Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

viernes, 30 de junio de 2017

JORGE CHÍPULI (México, Monterrey, 1976)

ISIDRO

La insoportable opresión de los pulmones, las emanaciones sofocantes de la tierra húmeda, la mortaja que se adhiere, el rígido abrazo de la estrecha morada, la oscuridad de la noche absoluta, el silencio como un mar que abruma
Edgar Allan Poe
Isidro fue enterrado vivo. Escuchó, sin poder moverse, todo el proceso; desde su supuesta muerte hasta el último paso de los enterradores sobre la tumba. Quería decir: no, esperen, si no estoy muerto, no me entierren… terrible perspectiva la de morir asfixiado, pero había conseguido, ahorrando sus domingos, una verdadera pistola de rayos láser, y su mamá, afortunadamente, la había puesto en el ataúd antes de que lo cerraran: para que juegues en el más allá, mijito. Con ella sería fácil desintegrar la tierra. Ni siquiera había tenido tiempo de probarla, había llegado por correo, la vio sobre la mesa cuando tropezó y se golpeó la frente. Se sintió como en un sueño del que es imposible despertar. El anuncio decía que realmente funcionaba, que era parte de un cargamento robado al ejército, un arma experimental creada para acabar con fuerzas alienígenas. Comenzó a mover la mano un poco, pudo abrir los ojos y ver la más profunda oscuridad. Después de media hora casi se terminaba el aire, pero ya podía moverse lo suficiente. Abrió el paquete. Palpó el arma entre sus manos y después de un minuto comprendió que había sido víctima de la fatalidad: las baterías no estaban incluidas.

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jueves, 29 de junio de 2017

RAQUEL LANSEROS (España, Jeréz de la Frontera, 1973)


EN OCASIÓN DE TODOS LOS FINALES

Yo nunca resistí las despedidas
con su mezcla de muerte y precipicio
con el aroma amargo de la finitud
empalagando el ánimo
con esa luz de hielo matutino
que penetra debajo de los párpados.

Yo nunca resistí las despedidas
pero no sé por qué.
Me lo pregunto porque no ha supuesto
una sorpresa súbita casi ninguna de ellas.
He solido saber
con esa exactitud de los relojes
el lugar, el momento
la documentación y el escenario
en que sobrevinieron.

No hay engaño. El jueves diecinueve
era un jueves sin ti. Estaba escrito
mucho antes que las lágrimas
anunciasen el fin
y todo fin es único.

Las despedidas son como el otoño
inevitables pérdidas
vienen puntuales con aviso previo.
Nadie puede acusar de su tristeza
a la pequeña hoja tiritando dormida
en medio del camino.

De repente esa hoja me recuerda
los hoteles pintados de naranja.
Son dos cosas que llegan de otra época
igual que llega la bruma de noviembre.
Traen una carga de nostalgia limpia
sin traición ni sorpresa.
Y sin embargo el alma
no logra acostumbrarse en una vida.

Yo nunca resistí las despedidas
porque en cada una de ellas se marchita la voz
de todas las personas que yo he sido
y ya no puedo ser.

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miércoles, 28 de junio de 2017

FERNANDO YACAMÁN NERI (México, México DF, 1985)

 
URÓBOROS
 
En la serpiente se compendia toda la filosofía del universo.
H. P. Blavatsky 
 
​Te sentaste al borde de la cama como si te encontraras al filo de un barranco y escuché el siseo de la serpiente. Deshacías el nudo de tus botas como tarea infinita y el siseo resonaba entre nosotros. Las agujetas se enredaban en tus manos y escuché el silbido en mi oído. Las botas las aventaste fuera de nuestra realidad.
 
En tus pies otra vez el polvo que pisas en otra tierra.
 
Te acostaste a mi lado, percibí tu respiración como la brisa del mar y observamos el techo cuarteado. Una sola grieta marcada en ese techo que en cualquier instante se vendrá abajo.
 
Intenté perderme en tu olor, en tu piel, en tu sexo, intenté hacer de tu esencia el espacio, pero los ojos de la serpiente centelleaban en la oscuridad. Te envolví con la fuerza de mi sangre y ella seguía ahí; en sus ojos, luz se desprende del abismo.
 
La serpiente se ensanchó de la cola al hocico y nos observaba desde el espacio.
 
Giraste para envolverme con tus piernas, tus manos torpes abrazaron mi espalda. Yo veía tus ojos, te veía los ojos, esa mirada hubiera preferido no conocerla.
 
La serpiente a punto del orgasmo mordió.
 
Hay miradas de las que ya no se vuelve.
 
En cualquier sitio me encuentra: se arrastra entre mis piernas, se desliza sobre mi sexo herido por sus escamas, su sangre pulsa en mi pecho, el latido de su corazón es caos, es océano que ahoga las noches. Repta hasta mi cuello y despliega su hocico: su aliento me envuelve dentro de un mundo donde la tempestad cobra perfil de rostro, horizonte de relámpagos que abre el cielo hasta mis venas. Sus colmillos erosionan mi piel; sangre en el viento como astros en la noche virgen. Y no puedo despertar hasta que se me acaba el aire.
 
La serpiente mudó su piel en el altar a mis muertos, en el pasillo, en las sábanas. El veneno me alejó de mi cuerpo, nubló mi mirada y al borde de la cama te encontré como sombra que contemplaba algo más allá de las paredes: un paisaje o un vacío. El silencio era la marea que nos arrastraba a diferentes orillas; al no articular palabra, risa sacudió mi cuerpo. En ese momento caminaste a la salida.
 
Cerraste la puerta y la grieta en el techo se abrió; perdí noción del tiempo y del espacio; el universo podía caber por esa grieta, toda mi vida o lo que queda de ella. 
 
En el marco de la ventana, la serpiente que intenté matar a puños.


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martes, 27 de junio de 2017

LILIAN ELPHICK (Chile, Santiago de Chile, 1959)


DIONISA

Bebo. Estoy sola y me emborracho. Me han dado un picadillo de ménade que está cocido. La música es estridente, todos bailan enloquecidos, desnudos, arriba de las mesas.
El vino se acaba. Pido más de ese Xynomavro que me recuerda los frutos negros de mi bosque, donde también bailé en noches de luna llena, festejada de abrazos y besos.
Mi copa está llena y bebo. Con qué docilidad la memoria se me agolpa en la sangre: las horquillas las dejé arriba de la cama para tu colección de casualidades.
Soy una puta vieja que junta sus monedas para venir aquí y ver cómo fornican en mi nombre.

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lunes, 26 de junio de 2017

MAX AUB (Francia, Paris, 1903-Mexico, 1972)


Ficha 342

   Apellido del enfermo: Agrasot, Luisa.
   Edad: 24 años. Natural de Veracruz, Ver.
   Diagnóstico: Erupción cutánea de origen probablemente polibacilar.
   Tratamiento: Dos millones de unidades de penicilina.
   Resultado: Nulo.
   Observaciones: Caso único. Recalcitrante. Sin precedentes.
   Desde el decimoquinto día me abrumó. El diagnóstico era clarísimo. Sin que cupiese duda alguna. Al fracasar la penicilina, ensayé desesperadamente toda clase de otros remedios: no sabía por dónde salir. Me trajo de cabeza, de día y de noche, semanas y semanas, hasta que le administré una dosis de cianuro potásico. La paciencia —aún con los pacientes— tiene un límite.
 
De: “Crímenes ejemplares”


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domingo, 25 de junio de 2017

LORENA ESCUDERO (España, 1985)


CUENTO HINCHABLE

Soplar. Soplar con toda energía. Pero la goma no cede. Y el niño llora. Soplar y soplar más. Retener el aire en la boca. Intentar expulsarlo otra vez. Un gran esfuerzo. Una gran presión, en la mandíbula, en las sienes. Los oídos crujen, se estiran los párpados. Un último impulso, con todo el aire de los pulmones. El niño que sigue llorando, el aire que regresa de golpe, la cabeza que explota como un globo.

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sábado, 24 de junio de 2017

GUILLERMO BLEST GANA (Chile, Santiago de Chile, 1829-1904)

 
SONETO

Si a veces silencioso y pensativo
 a tu lado me ves, querida mía,
 es porque hallo en tus ojos la armonía
de un lenguaje tan dulce y expresivo.

 Y eres tan mía entonces, que me privo
 hasta de oír tu voz, porque creería
 que rompiendo el silencio desunía
 mi ser del tuyo, cuando en tu alma vivo.

 ¡Y estás tan bella, mi placer es tanto,
 es tan completo cuando así te miro,
 siento en mi corazón tan dulce en tanto,

 que me parece, a veces, que en ti admiro
 una visión celeste, un sueño santo
 que va a desvanecerse si respiro!


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viernes, 23 de junio de 2017

CRISTINA PERI ROSI (Uruguay, Montevideo, 1941)

 
MONTEVIDEO
 
Nací en una ciudad triste
de barcos y emigrantes
una ciudad fuera del espacio
suspendida de un malentendido:
un río grande como mar
una llanura desierta como pampa
una pampa gris como cielo.

Nací en una ciudad triste
fuera del mapa
lejana de su continente natural
desplazada del tiempo
como una vieja fotografía
virada al sepia.

Nací en una ciudad triste
de patios con helechos
claraboyas verdes
y el envolvente olor de las glicinas
flores borrachas
flores lilas.

Una ciudad
de tangos tristes
viejas prostitutas de dos por cuatro
marineros extraviados
y bares que se llaman City Park.

Y sin embargo
la quise
con un amor desesperado
la ciudad de los imposibles
de los barcos encallados
de las prostitutas que no cobran
de los mendigos que recitan a Baudelaire.

La ciudad que aparece en mis sueños
accesible y lejana al mismo tiempo
la ciudad de los poetas franceses
y los tenderos polacos
los ebanistas gallegos
y los carniceros italianos

Nací en una ciudad triste
suspendida del tiempo
como un sueño inacabado
que se repite siempre.


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jueves, 22 de junio de 2017

IVÁN TERUEL (España, Gerona, 1980)

 
UNA APACIBLE TARDE DE VERANO

Piensen en un frenazo agudo, de esos que taladran la conciencia de cualquiera. Interioricen, a continuación, el sonido que produce un saco de piedras contra el suelo. Recuerden, también, cómo se encoge un gusano cuando siente una amenaza, pero sustitúyanlo por tres corazones. Ahora viene lo más duro: imaginen a tres madres que hablaban distraídas en el parque y que ahora corren, con un llanto espeso en la garganta, hacia la carretera que hay tras los setos. La escena es terrible, sí. Sobre todo, porque, cuando lleguen al lugar del atropello, dos de ellas no podrán evitar sentir una dolorosa sensación de alivio.

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Hoy te recomendamos leer a BEATRIZ VIGNOLI.
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miércoles, 21 de junio de 2017

BLANCA VARELA (Perú, Lima, 1926-2009)

 
NADIE SABE DE MIS COSAS
 
( dedicatoria)

1
a ti capaz de desaparecer
de ser atormentado por el fuego
luminoso opaco ruin divino
a ti
fantasma de cada hora
mil veces muerto recién nacido siempre
a ti capaz de hacer girar la llave
de inventar el sol en un cuarto vacío

a ti ahogado en un océano de semejanza
náufrago de cada mañana
esclavo propietario de zapatos periódicos
algunos libros
tal vez padre o hijo
guardián de resecos jardines de aves de paso

a ti
observador de la tarde
infatigable lector del reloj del sueño
de la fatiga del tedio de la esposa
a nadie sino a ti

2
(cualquier hora del día)
en una hoguera extinguida
esa mujer sacrificada
cerraba los ojos y nos negaba la dicha de su agonía

3
y un perro una gota de lluvia una familia de paseo
como en un cuadro entraban para siempre en la memoria
una vuelta de tuerca y otra y otra un peldaño que cruje
siempre a la misma altura de la oscuridad
la dicha puede ser este brebaje oscuro el neón de las cinco
de la tarde la más esplendorosa verdad
así casi ciegos encontrando generosa como nadie la miseria
cruzando el muro invisibles
manos tan pálidas no han existido jamás en otras manos
ni tanto calor en tanto frío ni ojos tan llenos de otros
ojos contemplaron la tarde
y frente al mar negra ruina y portentosos círculos de
bruma
rodeándonos
y el rojo lengua río perro mosca y la tarde la reina de
desnudos
malvados brazos en su balcón de ceniza
4
(noche y descontento)
pitada cruel canción de ciego
la noche comienza a respirar
todo se aleja
todo se pierde

cárcel cine amarilla luna de farmacia
a las ocho a las nueve a las diez
convertido en un fantasma cruel besas a mil mujeres
acaricias sus senos para los otros
me das asco
y es esta náusea lo mejor de mi vida

5
(conversaciones insidiosas)
alguien dice tu nombre
-es un libro interesante y habla de un héroe
anónimo por cierto
hay una estrella azul al fondo de mi vaso
inagotable estrella
debe brillar en tus ojos cada vez que la miro
cómo debes reír para los otros
tú cordero disfrazado de cordero
tú lobo a solas
tú atrozmente niño
-los bellos pensamientos señores
no ocultan el perfume de la carne
hemos de transpirar en los museos como bestias
sumisas bestias en su rincón de terciopelo
-Picasso por ejemplo…

6
(me dicen la verdad)
dime
¿durará este asombro?
¿esta letra carnal
loco círculo de dolor atado al labio
esta diaria catástrofe
esta maloliente dorada callejuela sin comienzo ni fin
este mercado donde la muerte enjoya las esquinas
con plata corrompida y estériles estrellas?

7
hila su imposible claridad nuevamente la envenenada
sonrisa solar
¿sientes el divino salivazo sobre la bestia sientes el
hedor de la rosa sientes mi corazón sobre el tuyo?
más tarde será tarde cuando la soledad invente lo mejor
nuevamente tus labios tus ojos las ruinas de tus caricias
el mar de mi pecho
la soledad «estrella de mis noches»
nadie sabe de mis cosas
8
(pobres matemáticas)
cuando nada quede de ti y de mí
habrá agua y sol
y un día que abra las puertas más secretas
más oscuras más tristes
y ventanas vivas como grandes ojos
despiertos sobre la dicha
y no habrá sido en vano que tú y yo
sólo hayamos pensado lo que otros hacen
porque alguien tiene que pensar la vida


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Hoy te recomendamos leer a CESARE PAVESE.
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martes, 20 de junio de 2017

DIEGO MUÑOZ VALENZUELA (Chile, Constitución, 1956)


JINETE BIZARRO

Siempre me cuesta bastante ensillar a mi rinoceronte blanco. Resulta que es una bestia bastante indócil y majadera. Sin embargo, es enorme, extraño y bello, un animal muy singular y en serie riesgo de extinción. Eso me agrada, pues me confiere distinción: no cualquiera puede permitirse cabalgar en un Ceratotherium simum cottoni, para referirnos de un modo científico y riguroso.
Lo más difícil es colocarle la cincha, sobre todo apretársela. Al coloso no le gusta que lo aprieten, así que intenta cornearme con su arma natural. Hasta aquí, no me ha alcanzado, pero no siempre cantaré victoria, el tiempo pasa y voy tornándome cada día más lerdo. Él quizás también, eso puede salvarme. Después hay que calzarle la brida, otra pequeña proeza.
Afirmada la montura, salto sobre la silla y lo cabalgo, sujetando las riendas con firmeza. Suele encabritarse, pero soy un magnífico jinete. Hice el servicio militar en caballería y me gradué con honores en el arte de la doma. De alguna forma, un rinoceronte es un caballo formidablemente robusto; incluso monstruoso, podría decirse.
Adoro atravesar a toda carrera el Parque Forestal las tardes de domingo. Los paseantes huyen despavoridos y abandonan los deliciosos picnics que mi rinoceronte devora con fruición.


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Hoy te recomendamos leer a LUISA FUTORANSKY.
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lunes, 19 de junio de 2017

MARÍA LUISA BOMBAL (Chile, Viña del Mar, 1910-Santiago de Chile, 1980)


EL SECRETO

Sé muchas cosas que nadie sabe.
Conozco del mar, de la tierra y del cielo infinidad de secretos pequeños y mágicos.
Esta vez, sin embargo, no contaré sino del mar.
Aguas abajo, más abajo de la honda y densa zona de tinieblas, el océano vuelve a iluminarse. Una luz dorada brota de gigantescas esponjas, refulgentes y amarillas como soles.
Toda clase de plantas y de seres helados viven allí sumidos en esa luz de estío glacial, eterno…
Actinias verdes y rojas se aprietan en anchos prados a los que se entrelazan las transparentes medusas que no rompieran aún sus amarras para emprender por los mares su destino errabundo.
Duros corrales blancos se enmarañan en matorrales estáticos por donde se escurren peces de un terciopelo sombrío que se abren y cierran blandamente, como flores.
Veo hipocampos. Es decir, diminutos corceles de mar, cuyas crines de algas se esparcen en lenta aureola alrededor de ellos cuando galopan silenciosos.
Y sé que si se llegaran a levantar ciertas caracolas grises de forma anodina puede encontrarse debajo a una sirenita llorando.
Y ahora recuerdo, recuerdo cuando de niños, saltando de roca en roca, refrenábamos nuestro impulso al borde imprevisto de un estrecho desfiladero. Desfiladero dentro del cual las olas al retirarse dejaran atrás un largo manto real hecho de espuma, de una espuma irisada, recalcitrante en morir y que susurraba, susurraba… algo así como un mensaje.
¿Entendieron ustedes entonces el sentido de aquel mensaje?
No lo sé.
Por mi parte debo confesar que lo entendí.
Entendí que era el secreto de su noble origen que aquella clase de moribundas espumas trataban de suspirarnos al oído…
—Lejos, lejos y profundo —nos confiaban— existe un volcán submarino en constante erupción. Noche y día su cráter hierve incansable y soplando espesas burbujas de lava plateada hacia la superficie de las aguas…
Pero el principal objetivo de estas breves líneas es contarles de un extraño, ignorado suceso, acaecido igualmente allá en lo bajo.
Es la historia de un barco pirata que siglos atrás rodara absorbido por la escalera de un remolino, y que siguiera viajando mar abajo entre ignotas corrientes y arrecifes sumergidos.
Furiosos pulpos abrazábanse mansamente a sus mástiles, como para guiarlo, mientras las esquivas estrellas de mar animaban palpitantes y confiadas en sus bodegas.
Volviendo al fin de su largo desmayo, el Capitán Pirata, de un solo rugido, despertó a su gente. Ordenó levar ancla.
Y en tanto, saliendo de su estupor, todos corrieron afanados, el Capitán en su torre, no bien paseara una segunda mirada sobre el paisaje, empezó a maldecir.
El barco había encallado en las arenas de una playa interminable, que un tranquilo claro de luna, color verde-umbrío, bañaba por parejo.
Sin embargo había aún peor:
Por doquiera revolviese el largavista alrededor del buque no encontraba mar.
—Condenado Mar —vociferó—. Malditas mareas que maneja el mismo Diablo. Mal rayo las parta. Dejarnos tirados costa adentro… para volver a recogernos quién sabe a qué siniestra malvenida hora…
Airado, volcó frente y televista hacia arriba, buscando cielo, estrellas y el cuartel de servicio en que velara esa luna de nefando resplandor.
Pero no encontró cielo, ni estrellas, ni visible cuartel.
Por Satanás. Si aquello arriba parecía algo ciego, sordo y mudo… Si era exactamente el reflejo invertido de aquel demoníaco, arenoso desierto en que habían encallado.
Y ahora, para colmo, esta última extravagancia. Inmóviles, silenciosas, las frondosas velas negras, orgullo de su barco, henchidas allá en los mástiles cuan ancho eran… y eso que no corría el menor soplo de viento.
—A tierra. A tierra la gente —se le oye tronar por el barco entero—. Cargar puñales, salvavidas. Y a reconocer la costa.
La plancha prestamente echada, una tripulación medio sonámbula desembarca dócilmente; su Capitán último en fila, arma de fuego en mano.
La arena que hollaran, hundiéndose casi al tobillo, era fina, sedosa, y muy fría.
Dos bandos. Uno marcha al Este. El otro, al Oeste. Ambos en busca del Mar. Ha ordenado el Capitán. Pero. . .
—Alto —vocifera deteniendo el trote desparramado de su gente—. El Chico acá de guardarrelevo. Y los otros proseguir. Adelante.
Y El Chico, un muchachito hijo de honestos pescadores, que frenético de aventuras y fechorías se había escapado para embarcarse en “El Terrible” (que era el nombre del barco pirata, así como el nombre de su capitán), acatando órdenes, vuelve sobre sus pasos, la frente baja y como observando y contando cada uno de ellos.
—Vaya el lerdo… el patizambo… el tortuga —reta el Pirata una vez al muchacho frente a él; tan pequeño a pesar de sus quince años, que apenas si llega a las hebillas de oro macizo de su cinturón salpicado de sangre.
“Niños a bordo” —piensa de pronto, acometido por un desagradable, indefinible malestar.
—Mi Capitán —dice en aquel momento El Chico, la voz muy queda—, ¿no se ha fijado usted que en esta arena los pies no dejan huella?
—¿Ni que las velas de mi barco echan sombra? —replica este, seco y brutal.
Luego su cólera parece apaciguarse de a poco ante la mirada ingenua, interrogante con que El Chico se obstina en buscar la suya.
—Vamos, hijo —masculla, apoyando su ruda mano sobre el hombro del muchacho—. El mar no ha de tardar. . .
—Sí, señor —murmura el niño, como quien dice: Gracias.
Gracias. La palabra prohibida. Antes quemarse los labios. Ley de Pirata.
“¿Dije Gracias?” —se pregunta El Chico, sobresaltado.
“¡Lo llamé: hijo!” —piensa estupefacto el Capitán.
—Mi Capitán —habla de nuevo El Chico—, en el momento del naufragio…
Aquí el Pirata parpadea y se endereza brusco.
—…del accidente, quise decir, yo me hallaba en las bodegas. Cuando me recobro, ¿qué cree usted? Me las encuentro repletas de los bichos más asquerosos que he visto…
—¿Qué clase de bichos?
—Bueno, de estrellas de mar… pero vivas. Dan un asco. Si laten como vísceras de humano recién destripado… Y se movían de un lado para otro buscándose, amontonándose y hasta tratando de atracárseme…
—Ja. Y tú asustado, ¿eh?
—Yo, más rápido que anguila, me lancé a abrir puertas, escotillas y todo; y a patadas y escobazos empecé a barrerlas fuera. ¡Cómo corrían torcido escurriéndose por la arena! Sin embargo, mi Capitán, tengo que decirle algo… y es que noté… que ellas sí dejaban huellas. . .
El terrible no contesta.
Y lado a lado ambos permanecen erguidos bajo esa mortecina verde luz que no sabe titilar, ante un silencio tan sin eco, tan completo, que de repente empiezan a oír.
A oír y sentir dentro de ellos mismos el surgir y ascender de una marea desconocida. La marea de un sentimiento del que no atinan a encontrar el nombre. Un sentimiento cien veces más destructivo que la ira, el odio o el pavor. Un sentimiento ordenado, nocturno, roedor. Y el corazón a él entregado, paciente y resignado.
—Tristeza —murmura al fin El Chico, sin saberlo. Palabra soplada a su oído.
Y entonces, enérgico, tratando de sacudirse aquella pesadilla, el Capitán vuelve a aferrarse del grito y del mal humor.
—Chico, basta. Y hablemos claro, Tú, con nosotros, aprendiste a asaltar, apuñalar, robar e incendiar… sin embargo, nunca te oí blasfemar.
Pausa breve; luego bajando la voz, el Pirata pregunta con sencillez.
—Chico, dime, tú has de saber… ¿En dónde crees tú que estamos?
—Ahí donde usted piensa, mi Capitán—contesta respetuosamente el muchacho…
—Pues a mil millones de pies bajo el mar, caray —estalla el viejo Pirata en una de esas sus famosas, estrepitosas carcajadas, que corta súbito, casi de raíz.
Porque aquello que quiso ser carcajada resonó tremendo gemido, clamor de aflicción de alguien que, dentro de su propio pecho, estuviera usurpando su risa y su sentir; de alguien desesperado y ardiendo en deseo de algo que sabe irremisiblemente perdido.


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Hoy te recomendamos leer a ARTURO PÉREZ-REVERTE.
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domingo, 18 de junio de 2017

JAIRO ANÍBAL NIÑO (Colombia, Moniquirá, 1941- Bogotá, 2010)

 
LA FUENTE DE LA ETERNA JUVENTUD
 
   Y cuentan que don Gonzalo Fernández de Vivar y Montero, durante la Conquista, buscó afanosamente por estas tierras la fuente de la eterna juventud. En medio de los pantanos, en la selva, en los páramos, registró el aire, oteó el lugar donde nacen las aguas, investigó de boca en boca las viejas leyendas. En su caballo pinto vagó muchos años por estos lugares hasta que un día percibió un pequeño cambio; algo así como un anuncio, como un signo. Una transformación del aire, del color de los árboles, del olor del agua. Avanzó hasta un claro del bosque y presenció un espectáculo que lo dejó maravillado. Un tigre, corpulento y feroz, rugido manchadoanaranjado, las garras poderosas y fuertes, el ojo girando, buscando el colmillo donde hincar y destrozar, frente al enemigo que lo esperaba sereno con un algo de quietud en el cuerpo. El tigre gigantesco dio un salto en el aire, rugió, cayó levantando la hojarasca, viró presto a continuar el ataque, hasta que sintió el feroz golpe, la mortal desgarradura, la sangrienta herida en el vientre. La libélula había hecho presa de él; le había dado el golpe mortal y el tigre empezó a morir bajo la vibradora luz de sus alas. Don Gonzalo acarició su barba de 95 años de longitud, espoleó su caballo y penetró en la floresta húmeda. Y aquel día de gracia de San Martín, en medio de frescas hierbas, con pájaros dorados dando vueltas de carnero en el césped, con roedores de ojos plateados durmiendo la siesta en sus orillas, encontró la fuente de la eterna juventud. Bajó de su caballo pinto y, tembloroso, hincó la rodilla en tierra, declarando esa fuente propiedad de Fernando e Isabel de Castilla, sacó de su armadura el gran escapulario obsequio del Papa, penetró en la fuente, avanzó mientras entonaba cantos de alabanza a Dios y a María Santísima y murió ahogado en las turbulentas aguas.


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sábado, 17 de junio de 2017

ROSALÍA DE CASTRO (España, Santiago de Compostela, 1837-Padrón, 1885)


A LA SOMBRA TE SIENTAS DE LAS DESNUDAS ROCAS


A la sombra te sientas de las desnudas rocas,
y en el rincón te ocultas donde zumba el insecto,
y allí donde las aguas estancadas dormitan
y no hay hermanos seres que interrumpan tus sueños,
¡quién supiera en qué piensas, amor de mis amores,
cuando con leve paso y contenido aliento,
temblando a que percibas mi agitación extrema,
allí donde te escondes, ansiosa te sorprendo!

 

—¡Curiosidad maldita!, frío aguijón que hieres
las femeninas almas, los varoniles pechos:
tu fuerza impele al hombre a que busque la hondura
del desencanto amargo y a que remueva el cieno
donde se forman siempre los miasmas infectos.

 

—¿Qué has dicho de amargura y cieno y desencanto?
¡Ah! No pronuncies frases, mi bien, que no comprendo;
dime sólo en qué piensas cuando de mí te apartas
y huyendo de los hombres vas buscando el silencio.

 

—Pienso en cosas tan tristes a veces y tan negras,
y en otras tan extrañas y tan hermosas pienso,
que… no lo sabrás nunca, porque lo que se ignora
no nos daña si es malo, ni perturba si es bueno.
Yo te lo digo, niña, a quien de veras amo:
encierra el alma humana tan profundos misterios,
que cuando a nuestros ojos un velo los oculta,
es temeraria empresa descorrer ese velo;
no pienses, pues, bien mío, no pienses en qué pienso.

 

—Pensaré noche y día, pues sin saberlo, muero.

 

Y cuenta que lo supo, y que la mató entonces
la pena de saberlo.

 

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Hoy te recomendamos leer a HUGO MUJICA.
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viernes, 16 de junio de 2017

JACQUES PRÉVERT (Francia, Neuilly-sur-Seine, 1900-Omonville-la-Petite, 1977)


ESTE AMOR

Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Hermoso como el día
Y malo como el tiempo
Cuando el tiempo es malo
Este amor tan verdadero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan alegre
Y tan irrisorio
Tembloroso de miedo como un elefante en la oscuridad
Y tan seguro de sí
Como un hombre tranquilo en medio de la noche
Este amor que inspiraba temor a los demás
Que los hacía hablar
Que los hacía palidecer
Este amor acechado
Porque nosotros los acechábamos
Acorralado herido pisoteado acabado negado olvidado
Porque nosotros los habíamos acorralado herido
pisoteado acabado negado olvidado
Este amor todo entero
Tan viviente aún
Y radiante de sol
Es el tuyo
Es el mío
El que fue
Ese amor siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan trémulo como un pájaro
Tan cálido tan viviente como el verano
Podemos los dos
Ir y venir
Podemos olvidar
Y luego volver a dormirnos
Despertarnos sufrir envejecer
Dormirnos otra vez
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor está allí
Terco como una mula
Viviente como el deseo
Cruel como la memoria
Tonto como las quejas
Tierno como el recuerdo
Frío como el mármol
Hermoso como el día
Frágil como un niño
Nos mira sonriendo
Y nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho temblando
Y le ruego
Ruego por ti
Ruego por mí
Te suplico
Por ti por mí por todos aquellos que se aman
Y que son amados
Sí yo le ruego
Por ti por mí y por todos los otros
A quienes no conozco
Quédate allí
Allí donde estás
Allí donde estabas antes
Quédate allí
No te muevas
No te mueras
Nosotros los amados
Te hemos olvidado
Tú no nos olvides
Sólo a ti te teníamos en la tierra
No dejes que nos pongamos fríos
Mucho más lejos cada vez
Y no importa dónde
Danos señales de vida
Mucho más tarde en el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Aparece de pronto
Tiéndenos la mano
Y sálvanos.

De: “Paroles”1945)


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Hoy te recomendamos leer a MARÍA LUISA BOMBAL.
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jueves, 15 de junio de 2017

LAURA WITTNER (Buenos Aires, 1967)


LA NIEBLA
 
En posición ante la pista de despegue
todo el espacio y la fuerza disponibles
y esas luces, la voluptuosa sugerencia
de que brillen aun de día, a los costados,
indicando el camino hacia el instante
del ultimísimo contacto terrenal. 
Detrás el aeropuerto; más atrás
cierta formulación de calles
por las que se reparte lo que hubo:
delante algunos metros de visibilidad
y ya el inmenso borrón de la niebla.

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miércoles, 14 de junio de 2017

RYUNOSUKE AKUTAGAWA (Japón, Tokio, 1892-1927)


MUERTE

   Aprovechando la suerte de estar solo en el dormitorio, colgó el cinturón del enrejado de la ventana e intentó ahorcarse. Pero al tratar de introducir el cuello en el cinturón, lo asaltó el miedo a la muerte. No temía el dolor físico que se siente en el instante de morir. Sacó por segunda vez el reloj de bolsillo y decidió hacer la prueba de medir el suicidio por ahorcamiento. Entonces, después de una breve agonía, todo se volvió confuso. Si fuera capaz de superar al menos ese paso, sin duda alcanzaría la muerte. Consultó las agujas del reloj. El sufrimiento había durado más de un minuto y veinte segundos. Las tinieblas reinaban más allá de la ventana enrejada. Pero, de repente, la oscuridad fue quebrada por el canto fogoso de un gallo.


MARIPOSA

   Una mariposa revoloteaba en el viento impregnado de olor a algas. Durante un instante, sintió cómo las alas de la mariposa acariciaban sus labios resecos. Y a pesar de todo, el polvo que las alas dejaron grabado sobre sus labios, todavía continuaba brillando después de tantos años.

De: “Vida de un idiota”


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martes, 13 de junio de 2017

PAZ BUSQUET (Buenos Aires, 1985)


Y YO SIN RITUAL
El chico nuevo, el flaquito
que preguntó dónde acomodar las cosas
el papel higiénico, la cuna rosa
las sábanas en cuotas de su bebé.
Llegó con la hija entre brazos
en la mano agarrada la de su mujer.
Recién papá, recién casado.
El mismo que se cayó pialando,
golpeó, rebotó todo el cráneo en el poste.
¿Te acordás o no del cabezón?
La frente violeta roja como la piel
de la liebre abierta por la bala
el pelo manchado con sangre, se pega
espesa y endurece el coágulo.
Tan joven y sin experiencia
no quiere perder la primera vez que
trabaja y la primera mujer,
el primer hijo primer moretón.
Una caída única chico nuevo.
Papá. Los colores de ese hematoma,
la cabeza en la almohada
el olor limpio de las sábanas blancas.
Y yo sin un ritual, sin religión.
De: “Crudas” (2015)


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lunes, 12 de junio de 2017

ISIDORO BLAISTEN (Entre Ríos, Concordia, 1933-Buenos Aires, 2004)

 
LA PUNTUALIDAD ES LA CORTESÍA DE LOS REYES

A las 12 y 45 se va a matar. Son ahora exactamente las 10 y 36 de la noche. De manera que faltan dos horas y 9 minutos.

A las 12 y 39 se va a arrodillar al lado de la biblioteca y del estante de abajo va a sacar la caja de la Luger. La caja de la Luger es de caoba, con dos precintos rebatibles que se abren haciendo presión. Los va a soltar, va a levantar la tapa y antes de poner la mano abierta por debajo de la empuñadura, antes de apretar el acanalado de fieltro, va a acariciar con la yema de los dedos, como un ciego, toda la superficie de acero empavonado. "Una maravilla, una belleza, una joya mecánica". Inmediatamente va a tener una visión: se ve hablando otra vez de la Luger, contando la historia que cuenta siempre y que ya no va a volver a contar. "Una maravilla, una belleza, una joya mecánica. Fijate vos qué bien hecha estará que desde la guerra del catorce no le cambian el diseño. No, mucho antes todavía. La inventaron por... Calculá que yo vi una foto del modelo de 1896. Ahora ¿sabés que el que la inventó primero no fue Luger no?. No, fue Bochar, o Bochart, nunca me sale el nombre". Con la diferencia de que esta vez no habrá nadie para decir: "Mirá vos, yo que creía que", nadie para preguntarle: "Pero entonces ¿por qué se llama Luger?", nadie para que él pueda responder: "Se llama Luger porque la inventó el ingeniero Luger, George Luger, el inventor de la Parabellum. ¿Y sabés por qué se llama Parabellum? Porque Parabellum quiere decir en latín: para la guerra, para lo bélico, para la beligerancia. Sí, sí, podrá ser en latín germánico. Pero lo interesante del caso es esto, fijate: dos inventores que no se conocen, uno en Alemania, otro en los Estados Unidos, inventan lo mismo, el mismo año, con el mismo diseño, ¿qué me decís? ¿Y sabés quién fue Bochar? El inventor del Sharp 44. ¿Y sabés lo que es el Sharp 44? Es el fusil que usaba el coronel William Cody, Buffalo Bill. Un fusil de retroceso. Parecía un cañón. Lo apoyabas mal y te quedabas sin hombro. ¿Y qué te parece? Para matar búfalos era. Un genio de la mecánica el Bochar este. Además tenés que ver la cantidad de máquinas que inventó: mirá, inventó una máquina que lubricaba balas de plomo, una máquina para envolver balas en papel, otra para enderezar el alambre de acero, después quemadores de gas, rulemanes, un genio. Ahora, hay quien dice que Luger le copió el diseño a Bochar, pero yo no creo, porque... ". No va a haber nadie para que él pueda contar cómo fue que Luger y Bochar se conocen por fin en 1895, cómo después se enemistaron para siempre, cómo se vuelven a encontrar en 1900, en los Estados Unidos, cuando la Marina hace las pruebas para...

Nadie. Aunque por esta vez, ya sobre el filo de las 12 y 45 va a ver algo que nunca vio antes: va a estar con él, con uniforme caqui, con enormes antiparras como el mariscal Rommel, allá, en el Afrika Korps, emergiendo de la torre abierta del tanque insignia, llevando la mano hacia la funda de la Luger mientras los disparos de las bazucas atraviesan el cielo del desierto, a las 12 y 44 de la noche.

Pero todavía falta. Son ahora las 10 y 36 y apenas hace un minuto que María del Carmen bajó el último escalón y su nuca, mejor dicho el pelo de la nuca de María del Carmen, ha dejado de verse, y sólo quedó el resplandor del cartel de YPF y él acaba de cerrar el ventanuco y ha vuelto a la cama.

En la cama va a meditar siete minutos sobre si es mejor prepararse un mate o un mate cocido y se va a decidir por el mate cocido porque sería algo distinto, y en cambio, el mate ha quedado ahí, sobre la mesa baja, con la yerba oscurecida, frío, como una forma extraña y petrificada, y al pensar esto, esto de la forma extraña y petrificada, va a sentir un terror unánime, un miedo infantil. "No es propio de la hora", va a decirse, pensando que se le ha ocurrido algo muy irónico. Pero la verdad es que tiene miedo. "Esto se deja para las seis de la tarde", insiste, "cuando la humanidad agacha la cabeza, y empieza a oscurecer". Pero no, no le causa gracia, ni siquiera consigue sonreír y piensa: "Como los chicos, gracioso sin gracia", y va a la cocina y pone a calentar el agua exactamente a las 10 y 43 sintiendo el frío que se cuela por la banderola que da a la terracita.

Mientras prepara el mate cocido va a tener una sucesión de pensamientos inconexos. Son una serie de frases hechas: "Un solo día entero de paz", "la puntualidad es la cortesía de los reyes", "siempre llegando tarde a todas partes" y "atmósfera pesada". Habría que agregar "las catedrales no se reconstruyen", pero él no lo ha pensado y de cualquier forma la que importa es:"La puntualidad es la cortesía de los reyes".

Sacudiéndose el frío va a volver a meterse en la cama, pero antes va a dejar la taza en la mesa baja. Cuando mira el humo que sale de la taza como si saliera de la mesa porque ahora está al mismo nivel, porque recién se tapó hasta el mentón con la cobija y ahora está agarrándose los hombros, en una posición antigua, de feto, pensando:"Es una hora transitoria. Podría llamar por teléfono", siente que el miedo ha empezado a moverse.

Entonces, cuando son las 10 y 46, ya está vestido, parado junto al taburete del teléfono. Pero no va a llamar a Cristina. Va a mirar por todas partes tratando de recordar dónde habrá dejado la agenda aunque el número de Cristina lo sabe de memoria.

Ahora el miedo le va subiendo por la espalda.

A todo esto ya son las 11 menos 10. Lo sabe porque acaba de mirar el despertador, verde, ordinario, que cuando anda hace un ruido como si fuera La Porteña, "La Porteña en sus mejores épocas, María del Carmen, bien aceitadita, bien polenta, con el general Mitre arriba, saludando a los chantas con el chambergo y todos los opas mirando, diciendo: 'Mirá, mirá cómo anda'" y que anda porque María del Carmen lo pone en hora con el teléfono y le da cuerda y que está en el tercer estante de la biblioteca, pero no en la biblioteca donde está la Luger, en la otra, y el miedo ya está a la altura del hombro, y da la vuelta, y baja rápidamente convertido en una rata que huye perseguida por el decapitado que quiere quemarla con el fuego. "¿No estaré loco yo?" De ninguna manera. No está loco. Sólo que no sabe dónde dejó la agenda, no sabe para qué la busca, no sabe todavía que se va a matar.

Y hasta las 11 y 2 minutos el tiempo se le va a ir en esto: mirar por la ventana las hojas caídas en la terracita, volver a pensar dónde habrá dejado la agenda, llevar la taza de vuelta a la cocina, saludar militarmente a la máquina de escribir que está en la mesa, debajo de la ventana, apoyar la palma contra el intersticio del marco, meditar en cómo entra el frío y pensar seriamente en que debería hacer algo con las manos.

"Trabajo manual. Necesito trabajo manual". Acá va a recordar a su hermano Manuel, y ya el miedo ha bajado del todo y se aleja por el piso sucio hasta desaparecer por debajo de la biblioteca. Y al agacharse para ver cómo el miedo se va yendo, repara en que es verdad, que tiene razón María del Carmen, que es un buen parqué, necesitaría una buena encerada no más. "Cedro. Madera noble". Piensa que hace mucho tiempo estuvo limpio.

Está triste, parece. Para peor, debajo de la biblioteca, debajo del último estante donde está la caja con la Luger, ve algo blanco. Se arrodilla, estira la mano, y es una tiza. "De cuando la nena era chiquita, todavía. Bueno, bueno, vamos, estas cosas no, golpes bajos no, recursos facilongos no, bienes de consumo sí".

Pero la tiza, la tiza casi intacta y como envuelta, acolchada en una pelusa gris, era de aquel entonces, todavía, y a las 11 y 2 minutos, al sacudirse las rodilleras del pantalón, al soplar la tiza, al dejarla lentamente en el taburete donde está el teléfono, ya está definitivamente triste.

"Tendría que sonar el teléfono", piensa. Pero Cristina no va a llamar. Por más que él dé vueltas y vueltas alrededor del taburete.

Y entonces, al lado del teléfono, al lado de la tiza, ve que está la agenda. Ni siquiera la va a abrir. La va a tirar sobre la cama deshecha. "Como si fuera James Bond que llega a su suite privada del Waldorf Astoria y se va a dar una ducha caliente antes de encontrar una javanesa desnuda en el placard. Entonces James Bond saca todo de los bolsillos y lo tira sobre la cama porque va a cambiarse de traje", y cae la agenda entre la cobija y las sábanas revueltas, y él acaba de sentir el perfume de María del Carmen.

Ya son las 11 y 7 minutos. Tiene hambre. Meticulosamente va a buscar en todos los bolsillos. Ha encontrado tres monedas de cincuenta y las va a desparramar en el cenicero grande. "No puede ser", piensa y sigue buscando hasta que del bolsillo de adentro del gabán que está sobre la silla saca otra moneda de un peso. La pone cuidadosamente al lado de las otras. "Ah, ya me parecía que no podía ser. Dos cincuenta. Justo. Para viajar mañana".

En fin. Se está engañando. Primero, porque ya hace bastante tiempo que no tiene la menor idea de lo que va a hacer mañana; segundo, porque dentro de tres minutos el miedo va a empezar a acosarlo otra vez, y tercero, porque a las 12 y 45 se va a matar.

O sea: tiene tres minutos para darse cuenta de que el miedo le va a andar tocando la cara, para correr un poco la cobija y sentarse cerca de la agenda marrón que ni siquiera piensa abrir, a pesar de que recién pensó que quizás, abriéndola, el miedo se va a ir por donde ha venido.

Tampoco le sirve de nada que trate de ponerse contento porque descubrió los cigarrillos. Estaban debajo de los carbónicos, casi metidos entre la mesa y la máquina de escribir. El paquete ya abierto que deja siempre María del Carmen. María del Carmen siempre le deja cigarrillos, con dos o tres cigarrillos sacados previamente como si los hubiera sacado de él, como si él se hubiera dejado olvidado el atado en los lugares más insólitos.

A veces encuentra plata, también.

Y ya son las 11 y 12 minutos cuando recordó la nuca, mejor dicho el pelo de la nuca de María del Carmen desapareciendo tras el último escalón, cuando eran las 10 y 35, cuando sintió ganas de correrla por la escalera, correrla por la calle, alcanzarla antes de que tome el taxi, antes de cerrar el ventanuco, antes de ver por penúltima vez el cartel de YPF bamboleándose en el viento como un alerón caído, y que ahora ilumina (con su resplandor lívido) las hojas amontonadas en la terracita arrastrándose por los mosaicos, moviéndose con un crujido de papel y que él mira a través de la ventana un poco antes de meterse en el baño, sentir el frío que le viene desde los azulejos, mojarse un poco la nuca en la canilla de la bañadera, porque la de la pileta no funciona, la de la pileta está atada con piolines para que no pierda y el caño que baja está vendado como Tutankamón, cuyo sepulcro fue descubierto por Lord Carnavon en 1922, año en que el ingeniero Luger embarca para Bélgica mil pistolas sin la denominación original de fábrica, ya no decían "Parabellum", pero tenían esmaltado el escudo de la reina abajo de la empuñadura. ¿Te imaginás lo que era eso, no?, ¡una belleza!, y encima del vendaje la embadurnó con una pasta para calafatear botes, de apuro, una pegajosa pasta que no se secaba nunca, que tardó como cinco años en secarse, de cuando la nena era chiquita, todavía, pasaron más de diez minutos y ahora son casi las 11 y media, 11 y 25 con más precisión, porque cuando sale del baño, cuando empuja la puerta para que cierre bien y no entre el frío, ve el despertador de frente.

"Bien", dice en voz alta. Y después piensa:"Por qué será que cuando uno dice bien, siente que está roto por dentro". No obstante vuelve a decir: bien, pero ahora mirando a los costados, con picardía casi, como si alguien estuviese, aunque sin poder sonreír, porque ya el miedo le anda por la boca.

Pero, ahora que ha vuelto a recordarlo, tampoco hubiera podido correr detrás de María del Carmen: a esa hora estaba completamente desnudo. Piensa que sería lo único que faltaba para completarla: "Que los vecinos me vean correr completamente desnudo por la calle".

A continuación, y siendo ya las 12 menos cuarto, porque ha perdido veintiún minutos valiosos, como corresponde va a recordar a mamá. "¿A papá no?". "No. Ya te dije que no. No tengo ningún recuerdo. No me acuerdo de nada. Ya te lo dije más de mil veces". "Pero de tu mamá sí", insiste María del Carmen, "no puede ser que no te acuerdes nada de tu mamá". Ahora que el miedo se le ha instalado debajo de la lengua, siente la atmósfera pesada. "Atmósfera pesada", piensa, y mira la máquina de escribir llena de polvo, corre el sillón ministro, se sienta, se queda meditando, si va a apretar la letra o no no va a apretar la letra o. Y después de prender y apagar dos cigarrillos, da vuelta la moneda de un peso en el cenicero y cuando intenta decir en voz alta:"Voy a llamar yo", ve que lo único que ha conseguido es mover el miedo debajo de la lengua. Se levanta y va hasta el taburete del teléfono, se sacude concienzudamente el pantalón a la altura de las rodillas (aunque a las 12 y 39 va a ensuciárselas otra vez) y marca. Son las 11 y 58. "... Cincuenta y ocho minutos, cero segundo. Pip, pip, pip. Observatorio Naval del Ministerio de Marina. Veintitrés horas, cincuenta y ocho minutos, diez segundos. Pip, pip, pip". Y corta, pensando esto:"En general, María del Carmen, pensándolo con toda malicia, cuando uno tiene hambre, conviene pensar en un sorbete. Un sorbete de moras y tamarindo bañado al chocolate". "¿Estás loco, helados en invierno, a esta hora, con este frío, en este barrio?", diría María del Carmen. "Únicamente en el centro, mi querido. En general, los helados en invierno están reñidos con los bienes de consumo. Y además, mira a estribor: sólo tienes a estribor la heladería Faraón, donde yo suelo tomar el taxi, y no olvides que la heladería Faraón mantiene sus puertas cerradas cuando no sopla el simún, y los belfos de las bestias no se achicharran contra el viento del norte; no, mi querido, no". Y mira el despertador verde.

Las 12 de la noche. Abre el ventanuco. Ve cómo la luz de neón del cartel se gasta contra el frío, ve los plátanos en la perspectiva de los adoquines, ve subir la neblina húmeda entre las ramas peladas, y cuando cierra, por última vez, el ventanuco, en el despertador verde ve que son las 12 de la noche. "Siempre llegando tarde a todas partes", piensa, "la puntualidad es la cortesía de los reyes". Y vuelve a sentarse frente a la máquina de escribir. Son las 12 y 2 minutos y es como si recién descubriera que nunca tuvo funda. "La que nunca tuvo novio". Pero ya se dijo que no, que es inútil, que no va a poder sonreír. Lo único que puede hacer es sacar otro cigarrillo y pasarse casi dos minutos ablandándolo porque ahora los cigarrillos vienen una porquería y porque prácticamente se tira sobre el teléfono. "No", piensa, terminó. Y acá él tendría que agregar: "Las catedrales no se reconstruyen".

"Estoy seguro de que en la heladera hay dos fetas de salame y medio pancito". Porque él guardaba el pan en la heladera, decía que así se conserva mejor para mañana. Y mientras vuelve a meterse en la cama, vestido, con zapatos, pensando: "Mejor lo guardo para mañana", no sabe que se va a quedar dormido hasta las doce y treinta y ocho minutos, hora en que se va a levantar. Y caminando muy despacio es acá cuando comienza a arrodillarse junto a la biblioteca, a las doce y treinta y nueve, cuando va a sacar la Luger de la caja de caoba, va a acariciar la empuñadura, va a mirar la corredera donde tiene estampada la fecha de fabricación, que es de mil nueve cuarenta y dos, antes que la cambiaran por la Welther P-38, porque la Luger, ¿sabés cuántas operaciones de fresado lleva? Tiene quinientas operaciones de fresado. ¿Qué me decís? Toda una joya mecánica, pero ¿qué pasa? Muy lento, muy lento. Muy lento para época de guerra. Pero, así salió. Fijate vos: todavía las sigue fabricando la fábrica Mauser. ¿Y sabés cuál es el lema de la Luger? Toda una generación sin cambios. Desde mil nueve veintidós. ¡Qué mil nueve veintidós! ¡Mil novecientos cuatro! Cuando la usaron para la marina imperial, la marina de guerra alemana, nada menos.

Bien. ¿Por qué será que cuando uno dice "bien", uno siente que está roto por dentro? Bien, ha llegado la hora. Dentro de un minuto se va a matar y no habrá nadie. Nadie para preguntarle:"Pero che, ¿cómo es que sabés tanto de armas?". Nadie para decirle:"¡Pero che, yo pensaba que era más simple!".

Nadie. Hasta el miedo se ha ido definitivamente. Y mientras el mariscal Rommel lleva la mano hacia la funda de su Luger y los disparos de las bazucas atraviesan el cielo sobre los tanques, él siente la atmósfera pesada, piensa: "Atmósfera pesada", piensa: "Un solo día de paz", se dice "siempre llegaste tarde a todas partes", recuerda, como recuerda lo de las catedrales, "la puntualidad es la cortesía de los reyes", todo junto, a las doce y cuarenta y cuatro, hora en que falta un minuto para que empiece a sonreír por primera vez, hora en que mira las cachas de bakelita, la ranura donde va la culata adosada, va a levantar la uña que indica mediante la palabra geladen la recámara recargada, grabada en bajo relieve, incrustada en el acero, porque a las doce y cuarenta y cinco se va a matar. Él no lo sabe. Pero yo lo sé.

De: “Dublin al sur” (1980)


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domingo, 11 de junio de 2017

DOLORES ETCHECOPAR (Buenos Aires, 1956)


XVIII 

en mi casa algo grave le sucedía al silencio había hielo

en un ojo un jardín aterrado era el otro

en la oscuridad nevaba los pasos de mi padre

rápidos llegaban en un día a todas mis edades y entraba

esa luz en mi oído esa luz que quieren los árboles

para tocar el día más allá de sus ramas

más allá de sus frutos heridos por el hielo

yo quería tocar la mañana de esa ciudad

que se iba en los trenes


De: “El comienzo” (2010)

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sábado, 10 de junio de 2017

RAÚL TAMARGO (Buenos Aires, 1958)

 
ESPECIES

En el principio estábamos las moscas y yo. A mí me asistía el derecho de la propiedad privada. A ellas, el instinto de acercarse a las deposiciones de las vacas. Desde luego que sobrevolaban la bosta, pero el asunto no les alcanzaba. Invadieron la galería, atraídas por las migas que yo dejaba sobre la mesa, en las horas del mate. Me cuidé de no volver a olvidar ese cebo, pero se ve que se aquerenciaron porque ya no abandonaron el lugar.
     La lucha era desigual; podía ganar alguna que otra batalla, pero la guerra estaba perdida. Lo supe desde el principio, por eso es que decidí asumir el problema como un modesto desafío de superación personal. Deseché la facilidad de las palmetas y el carácter indirecto de los venenos o las trampas. Como única herramienta, me permití usar mi cuchillo de asador. No más de diez centímetros de acero, cabo de hueso, manufactura de un artesano de Tandil. Fui perfeccionando el procedimiento hasta que encontré su mayor grado de eficacia. Apoyaba mi antebrazo sobre la superficie de la mesa, con el cuchillo bien sujeto. Solo debía tener un poco de paciencia hasta que alguna de las moscas se posaba a distancia de tiro. Entonces debía pivotear la muñeca en un movimiento difícil de explicar, pero que, a fuerza de practicarlo, se me hizo tan natural como el de girar las llaves adentro de una cerradura. De cada diez golpes, tres o cuatro rendían sus frutos. El resultado me dejaba satisfecho.
      Cuando la cosa iba camino a convertirse en costumbre ocurrió algo inesperado. Una de las víctimas había perdido las extremidades y el ala del lado derecho, pero por lo demás, se la veía llena de vida. Tenía impedido el vuelo y al intentar trasladarse giraba en círculos cuyos centros se desplazaban lentamente. La sacrifiqué, como se hace con un caballo enfermo. El suceso, además de dejarme perplejo, resultó premonitorio. Al día siguiente, una pareja de camoatíes sobrevoló la galería. No venían por mí, como supuse, sino por ellas. Aunque en rigor, como se verá, yo no era ajeno al asunto.
      El vuelo de las avispas es muy distinto al de sus víctimas. Las moscas son escandalosas, ruidosas, hacen de la velocidad una constante y su persistencia llega ser previsible. Uno jamás se siente amenazado por ellas, solamente fastidiado. Los camoatíes, en cambio, vuelan con sigilo. Planean, siempre en silencio. Son verdaderos artistas en el cambio de velocidad y dirección. Nunca se conocen sus objetivos. De ahí, mi confusión inicial. Me sentí aliviado cuando descubrí que solamente estaban interesadas en llevarse los cadáveres que mi cuchillo dejaba sobre la mesa.
     Se lanzaban sobre ellos en un movimiento vertical, como el de los helicópteros. Les extirpaban extremidades y alas, abrazaban el resto y volvían a levantar vuelo, con su carga cobijada entre las patas, como marsupiales improvisados.
     Al día siguiente de esa primera vez, las visitantes se multiplicaron. Yo había logrado una docena de aciertos con el filo de mi cuchillo. Hacia el anochecer, la mesa estaba limpia de cadáveres. Un día después, vinieron más. No era posible contarlas, desde luego, pero tampoco era necesario. Hice mis mayores esfuerzos, pero no fueron suficientes para saciarlas. Achicaron el diámetro de sus vuelos en torno a mi cabeza hasta que la noche se las llevó. Entonces supe que me consideraban su socio y que no ahorrarían demandas si no cumplía con mi parte.
      En los días siguientes, la lluvia me ayudó. Las moscas se cobijaron bajo el techo de la galería y los camoatíes no aparecieron. Como no conocía nada acerca de sus hábitos, todo lo supuse. El nido estaba lejano. El agua sobrecargaba de peso sus cuerpos, impidiéndoles el vuelo. O simplemente los llenaba de espanto, como a los gatos. Lo cierto es que aproveché la ausencia para hacer acopio de moscas muertas. Cuando las avispas reaparecieron yo ya debía de estar muy susceptible porque me pareció que habían redoblado su voracidad. Mientras ellas daban cuenta del material almacenado, yo trataba de reponerlo. Me ganó la prisa, de manera que el trabajo era imperfecto. Decenas de moscas quedaban aleteando sobre la mesa, en agonía. Los camoatíes también dieron cuenta de ellas. Eran capaces de lanzarse en picada, calculando el desplazamiento de sus presas. Jamás erraban. Jamás se veían obligados a corregir su aterrizaje o a desplazarse sobre la tabla. Pronto advertí que también capturaban presas vivas; bastaba con que una mosca se apoyara sobre la mesa para que recibiera la embestida certera de una avispa. El procedimiento era siempre el mismo. Vivas, agonizantes o muertas, procedían con sus víctimas del mismo modo. Del mismo modo las cercenaban y del mismo modo las recogían para el vuelo.
      Mi trabajo, entonces, no era imprescindible. Se aprovechaban de él. Reducía sus esfuerzos. Quise probarlo. Abandoné la galería, como quien dice, a la naturaleza. Me encerré en la casa y me senté a observar detrás del vidrio. No demoraron mucho en descubrirme. Muy pronto, la luz que atravesaba el paño de la puerta se fue extinguiendo. Cientos de camoatíes disputaban su lugar, sin comprender que la transparencia podía también ser una valla. Yo, que sí lo comprendía, no estaba más tranquilo que ellos. Esperé que la noche se llevara a las avispas y aproveché esa hora para deshacer la sociedad.
Nunca regresé a la casa. Volví a mi antigua vida, convencido de que el hombre que nace en la ciudad, no llega a comprender ciertas cosas.


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viernes, 9 de junio de 2017

CINTHIA KRIEMLER (Brasil, Río de Janeiro, 1957)


VESTIDA PARA MATAR

   Separó sus números preferidos en el armario. Armani nº 36, Louboutin nº38, Chanel nº5, Taurus calibre 22.

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jueves, 8 de junio de 2017

RODOLFO MODERN (Buenos Aires, 1922-2016)


DE LA EDUCACIÓN FILIAL

La señora de Sei, que había enviudado muy joven, adoraba a sus hijos y no permitió que nadie, excepto ella, se pusiera en contacto con los mismos hasta llegar a la pubertad. Cuando los hijos de la señora de Sei llegaron a la pubertad, el mayor se hizo monje anacoreta, el segundo entomólogo y la hija menor fue a dar, luego de ciertos hechos que no vienen al caso, a un burdel donde concedió sus favores a monjes anacoretas y entomólogos.

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Hoy te recomendamos leer a GABRIELA MISTRAL.
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miércoles, 7 de junio de 2017

MARIANA FRENK (Alemania, Hamburgo, 1898-México, 2004)


EN BUSCA DE LA IDENTIDAD

   Esta mañana me miré al Espejo. La persona del Espejo de pronto me pareció tan simpática, tan cerca de mí, que de pronto sentí un vehemente deseo de abrazarla. Sin reflexionar, entre en el Espejo tan rápidamente que aquélla no tuvo tiempo de retirarse. Nos abrazamos y nos dimos dos besos, uno en cada mejilla y, tan rápidamente como había enterado, salí. A la otra la vi en su lugar, sonriendo como yo.
   ¿No hubo hoy una confusión entre las dos mujeres?, la que no veo imposible en vistas de la velocidad con que aquello había sucedido y, sobre todo, en vista del enorme parecido entre ellas.
  Bonita aventura. Sólo que ahora me siento preocupada.


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Hoy te recomendamos leer a ANTONIO SKÁRMETA.
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martes, 6 de junio de 2017

OMAR OCHI (Mendoza, 1988)


UNA FUGA DE NIÑOS

‘‘¡Corramos! La vida es aventura’’, dijo Demián, mientras su hermano Yamir lo acompañaba en una hermosa fuga de verano.
Habían escapado de su casa. Querían sentir por primera vez el abrazo de la lluvia, ya que sus padres nunca los dejaban salir al prado cuando se trataba de una tempestad. 
Se alejaban de su rancho situado entre montes y verdes álamos. Corrían alegres por el campo y dejaban que el agua besara sus mejillas. 
—¿Viste, Yamir? ¡La tormenta es divertida! —exclamó Demián.
—¡Sí! ¡Es muy bonita! Pero… ¿el papá no se va a enojar con nosotros? 
—Quedate tranquilo. La mamá dijo que un padre siempre perdona el regreso de sus hijos.
Continuaron su camino. Descendieron a un río. En aquella zona había un burro comiendo pasto. Los niños, al verlo, le lanzaron piedras y rieron como locos mientras el animal huía. 
La lluvia se tornó más fuerte e intensa. Los aventureros se alejaron… 
Al principio, empapados y corriendo en un pedregal, disfrutaban la tormenta. Luego, cuando pusieron los pies en el barro y el aguacero se convirtió en granizo, comenzaron a desesperarse.
—¡Demi! ¡Me duele! Quiero volver a la casa —dijo Yamir, lanzando un sollozo.
—¿Vos sos loco? Todavía no podemos regresar. Estamos muy lejos —respondió Demián.
—¡Quiero volver a la casa!
—¡Primero busquemos un refugio! 
Vagaron un largo rato. Sufrieron los golpes de la tormenta hasta encontrar una pequeña choza apenas rodeada por un alambrado. Se acercaron al refugio; la noche se acercó a ellos. 
Era una casa abandonada con paredes de chapas, piso de tierra y olor a sombra húmeda. Los niños, al reposar en ella, sintieron alivio…
Antes de medianoche, el canto de un gallo surcó los miedos. Las piedras cesaron, pero el agua no se detuvo. Yamir lloraba y estornudaba en los brazos de su hermano, quien a su vez no pudo contener sus lágrimas sucias. ‘‘El papá y la mamá se deben sentir muy tristes. En casa estaríamos mejor’’, pensaba.
En las horas más avanzadas de la noche, el temporal fue disminuyendo. Los niños, desvelados, arrepentidos y con nuevas esperanzas, abandonaron el refugio.
Al salir de la choza, gritaron de súbito. Dos sombras se acercaron a ellos. Dos sujetos encapuchados y de voz ronca los detuvieron, los tomaron de los brazos y los llevaron por una senda oscura. 
¿Quiénes eran? ¿Qué querían? ¿A dónde los llevaban? No había tiempo para huidas y preguntas. Los subieron a una camioneta y se alejaron antes del amanecer.
En la hora del alba, cuando la tormenta había cesado, los dos policías estacionaron la camioneta frente al hogar de los niños. Llamaron a la puerta: ‘‘¡Don Herrera! ¡Don Herrera! Venga. Encontramos a sus hijos’’.
Demián y Yamir corrieron alegres a abrazar a sus papás. Su padre salió a recibirlos. Dispuesto a perdonarlos, siempre dispuesto.
Le pidieron perdón. Él sonrió con ternura y un reflejo de amor paternal en sus ojos. Luego llamó a su esposa: ‘‘Nancy… ¡traeme el cinto!’’.
 
De: ''Las noches de Tilcara'' (libro en proceso de edición)


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Hoy te recomendamos leer a JUANA DE IBARBOUROU.
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lunes, 5 de junio de 2017

CLARA OBLIGADO (Buenos Aires, 1950)


EL MIEDO
Para Juana Canevari y Teresa Videla
La monja enana vive en la cornisa del patio del colegio, donde anidan los murciélagos, debajo del reloj. Cuando murió, la pusieron en un féretro sin tapa, la toca almidonada, los labios entreabiertos y el aire escapándose como de un globo al final de una fiesta. Entre las ramas de la glicina, la monja enana asoma la cabeza y sonríe, los dientecillos afilados.

Yo la quise cuando estaba viva: me acariciaba la cabeza, escondía las sobras de mi plato. Ahora zumba con sus bracitos de élitro, se relame el polen, liba entre los racimos, serpentea como un avioncito de papel. Cuando salgo del colegio me persigue flotando en una algarabía de velos y faldas negras, salta a la comba con el rosario. Entonces mira hacia abajo, tuerce el gesto y silabea: ya-te-mor-de-ré.

De: “La muerte juega a los dados”