Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

lunes, 4 de julio de 2016

OMAR OCHI (Mendoza, 1988)


NUEVE LOBOS
 
David contó hasta diez. Un aura mítica acariciaba esos árboles sin bocas ni lenguas delatoras, hacía danzar las hojas y se perdía en un paisaje sereno. 
El niño abrió sus ojos verdes y comenzó a buscar a los otros nueve jugadores, que estaban escondidos en alguna parte del bosque. La luna llena tal vez serviría de punto de partida. La oscuridad era (y sigue siendo) un pretexto para jugar a la luz. 
Los buscaba por una larga alameda, por un laberinto de miedos y búhos. Pasaron veinte minutos. No podía encontrar las oscuras guaridas de sus amigos. Se alejó del tronco donde había iniciado la cuenta. Recorrió el follaje en penumbra. Lanzó piedras y gritos a los lugares sospechosos. Llegó a un cementerio antiguo y se sintió agitado.
— ¡Eh, Chicos! Esto no es gracioso. Me estoy aburriendo. Si se escondieron por acá, están haciendo trampa. ¡Dijimos que no vale alejarse tanto! — exclamó. 
No hubo respuesta. Todo era un profundo silencio.
Intentó distanciarse del cementerio y, sin advertirlo, tropezó con una piedra casi invisible (la misma que hace caer a los héroes y tiranos de la historia). En el suelo, se llenó de espanto al encontrar las ropas rotas de los otros niños. Se puso de pie. El aura se convirtió en un viento furioso. Se escucharon aullidos, estalló el sonido de la rabia.
Aparecieron uno, dos, tres, seis; nueve lobos alrededor de él. Se acercaban con sus colmillos y dos lunas llenas en sus ojos. Entonces, David comprendió de qué se trataba.
Rio de manera extraña. Retrocedió unos pasos y empezó a correr. Sus perseguidores no le perdían huella. Los árboles, en el delirio o con bocas prestadas, parecían decirle: 
— No vas a llegar, no vas a llegar… 
Con la última ligereza y las últimas fuerzas, alcanzó el tronco donde hace más de media hora había cerrado los ojos para que sus amigos tuvieran ventaja y pudieran hallar su escondite.
— ¡Libre! ¡Libre a todos! Ahora le toca contar a otro — dijo, y antes de ser devorado, se convirtió en un árbol que habría de dormir el sueño de los inmortales. 
Tuvo razón: ‘‘Ahora le toca contar a otro’’. Así fue. La noche contó hasta diez: contó nueve niños convertidos en lobos y un árbol que seguía siendo niño. 
¿Quién puede escapar del bosque?
 
 
De: ''Los caminos del cuervo'' (libro inédito)


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