Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

sábado, 20 de mayo de 2017

MARÍA INÉS FALCONI (Buenos Aires, 1954)

 
UN E-MAIL PARA LA ABUELA

La abuela Teresa tenía una hermana que se había ido a vivir a España. Aunque era su tía abuela, Romina la llamaba “la abuela Conce”, porque, según decía, tenía más cara de abuela, que de tía.

Todos los viernes, la abuela Teresa recibía una carta de la abuela
Conce en un sobre chiquito y medio transparente, con una franja cruzada que decía “Vía Aérea” y montones de estampillas raras.

La abuela le contestaba, y el lunes, aunque estuviera diluviando, salía para el correo, con otro sobre que también decía “Vía Aérea”.

Una semana, el cartero no vino, y tampoco vino la siguiente. La abuela estaba preocupadísima. Primero, protestó contra el cartero; después contra el correo; y finalmente, contra el gobierno argentino, el rey de España y el servicio meteorológico. Finalmente se convenció de que algo malo tenía que haber pasado y llamó a su hermana por teléfono.

– ¡Pero Teresa! ¡Sí que te contesté! –le dijo la abuela Conce–. Te mandé como diez cartas.

–Entonces se perdieron en el correo –protestó la abuela Teresa.

–Pero no, mujer. ¡Qué correo ni correo! Te las mandé por “emilio”.

– ¿Emilio? ¿Quién es Emilio? Yo no conozco a ningún Emilio... –se enojó la abuela.

–Emilio le dicen aquí. Vosotros lo llamáis “e-mail”, según creo –le explicó la hermana, que ya se había acostumbrado a hablar a lo español–. Se las mandé a tu hijo Jorge a la oficina.

–No te entiendo, Conce. ¿Me las mandaste por Jorge o por Emilio?

–Por computadora, Teresa. ¡Qué desactualizada estás! Anotá mi dirección, así me contestás.

La abuela Teresa le contó a Romina la conversación con su hermana.

–No sé... Me hizo un lío –dijo–. Que me mandó cartas por Emilio, después por Jorge, tu papá, pero nunca me llegaron. Dice que las mandó por computadora.

–Sí, abuela. Vía Internet.

–No, no, no. Nosotras siempre las mandamos “vía aérea”. ¿Vía qué, decís?

–Internet, abuela. ¿Te dio la dirección?

La abuela le acercó un papelito donde había anotado:
Concepción Nuñez Arroba Jotmeil Punto Com.

–No sé porqué se pone tantos apellidos esta mujer –dijo–. ¿De dónde sacó que ahora se llama Arroba? Capaz que es algún vecino.

Romina se rió.

–Así son las direcciones de e-mail, abuela. Si querés, mañana le contestamos.

Esa noche, el papá de Romina llegó de la oficina con el pilón de cartas que había mandado la abuela Conce.

– ¡¿Pero se puede saber porqué no me las trajiste antes?! ¿No escuchaste que estaba preocupada? –lo retó la abuela Teresa, que siempre pensaba que su hijo seguía teniendo diez años.

–Te escuché, mamá, pero estuvimos una semana sin sistema.

– ¿Sistema para qué?

–Se nos rompió la computadora, mamá. Eso.

– ¿Ves? Tanta tecnología y al final, las computadoras andan peor que el correo.

Al día siguiente, cuando Romina llegó de la escuela, su abuela la estaba esperando para mandar la carta. Mientras ella prendía la computadora, la abuela corrió a su cuarto y volvió con un sobre cerrado que decía: Concepción Nuñez Arroba Jotmeil Punto Com.

– ¿Por dónde se echa? –preguntó, rodeando la compu para encontrar una ranura como la del buzón.

–No, abuela. Así no sirve. Tenés que escribirla en el teclado.

–Pero yo no sé escribir a máquina –dijo la abuela desilusionada.

–No te preocupes, abu. Vos me dictás y yo la escribo. Vas a ver qué rápido que es.

La abuela se sentó en el sillón y le dictó una carta de... ¡cinco páginas! A Romina le dolían los dedos de tanto escribir. Para colmo, la abuela corrigió, uno por uno, todos los acentos, las faltas de ortografía y hasta los punto y aparte.

–Listo –dijo Romina cuando la carta estuvo aprobada–. En menos de cinco minutos la recibe.

La abuela pasó de abrir la boca, asombrada, a caer en el sillón, desilusionada, porque creyó que al enviarla, todo lo que estaba escrito en la pantalla, se había borrado para siempre.

Al día siguiente Romina encontró a su abuela sentada frente a la computadora apagada, esperando que la carta saliera por algún lado.

–No sale un papel –le explicó otra vez–. Las cartas aparecen en la pantalla.

Romina entró en su correo y efectivamente, había una respuesta de su tía abuela, pero... ¡el e-mail tenía un virus!

–La abuela Conce contestó –dijo–, pero no lo puedo leer.

–Yo te dije que las letras se borraban –contestó la abuela.

–No se borraron, abu. Es que el mensaje de la abuela Conce tiene un virus.

– ¡¿Se enfermó?! ¿Ves?... Por eso no había escrito.

–No, abu, la que tiene un virus es la computadora.

– ¡¿Y es contagioso?! –casi gritó la abuela, alarmada–. Tené cuidado, nena, no la toques.

Romina intentó explicarle a su abuela cómo funcionaba Internet, cómo eran los virus y cómo llegaban los e-mail. Inútil. La abuela no entendía nada.

–Mirá, querida –dijo finalmente la abuela Teresa–, la computación será muy útil, pero yo no la necesito para nada. Puedo seguir mandando mis cartas por correo, como siempre.

–Pero, abuela ¡te tenés que modernizar!

– ¡Eso sí que me gustaría! Me tendría que modernizar un poco las canas; los huesos también, porque me duelen; las arrugas de la cara... ¡qué de cosas!

La abuela se reía divertida, con esa risa contagiosa que a Romina le gustaba tanto.

– ¿Sabés qué? –dijo de repente–. No voy a mandar ninguna carta por computadora. ¡Hace tantos años que escribo en el papel, que al final, me gusta, qué tanto! Se va como un pedazo mío adentro del sobre. Si estoy triste, la letra me sale de una manera, si estoy contenta, me sale de otra, y seguro que Conce se da cuenta de eso.
Dejá, querida. Voy a seguir usando el correo. Además, el muchacho ya me conoce y no me hace hacer la cola.
Cerró el sobre “vía aérea” y se fue para el correo. De pasada, cuando volvía, se anotó en un curso de computación.


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