PAPÁ EN EL TELÉFONO
En este sueño mi mamá me pasa el teléfono y oigo la voz de mi papá, que se despide de mí. Han pasado varios años desde su muerte y soy ya un adolescente. Aún en la lógica interna del sueño, sé perfectamente que no puede ser la voz de él, pero es su voz la que oigo, y me habla.
No sé qué me dice, pero es una despedida, o quizás, como alcanzo a pensar, ocurre en este instante lo que no pudo ser cuando debió ser. La conjetura es desplazada por un sentimiento poderoso: de pronto siento que lo extraño mucho, imperativamente necesito verlo y, aunque sé que estoy soñando, siento el deseo de decírselo pero mantengo silencio. Callo cobardemente, o como se supone callan los cobardes. Giro para preguntarle a mamá, quiero pedirle una explicación, o una asistencia, pero ella sólo me mira en silencio, angustiada, llorando.
Despierto, por supuesto, completamente turbado. Pienso en Kafka y en la dura relación con su padre; imagino los rostros del papá del niño que Fedor Dostoievsky fue alguna vez; evoco la difusa y por ende dudosa autoridad del coronel Jorge Francisco Borges. Pienso también en Osvaldo Soriano y en su padre, descubierto con devoción cuando estaba por nacer su hijo Manuel; recuerdo la tragedia de Germán Rozenmacher y su hijo Juan Pablo, asesinados ambos por una fuga de gas una noche de invierno en Mar del Plata. Y pienso en papá cuando me sentaba en el lugar del copiloto y nos lanzábamos a recorrer los imposibles caminos del Chaco, él conduciendo, orgulloso, su enorme Ford negro de ocho cilindros y yo, pequeño y fiel devoto de sólo nueve años, mirándolo como cualquiera de nosotros miraría a Dios si Dios anduviera al volante de un Ford.
Para mí fue siempre igual: la muerte es algo irreconocible. Como una certeza que sólo en los sueños puede ponerse en duda.
De “Soñario” (2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario