Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

domingo, 23 de febrero de 2014

PABLO DE SANTIS (Buenos Aires, 1963)

EL ÁRBOL

Nuestros antepasados plantaron el árbol a la entrada del pueblo. Siempre estuvo afuera de la aldea o en el centro a la vez. No llamaba la atención por sui pobre follaje ni por su tronco retorcido, sino por sus frutos. Nunca se sabía cuándo iba a ocurrir, si en primavera o en invierno, dentro de quince días o dos años.
Yo mismo he visto una manzana, y al año siguiente un racimo de uvas, y luego una naranja casi amarilla. También aparecieron frutos que no sabíamos cómo llamar, y que tal vez en otras regiones fueran habituales. Algunos estaban cubiertos de espinas, otros eran grises y de olor nauseabundo. Nadie se atrevió a probarlos.
Pero llegó el día en que el árbol agotó las formas y los colores. Este esfuerzo retorció aún más sus ramas y le dio a su tronco un aspecto de fósil. El último invierno, antes de quebrarse en la tormenta, antes de que nosotros hiciéramos una hoguera con sus ramas, para que no quedara ni una sola huella del árbol, dio su último fruto: un ahorcado.

LOS FAROS

Si de algo está orgullosa nuestra isla, es del mantenimiento de nuestros faros. Para evitar que la corrosión marina atacara los muros y llenara de herrumbre las piezas de hierro, se trasladaron los faros al interior de la isla, bien lejos del mar. Ahí levamos a nuestros hijos durante las noches para mostrarles cómo las lámparas iluminan nuestros campos. Sólo muy de vez en cuando visitamos las costas y respiramos aliviados al ver que nuestros faros están bien lejos de esas olas enormes y de esos vientos imposibles. Antes de volver a la ciudad nos aventuramos entre las rocas para llevarnos de recuerdo los restos de algún naufragio.

EL SÓTANO DE LA BIBLIOTECA

Para caminar por los túneles, usamos libros como antorchas.
Cuando la luz está por apagarse, damos vuelta la página.

LA GLORIA

Arrastrábamos un enorme peso por el desfiladero, bajo la lluvia. Pensábamos que eran piezas de artillería, que detendrían el paso del enemigo. Al dejar caer las lonas, descubrimos las estatuas de mármol. “General, ¿detendrán estas estatuas al enemigo?”, preguntamos. “No, respondió, ni tampoco nosotros. Pero antes de morir instalaremos nuestro monumento fúnebre”.

Las estatuas eran tan hermosas que nos lanzamos al combate con alegría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario