IGUAL QUE EN UN ESPEJO
Del mismo modo en que un espejo te devuelve,
con nitidez rayana en lo indecible,
la imagen de otro cuerpo que se acerca,
así la muerte vive en las palabras
igual que en un espejo.
Crece y se adentra
con precisión, entre las sílabas de azogue,
hasta tomar la forma de un castillo
de naipes, que una paciente mano ordena
y otra, con imprevista ira, derriba
cuando le place al Dueño.
Así, la vida tiembla
en las palabras, herida en la constancia
que da granos de uva a los racimos,
luz a la vid, sarmientos a la exigua
parra que se entreteje ante la boca
bruñida del sediento. La muerte, como un trago,
que brinda un licor ácido al que sueña.
Vino que paladeas en la espera
como si fuese el último
sorbo; noches y días, con la Dama adentro
del espejo de Troya
de tu alma: esa casa de sombras
en la que, a pesar tuyo y sin quererlo, habitas
haciendo solitarios. Cumpliendo, mejor dicho,
-paciencia y barajar- vida y oficio.
RICARDO ADURIZ
Nota: El texto seleccionado fue tomado del Suplemento “Cultura” de Diario La Nación, Buenos Aires, 17 de Octubre 1999.
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