CARDOS
Empolvada de arroz
abriste la puerta del sueño
tu fe despierta el recuerdo
de los pasos
herida.
Caminás, sin sombra
por el margen de la infancia
y tu piel se quema con el sol
descubierta.
Hemos andado persiguiendo ángeles
desmenuzando las horas
a la intemperie de las preguntas
desconsolada.
Cruzamos ese límite
y casi en el vacío
propusiste volver a echar la suerte
rota en un bar.
Acá está mi boca
llenemos el aire de libertad.
PARA EL INVIERNO
Los frascos apilados arriba del mesón
una rutina de todos los veranos,
estamos sentados al ras de la infancia enfrentados
bajo el parral de toda la vida,
un fuentón lleno de tomates rojos nos ha convocado.
Las manos ensangrentadas de pulpa tibia buscan
la albahaca y la sal, desde adentro llegan los gritos y las risas
de las que hierven el invierno en el caldero humeante.
El aroma nos embriaga, te miro de reojo
tu cara seria no me perdona aquel desprecio
«Ya casi terminamos», esa voz suena lejana, sentenciosa.
No respondo, no encuentro las palabras
como todas las veces, me resisto a llorar en tu presencia
la cebolla desgajada me provoca y su jugo blanco
escurre mi culpa.
Te miro envasar el futuro como cada año, tus manos
que siempre me han sostenido, siguen allí
continuamos el ritual y tapamos esas bocas llenas de palabras no dichas,
la alacena se puebla de esperanza tricolor y ya no quiero irme,
ya no tengo otra cosa más importante,
que acompañar a mi padre en esa ceremonia milenaria
de protección y amor al calor de la tarde
de mis trece años.
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