Manuel Peyrou (1902 – 1974)
La confesión
En la primavera de 1232, cerca de Avignon, el caballero Gontran D’Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el conde.
Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer en la celda.
—¿Por qué mentiste? —preguntó Giselle D’Orville—. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
—Porque soy débil —repuso—. De este modo me cortarán la cabeza, simplemente. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.
Sara Gallardo (1931 – 1988)
La carrera de Chapadmalal
¿Conocen la palabra Chapadmalal? Significa corral pantanoso. Dice: concentración de belleza. Una casa, un parque. Sobre todo caballos.
Los mejores van después al cementerio, allí duermen, allí se vuelven Chapadmalal.
Un poeta los cantó, y no hay mejor manera de contar la verdad.
Sólo quiero recordarles que cada medianoche sin luna se arma una carrera en aquel aire. Dicen que solamente los de alma pura llegan a verla.
Experimentan en la noche un temblor, ir y venir de patas. Una vez más, la fragancia del sudor de caballo.
Dejando su envoltura de raíces, los grandes corredores fosforescen. En torbellino van, en disparada. Llevan las aclamaciones de las tardes. No está lejos el mar. Eso se sabe.
Quién tuviera corazón puro. Ver la carrera de los caballos idos de Chapadmalal.
David Lagmanovich (1927 – 2010)
La calle de la melancolía
Todas las tardes, Celina y yo —Eduardo— recorríamos aquella callecita suburbana. Como tantas otras, seguramente tenía un nombre oficial que nadie repetía. Tal vez el de un borroso guerrero de la Independencia, hoy sólo recordado por sus descendientes. O el de un político, que hoy muchos maldicen. Para nosotros era la Calle de la Melancolía. Nos impresionaban las casas cerradas, la ausencia de flores y esa neblina que nos cubría apenas entrábamos en ella. La calle ejercía sobre nosotros una invencible atracción, con una fuerza indefinible. Una tarde, sacando fuerzas de flaqueza, nos animamos a preguntarle a alguien que pasaba si allí habían vivido Celina y Eduardo. La respuesta no se hizo esperar: “Aquí murieron”, contestó.
Marco Denevi (1922-1998)
Necrofilia
Cuenta el mitólogo Patulio: “Al regreso de la guerra contra los mirmidones, Barión sorprendió a su mujer, Casiomea, en brazos de un mozalbete llamado Cástor. Ahí mismo estranguló al intruso y luego arrojó el cadáver al mar. Noches después, estando Barión deleitándose con Casiomea, se le apareció en la alcoba Cástor, pálido como lo que era, un muerto, y lo conminó a ir al templo de Plutón en Trézene y sacrificarle dos machos cabríos para expiar su crimen. Barión, aterrado y no menos pálido, obedeció. Mientras tanto el fantasma de Cástor reanudaba sus amores con Casiomea, quien no se atrevió a negarle nada a un ser venido del otro mundo. Varias veces Barión debió ceder su lecho al cuerpo astral de Cástor sin una protesta, porque el joven lo amenazaba, si se resistía, con llevarlo con él a la tenebrosa región del Infierno”. El mitólogo Patulio agrega que Cástor tenía un hermano gemelo, de nombre Pólux, pero de este Pólux nada dice.
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