UN DUELO
Un chico tira una piedra con la gomera y le pega a Dios que se apoya en una pared destruida. Está destruida la pared y está distraído Dios, ensimismado en pensamientos que seguramente no lo alegran y que lo extenúan hasta sacarlo de quicio ante el espectáculo de la realidad. Reacciona instintivamente, recoge la piedra y se la tira al chico para asustarlo. Le roza el tobillo de la pierna que es más hábil con la pelota de fútbol. El chico alza esa piedra y otra piedra más y con la gomera estirada a más no poder le tira primero una y después otra. La primera pasa cerca del muslo de Dios. La segunda le da en la mano derecha. Dios pierde la paciencia e intenta un ataque. Suponemos que cree necesario hacerlo, aun ante un chico que sin embargo pudiera ser otra cosa, habiendo tantas agresiones y complots a la orden del día. Recoge una de las piedras y se la vuelve a tirar al chico, pero no con la mano derecha que tiene inutilizada, sino con la izquierda, que suponemos es su mano menos hábil, y la piedra pasa a centímetros del cuerpo del chico agazapado en unas rocas. Desde esa posición, apenas flexionando sus piernas, le apunta a Dios y le tira. La piedra impacta de lleno en la otra mano de Dios, la izquierda. El chico carga su gomera no con una sino con dos piedras y avanza amenazando tirarlas a la cabeza de Dios. Dios, con las manos inutilizadas, resignado e indefenso, se rinde. Sale de atrás de un árbol y se entrega. El chico deja caer las piedras al suelo y sonríe, ganador, mientras una multitud desconocida ovaciona su nombre.
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