PIANOS MUERTOS
Los versos que honran las rosas de tiza
que descansan en los espejos de los libros.
Los versos que malogran los retratos de las lágrimas
son las sinfonías abstractas y conjugadas de mi sangre.
Los ojos no son culpables de lo que el alma llora,
el alma no es culpable de lo que el corazón siente,
pero las marionetas de paja beben las sales de los cuerpos,
el alcohol de los delirios, las semillas de la fe…
Y así se van descosiendo los dedos que paren la apariencia.
Aquí se queman las lágrimas,
el mundo de las teclas negras y blancas de los pianos arde,
aquí la muchedumbre ausente gobierna las integrales burdas del convexo.
Aquí el miedo huele a gloria.
¿Y, quiénes son?
Son varios: el silencio, la muerte, el olvido.
No son nadie.
Son miedo.
Son la alícuota del almodóvar de los recuerdos.
las canas amarillas, las frases muertas,
las violas que piensan y profesan el silbido de los nombres,
el ocaso boreal en que se perdieron las margaritas.
Me callo y pienso cuánto valdrían mis dedos
tocando la magia del sombrero?
¿Cuánto valdrían mis años en la cronología de los mercaderes?
¿cuánto valdría mi alma en el infierno de tu muerte?
Y hay silencio.
Aquí la soledad,
los dedos rasgados,
la extrañeza virgen y el mutismo
crean melodías en los amores fugaces.
Aquí la soledad no deja de morirse en los refugios,
en la seguridad de los partos.
La muerte,
el limbo.
Los días que caen como luz,
las tétradas,
las eufonías,
las palomas de la muerte
posándose en hombros de tristeza,
la ausencia envistiendo las almas moribundas de los desvalidos, los innombrables.
Los pianistas de doce
dan el concierto a oscuras con las sombras
en el teatro dónde se pierden en suaves melodías,
en la ceguera ocasionada por el bullicio
por el desafino que solo emiten lo pianos muertos
que solo emite mi alma muerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario