Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

sábado, 12 de septiembre de 2015

DIEGO KOCMANN (Buenos Aires, 1970)

¡NO ES EXCUSA!

–Apurate, Santi, que en cinco minutos viene el remís –me gritó mamá desde el baño.
Me terminé de atar las zapatillas y fui al armario para buscar una remera. La primera de la pila era una que me habían traído mis tíos de Mar del Plata, y me la puse. Enseguida sentí algo raro en la panza, pero afuera de la panza, como unas cosquillas… Me miré la remera y me pareció que algunas olas se habían movido. Caminé un paso y fue peor, porque empecé a sentir un frío en la barriga: el mar se había pinchado y estaba goteando. Quise ir a mostrarle a mamá pero ni pude salir de la pieza porque SPLASH, ¡se vino todo abajo! Mamá llegó corriendo con los maquillajes en la mano.
–¿Qué pasó?
–Nada, mamá. Es que se cayó el dibujo al piso.
Mamá me miró la remera toda blanca, miró el piso y se enojó conmigo.
–Siempre tenés un problema cada vez que hay que ir al dentista, Santiago. Dale, ponete otra –me dijo mientras volvía con una escoba y una pala para barrer ese enchastre de arena, agua, caracolitos rotos y los pedazos de un barquito que había quedado sobre los cerámicos. 
Y busqué otra remera. Había una con un dibujo de un bosque lleno de pinos, pero apenas me la puse empecé a sentir que los árboles se movían para todos lados como si un viento enloquecido los estuviera empujando para acá y para allá. Entonces me quedé paradito, pero no sirvió. ¡PUM! Cayó el primer pino y, así, de a uno, todos los otros. Quise agarrarlos pero eran tantos que se me escapaban de entre los dedos. También las letras de la palabra BARILOCHE se empezaron a romper y los pedazos caían como vidrios que se clavaban cerca de mis pies.
–¿Qué pasa ahora, Santiago?
–Nada, mamá –le dije para que no se enojara. 
Empujé con el pie los tronquitos y las palabras rotas debajo de la cama, y le pregunté si podía ir con una remera vacía, así, sin nada.
–¡Ay, hijo! ¡Qué difícil te ponés a veces! ¿Querés parecer un desgraciado? Tenés miles de remeras lindas.
–Es que…
–Ponete esa del dinosaurio que tanto me pediste para Navidad y no me alteres más de lo que ya estoy. 
Entonces me acerqué al armario y busqué la remera. Ahí estaba el tiranosaurio, con sus enormes ojos amarillos y la boca abierta, llena de dientes filosos. Me miró a los ojos y me fui para atrás. Pero justo en ese momento sonó el timbre, era el remís. Entonces me olvidé del miedo que tenía, agarré la remera… y me la puse.
 
De “¡No es excusa! y otros minicuentos” (2015)

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