TRICOTILOMANÍA
En la época cavernaria de la dinastía Adámica, comienza una epidemia de tricotilomanía. La tricotilomanía es la compulsión de algunas mujeres por arrancarse el cabello a tirones para seducir a los machos y así obtener lo que desean, sexo sobre todo. Como la enfermedad táctica da resultados, muchas mujeres comienzan a quedarse calvas, no sólo por la tricotilomanía, sino porque, además, los hombres piensan que esa manía es muy erótica, y cada vez con más frecuencia, cuando quieren hacer uso sexual de ellas, las arrastran por los cabellos. Una población femenina calva es extremadamente antiestética y ya los hombres no quieren hacer el amor con mujeres calvas: no hay de dónde agarrarlas ni les quedan cabelleras que arrancarse.
TANTO SER FELIZ
Todo lo que deseaba se me concedía: deseaba que me saliera un negocio, y me salía; que mi madre se mejorara, y se mejoraba; que me quisiera esa negra hermosa de la esquina, y me quería; que me ganara la lotería, y me la ganaba; que se le secara un brazo al grandulón que me había azotado contra el suelo, y se le secaba; que mi primita de quince años se acostara conmigo, y se acostaba; que mis manos se volvieran milagrosas en el arte de la mecánica, y se volvían… y así en todo. Hasta que, de tanto ser feliz, comencé aburrirme porque las cosas eran demasiado fáciles. Y un día me encontré añorando mi infelicidad, mi tristeza de cuando nada se me daba. Añoré el peligro, el riesgo, la posibilidad de perder nuevamente. Añoré sobre todo la posibilidad de amar con la amenaza del abandono sobre mi cabeza, del sufrimiento, de la perdida.
LA CAMALEONA
—Estoy cansada de que la gente critique mis continuos cambios de color. Me dicen: “fíjate que el ornitorrinco es siempre un ornitorrinco, y el escarabajo un escarabajo”. Así que he decidido ser una camaleona de carácter, de personalidad centrada y sólida, una camaleona con identidad encapsulada.
Y dicho esto, se puso seria, hizo un gran esfuerzo, se volvió morada y no volvió cambiar de color. Pasaron por un bosque y la camaleona no se puso verde. Pasaron por un jardín de margaritas y la camaleona no se puso amarilla. Durante todo el día, a pesar de los muchos colores que presenciaron en esa variopinta tarde de verano en un trópico evanecido de sus excesos coloristas, a pesar del rojo crepúsculo incendiario, la camaleona permaneció firme en el color morado.
Al regresar de la tarde de charla literaria por la orilla del río, la camaleona les preguntó a sus amigos:
—¿Cómo os pareció mi firmeza de carácter?
El ornitorrinco y el escarabajo pelotero respondieron:
—Has mostrado una firmeza de carácter admirable. Pero ya no eres una camaleona.
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