Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

domingo, 29 de junio de 2014

NICOLÁS GÓMEZ (Chamical, La Rioja, 1972)

HAIKU
(Breve Selección)
 
Loca la abeja
Va sin zumbidos ni alas.
Oscurantismo.
 
Ladra la niebla.
Se evaporan los perros.
Noche de invierno.
 
¿Soy yo el que mira?
¿O es el tipo parado
en el espejo?
 
Sueños ajenos:
el albañil coloca
cada ladrillo.

FERNANDO BELOTTINI (San Jorge, Santa Fe, 1962)

UN CUMPLEAÑOS EN FAMILIA
Estamos en la casa de mi abuela festejando el cumpleaños de tía Alberta. A la derecha de mi tía Alberta está mi primo Pedro al que hace poco le nació el bigote, a su lado está María Mercedes que parece ser su novia. Más allá está Jacinto, también tío, que dicen es filósofo pero al que nunca le escuché decir nada, al lado su mujer, mi tía Marta, que es gorda y a veces pellizca al filósofo porque no quiere que él moje el pan en la salsa. La fuente son unos fideos preparados ayer a la tarde por la tía Miguela y según Bernardo son los mejores que ha comido en mucho tiempo. Bernardo también es otro de mis tíos, pero no es tan legítimo porque se casó con Miguela cuando ella enviudó de mi tío Franco, al que siempre recuerdan porque era muy bromista. En el extremo de la mesa, privilegiada por la luz de la ventana, está mi abuela, hoy no come porque no se siente bien, le duele un poco la cabeza y cree que es del hígado. Mi madre y mi padre le recomendaron que se cuidara. Mi madre le dijo viejita no hagás desarreglos y mi padre dijo que no quería quedarse sin suegra. Al lado de mi padre está Manuel, el hijo de Bernardo. Manuel a veces me mira como preguntándome qué pasa a lo que yo no contesto porque no sé responder a miradas. A mi lado está Beatriz, que se quedó soltera por presumida pero tiene un novio que nadie conoce. Después de Beatriz, siempre con cara de cansado está mi tío Alfonso, que trabaja en una fiambrería y hoy trajo un salame que le alabaron todos. Al lado de Alfonso está mi hermana, con un vestido verde que causó gracia. Mi hermana cuando come tiene la costumbre de levantar demasiado los codos, que es lo que molesta a mi primo Juan, que es obrero y le gusta hablar de fútbol, él le pide a mi hermana que se corra. Al lado de Juan, su hermana, mi prima Beba, que es fea pero nadie le dice nada y mira la puerta como si estuviera por entrar alguien. Inquietando a mi abuelo Ángel, quien en realidad la protege. Al lado de mi abuelo, siempre hacia la derecha, está su hermana, que vive con ellos porque se quedó sin casa o la vendió como algunos creen. Ella vuelve a servirse, va por el tercer plato y todos, un poco en broma, un poco en serio, se lo recuerdan. El que más la fastidia es Amilcar, restaurador de muebles antiguos y jugador. Ya estuvo comentando que hace mucho no acierta a la quiniela y mi abuela le dijo que por favor la terminara. Él también vive con mi abuela y ella lo reta como si fuera un chico, se casó más de una vez y mi abuelo lo desprecia, pero quiere a su hija, mi prima Fani, que según dicen sabe tirar las cartas y de eso vive, ella también está en la casa de mi abuelo, pero a veces viaja al interior a adivinar la suerte o a visitar a un hombre mayor, no sabemos. Al lado de Fani, preocupado por el clima come despacio mi tío Berto, que fue violinista y cree que lo sigue siendo, ahora está enfermo de los riñones. Mi madre cuenta que orina mal. Al lado del tío Berto está su mujer, mi tía Paula. Nadie se ríe igual que ella, le gusta tanto bailar que ya empezó a pedir que pongan música, la acompaña en el pedido el doctor Fermeto, amigo de la familia y buen médico, la salvó una vez a mi madre de morir ahogada con hueso de pollo. En realidad, el doctor Fermeto ya está retirado pero le gusta que le hagan consultas. Recién Matías, el más viejo de los hermanos de mi madre, le preguntó sobre una puntada en el vientre que le viene de noche cuando se acuesta. Como no aporta más datos, el médico le dice que deben ser los nervios. El tío Matías duda con un gesto y parece preguntarle a su mujer, mi tía Carmen, qué opina de lo que dice Fermeto. Según mi madre, Carmen nunca cuidó a Matías y él cree que ella se preocupa. Carmen dice puede ser, sin darle mucha importancia. Mi padre opina que Matías es muy ñañoso. Al lado de Carmen, vestido de deportista, está mi primo Neto y al lado de mi primo su novia, una rubia que a mí me gusta. Mi primo lo sabe y no deja de enrostrármela cuando puede. Falta poco para que los dos se vayan al club donde practican tenis. De eso hablan con Lorenzo. Lorenzo de tenis no sabe nada, es árbitro de fútbol, pero hay que ver como se esfuerza para pronunciar los detalles del juego. Lorenzo fue boxeador y al lado tiene al hermano de Neto, Marcelo. Marcelo también quiere ser boxeador por eso se le sienta al lado, su madre por supuesto se opone, dice que es para brutos. Hemingway lo fue, dice María Belén que es profesora de Lengua y Literatura y hermana de Perico, ambos hijos de Miranda, que se crió con mi madre porque lo abandonaron. Miranda es pelado y lleva en la cara las marcas del abandono, aunque a veces parece que sonriera. Es sumamente amable y nunca nadie lo vio enojado. Tanto a Perico como a María Belén los queremos como primos. María Belén dice que mi hermana escribe lindas composiciones y mi hermana se ufana y espera estos bocados para que hablen de ella. Enseguida, la esposa de Miranda, que no está tan lejos, confirma que la que escribe bien es mi hermana y hay que ver cómo mi madre le presta atención. Al lado de la esposa de Miranda está mi tío Ramón, que vende maníes en la plaza, por eso todos los sobrino–nietos chicos se le sientan al lado. Ramón siempre inventa historias que se van desdibujando a medida que empina el codo. Mi abuela le pide que no tome tanto, pero él dice que no le hace nada. Al lado de Ramón, siempre hacia la derecha y cerca de la puerta, hacen cuentas Esteban y Emilio, los dos estudian ciencias económicas y cuando una crisis nos toca son los únicos que hablan, son junto con mi prima fea la debilidad de mi abuelo, él les prometió una lapicera de oro a cada uno para cuando se recibieran. Se los ve aplicados, pero tía Alberta, espléndida y vestida de rosa, le confió a mi madre que estudian para no trabajar, pero en realidad tampoco estudian. Más allá de los chicos que se divierten con Ramón, de Esteban y de Emilio, está el antebaño, desde donde aparece Raquel, actriz envidiada por mi madre que también quería serlo. Raquel seduce a todo el mundo y fue la fantasía de más de un sobrino. Mi madre nunca la quiso y dice que ya está grande para usar ese escote. Ella se sienta haciéndose lugar cerca de su acompañante: un señor muy correcto, más joven que ella y que nos hizo reír cuando llegó porque le dijo mamá a la abuela. La abuela lo tomó bien, pero el abuelo lo miró serio y después le preguntó a Raquel si su amigo era homosexual. Mis abuelos están curados de Raquel, aunque cuando ella tenía dieciocho años la echaron de la casa. Al lado del acompañante de Raquel, que creo se llama Roberto y mi prima Mirta le dice Ruperto, está Mirta, que es hermana de Esteban y estudia medicina. Mirta tuvo un accidente en el brazo derecho, parece que se resbaló bañándose. Ahora está enyesada y todos quieren escribirle el accidente. Ella es la más simpática de mis primas y come poco, dice que está a dieta pero es flaca. A su lado el único hermano vivo de mi abuelo, Mario, que a veces se levanta para traer lo que falta en la mesa y por suerte todavía no contó esa anécdota de la guerra en la que comía ratas. La abuela pide que abran un poco la ventana porque algunos empezaron a fumar. De la otra mesa, donde están los familiares del esposo de mi tía Alberta, piden que traigan la torta. El hermano de mi abuelo dice que él no se levanta más, que ya está viejo y me apunta a mí, que también estoy cerca de la cocina. Mi madre me dice al oído que a mí no me corresponde. En esa discusión callada interviene también Peralta, esposo de tía Alberta, al que llamamos por el apellido porque así lo llaman en la seccional de policía donde trabaja. Mi tío Peralta se ufana de tener treinta años de servicio y ningún rasguño, entre nosotros sabemos que con lo gordo y miedoso que es, es imposible que alguna vez haya trabajado. Siguen pidiendo la torta, tía Alberta se ofrece y todos le decimos que no, pero a la vez nadie quiere levantarse porque conocemos cuánto pesa esa torta. Guillermo, que está al lado de Mario, se ofrece. No sé quien es Guillermo, ni quién lo invitó. A su lado están Ramiro, Ángel, María Gracia, Juan Alberto, Carlos, Katty, Miguel, Ignacio, Lisandro, Silvia, Mabel, Magdalena, Riquelme y Saviola, que son lo que aplauden cuando llega la torta con las velas encendidas.

HERNÁN LASQUE (Concordia, Entre Ríos, 1977)

CARTA A LA TÍA INÉS
Querida tía Inés:
Te escribo para decirte que el mes que viene, después de que termine las clases, me voy al campo, a tu casa. Y que si vos no tenés problemas me gustaría pasar todo el verano y hasta si querés me quedo todo el año. Mamá no sabe esto de que me quedaría todo el año allá, pero si vos le decís que te puedo ayudar en muchas cosas y que puedo ir a la escuela que está ahí cerca, no me puede decir que no. Desde que papá y el tío murieron ella se la pasa diciendo que vos estás muy sola y que no podes hacer todo sola allá en el campo. Y aparte que no es un lugar muy seguro, por lo alejado que está del pueblo, no?
Iván y Martín dicen que ni locos se van de acá, y menos a vivir al campo. Yo sé que ellos son más grandes y andan bien a caballo y ordeñan y hacen de todo, pero yo puedo aprender rápido y te aseguro que incluso lo haría mejor que ellos todavía. Aparte que a mí sí me gusta el campo.
Yo acá, el único amigo que tengo es Lucas, y ya no tanto, ya no somos tan amigos, por más que el crea que si. Vos lo conociste te acordás? Ese que el padre es camionero, que vive acá a la vuelta de casa y que mamá siempre cuenta que más de una vez lo ha cruzado borracho por ahí. No sé ni por qué entonces me mandó a dormir a su casa. Eso es lo que te quería contar, por eso ya me quiero ir si o si a vivir con vos, mas allá de que hace tiempo que lo pienso y siempre te lo dije, desde hace mucho.
Desde que papá no está, yo a veces voy a dormir a la casa de la tía Elsa, pero el sábado pasado ella estaba con visitas y como Iván y Martín se fueron de campamento, y mamá se había ido con las maestras a festejar el fin de año a comer afuera, a mi me mandó a lo de Lucas. Hablé con la madre, me dijo, y dice que te podes quedar cuando quieras y los días que quieras, que ellos tienen una habitación libre y todo. Yo al principio estaba recontento claro, iba a pasar una noche en la casa de mi amigo. Pero ya el sábado a la tarde cuando me llevó mamá y se fue enseguida y me mostraron la pieza en la que iba a dormir… Tendrías que ver esa pieza. Oscura, ni un cuadrito, las paredes todas despintadas y llenas de hongos de humedad, un olor a encierro asqueroso, horrible tía.
La madre de Lucas nos dijo, ustedes vayan a jugar que yo voy a acomodar la habitación de Lucas. Allá nos fuimos entonces con Lucas, a jugar al living a un juego que tiene que ni me acuerdo como se llama. Justo había empezado a llover así que nos tuvimos que quedar adentro. Yo escuchaba que la madre barría la pieza y que corría la cama y la volvía a acomodar. Después la vi que iba con un velador en la mano, ¿vos lees Lucas?, me preguntó al pasar. No, casi nunca leo en la cama le respondí. Después de un rato la volví a ver cuando salía con un platito como con carne reseca y una tacita en las manos. El Bocacha hoy duerme afuera, no te preocupes, le dijo a Lucas medio sonriendo. No te preocupes, lo van a hacer dormir afuera, me decía Lucas a mí después. Nunca me había dicho que tenía un perro. Parece que esa era la pieza del perro, yo ya estaba empezando a enojarme con mamá tía, te podrás imaginar.
Más tarde le pregunté a Lucas por el perro. No tengas miedo, siempre lo atan cuando duerme en el fondo. Y yo no le pregunté porque tuviera miedo, solamente quería saber algo del perro. Pero parece que entonces era bravo en serio, como para que ni me hablara de él. Seguimos con lo nuestro y me olvidé del asunto.
Se acercaba ya la hora de comer cuando apareció la hermana de Lucas. Se paró bien frente mío, bien cerca. ¿Me acompañas a colgar la ropa afuera? Y antes de que yo recorriera los dos o tres metros que me separaban de la puerta al patio, el padre de Lucas, con un vaso de vino en la mano se interpuso. Usted se queda acá adentro a ver si se enferma todavía y tenemos problemas con su familia. Era un tipo desagradable, y encima con un vaso de vino en la mano; yo me acordé al instante de lo que siempre decía mi abuelo, eso de que la casa no es un boliche para andar tomando vino de parado, que si se toma vino se toma en la mesa. Y tenía razón ahora que lo veía al padre de Lucas ahí dando vueltas por la casa con el vaso en la mano. Y vayan a sentarse que ya va a estar la comida. El olor a vino tinto le salía por la piel, lo sentí cuando apenas me tocó el hombro.
La hermana de Lucas se sonrió como burlándose y salió dando un portazo a sus espaldas. Tenía el labio de arriba como cocido, el labio leporino que le llaman. Qué querés que te diga tía, me impresiona un poco, aparte ella usaba eso para burlarse de los otros, sabía que impresionaba y se reía todo el tiempo. Te digo porque yo ya la conocía de antes, de la escuela donde con nadie se lleva bien, no tiene ni una sola amiga.
No sé muy bien porqué te cuento todo esto tía, tal vez porque quiero que comprendas bien que no la pasé bien esa noche y que por eso fue el detonante que me hace hoy escribirte para decirte que me quiero ir a vivir con vos al campo. Lo que pasa es que mamá no me escucha y dice que exagero, pero ya vas a ver cuando te termine de contar. Por más que me haya ido a buscar enseguida que la llamaron, no se lo voy a perdonar fácilmente, ella tendría que habérmelo dicho antes, porque ella lo sabía.
Cuando terminamos  de comer esa noche, le pedí a Lucas que se venga a dormir conmigo, que armáramos una cama en el piso y que nos quedáramos para hablar un poco antes de dormirnos. Pero él se rió y volvió a salir con lo de que no le tenga miedo al Bocacha y todo eso. Ya me molestaba la cuestión esa del perro, así que lo dejé que hable y que se vaya a su pieza y yo a la mía. Antes de que entrara escuché que me decía no tengas miedo, no puede entrar a la casa porque está todo cerrado, y atrás escuché la risita gangosa de la hermana.
Me estaba por acostar cuando apareció la madre y me dijo que si quería que deje la luz prendida y que con la puerta haga como quiera, que la cierre o que la deje abierta, que me sienta como en mi casa y que descanse. Me dio un beso en la mejilla y salió. Al final, inconscientemente seguro, ella misma cerró la puerta. No me molestaba así que así la dejé y me acosté. Dejé la luz encendida unos minutos y después la apagué. Contrario a lo que todos parecían pensar, me dormí hasta más rápido de lo que yo mismo pensaba.
 Algo me despertó a la mitad de la noche, un ruido ahí dentro de la pieza. Abrí los ojos, encendí la luz y todo estaba igual, mi pantalón y mis zapatillas en la silla junto a la cama, la puerta abierta… y ahí me di cuenta, que alguien la había abierto, que si bien yo había pensado en dejarla abierta, había sido la madre de Lucas quien la había cerrado. Entonces escuché una respiración como entrecortada y que estaba ahí dentro, y ahí dentro no había otro lugar donde ocultarse que no fuera debajo de la cama. El Bocacha está debajo de la cama pensé, y me enredé los dedos en las sábanas.
Nunca le tuve miedo a los perros, pero tanto que habían hablado… Igual logré  tranquilizarme. No lo escuché más y supuse que se habría dormido, yo también tenía que dormirme. Cuando estiré el brazo para apagar la luz de velador casi me muero del susto tía, una vez a oscuras siento como desde debajo de la cama empujaban hacia arriba justo a la altura de mi espalda. Y no una vez, sino dos y tres y cuatro y cada vez con más fuerza. Yo no atinaba ni a saltar de la cama, con enorme esfuerzo saqué el brazo y prendí la luz, y entonces sentí y vi una mano tomándome de la muñeca, una mano horrible con las uñas negras y largas y los dedos con algunos pelos largos. Antes de que pueda gritar para llamar a alguien, el Bocacha asomó su cabeza y todo el cuerpo desnudo y lleno de pelos, no era un perro tía, era el hermano mayor de Lucas, flaco desnudo y con la lengua babeándole la pera… yo casi no podía respirar tía y no atinaba a nada, se me metió en la cama diciendo que era suya. Recién entonces grité y salté de la cama y corrí en cuatro patas hasta la pared. El Bocacha pobre se reía. El padre de Lucas entró completamente borracho gritando y lo sacó a los tirones y dándole cachetadas y le gritaba que por qué había entrado, ¡por qué entraste si sabes que está el amigo de Lucas, por qué entraste engendro malhecho!! Y le pegaba tan fuerte tía…
Enseguida la madre de Lucas llamó a mamá. Lucas lloraba también en su habitación y la hermana se reía tomando una taza de leche en la cocina mientras esperábamos que llegue mamá. Del patio ya casi no se escuchaba nada, cada tanto un golpe seco, y una cadena que se arrastraba en las piedras.
No le cuentes a mamá tía, ella después me dijo que sí, que el hermano de Lucas era retardadito, pero que no era malo, que no tenía que tenerle miedo ni hacer el escándalo que había hecho. Un beso tía, ella está por llegar de trabajar. Nos vemos pronto.

sábado, 28 de junio de 2014

MARÍA GRANATA (Buenos Aires, 1923)

EL PERRO SIN TERMINAR
 
El niño quiso dibujar un animal. Pensó en el ciervo, que es un caballito con la cabeza llena de palos; pensó en el zorro. Y al final se le ocurrió que lo mejor sería dibujar un perro que es un animal fácil de dibujar porque siempre está al lado de uno. 
Tenía una carbonilla muy negra y un papel muy amarillo. Empezó por las patas que es lo que sostiene; hizo tres ya que a la cuarta no sabía qué posición darle. Le salieron bien, seguramente porque esa carbonilla ya había dibujado perros.
Continuó con el trazado del cuerpo y cuando le tocó diseñar la cabeza, pensó en un hocico puntiagudo pero tuvo miedo de que le saliera un pico de pájaro; tampoco debía ser completamente chato porque entonces el perro parecería una foca. 
Y pensó también en las orejas: mejor grandes para que oyeran las voces de todos los dibujos que hay en el mundo. Y también era preferible que estuviesen levantadas y no caídas para que no terminaran cayéndose al suelo y que él se tuviera que pasar el día levantando orejas.
¿Y los ojos? ¿Los haría redondos como bolitas? No, porque todo lo que es redondo un buen día empieza a girar, y ya se sabe que un perro no debe tener ojos giratorios. Se los haría un poco alargados, con una mirada que se desparramara por todo el papel y también por toda la casa.
Por fin el niño trazó una oreja tal como lo había decidido, grande y levantada, y antes de hacer la otra dibujó un ojo para no olvidarse cómo lo quería, y después empezó a delinear un hocico que no fuera pico. Pero antes de terminarlo oyó que otros chicos lo llamaban para jugar, y salió corriendo a todo correr.
El dibujo quedó sin terminar.
La carbonilla rodó sobre la mesa buscando un sitio dónde esconderse porque la habían gastado bastante y no quería reducirse a un trocito. Nadie repara en los trocitos y los pobres deben andar a saltos por el mundo para demostrar que existen. Y aun así, nadie los ve.
Confiada en que el descanso la haría crecer, la carbonilla se ocultó entre un cuaderno y un compás.
Antes de que anocheciera, por la ventana abierta entró viento, no el viento grande sino un viento niño que quería jugar.
Volaron los papeles en donde el chico había hecho sus sumas y sus restas de la escuela. Los números de las cuentas saltaron con los resultados puestos al revés; un 4 quedó sentado - mirándolo bien, el 4 siempre está sentado -, y un 0 rodó como una bolita. Voló también una pluma que vivía en un rincón; la carbonilla se resfrió, y el papel amarillo en el que había poco más de medio perro dibujado, planeó por el cuarto y terminó cayéndose al suelo.
El dibujo tembló.
El viento niño se divertía, pero cuando oyó que su padre, el viento grande, lo llamaba, salió por la ventana por donde había entrado. Todo volvió a estar quieto aunque no en orden. Y hubo otro cambio: el dibujo sin terminar se había empezado a desprender ligeramente del papel.
A la noche sintió que se había desprendido del todo. 
Trató de levantarse y pudo hacerlo, al principio con miedo de caerse, y después con más y más confianza.
Aunque no mucha porque no es lo mismo estar parado en tres patas que en cuatro.
Dio unos pasos inseguros pegado a la pared. No se animaba a caminar por el centro de la habitación, pero de pronto dio un salto, en realidad un saltito torcido ya que le faltaba una pata, y se alejó de la pared. Y anduvo hasta la medianoche dando vueltas y vueltas en medio de ese cuarto que había quedado con la ventana abierta porque hacía calor.
Y después se acercó a la ventana y dio un salto tan alto que cayó en la calle. El aire fresco lo animó bastante, pero él se quedó allí sin saber qué hacer, no en cuatro patas sino en tres.
Con su único ojo miró la calle desierta; con su única oreja oyó el barullo que hacían los monigotes dibujados en las paredes.
Echó a andar.
De repente tuvo miedo y se escondió en un umbral.
Y después sintió hambre, y en cuanto el miedo se le redujo a la mitad, siguió su camino que a algún lado lo llevaría.
Anduvo, anduvo, no muy ligero porque no era bípedo ni cuadrúpedo. Ya se sabe que con tres patas se camina más despacio que con dos, aunque cueste entenderlo.
Seguía sintiendo hambre. Por fin junto a un portal encontró un pequeño hueso pero no lo pudo comer porque los perros dibujados sólo pueden comer huesos dibujados.
La noche era de verano, apenas fresca, pero él sintió frío. Se acurrucó junto a un álamo plantado en la calle, después de olfatearlo con su media nariz.
 
- ¡Un perro sin terminar! - exclamó el árbol. 
 - Soy un dibujo - le aclaró él.
 
Las hojas lo miraron con miles de miles de ojitos verdes y le dijeron:
 
- Así incompleto como estás corres el peligro de borrarte.
 
El pobre dibujo sintió de golpe más hambre y más frío, y un nuevo miedo que le sacudió las pocas líneas de que estaba formado.
 
- ¿Qué debo hacer? - le preguntó al árbol.
 
El álamo tenía gran cantidad de años guardados en el follaje, en las raíces, debajo de la corteza, y como no se le había perdido ninguno, sabía muchas cosas.
 
- Lo que debes hacer - le aconsejó al dibujo - es que alguien te termine. ¿Cómo vas a andar así por el mundo?
 
- ¿El mundo está terminado? - preguntó él.
 
El árbol se quedó pensativo.
 
 
 - Me parece que si - le respondió-. Aunque algunas cosas faltan hacerle: remendar los agujeros de los volcanes, rellenar con tierra los precipicios, hacer que el viento ande en bicicleta, y poner más casas por todas partes y más árboles como yo. Pero más fácil será que alguien te termine a ti y no al mundo.
 
- ¡Gracias! - exclamó el medio perro levantándose; y antes de dar un paso le confió al álamo:
- Tengo hambre.
 
El árbol se inclinó bastante señalándole una callecita, y le informó:
 
- Si vas hacia allí, encontrarás en un muro el dibujo de un huesito hecho hace años por un perro dibujante. Y te lo podrás comer.
 
Después de desearle buena suerte al perrito de carbonilla a medio hacer, el álamo lo vio dirigirse hacia el sitio que él le indicara con el verde dedo índice que tenía en la punta.
 Y después con sus ojos vegetales vio cómo el pobrecito se comía el hueso dibujado.
 
¡Ah, no tener hambre es una gran cosa!
 
Las tres patas se sintieron más fuertes, capaces de sostener a una jirafa; la única oreja empezó a aletear; el único ojo se puso brillante como un pedacito de fogata. 
 
El dibujo sin terminar llegó a un lugar descampado cuando ya amanecía. El sol recién nacido sintió piedad por él y le envió todo su calor, toda su luz. Y él dejó de tener frío. Fue como si el día hubiese comenzado en su cuerpecito; alrededor de él estaba oscuro y fresco. Y después de entibiarlo, el sol se comportó como debe ser.
En un prado donde había dieciocho millones trescientas veinticuatro mil plantitas de avena, el dibujo se encontró con un granjero.
 
- Por favor, ¿no tienes una carbonilla? - le preguntó.
 
El hombre lo miró extrañado. Es que nunca había oído la palabra carbonilla.
 
- ¿Qué ave es esa? - se sorprendió -. Yo sólo tengo patos, gallinas y gansos.
 
- No es un ave - le explicó el dibujo -. Es un carbón largo y bastante flaco. pero lo mismo me serviría cualquier trocito de carbón.
 
El granjero se dispuso a buscar lo que el medio perro le pedía, y en cuanto dio tres pasos le oyó decir:
 
- ¡Ah, y por favor trae un papel en donde yo pueda caber, mejor si es amarillo!
 
El hombre volvió con el trocito de carbón que desde hacía unos días vivía en su hornalla, y con una hoja grande de papel blanco que se volvió amarillo en cuanto el dibujo se tendió en él. 
 
- ¿Vas a dormir? - le preguntó el granjero.
 
- No. Necesito algo más importante que el sueño - fue la respuesta.
 
- ¿Y qué es?
 
- Que me termines de dibujar.
 
El hombre dio una vuelta entera alrededor de él y se lo quedó observando. Después dijo:
 
- Pareces un perro y yo no sé dibujar perros. Tan sólo aves.
 
- Por favor, inténtalo - rogó el desdichado.
 
El granjero tomó el carbón que había encontrado en su hornalla, le sopló el cuernito de ceniza que tenía, y en el sitio de la oreja que faltaba trazó una cresta. La cuarta pata la hizo zancuda, bastante más larga que las otras tres, delgadísima y con los dedos muy separados. El ojo que faltaba lo hizo más chico que el otro y bien redondo, con una vigilante mirada de gallo. Y después completó el hocico con medio pico entreabierto.
 
Y cuando ya daba por terminado su trabajo hecho con el trocito de carbón y con una gran cantidad de buena voluntad y desacierto, el granjero reparó en que el pobre animal no tenía rabo. Y entonces le dibujó una cola emplumada.
 
- ¿Quedé bien? - preguntó el perro que ya no era perro. Y en cuanto hizo la pregunta, del medio pico le salió un cacareo.
 
- ¡A la perfección! - contestó el granjero contemplándolo embelesado.
 
El dibujo se sintió feliz. Para él sentirse feliz era como estar cubierto de estrellitas. Y se levantó del papel amarillo que volvió a ser blanco en cuanto él lo abandonó.
 
Le agradeció al granjero la ayuda y echó a andar, completo, pero disparatado.
 
Le costaba mucho más caminar debido a esa pata zancuda, pero no se quejó. También le costaba arrastrar esa cola como de pavo real que ahora tenía. Sin embargo, continuó andando a la espera de encontrarse con seres que quisieran ser sus amigos.
 
Llegó a un bosquecillo y se anunció con una voz que fue mitad ladrido y mitad cacareo.
En vez de animalitos con quienes entablar una amistad alegre, apareció un explorador, de nariz muy larga para explorar mejor.
 
- ¡Qué animal más raro! - exclamó lleno de asombro - Lo voy a capturar.
 
La palabra "capturar" lo asustó al dibujo que echó a correr todo lo que pudo, todavía más. Tuvo miedo de que esa palabra horrible lo borrara. el explorador agitaba una red para capturar que él mismo había hecho uniendo todos los agujeros que había encontrado en sus exploraciones, pero de nada le sirvió porque el animal raro siguió corriendo a los saltos a mayor velocidad que él. Había momentos en que los separaba una distancia de doce caracoles en fila, y momentos en que la distancia entre los dos era de doce vacas, también en fila. 
El dibujo se salvó gracias a los saltos que daba su pata larga.
 
 
Cuando el explorador lo perdió de vista, se puso a contar los agujeros de su red por si se le había caído alguno.
 
A la entrada de un caserío, el perro-ave, todavía agitado, se guareció en un umbral. Es que los dibujos se cansan como lo que realmente está vivo; en realidad un dibujo también está vivo, aunque de otra manera. Y él estaba muy fatigado por la carrera y por el miedo. Cerró al mismo tiempo su ojo de perro y su ojo de gallo, y no consiguió acomodar su pata zancuda que se salía del umbral, ni cerrar su cola emplumada para que ocupara menos espacio. Lo que sí consiguió fue dormir.
 
Y una hora después, cuando despertó, vio caer una lluvia que le sacó la lengua, una lengua de agua. Y él volvió a asustarse pensando que si la lluvia lo mojaba se le borrarían las líneas de que estaba hecho.
 
Y continuó en el umbral hasta que el mediodía mandó a la lluvia a la nube de donde había salido. Y toda el agua caída tuvo que levantarse y volver al cielo.
 
El perro-ave salió de su refugio y continuó andando por las calles del caserío. Las gentes, al verlo, en cuanto salían de su asombro, reían y reían.
 
- ¡Un perro mezcla de ave de corral!
 
- ¡Un disparate andando!
 
- ¡Nunca se ha visto nada más ridículo!
 
- ¿De dónde habrá salido?
 
- Además está tan flaco, tan flaco que parece un dibujo.
 
El pobre comprendió que se estaban burlando de él. Todos lo señalaban sin dejar de reír. Sí, estaba en el centro de una burla que crecía y crecía, que giraba y giraba. Si no hubiese estado hecho de carbonilla, se habría puesto colorado, pero de la negrura no puede salir ningún color. 
 
Rengo a causa de su pata bastante más larga, el dibujo disparatado atravesó el pueblo a saltos desparejos, humillado y triste.
 
La cresta se le había caído sobre el ojito de gallo, la cola emplumada se arrastraba por las piedras de la calle. El medio pico se abría y se cerraba soltando tres cuartos de ladrido junto a dos carareos y medio, todo mezclado.
 
El único que le dio la bienvenido con una alegría hecha de lucecitas fue un monigote dibujado en una pared.
- ¡Hola! - lo saludó.
 
- Hola - respondió él en voz baja, entre un ladrido revuelto y un cacareo agujereado, temeroso de ser burlado una vez más.
 
- ¿No te da miedo andar suelto? Podrías venir a vivir en esta pared. Está recién pintada - le ofreció el monigote.
 
Él lo miró mitad con su ojo de perro, mitad con su ojo de gallo. Y le sonrió con su medio hocico, con su medio pico.
 
Estuvo a punto de aceptar pero tuvo que lanzarse a una nueva carrera porque las voces de las burlas se convirtieron en una amenaza que soltaba una espuma negra como todas las amenazas.
 
- ¡Vamos a atraparlo! ¡Vamos a atraparlo!
 
Se salvó a duras penas, y gracias a que saltó a una vieja pared de donde nadie pudo sacarlo. Es claro, más le hubiera gustado estar junto al monigote y no tan solo. Y por fin las burlas se fueron, pero cuando llegó la noche tuvo que salir de su refugio porque la pared empezó a descascararse.
 
De un salto bastante torcido se halló de nuevo en la calle. Miró hacia todas partes por si había alguien que se riera de él. No había nadie. Se sacudió la cal de la pared descascarada y empezó a caminar.
 
Anduvo, anduvo...
 
Era ya de madrugada cuando se vio en un descampado en medio de la niebla. La niebla es una nube pegada a la tierra, y menos mal que él no lo sabía porque casi todos se asustan si saben que están dentro de una nube.
 
Ni su ojo de perro ni su ojo de gallo le servían: no veía nada, como si estuviese encerrado en una casa de humo. Se tendió en el suelo, y como nada veía, no se dio cuenta de que se había acostado en un charco. Lo advirtió cuando la mojadura lo hizo estornudar.
 
Mientras él estornudaba el agua le borró la cresta, y después la cola emplumada. Un minuto más tarde nada quedaba del medio pico, nada quedaba de la pata zancuda. Lo último en desaparecer fue el ojo redondo de gallo. Por suerte, el agua del charco había borrado sólo las líneas trazadas por el granjero. Al dibujo hecho por el chico lo dejó intacto porque lo que los niños hacen es imborrable.
 
El perro a medias salió del charco, claro está, todo mojado. Una gota muy grande que le colgaba de su único ojo parecía una lágrima.
 
Y en cuanto pudo enderezar sus patas, que nuevamente eran tres, le pidió a la niebla que le hiciera un caminito para salir. Y la niebla, como si fuese encendiendo fósforos, le marcó un sendero de luz por donde él empezó a andar hasta salir de esa nube posada en la tierra y poder verse cerca de su casa.
 
Le latió el corazoncito que no tenía dibujado pero que tenía, y cuando llegó a su ventana necesitó tres saltos para entrar. Una vez adentro buscó la hoja amarilla en donde había nacido, y la encontró sobre la mesa junto a la carbonilla.
 
- Menos mal que volviste - le dijo la carbonilla.
 
- Menos mal - repitió él; y después se tendió sobre el papel amarillo y de golpe se quedó dormido.
 
Cuando entró el niño lo contempló con una alegría que parecía relumbrar.
 
- ¡Apareció mi dibujo sin terminar! - exclamó.
 
Tomó la carbonilla entre sus dedos que sabían trazar líneas y completó el dibujo. Todo lo que faltaba le salió bien. El rabo se lo hizo levantado para que ese fuera un perro contento. Y después anunció:
 
- Voy a colgar este dibujo en una pared.
 
Pero no pudo hacerlo.
 
El dibujo terminado saltó del papel amarillo moviendo la cola, los ojos muy brillantes y el hocico con la lengua afuera, una lengua que el chico no había trazado.
 
 
No; no se había convertido en un perro de carne y hueso: seguía siendo un dibujo, un dibujo que nunca se borraría y que andaría suelto todo el día junto al niño, y que además podría ladrar, y dormir en el papel amarillo cuando tuviera sueño.

ESTELA FIGUEROA (Santa Fe, 1946)

LA ENAMORADA DEL MURO
 
I
La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
Pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.
A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abrazara las piernas de un hombre.
Y a veces —qué deseo
y qué orgullo caben en ella—
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.
II
Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene al muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
la enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.
III
Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“Él es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.
IV
Vampiro en el jardín
Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.
Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?
Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.
No hay culpa
en la pasión.
“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”.
En sí misma
Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.
Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.
Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
Hasta se puede dudar de su existencia.
“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es el muro.
Es tu esplendor”.

jueves, 26 de junio de 2014

MARÍA NEDER (Buenos Aires, 1950)

LA VISITA

 

En aquel momento le pedí besame. Su mano tenaza caliente fue a mi cintura y con el otro brazo comenzó a presionarme la espalda hasta hacerme cimbrar, la mano de ese brazo se movió enloquecida rastreándome, llegándome al cuello y subiendo agazapada entre mi pelo. Había un impulso detestable, una urgencia rozando la belleza, porque mordía mis labios con la pasión no cotidiana, casi anclados los dos en la vereda y la gente caminando y el taxi habría pasado frente a nuestros cuerpos y su lengua buscando mi garganta en un ahogo maravilloso mientras la saliva me goteaba y su barba se dejaba humedecer y me  achiqué en su cuerpo, acepté el abuso y me dejé y sus diente tironearon hasta el último dolor insoportable, me temblaban las rodillas pero él estaba pisándome los pies para contener mi caída, la ilusión de no ver más, alguien lo había dicho antes y yo lo sentí, era real, que era suya, que lo fui en todo momento, en el ahogo y la sangre brutal, volcánica, ya con baba y todo fue un mismo líquido. Alguien (que habrá pasado frente a nosotros) dijo mirá mirá. Neil se separó dulcemente y escupió mi lengua hacia el cordón de la vereda. Después buscó un pañuelo y me tapó la boca.

 

Dos días antes Paul llegaba, de Francia, sin aviso y haciendo sonar el timbre del portero eléctrico en medio de un desayuno casi idílico, y sin exageraciones. Uno sabe de qué halo se cubren las cuestiones de rutina para lograr tener tintes idílicos. Con semejante timbre desafinado, yo me había asustado más que Neil porque últimamente nos perseguía la mala racha (dos días antes, a la misma hora, habían venido del Juzgado para entregar una citación). Paul tuvo que subir, porque somos atentos, porque ni Neil ni yo sabemos decir no,  porquequé bien Paul aquí, desde tan lejos. Porque no sé qué mecanismos Paul estaba sentado en uno de los sillones tomando café y diciéndole a Neil que estaba acá porque yo había estrenado una obra de teatro y yo pensando qué mierda le habré dicho a este Paul y no recordaba y no hubo caso, aún no lo recuerdo, aunque con seguridad debo haberle comentado en la única carta que le envié que mis planes, que una obra, que algo por el estilo. Neil sostuvo su cara de póker lo más que le da y yo inventé sonrisas y complacencias ridículas por alguno de sus mecanismos contradictorios. Neil se fue a la oficina y el dulce Paul nos invitó a cenar.

Por la noche fue Neil, que aun con su muela ausente y después de un helado postodontólogo, eligió un buen restaurante a su gusto, dispuesto a comer como en una gran noche. Paul habrá gozado el buen vino pero olvidó su invitación y Neil desembolsó nuestros billetes. Después hubo café bohemio, buen regreso con promesas y planes para el sábado. Entonces Paul debe haberse sentido grande muy grande. Como sin querer suele uno hacer sentir a cierta gente. Como sin querer le sale a uno esa puta modalidad, tan puta sensual que brinda placer más placer al otro y ni siquiera se toma el tiempo de sentir lo asqueroso que resulta que un tipo como Paul esté gozando a costa de sus anfitriones. Callé mil preguntas y calmé a Neil de sus, vulgares más que lógicas, suposiciones. En algún momento me sentí molesta o invadida o exigida. En algún momento Neil no soportó a Paul. En algún momento Paul no soportó su papel de simple visitante, simplemente de paso e igualmente atendido por cualquiera de nosotros.

El día siguiente fue sábado de Centro Cultural y galería de fotos, charla tonta e intercambio cuidadoso de chistes que no ofendieran demasiado a nuestras nacionalidades. Hubo excelente música, como Paul no está acostumbrado en su pueblo, con caricias de Neil a mi pierna y de mi mano al cuello de Neil. Habrá –también- habido alguna mirada celosa y caliente de Paul a nosotros.

Después del jazz y mi alegría musical hubo cena que Neil decidió, aunque por suerte para nosotros Paul usó su tarjeta internacional. Y allí sí comenzaron los sablazos verbales. Paul traía deseo encima  entonces pensé que mejor aguantar ya que faltaba poco. También deseaba que Neil me poseyera con su mirada, como acostumbra a hacerlo en público  yo me mojo. Pero hubo corolario de café. Caminamos unas seis cuadras hacia la avenida, tal vez para sentir el sábado o la gente o para llenarnos de extranjeros noctámbulos. La noche no estaba ventosa. Daba gusto. Final de café con más estupideces en forma de palabras y Paul que se anima a dar su estocada espléndida, con los ojos brillosos, con toda su sonrisa atragantada lo mira a Neil contándome que cuando yo lo llamé, no sé qué cosa.

Mutismo es también brutalidad, cuando no se dice lo que se tiene que decir. Por ejemplo mirar a Neil y sonreírle y recordar que es cierto, que algún día que en ese momento sabía cuál yo había llamado a Paul por no escribir una carta, porque quería saber cuándo venía, porque Neil y yo no estaríamos en la ciudad, por la locura altera todos los renglones de la memoria y los mecanismos terrosos de Neil, y también los mecanismos de elección de ciertos minutos fatales, algo como un derramamiento de silencio, la locura natural o circunstancial que uno no sabe, que uno no piensa que puede modular palabra y no lo hace mientras mira a Paul y le dice sin decir qué mierda pretende con lo que dijo o qué mala leche le ataca y desde qué hora de ese maldito día. Pero no, sin palabras. Entonces Paul dice que se irá al hotel porque mañana debe viajar y si nosotros nos quedamos ahí, en el bar. Neil dice nos vamos y nos vamos los tres.

Y en la vereda nos despedimos, paramos un taxi para Paul, porque nosotros vamos caminando, le dijimos.

El sonriente de Paul no había cerrado aún la puerta del taxi cuando Neil y yo comenzamos a caminar, lo tomé de la mano. Supe que hervía en imágenes por aquel llamado. No me gustó su cara pétrea. En aquel momento pedí besame.

POESÍA GRIEGA MARÍA POLYDOURI (Grecia, Kalamata, 1902 - Atenas, 1930)

PORQUE ME QUISISTE
 
No canto sino porque me quisiste
en los años pasados.
Con el sol, con el presagio del verano,
y en la lluvia o la nieve
no canto sino porque me quisiste.
Sólo porque me tuviste entre tus brazos
una noche y me besaste en la boca,
sólo por eso soy hermosa igual que un lirio abierto
y aún guarda el alma aquel escalofrío,
sólo porque me tuviste entre tus brazos.
Sólo porque tus ojos me miraron,
y el alma en tu mirada,
me ceñí con orgullo la más alta
corona de mi vida,
sólo porque tus ojos me miraron.
Sólo porque te fijaste en mí cuando pasaba
y yo en tus ojos vi pasar mi sombra
leve, como un sueño,
y jugar, y sufrir,
sólo porque te fijaste en mí cuando pasaba.
Porque, titubeando, me llamaste
y me tendiste las manos,
y en tus ojos traías el deslumbramiento
-un desbordado amor-,
porque, titubeando, me llamaste.
Sólo porque a ti te gustaba,
es porque mi andar sostenía su gracia,
como si me siguieras allá donde marchase,
como si pasaras por algún lugar cerca de mí,
Sólo, sólo porque a ti te gustaba.
Sólo porque me quisiste yo he nacido,
por eso sólo se me concedió la vida.
Y en esta vida triste, insatisfecha,
mi propia vida fue colmada.
Sólo porque me quisiste yo he nacido.
Tan sólo por tu amor inigualable
dispuso el alba rosas en mis manos.
Para alumbrar un instante tu camino
la noche pobló mis ojos con estrellas,
tan sólo por tu amor inigualable.
Sólo porque tan bellamente me quisiste
he vivido, para multiplicar
tus sueños, hermoso tú que has declinado,
y ahora dulcemente muero
sólo porque tan bellamente me quisiste.
SIEMPRE REGRESO
Siempre regreso allí, a los albores
de nuestro bello amor. No vaya a ser,
me temo, que el destino lo encuentre
y se marche por la senda sin retorno.
Creo que al recordarlo le doy vida,
sus resplandores primerizos,
nuestra pura embriaguez en su presencia
dilapidando sus dádivas desmesuradamente.
Y voy buscando tu mirada plena,
una lealtad sin fin, como un desvelo,
como una seducción que todo imanta:
tan atractiva era, si, tan plena.
Oh, el oculto pesar que me mantiene
la mente esclavizada en ese primer retoño;
cuando alrededor abundan las flores
que, libre de cuidados, nuestro amor esparce.
(Traducción: Juan Manuel Macías)
NOTA: Maria Polydouri nació el 1 de abril de 1902, en Kalamata, Grecia. Fue compañera del también poeta griego Kostas Karyotakis.Convertida en una leyenda en el mundo literario en Atenas en los inicios del siglo XX, puente entre la poesía anterior a la guerra de Karyotakis y la poesía de la posguerra de Yannis RitsosSu poesía cargada de sentimientos y tristeza, centra principalmente en el amor el motivo que inspira su poesía. Durante la que fue una estancia feliz en París, contrae una tuberculosis, siendo tratada de dicha enfermedad, inicialmente en el hospital Charité de la capital francesa y posteriormente ya en Atenas, en un sanatorio público llamado Sotiría; estando ingresada en el citado sanatorio, se enteró del suicidio de Karyotakis, que supuso un duro golpe para ella, le produjo un enorme deseo de seguirle…
Murió el 29 de abril de 1930, tenía sólo 28 años de edad; las circunstancias poco claras en las que se produjo su fallecimiento, hacen que el imaginario popular la haya catalogado entre los “poetas suicidas”.
 
La presente selección de textos es tomada del aporte cultural que desde Sevilla (España) realizada la escritora Concha Rodríguez de la Calle.

martes, 24 de junio de 2014

NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS JUNIO 2014 - II

Biblioteca Sarmiento informa la incorporación de material bibliográfico de acuerdo al siguiente detalle:

 

  • “Los días del fuego” de Liliana Bodoc
  • “Como en las películas” de Dionisio Salas Astorga
  • “Las Hortensias y otros relatos” de Felisberto Hernández
  • “Selección Poética” de Enrique Molina
  • “La princesa federal” de María Rosa Lojo
  • “Historia de la Literatura Norteamericana” de Concha Zardoya
  • “La fama en el teatro de Lope” de Alfredo Lefebvre
  • “Compendio de Historia Literaria de Europa desde el Renacimiento” de Paul van Tieghem
  • “Historia de la Literatura Inglesa. Desde los orígenes a la actualidad (500 a.C. a 1960)
  • “Españoles Americanos y otros ensayos” de Fray Benito Jerónimo Feijoo

 

Poemas selectos


Todo el material mencionado ya ha sido técnicamente procesado e ingresado a nuestro Fondo Bibliográfico y se encuentra a disposición de los lectores. (Ver…)

ESTEBAN VALENTINO (Castelar, Buenos Aires, 1956)

POBRECHICO
Para Adrián
 
Conozco a Pobrechico desde que nació. Al principio no podía ni tocarlo. Mi mamá me había dicho que había que tener mucho cuidado porque esto y porque lo otro. Yo no entendía ni medio lo que me decía mi mamá y quería tocarlo. Ni siquiera me dejaban acercarme a verlo. Yo me enojaba mucho porque había guardado algunas cosas para él y como me dijeron que iba a tener que esperar un poco para dárselas ahora había que encontrarles un lugar para que no se perdieran, al menos hasta que Pobrechico dejara la pieza esa toda oscura. Pero ¿dónde se pueden guardar un caracol y seis bichos bolita? Ahora, la verdad, ¿qué mal le podían hacer un caracol y seis bichos bolita? Ninguno. Caminarle por arriba un poquito. Y eso si no se los toca, porque en cuanto uno les muestra el dedo los caracoles se meten para adentro y los bichos bolita se enroscan y ya no se les ven más las patas. Está bien que se iban a traer un poco de sol del jardín y mamá no quiere saber nada con sacarlo afuera. Ni que le prenda la lámpara me deja la abuela.
Qué manía ésa de la luz. Como si algo tan lindo pudiera lastimar a alguien. Yo miro a cada rato el velador de mi pieza. Cierro un poco los ojos para que un solo rayo se me venga a la cabeza y entonces pienso que esoy cargando mis superpoderes. Después voy al patio y me tiro de la higuera y a veces me lastino el pie pero la culpa es de la higuera no del velador. Yo a Pobrechico le prohibiría que subiera a la higuera, que sí es peligrosa y más para él que no la conoce y en una de ésas se cree que todas las ramas pueden sostenerlo. A menos que yo esté con él para poder decirle dónde poner el pie y dónde no. Pero le abriría la ventana porque el sol es bueno, no como la higuera que a veces lastima los pies.
Con mi mamá no puedo hablar de estas cosas porque está la mayor parte del día encerrada en la pieza oscura con Pobrechico y mi papá apenas llega también se mete allí y yo me tengo que quedar aufera con mi aubela que se la pasa respirando fuerte. Yo entonces me acerco y le tiro de la pollera para que me escuche.
—Abu ¿y si vamos cuando papá no está y mamá duerme y le abrimos la ventana y lo llevamos al patio y yo le enseño a subir a la higuera?
Pero la abuela me revuelve el pelo que después va a ser un lío peinarme y no me dice nada. Como no quiero que siga me voy a jugar con el camión nuevo para cargar al caracol y los bichos bolita así los saco un poco del frasco con agujeros donde los metí porque estar todo el día dentro de un frasco debe ser aburrido y en el camión no tanto porque al menos pasean y se distraen. Se nota que les gusta. Cuando los vuelvo a meter en el frasco pareciera que les da rabia.
Ahora, lo que me da más bronca son las visitas. La señora de enfrente, por ejemplo, que cada vez que viene no hace más que nombrarlo a Pobrechico y mirarla raro a mi mamá. Se aparece todos los días y meta tomar mate con mi abuela y mirar raro para la puerta de la pieza oscura.
O mi tío Eduardo que antes siempre jugaba conmigo a la pelota y que ahora apenas si me tira unos tiritos al arco tan despacito que me los atajo a todos sin problemas y cuando le protesto me dice que lo que pasa es que si patea fuerte hace mucho ruido y se puede despertar Pobrechico. Yo entonces me voy a la higuera y mi tío Eduardo se mete en casa respirando fuerte. Una vez le pedí a mi mamá que lo sacáramos al patio para que me viera atajar los pelotazos del tío Eduardo pero mi mamá me miró raro también, como la vecina de enfrente cuando la mira a ella. ¿Será que el viento le hace peor que el sol y yo como no entiendo digo cosas así, peligrosas? Yo no sé, pero cuando sea grande voy a inventar paredes que dejen pasar la parte sana del viento y todo el sol, así Pobrechico puede salir al patio sin que mi mamá me mire como la vecina de enfrente.
 
 
Todo siguió más o menos igual. Mi mamá y mi papá encerrados, mi tío sin patearme y mi abuela dale que dale a la respiración. Hasta que fui al almacén y llegué justo que estaban hablando de él. Me di cuenta cuando lo nombraron. La almacenera le decía a una señora gorda que con la cola me tapaba todo que Pobrechico haber nacido así y la señora gorda que me tapaba decía que pobre la familia y yo que estaba apurado con mi botella de agua mineral y mis cien gramos de queso de máquina supe que me necesitaba y era como si me llamara. Dejé la bolsa y salí corriendo porque el agua mineral y el queso podían esperar pero él no. La abu estaba en la cocina, mi papá todavía no había llegado y mi mamá cambiaba de lugar los adornos del comedor. Vía libre. Abrí de a poquito la puerta de su pieza, entré sin hacer ruido y me acerqué lo más despacio que pude hasta el moisés. Me acostumbré en seguida a la oscuridad y al fin lo pude ver. Estaba despierto, mirándome, y me sonrió y yo no me pude aguantar más. Fui corriendo hasta la ventana, la abrí entera y volví para verlo bien. Ahora cerraba los ojos porque claro el sol con tan poca costumbre que tenía le molestaba. Para que no se pusiera a llorar lo levanté y me senté con él en el piso. Estuvimos allí lo más panchos y Pobrechico recontento y yo estaba tan distraído que no me di cuenta de que mamá y papá me miraban desde la puerta y di vuelta la cabeza para ver la ventana abierta y menos mal que el caracol y los bichos bolita ya se había metido en el moisés pero al sol no había cómo esconderlo dando vueltas por toda la pieza y mamá y papá miraban con cara de tontos lo lindo que estaba Pobrechico y ellos pobres no se habían dado cuenta con la ventana cerrada y el sol afuera.