EL AMOR EN TIEMPO DE CONCIENCIA
Siglos detrás de esa enigmática mujer, una mirada en el renacimiento, un gesto afectuoso mientras avanzábamos hacia la toma de La Bastilla, después un beso que deslizó desde sus labios y sopló para que el viento lo trasladase por entre las barricadas de la primera guerra mundial.
A veces me detenía en mi transito por el tiempo y la pensaba unos segundos, trataba de adivinar su nacionalidad, tal vez fuese francesa, italiana, lo cierto es que rasgos latinos tenía. A medida que los años pasaban mi ansiedad por encontrarla iba en aumento. Un sentimiento extraño por conocerla en un plano de mayor intimidad, traspasar la barrera de sus ojos penetrando intensamente en los míos y después perderla, provocaba un vacío letal en mi conciencia.
Reconstruía su imagen en el silencio y la amaba en un estado de sublimación que me agotaba hasta sentir rechazo y desprecio por ella, quien continuaba apareciéndose en mi imaginario para mantener viva su presencia.
En realidad, mi relación era confusa, no sabía ni siquiera como se llamaba, entonces le daba formas, inventándole rutinas cándidas y absurdas.
Lo cierto es que después de cuatrocientos años de encuentros y desencuentros necesitaba definir la relación, no tenía pistas para acceder con cierta fluidez a ella, por lo que decidí actuar más allá de la realidad.
Entonces regresé a la Edad Media para conversar con Feliciano, un brujo de sabiduría razonable y una cierta perversidad para tratar los temas del corazón, me recomendó que penetrara en uno de sus sueños: “lo mejor es invadir el subconsciente, sólo ahí podrás saber como asume la relación contigo”, me dijo. Y así lo hice. Guiado por Feliciano esperé que en algún lugar del planeta entrara en un profundo sueño y una vez acontecido, rompí con las barreras del tiempo y del espacio cruzando hacia otra dimensión, y me metí abruptamente en su travesía nocturna.
La vi sonreír mientras contemplaba el cántico de unos pájaros en el jardín de su nostalgia, disfrutaba intensamente su naturaleza, por otra parte, me sentía observado en un espacio de tanta intimidad. Ningún lugar sería suficientemente oculto para evitar ser descubierto en un sueño donde la conciencia recorría con absoluta minuciosidad los espacios de su propio inconsciente.
La mirada cruzaba a través de su memoria como un foco encendido que iluminaba cada rincón de sus neuronas. Entraba y salía de la oscuridad con cierta rapidez. De pronto, descubrí el cadáver de un sujeto de aproximadamente treinta años vistiendo una túnica medieval. Estaba atravesado por una daga y las cavidades de sus ojos se encontraban cóncavas. Lisa y llanamente le habían arrancado sus pupilas. Asombrado, pero con cierta tranquilidad por la costumbre de relacionarme con la muerte, me aproximé para determinar su origen y me pregunté: ¿qué hacía un muerto en el sueño de esta hermosa mujer?.
Además se trataba por su vestimenta de un muerto de la mitad del siglo veinte aproximadamente.
Pero mi objetivo no era conjeturar sobre este patético hallazgo, sino indagar sobre las emociones y percepciones que tenía del mundo exterior. Avancé en silencio, mientras un fuerte viento humedecía e iluminaba mi rostro, que con cierta ansiedad trataba de encontrarse con la respuesta necesaria. El amor – pensé – incentiva conductas aberrantes que desdibujan nuestra personalidad.
Después de caminar algunos metros me detuve a observar cómo su razón se articulaba en el contacto y trasmisión de energía de su masa neuronal. Estaba pensando. Por desgracia no podía procesar ese lenguaje que visualizaba como circuitos electrónicos, movimientos ondulantes y lineales que iban conformando sus ideas.
De pronto, tuve la sensación de que podía sorprenderme y me oculté tras una nube voluptuosa. Comprendí, en ese instante, que mi amor por ella me provocaba una enfermiza dependencia emocional. Era casi una obsesión. Giré la cabeza hacia un costado y encontré otro cuerpo abandonado en el centro de este sueño. No tenía corazón y sus pupilas habían sido arrancadas de sus ojos. El cadáver conservaba una postura solemne como si se tratase de una divinidad a la cual le habían arrancado su inmortalidad.
El espectáculo era bastante más patético que el anterior; sin embargo, mi estado de ánimo no cambiaba significativamente, sólo me interesaba descubrir ciertos rasgos de la personalidad de la mujer para conquistarla en la realidad de los próximos segundos o siglos, no importaba, porque formábamos parte de la utopía de la eternidad.
Por algunos movimientos neuronales pude descifrar que disponía de cierta plasticidad para trasladarse de un sitio a otro trascendiendo el tiempo cronológico. Era una cualidad que le permitía procesar información con mayor rapidez que una mujer tradicional. De improviso, el sueño se oscureció y una melodía trágica fue convirtiendo la atmósfera de silencio en misterio. Gritos confusos provenientes del vacío alteraban una rutina que hasta hace unos segundos era la de un sueño absurdo pero estable.
Es difícil establecer el tiempo real cuando un proceso está inserto en momento de ficción; ella y yo, éramos personajes de una historia fantástica escrita por alguien desconocido, del cual no teníamos antecedentes. Sin embargo, el clima fue saliendo de su rareza y el espacio recuperó su lado claro.
Superado el trance comprobé que otras dos personas habían sido asesinadas en ese paréntesis de inconsciencia. Ambos cuerpos estaban sin sus ojos, los que habían sido arrancados, y sus concavidades permitían observar el movimiento angustiado de sus masas encefálicas en sus últimos tramos antes de morir.
Esta vez sentí un rechazo visceral frente a los cuerpos, y por una sinrazón los escupí. Sus imágenes fantasmagóricas alteraban la fluidez del sueño de esta hermosa mujer.
Ella reaccionó frente a este hallazgo siniestro y comprendí que en medio de esa alteración necesitaba con urgencia despertar.
Mi preocupación se hizo evidente pues al finalizar su sueño, desaparecería el espacio onírico y también me perdería en una dimensión extraña y desconocida, sin saber si podría retornar a la realidad. Entonces me deslice con prisa y casi por instinto hacia la salida.
Segundos más tarde despertó y nos encontramos frente a su cama, perplejos y sin poder reaccionar. Le sonreí con cierto nerviosismo; ella, fijó su mirada solemne sobre mis pupilas, las que inconscientemente pestañearon.
“Es hermoso sentir cómo los ojos parpadean –me comentó-; asentí con un leve movimiento de cabeza y contesté: “sí”. Luego señaló que “a veces la demencia de algunos termina socavando la mirada de muchos, he encontrado a través del tiempo varios cadáveres con sus ojos arrancados y sus cavidades cóncavas… han sido crímenes horrendos”.
Me encogí de hombros y pensé que sólo se trataba de imágenes virtuales de un sueño.
“Pero no es así, me dijo ella adivinando mi razonamiento; son los crímenes que tú has cometido. Estás dominado por una pasión irracional”.
“No te entiendo –le contesté- lo único que puedo asegurarte es que invadí tu inconsciente para descubrir algunos rasgos desconocidos de tu personalidad que me permitieran estar un poco más cerca de ti. Creo que te amo”, le dije.
“Precisamente –contestó-, es el amor el objeto de tus crímenes, uno a uno les has arrancando los ojos para evitar que me miren y descubran, tal vez, las mismas cualidades que descubriste tú.
Solo existe una sentencia posible –dijo-, una ceguera como castigo permanente, la condena a vivir eternamente, a no morir jamás, y transitar por los siglos sin reconocer en la realidad, el objeto de tu pasión. Hasta nunca”, me dijo y se marchó.
Desde ese instante asumí mi ceguera y transito por el tiempo con un bastón, y me detengo de vez en cuando en algún siglo para captar su esencia. A veces siento el aroma de su perfume invadiendo mis espacios; pero sin poder diferenciar entre lo objetivo y lo subjetivo, debo creer en lo primero, pues algún día la encontraré y me amará con la misma intensidad; mientras tanto retengo su imagen en mi conciencia, y continúo desgarrando a los hombres de sus ojos para evitar que descubran lo que yo pude descubrir: su intensa e irreal perversidad.
Lo que vino es solamente una anécdota, fui trasladado por la brigada de homicidios a la reconstrucción de los crímenes, y enviado a una clínica siquiátrica donde permanezco en silencio, con una crítica ansiedad de recuperar la vista para continuar su búsqueda hasta el final de sus días.
De “Cerebros Adictos” (libro de próxima edición)
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