FAIRY
BUENOS AIRES, 1938
El licenciado Fairy tiene la habilidad de tragarse una rana viva y hacer que las patas delanteras asomen por los agujeros de la nariz. La gracia no supera el minuto; durante ese lapso la rana se refriega con deleite contra la campanilla del licenciado, liberando una sustancia que humecta el conducto. Conforme el numerito se repite en cenas, asados y un vernissage inolvidable, la garganta de Fairy, expuesta a las emisiones química del anfibio, alcanza un alto nivel de lubricación.
Su esposa lo abandona. Esto conduce al licenciado a un pico de exposición social. Repite su acto con el guante de un amigo. Se mete la mano en la boca y saluda con los dedos desde su nariz, pero el público pide una rana. La saca de una lata, deja que sola le salte a los labios, se los cierra en la cabeza y la absorbe. Por error, el viaje concluye en el estómago. La concurrencia se entrega a comentarios en torno al tracto digestivo de Fairy. Algunos sugieren purgantes, otros una visita a un médico de guardia. Otro compadece a la rana. Con la rana desovándole en las tripas, Fairy asiste a la destrucción de su vida social.
Esa misma noche vomita los huevos y se toma el trabajo de enviarlos en una probeta a su ex esposa por correo. Las manos de la mujer se vuelven viscosas apenas abre la probeta. A causa de esta afección, que resulta ser crónica, ya no puede tocar a nadie. En las ectografías de la Colección Solpe se las ve cubiertas por un banco de renacuajos en fulgor de 3 a 5 watts.
De:“Informe sobre ectoplasma animal” (2014)
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