URÓBOROS
En la serpiente se compendia toda la filosofía del universo.
H. P. Blavatsky
Te sentaste al borde de la cama como si te encontraras al filo de un barranco y escuché el siseo de la serpiente. Deshacías el nudo de tus botas como tarea infinita y el siseo resonaba entre nosotros. Las agujetas se enredaban en tus manos y escuché el silbido en mi oído. Las botas las aventaste fuera de nuestra realidad.
En tus pies otra vez el polvo que pisas en otra tierra.
Te acostaste a mi lado, percibí tu respiración como la brisa del mar y observamos el techo cuarteado. Una sola grieta marcada en ese techo que en cualquier instante se vendrá abajo.
Intenté perderme en tu olor, en tu piel, en tu sexo, intenté hacer de tu esencia el espacio, pero los ojos de la serpiente centelleaban en la oscuridad. Te envolví con la fuerza de mi sangre y ella seguía ahí; en sus ojos, luz se desprende del abismo.
La serpiente se ensanchó de la cola al hocico y nos observaba desde el espacio.
Giraste para envolverme con tus piernas, tus manos torpes abrazaron mi espalda. Yo veía tus ojos, te veía los ojos, esa mirada hubiera preferido no conocerla.
La serpiente a punto del orgasmo mordió.
Hay miradas de las que ya no se vuelve.
En cualquier sitio me encuentra: se arrastra entre mis piernas, se desliza sobre mi sexo herido por sus escamas, su sangre pulsa en mi pecho, el latido de su corazón es caos, es océano que ahoga las noches. Repta hasta mi cuello y despliega su hocico: su aliento me envuelve dentro de un mundo donde la tempestad cobra perfil de rostro, horizonte de relámpagos que abre el cielo hasta mis venas. Sus colmillos erosionan mi piel; sangre en el viento como astros en la noche virgen. Y no puedo despertar hasta que se me acaba el aire.
La serpiente mudó su piel en el altar a mis muertos, en el pasillo, en las sábanas. El veneno me alejó de mi cuerpo, nubló mi mirada y al borde de la cama te encontré como sombra que contemplaba algo más allá de las paredes: un paisaje o un vacío. El silencio era la marea que nos arrastraba a diferentes orillas; al no articular palabra, risa sacudió mi cuerpo. En ese momento caminaste a la salida.
Cerraste la puerta y la grieta en el techo se abrió; perdí noción del tiempo y del espacio; el universo podía caber por esa grieta, toda mi vida o lo que queda de ella.
En el marco de la ventana, la serpiente que intenté matar a puños.
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