EL TRÍPODE TEBANO
Inútiles fueron todos los esfuerzos del pueblo de Tebas para librarse de la maldita Esfinge y sus tropelías. Hasta que llegó Edipo, valeroso y fecundo en ardides.
—A ver, espantajo, repíteme el enigma —clamó el bravío efebo, con voz tonante.
El monstruo pasó por alto la ofensa, pues no todos los días la cena lo insulta a uno. Se aclaró la garganta con fuerte carraspeo, y enunció:
—¿Cuál es el ser vivo que camina a cuatro patas al alba, con dos al mediodía y con tres al atardecer?
Edipo escupió al suelo de costado, y con un pie escarbó la tierra, pensativo. Miró de reojo a la criatura, que ya se presumía victoriosa.
—Fácil. La descripción encaja a la perfección conmigo, especialmente hoy.
En el rostro de la Esfinge pugnaron por imponerse la curiosidad y el regocijo.
—¡Explícate, mentecato!
Con burlona reverencia, así explicó Edipo:
—Debido a una buena borrachera, esta mañana desperté con atroz resaca, y apenas si pude andar en cuatro patas, como una criatura. Al mediodía, en completo dominio de mis facultades, marché por aquel camino sobre mis dos piernas, como un hombre adulto.
"Estúpido humano", se relamió por anticipado la bestia. —Y ahora llegamos a la tarde de este infausto día; dime, infeliz mortal, ¿dónde está tu tercer pierna?
Edipo alzó primero una ceja, y luego su túnica.
—¡ACÁ ESTÁ! —exclamó con triunfal acento.
Según Higino, la Esfinge se precipitó desde el monte Antedón para librarse de la vergüenza de su derrota. Otros afirman, en cambio, que murió de la impresión.
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