ADIÓS
Apretando los dientes y haciendo esfuerzos por no llorar, la vio alejarse con otro. Cayó en cuenta de que nunca más se luciría con ella despertando la envidia de los muchachos del barrio. Primero la soñó y luego fue suya. En ella descargó a diario la excitante energía de su juventud. Tenía el orgullo de haber sido su dueño por un par de dichosos meses, pero a los doce años, Sebastián, frente a un cortaplumas, tuvo que entregarla. Era demasiado linda su bicicleta.
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