EL CARNAVAL DE LOS TULLIDOS
Las celebraciones más extravagantes tienen lugar en México. Cada año y durante el último fin de semana de febrero, en el municipio de Xichotepac, se festeja lo que se conoce como “El Carnaval de los Tullidos”.
Como su nombre lo indica, los reyes de la fiesta son los impedidos. Paralíticos, cojos, deformes, oligofrénicos, enanos y demás criaturas se congregan para un festejo a todo dar. En sus inicios no se trataba más que de una reunión excéntrica. Pero con el paso del tiempo, el festival creció cada vez más, hasta transformarse en un evento de grandes proporciones. Tal es así, que la Asociación de Tullidos Organizados debe trabajar todo el año para asegurar el éxito de esta fiesta. Lo que sucede en el pueblo durante esos días es la materia de este cuento: todo el ambiente presenta modificaciones y los habitantes y turistas de paso resultan presos de él.
En este nuevo contexto, los tullidos se pasean orgullosos por las calles del pueblo. Tan seguros de sí mismos como nunca antes. La menor mirada los hace estallar de cólera y proclaman insultos como: “Mira qué piernas tan armoniosas ¿no es detestable?” o “¡Sus hombros son idénticos, pobre diablo!” y cosas por el estilo.
Como dije antes, algo muy extraño sucede mientras la celebración se lleva a cabo. Ningún vecino se atreve siquiera a contestarles, todos bajan la mirada con temor, dejando entrever que hay algo de cierto en sus dichos, que quizás sea verdad que ellos, los “normales”, son un montón de bestias desubicadas. Lo extraordinario del caso es que este cambio radical en la mentalidad solo dura lo que dura la fiesta. Y los tullidos, a sabiendas, sacan el máximo provecho posible.
Pero al lunes siguiente, todo vuelve a la normalidad: los roles se intercambian y la burla, el desánimo, la culpa, recae de nuevo sobre aquellos hombros desparejos, sobre aquellas viejas muletas.
Aunque eso es historia conocida y no tiene ningún sentido contarla ¿no?
Como su nombre lo indica, los reyes de la fiesta son los impedidos. Paralíticos, cojos, deformes, oligofrénicos, enanos y demás criaturas se congregan para un festejo a todo dar. En sus inicios no se trataba más que de una reunión excéntrica. Pero con el paso del tiempo, el festival creció cada vez más, hasta transformarse en un evento de grandes proporciones. Tal es así, que la Asociación de Tullidos Organizados debe trabajar todo el año para asegurar el éxito de esta fiesta. Lo que sucede en el pueblo durante esos días es la materia de este cuento: todo el ambiente presenta modificaciones y los habitantes y turistas de paso resultan presos de él.
En este nuevo contexto, los tullidos se pasean orgullosos por las calles del pueblo. Tan seguros de sí mismos como nunca antes. La menor mirada los hace estallar de cólera y proclaman insultos como: “Mira qué piernas tan armoniosas ¿no es detestable?” o “¡Sus hombros son idénticos, pobre diablo!” y cosas por el estilo.
Como dije antes, algo muy extraño sucede mientras la celebración se lleva a cabo. Ningún vecino se atreve siquiera a contestarles, todos bajan la mirada con temor, dejando entrever que hay algo de cierto en sus dichos, que quizás sea verdad que ellos, los “normales”, son un montón de bestias desubicadas. Lo extraordinario del caso es que este cambio radical en la mentalidad solo dura lo que dura la fiesta. Y los tullidos, a sabiendas, sacan el máximo provecho posible.
Pero al lunes siguiente, todo vuelve a la normalidad: los roles se intercambian y la burla, el desánimo, la culpa, recae de nuevo sobre aquellos hombros desparejos, sobre aquellas viejas muletas.
Aunque eso es historia conocida y no tiene ningún sentido contarla ¿no?
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