DESAPARECIDA
-Qué pasó con Blanca, ¡con Blanca!- grité y doña Guille no se sobresaltó-. Discúlpeme, recorrí Piedras Negras, La Laguna, Querétaro, Iguala, Veracruz, Chiapas; denuncié formalmente, busqué en los hospitales, en las calles; en el Servicio Médico Forense, y mi esposa no estaba en sus cámaras frías con montones de cadáveres sin identificar, ni en hospitales...
“San Cayetano es mi última esperanza, dónde más busco su cuerpo vivo o muerto, no sé si es libre, come o respiraba. Es una desaparecida entre miles de mujeres de niños y niñas. Para las autoridades es una cifra, para mí es la persona con que habla en las noches y se reía de mis chistes malos, quien me abrazaba aunque estuviera sudado. Estoy seguro ella no se fue voluntariamente, se la llevaron”
- No regresará-, respondió doña Guille mientras restregaba un trapo percudido sobre la mesa de plástico desquebrajado donde derramé café-.No es la primera vez que abandona a su familia. Blanca heredó la locura, las ansias de vivir fuera de San Cayetano, la búsqueda, el escape.
Los silencios largos me permitían ver sus gestos sobreactuados, sus arrugas, sus movimientos temblorosos en manos y piernas como si doña Guille tuviera Parkinson. Enfatizaba su condición de enferma con párpados entrecerrados y el recorrido lento de la vista hacia las paredes de lodo y paja.
-Es el destino de hombres cabrones; sucumbir ante el látigo de mujeres triplemente desgraciadas-, sentenciaba doña Guille viendo la argolla en mi dedo anular. Me condenaba sin conocerme.
“El padre de Blanca, Marco pagó los lujos de su mujer Estela, zapatos, vestidos… Él trabajaba en Magón, Ponciano, Nicolás Bravo; y otros pueblos cercanos a San Cayetano. Hay sequías prolongadas, hambre, Blanca y su madre Estela tuvieron comida hasta cuando el pueblo entero moría a falta de alimento. Es pueblo viejo, los pueblos se mueren, la gente se va.”
Doña Guille me contemplaba, sentada a la mesa con la taza de café en las manos y con cara pálida, me estremecí, salí a su banqueta para estirar las piernas. Encendí el cigarro.
Blanca alguna vez me contó de San Cayetano, de su amor a la familia que por miedo dejó y por vergüenza no volvió a ver. Doña Guille me tocó el hombro.
-Le aconsejo que se vaya, esa mujer dio señales inequívocas de maldad desde la adolescencia. Cuando su padre le regaló un viaje, su madre Estela y ella viajaron a la capital y regresaron con la Blanquita parada en zapatillas rojas y con el capricho de estudiar en la Ciudad de México. ¿Con qué ojos mi divino tuerto?, contestó su padre a la petición. Es cruel la vida, ¿sí sabe?, Marco perdió un ojo, y la lengua meses después en una pelea de cantina. Buscaba a Blanca como usted.
“Le dio harto coraje a la Blanquita que su papá no le pagara la secundaria, ni la apoyara con eso de irse a la capital. Hizo berrinches, dejó de comer, se cortó el cabello lacio, le llegaba hasta las nalgas, lo dejó a la altura de los hombros. El temperamento lo heredó de la madre.”
-A Blanca la conocí en Guadalajara- le confesé a mi informante, no sé por qué-. Me contó que siendo adolescente escapó del lugar porque en San Cayetano había asesinatos, fanatismo, sacrificios humanos… eco de muertos en aire, agua, tierra... a la gente no le importaba, a su familia incluida.
El silencio luego de esto se prolongó, cada uno cansado de hollar en recuerdos. Doña Guille me hizo compañía entonces, habló en voz baja de cómo Blanca (asesorada por un tal Arcadio) visitó un burdel ubicado en la periferia de San Cayetano, un lugar oculto entre la maleza del camino donde traficaban con niñas, las explotaban, maltrataban y enviaban a la ciudad, o fuera de Chiapas.
-Blanquita encontró a Rebeca, la madrota del Rodeo, le dijo que buscaba trabajo en una casa de citas. A la hora se arrepintió porque una de las chicas sangraba de un brazo, pedía la llevaran con un doctor, la Rebeca, tenía un carácter de los mil diablos, la arrastró del pelo y la encerró en el cuarto de tierra en donde guardaban las cajas de cartón y botellas de cerveza.
Según el hombre, Blanca se echó a correr, se encerró en una habitación llena de catres; atracó la puerta de madera con una silla. Entre varias mujeres empujaron, y ésta se desquebrajó.
-Encontraron a la chica dentro de la habitación, comenzó a caminar en dirección a ellas pero sus pies parecían no tocar el suelo, dicen que era como un ángel pero caído, la mirada dura lo decía. Rebeca la jaló de la cintura y le metió una cachetada. Blanca la vio fijamente y luego dijo: No quiero estar aquí.
“Dicen que la habitación se llenó de un olor a naftalina, humedad y luego animal muerto; las mujeres del lugar sintieron frío, ni con copas de tequila les regresó el calor. Cuando Blanca desapareció frente a ellas en la habitación se pusieron a rezar. Ahora estás, ahora no estás. Quienes cuidaban en el patio, del otro lado de la ventana la vieron aparecer entre los árboles corriendo, avisaron que a lo lejos estaba Blanca. El miedo y el mareo les impidió correr tras de ella pesé a las órdenes de Rebeca.
“En Blanca moraba el demonio, la llamaron La Diabla. Al final se quedaron viendo el horizonte, y a una Blanca desapareciendo por segunda ocasión entre los árboles. A ellas también les hubiera gustado irse aquella mañana. Los trabajadores de Rebeca estuvieron hasta las nueve de la noche buscándola sin éxito.
“La Rebeca prohibió que se hablara de eso pa no afectar el negocio, pero al final en el interior de la casa donde se juntaban lo mismo civiles que policías, la historia se contó hartas veces en una especie de visita guiada: Entre estos nueve catres hacinados se paró la Blanca y el espejo comenzó sudar… aquí quedaron las zapatillas rojas de la niña… la vimos más allá de la maleza por el camino que dejaron bueyes, arrieros, trocas por esta ventana. Desapareció entre los árboles –dijo doña Guille señalando con el índice varios puntos de la calle en una especie de transe-. El pueblo entero lo supo. Desapareció. No preste atención a rumores- aconsejó doña Guille sacándome del embrujo- usted es hombre culto. La anciana dejó ver una sonrisa huecas, fingidas. Estaba exasperada.
“Nadie más que el cabrón de Arcadio le contó a Marco la verdad; y a qué costo, sufrió demasiado. Fue buen padre, no se merecía eso. Usted tampoco se merece la muerte que tendrá si encuentra sus respuestas en alguno de los habitantes de esta colonia. Márchese. Aquí nadie es feliz, nadie quiere salir de este pueblo, y Blanca le aseguro no quiere regresar.”
Aún busco a Blanca entre las ruinas de este lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario