EL PEZ POR LA BOCA MUERE
Llegó arrastrándose como pudo por entre pastizales, lodazales y rocosas pendientes que le rebanaban escamas infligiéndole un dolor agridulce. Con la fuerza que le quedaba, tocó con sus puños hasta que, siendo arrancada de su siesta, la bruja abrió sobresaltada la puerta y, al cabo de unos segundos desconcertantes que la obligaron a bajar la mirada, encontró por fin los mendicantes ojos de la sirena. Despegando en ese mismo instante sus labios resecos, ésta dijo así a la dueña de casa:
—Querida bruja, atrás he dejado el mar con el propósito de que me concedas el inmenso favor de acabar con este triste espectáculo. ¡Te lo ruego, emparéjame con tu varita! ¡Decide de una buena vez esta dudosa, esta monstruosa naturaleza que dice ser mía!
Refunfuñando e imaginando al mismo tiempo la bella mujer en que seguramente aquella valiente sirena se convertiría si alguien la librara de esa hedionda cola de pez que la afeaba tanto, la anciana hechicera fue en busca de su varita. Al regresar con su instrumento mágico en mano, arrojó sin demora un potente hechizo sobre la conturbada sirenita para que ésta viera de inmediato cumplido su deseo. Satisfecha con el resultado, la bruja emitió un chasquido con su lengua putrefacta y luego gritó:
—¡Micifuz, tu almuerzo está servido!
No hay comentarios:
Publicar un comentario