOTUDO

  

Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertían con el pelotudo del pueblo. Un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas. Diariamente, algunos hombres llamaban al pelotudo al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño, pero de 1 peso. Él siempre agarraba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos. 

Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió: 

- Lo sé, no soy tan pelotudo..., vale la mitad, pero el día que escoja la otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda. 

Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:

La primera: Quien parece pelotudo, no siempre lo es.

La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos pelotudos de la historia?

La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos

La cuarta: (pero la conclusión más interesante) 

Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo

 

MORALEJA:

 

“El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pelotudo delante de un pelotudo que aparenta ser inteligente”.

 

sábado, 24 de enero de 2015

PEDRO LEMEBEL (Santiago de Chile, 1952-2015)

MANIFIESTO
(HABLO POR MI DIFERENCIA)
 
No soy Pasolini pidiendo explicaciones
No soy Ginsberg expulsado de Cuba
No soy un marica disfrazado de poeta
No necesito disfraz
Aquí está mi cara
Hablo por mi diferencia
Defiendo lo que soy
Y no soy tan raro
Me apesta la injusticia
Y sospecho de esta cueca democrática
Pero no me hable del proletariado
Porque ser pobre y maricón es peor
Hay que ser ácido para soportarlo
Es darle un rodeo a los machitos de la esquina
Es un padre que te odia
Porque al hijo se le dobla la patita
Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro
Envejecidas de limpieza
Acunándote de enfermo
Por malas costumbres
Por mala suerte
Como la dictadura
Peor que la dictadura
Porque la dictadura pasa
Y viene la democracia
Y detrasito el socialismo
¿Y entonces?
¿Qué harán con nosotros compañero?
¿Nos amarrarán de las trenzas en fardos
con destino a un sidario cubano?
Nos meterán en algún tren de ninguna parte
Como en el barco del general Ibáñez
Donde aprendimos a nadar
Pero ninguno llegó a la costa
Por eso Valparaíso apagó sus luces rojas
Por eso las casas de caramba
Le brindaron una lágrima negra
A los colizas comidos por las jaibas
Ese año que la Comisión de Derechos Humanos
no recuerda
Por eso compañero le pregunto
¿Existe aún el tren siberiano
de la propaganda reaccionaria?
Ese tren que pasa por sus pupilas
Cuando mi voz se pone demasiado dulce
¿Y usted?
¿Qué hará con ese recuerdo de niños
Pajeándonos y otras cosas
En las vacaciones de Cartagena?
¿El futuro será en blanco y negro?
¿El tiempo en noche y día laboral
sin ambigüedades?
¿No habrá un maricón en alguna esquina
desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?
¿Van a dejarnos bordar de pájaros
las banderas de la patria libre?
El fusil se lo dejo a usted
Que tiene la sangre fría
Y no es miedo
El miedo se me fue pasando
De atajar cuchillos
En los sótanos sexuales donde anduve
Y no se sienta agredido
Si le hablo de estas cosas
Y le miro el bulto
No soy hipócrita
¿Acaso las tetas de una mujer
no lo hacen bajar la vista?
¿No cree usted
que solos en la sierra
algo se nos iba a ocurrir?
Aunque después me odie
Por corromper su moral revolucionaria
¿Tiene miedo que se homosexualice la vida?
Y no hablo de meterlo y sacarlo
Y sacarlo y meterlo solamente
Hablo de ternura compañero
Usted no sabe
Cómo cuesta encontrar el amor
En estas condiciones
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
Pero igual se ríen
Tengo cicatrices de risas en la espalda
Usted cree que pienso con el poto
Y que al primer parrillazo de la CNI
Lo iba a soltar todo
No sabe que la hombría
Nunca la aprendí en los cuarteles
Mi hombría me la enseñó la noche
Detrás de un poste
Esa hombría de la que usted se jacta
Se la metieron en el regimiento
Un milico asesino
De esos que aún están en el poder
Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Mi hombría espera paciente
Que los machos se hagan viejos
Porque a esta altura del partido
La izquierda tranza su culo lacio
En el parlamento
Mi hombría fue difícil
Por eso a este tren no me subo
Sin saber dónde va
Yo no voy a cambiar por el marxismo
Que me rechazó tantas veces
No necesito cambiar
Soy más subversivo que usted
No voy a cambiar solamente
Porque los pobres y los ricos
A otro perro con ese hueso
Tampoco porque el capitalismo es injusto
En Nueva York los maricas se besan en la calle
Pero esa parte se la dejo a usted
Que tanto le interesa
Que la revolución no se pudra del todo
A usted le doy este mensaje
Y no es por mí
Yo estoy viejo
Y su utopía es para las generaciones futuras
Hay tantos niños que van a nacer
Con una alita rota
Y yo quiero que vuelen compañero
Que su revolución
Les dé un pedazo de cielo rojo
Para que puedan volar.
 
 
NOTA:
La presente selección es un aporte tomado de la edición No.9 de la revista literaria argentina” La Balandra” que, como otros medios, está homenajeando al recientemente fallecido escritor chileno Pedro Lemebel. La obra de este autor, poética y contestataria, es ampliamente reconocida y valorada en diversos ámbitos intelectuales. El  poema que compartimos aquí fue leído en un acto político en septiembre de 1986, en Santiago de Chile, posteriormente publicado en Loco afán y en la actualidad forma parte de la colección “Manifiesto” del museo Reina Sofía. Desde aquella mítica primera lectura, como buena parte de la obra de Lemebel, se ha convertido en emblema de la resistencia cultural, en especial contra la marginalización de homosexuales, travestis y portadores de HIV.
Pedro Lemebel, considerado la lengua francotiradora de la literatura chilena, acaba de fallecer en su ciudad natal (Santiago de Chile) el 23 de enero de 2015.

viernes, 23 de enero de 2015

NICANOR PARRA (Chile, San Fabián de Alico, Ñuble, 1914)

ES OLVIDO
 
Juro que no recuerdo ni su nombre,
mas moriré llamándola María,
no por simple capricho de poeta:
por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
supe de la su muerte inmerecida,
nueva que me causó tal desengaño
que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!,
y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
por la gente que trajo la noticia
debo creer, sin vacilar un punto,
que murió con mi nombre en las pupilas,
hecho que me sorprende, porque nunca
fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
relaciones de estricta cortesía,
nada más que palabras y palabras
y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
sólo queda un puñado de cenizas),
pero jamás vi en ella otro destino
que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla
con el celeste nombre de María,
circunstancia que prueba claramente
la exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡quién es el que no besa a sus amigas!,
pero tened presente que lo hice
sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
su inmaterial y vaga compañía
que era como el espíritu sereno
que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
la importancia que tuvo su sonrisa
ni desvirtuar el favorable influjo
que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aún, que de la noche
fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
que comprendan que yo no la quería
sino con ese vago sentimiento
con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo sucede, sin embargo,
lo que a esta fecha aún me maravilla,
ese inaudito y singular ejemplo
de morir con mi nombre en las pupilas,
ella, múltiple rosa inmaculada,
ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
que se pasa quejando noche y día
de que el mundo traidor en que vivimos
vale menos que rueda detenida:
mucho más honorable es una tumba,
vale más una hoja enmohecida,
nada es verdad, aquí nada perdura,
ni el color del cristal con que se mira.
Hoy es un día azul de primavera,
creo que moriré de poesía,
de esa famosa joven melancólica
no recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
como una paloma fugitiva:
la olvidé sin quererlo, lentamente,
como todas las cosas de la vida.


jueves, 22 de enero de 2015

YANNIS RITSOS (Grecia, Monemvasia, 1909-Atenas, 1990)

LA CÓLERA

 

Cerraba los ojos al sol. Se mojaba los pies en el mar. Se fijó

por primera vez en la expresión de sus manos.

Un cansancio escondido,

y amplio como la libertad. Gentes enviadas

iban y venían, trayendo regalos y promesas,

prometiendo botín y títulos más altos.

Él, sin dejarse convencer,

observaba un cangrejo subir trastabillando a un guijarro,

despacio, con desconfianza, y, sin embargo, solemne, como si

ascendiera la eternidad.

No sabían que la cólera era sencillamente una excusa.

 

 

PIEDRAS

 

Llegan y se van los días, sin plan y sin sorpresas.

Las piedras se empapan de luz y de memoria.

Hay uno que coloca una piedra por almohada.

Otro que, antes de bañarse, deja su ropa debajo de una piedra,

que no la lleve el aire. Otro que usa una piedra por escaño

o mojón en su huerto, el cementerio, el establo, el bosque.

 

Tarde, tras la puesta del sol, al volver a casa,

cualquier piedra de la playa que pongas en tu mesa

es una estatuilla – una pequeña Niki, o el perro de Artemisa -,

y esa piedra en que a mediodía un joven posó sus pies mojados,

es un Patroclo, con pestañas cerradas y sombrías.

miércoles, 21 de enero de 2015

POESÍA PARA CANTAR

NARANJO EN FLOR
Tango (1944)
Letra: Homero Expósito
Música: Virgilio Expósito
 
Era más blanda que el agua
que el agua blanda
era más fresca que el rio
naranjo en flor
 
y en esa calle de estio
calle perdida
dejo un pedazo de vida 
y se marcho
 
Primero hay que saber sufrir
después amar, después partir
y al fin andar si pensamiento,
perfume de naranjo en flor
promesas banas de un amor
que se escaparon en el viento
 
Después qué importa del después
toda mi vida es el ayer
que me detiene en el pasado
eterna y vieja juventud
que me ha dejado acobardado
como un pájaro sin luz
 
Que le habrán hecho mis manos
que le habrán hecho
para dejarme en el pecho
tanto dolor
dolor de vieja arboleda
canción de esquina
y con un pedazo de vida 
naranjo en flor
 
Primero hay que saber sufrir 
después amar, después partir 
y al fin andar si pensamiento 
perfume de naranjo en flor 
promesas banas de un amor 
que se escaparon en el viento
 
Después qué importa del después 
toda mi vida es el ayer 
que me detiene en el pasado 
eterna y vieja juventud 
que me ha dejado acobardado 
como un pájaro sin luz.

martes, 20 de enero de 2015

ROGER WOLFE (Inglaterra, Kent, 1962)

ESO ES LO QUE LLEVO MÁS DE TREINTA AÑOS INTENTANDO DE AVERIGUAR
 

Hojeando un libro
de Rilke
en edición bilingüe
alemán/inglés
que me he encontrado
en el bolsillo interior
de la cazadora
esta mañana
y no tengo ni puta
idea de dónde huevos
ha salido,
un ojo a la
funerala
inyectado en sangre
como una canica rota
debajo de mis gafas
de sol,
el lado izquierdo
de la cara
un viacrucis
de hematomas
y de costras
coaguladas,
luchando por reírme
o encontrarle
algún sentido a mi existencia
y esperando a que la gorda
que ha entrado delante de mí
termine con el médico
de una vez
y alguien se esmere
en pronunciar
mi nombre y apellido
como un colegial
exasperado
entre el aséptico silencio
de estas paredes blancas,
se abre la puerta
y es Jesús
que me pregunta:
«Pero... ¿qué cojones
te ha pasado?


lunes, 19 de enero de 2015

JACQUES PRÉVERT (Francia, 1900-1977)

EN LA TIENDA DE LA FLORISTA
 
Un hombre entra en la tienda de la florista
y elige flores
la florista envuelve las flores
el hombre se lleva la mano al bolsillo
para buscar el dinero
el dinero para pagar las flores
pero al mismo tiempo se lleva
súbitamente
la mano al corazón
y cae
 
Al mismo tiempo que cae
el dinero rueda por el suelo
y también las flores caen
al mismo tiempo que el hombre
al mismo tiempo que el dinero
y la florista se queda allí
ante el dinero que rueda
ante las flores que se marchitan
ante el hombre que se muere
sin duda todo es muy triste
es necesario que la florista
haga algo
pero no sabe qué hacer
no sabe
por dónde empezar.
 
 
Hay tantas cosas por hacer
con ese hombre que se muere
esas flores que se marchitan
y ese dinero
ese dinero que rueda
que no deja de rodar.