Comprendí que todos
pertenecían al mismo clan,
que todos eran devoradores de hombres.
Lu Sin
Para subsistir, un hombre tenía que vender su sangre, también vendía mensualmente sus células sexuales a un banco de semen, su dentadura completa fue a parar a un laboratorio de reimplantes dentales, varias veces le desollaron el culo porque tuvo que vender la piel glútea a una clínica de injertos; cuando la crisis económica se agravó, la necesidad lo obligó a vender un riñón y un ojo. Después, negoció los huesos de una pierna y un brazo, y varias costillas.
Y el hombre continuó mutilándose sin piedad, traficando con sus propios órganos vitales, haciendo de su cuerpo una carnicería ambulante.
Al final, el hombre puso en venta sus excrementos, pero pese a los grandes avances científicos y a tantas reformas políticas, la mierda humana no había adquirido valor de cambio, aún no se apreciaba como mercancía debido a que los pobres también la producían.
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