Cuando era niño, mi madre me contaba relatos de “Las mil y una noches”. Cuando dejó de contármelos, la decapité.
Ayer me asaltó una duda. Me dejó pelado, hasta mi última certeza se llevó.
No quedó claro si hablaban de orgullo, de origamis o de orgasmos. Asumo que a la larga se habrán entendido.
No me gustó nada regresar a mi infancia. Casi le arruino su cabecita al niño que fui.
Cuando estaba triste, aquel automóvil rompía en llantas.
Te cambio la piedra. Digo, para que tropecemos con una diferente.
Cuando me levanto con el pie izquierdo, es porque el derecho se quedó durmiendo un rato más.
Yo intento ponerle fín a mi problema de personalidad múltiple, pero acá nadie me escucha.
El hombre invisible existe; camina por las calles en multitud.
A cada persona que conoce le pide un minuto de su tiempo. Hace mucho que pasó los cien años.
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