GUIUÑOL
El parque de diversiones luce sus atractivos en la noche. Derrama sus luces titilantes: la alegría contagia. Un niño, tomado de la mano de su padre, señala insistente hacia el pequeño teatro de títeres que anuncia por parlantes chillones su fantástica presentación.
Los muñecos representan, con movimientos bruscos de articulaciones desgonzadas, una multitud cortesana que dirime con gracia el poder, tras la muerte del Rey —yace el montoncito de tela a un lado.
A una señal del niño, que ha ganado la primera fila al lado de su padre, las marionetas detienen sus movimientos. Miran al muchacho, se miran entre sí y, después de un guiño cómplice, toman los hilos que las sostienen y halan con fuerza. Los titiriteros caen con estrépito. Los muñecos los evitan y los ultiman. El muchacho los arenga y, enardecidos, salen con él a la cabeza, entonando consignas y quitando de su camino a todo el que se interpone; el padre, atrás, ruega a su hijo que vuelva, que no lo deje, que al menos le permita pertenecer a sus filas.
De: "Convicciones y otras debilidades mentales"(2002)
No hay comentarios:
Publicar un comentario