DESCASARSE
Recogió en rincones, baños y corredores, todas las lágrimas que había llorado por su muerte. Lo sacó del féretro y le sacudió la naftalina del traje. Lo tomó de la mano para regresarle los últimos treinta años de rutinas y aburrimiento.
Le devolvió las frases hirientes y los actos humillantes a cambio de todos los cuidados y comidas que le había preparado con esmero. Tomó los vestidos y regalos de los aniversarios y se los dio junto con las rosas marchitas del jardín.
Empequeñeció a sus hijos, hasta lograr meterlos en el fondo de su vientre. Luego quitó de las paredes las fotos y arreglos primorosos de una vida dedicada al hogar. Se limpió las cicatrices de los golpes y vomitó las amarguras de incontables noches de espera cuando él salía de juerga con otras mujeres.
Solo le restó invitar de nuevo a todos los amigos y familiares, arrastrar su cuerpo a la iglesia, y ante la pregunta del sacerdote responder con voz bien alta:
–¡No quiero!
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