METAS
Se detuvo agitado, aguardando a que llegara el hombre que venía detrás de él, y cuando lo tuvo a su lado, le preguntó si era él quien desde siempre lo perseguía sin tregua. El otro asintió en silencio y durante un largo momento permanecieron frente a frente, como leyéndose la historia, inmóviles y sin pronunciar palabra, ni sílaba o letra, hasta que el miedo de terminar así, como petrificados en el tiempo, les hizo iniciar una misteriosa amistad que se arraigó de manera tan profunda y se diría tan encarnada, que parecieron fundirse entre sí, olvidando desde entonces, como mandato de amnesia, la meta que les hiciera encabritar la sangre y latir el corazón con estrépito mientras fueron uno, el perseguido, y el otro, el perseguidor. Murieron sin apuro. También sin dicha, sin asombro y sin luz. Secos.
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