XIV
Bendita tú en la distancia
la más inocente de las cosas lejanas
refugio de mesa y manzana
una esfera, un piano y contra la alta llama del fuego
las dos formas familiares que cavan la nitidez de un vano.
Nada en realidad nos llama
pero nos acercamos a los objetos
como si fueran los ecos de una voz
el anuncio indefenso de otras vidas.
El agua negra, la silueta del perro contra el muelle.
Nadie puede llamarlos recuerdos y silbar de veras como entonces
pero vemos los tres cuartos, el disparo
de quien todavía vivía
y por un momento los armarios nos envían
un fuego errante la estrella incierta de un rostro.
Nada ha terminado nada es incluso profundo.
Hay sólo el rumor de una cal imprevista
y esa gritería entre los helechos que azotan las espaldas
gritería que no entendemos como les sucede en lo oscuro a los perseguidores.
Árboles, cuerpos, ráfagas contra los muros.
Basta un gesto: el revés de un codo que apaga una vela.
De golpe somos aquello que temblaba.
De “Noches de paz occidental” (1999)
Versión al español de Jorge Aulicino
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