EL PAISAJE RÁPIDO DE LA COMIDA FRÍA
-Víctor se quedó mirándolo fijo a Luis por unos segundos.
-Quedate nomás- le dijo.
Luis había impresionado al reducido auditorio cuando aplicó una velocidad de maestro casi chef en el corte juliana.
-Viniste justo porque lo tengo al mozo trabajando de cocinero desde hace tiempo -le dijo Víctor. -¿Estás parando en algún lado?
-No, recién llego.
Había dejado, debajo de la mesa de cortar, un bolso verde pequeño.
-Acá hay unos clientes mensuales que duermen en las piecitas de una vieja -le dijo mientras iba caminando hacia ellos.
-¿A ustedes no les molesta ubicarlo en alguna pieza? -les preguntó.
-No, jefe. Para nada. Terminamos el postre y lo llevamos.
En la pensión, uno de los muchachos palmeó despacio. Una vieja flaca, despeinada y con dos pulóveres puestos, salió de una pequeña cocina desde donde se escuchaba una radio. Sin decir palabra desarmó con habilidad un sillón plegable en la pieza de los muchachos. "Acá no hay almuerzo ni cena", dijo de la misma forma en que trató al sillón y se fue rápido a su tabuco.
-Hasta mañana- dijo uno y los otros dos contestaron lo mismo.
El sol de la mañana descubrió una Punta Alta pintoresca, un pueblito lleno de arbolitos y casitas que daba sensación de seguridad. En su trabajo fue conociendo a los mensuales y a los parroquianos. Los primeros terminaban la cena y se quedaban con la fatiga de una película y los parroquianos iban por un café, un vino, a jugar al ajedrez, a las damas o a conversar. Eran los que buscaban hablar tratando de interesarse en el pasado del forastero o sobre cualquier novedad que él pudiera contarles de otros pueblos. Santillán era el que mejor conversaba. Había visto al cocinero en plena actuación cuando simulaba tener una Gibson en la mano al momento en que sonaba desde la radio un tema de Led Zeppelin.
-Espectacular, ¿eh? No hubo otra banda mejor que esta en la década pasada.
-Ahá.
-Yo vi en vivo a Pescado Rabioso.
-¿Sí?
-Antes viajaba seguido a Buenos Aires.
-Tuviste suerte.
-Creo que sí.
-Menos cháchara acá que hay que sacar diez churrascos para los mensuales. ¡Vamos! -dijo Víctor, cortando la conversación.
Víctor había sido estudiante de Ciencias Económicas en Buenos Aires, tenía novia y mantenía su carrera trabajando como cocinero en un hotel. Un día se cortó un dedo de la mano y dos tendones de tal forma que el accidente lo dejó internado mucho tiempo. Rápidamente perdió novia, trabajo y carrera y con esas frustraciones llegó a Punta Alta para instalar aquel magro restaurante y llevar una amarga vida de soltero. Con él estaban desde siempre Chequeale y un gallego grandote y borracho que se destacaba por el repasador siempre puesto en el hombro: secaba la transpiración de su frente, limpiaba la cocina, barría restos de cebolla, zanahorias o papas de la mesada. Era agarradera, secaba ollas y fuentes y lo sabía pasar por debajo de sus axilas cuando la transpiración había rebasado los brazos. Funcionaba como mozococinero y el repasador aguantaba la semana entera sobre el hombro.
Chequeale era el empleado de la municipalidad que barría las calles durante la mañana y desde el atardecer cumplía con el simple oficio de cortar lechuga y tomates para las ensaladas, pelar papas y lavar la vajilla. Su increíble nariz dejaba dar por sentado que los pulmones se mantendrían totalmente sanos. Aparecía como un morrón colorado mezclándose entre un guiso de granos viejos y usurpando el lugar de ojos y pómulos. Nunca se sabía bien de dónde salían sus palabras de viejo correntino, porque la boca chica y apretada (sometida a la fuerza bruta de la nariz) largaba un castellano obstruido. Chequeale chamigo era su saludo y se iba directo a las piletas a lavar lo que se había usado al mediodía y que a nadie se le ocurriera lavar un plato porque podría haber represalias. Nadie tampoco los quería lavar.
-¿Y vos por dónde andabas en esa época? -le dijo Santillán al nuevo.
-Por ahí.
-Fue una época difícil.
-¿Y vos que hacías?
-Era viajante. Llevaba y traía cosas.
-¿Qué cosas?
-Mercadería. Yo siempre quise vivir bien, viste. Nunca me importó qué tenía que llevar, viste.
-Ya veo.
Estacionaba un Renault Fuego último modelo frente al restaurante con las luces encendidas. También hablaba del chalet que tenía cerca del cementerio en donde se ubicaba el mejor barrio de Punta Alta.
-¿Querés decir algo? -le dijo el forastero, extremadamente flaco y orejudo, mirándolo con los ojos perdidos en añoranzas. El pelo revuelto y mal cortado. La camisa obrera gastada y unos viejos mocasines que no servían para la cocina.
-Siempre lo conté acá y nunca nadie me dijo nada, viste. La década pasada fue brava, viste. Había que estar de un lado o de otro.
-No quiero escuchar más- cortó el forastero.
Santillán se quedó mirando cómo adornaba un bife a la portuguesa con las papas de colchón y las cebollas doradas en el caldo guisado que sacaba de una olla de aluminio.
***
Caminaron todo el día tratando de acordarse de algún conocido, algún ex empleado del trabajo, pariente o quien pudiera albergarlos esa noche fría. Al otro día buscarían la forma de salir del pueblo.
-Ya no aguanto más al nene en los brazos. ¿Adónde vamos a ir a parar?- preguntó la mujer con cara de adolescente.
Había adelantado el tiempo con un embarazo prematuro que la dejó más hermosa. No llegaba a los veinte. Una vida apresurada que podía estabilizarse cerca de los 35 o 40 años, ya con la tranquilidad y el reposo de la espera.
-Lo que pasa es que ya es el atardecer. En la Terminal hay policías y ni hablar de la estación de trenes o la ruta. El pueblo chico termina siendo el infierno grande.
Cualquiera puede hablar y mandarlos al frente. Decirles que ahí está el Luis, ahí va con su mujer y su hijo.
La policía estaba en su casa. Seguro que algún cana se quedaría con la propiedad. Seguro que el vecino estaría diciendo algo para entablar comunicación con ellos, para decirles alguna cosa y poder quedarse con ese hermoso televisor a color, de los primeros que llegaron a la Argentina. Había tenido la suerte de tenerlo así de rápido, con un chasquido de dedos. Después ese hermoso Fiat 128, lo sacó cero kilómetro y ahora que se joda por querer hacerse el comunista.
-El vecino nos debe estar mandando al frente- dijo él. Siempre nos tuvo bronca.
-Envidia -reparó ella sentándose en el tapial de una casa.
Había que ir a otro pueblo y quedarse ahí esperando o perderse en la gran ciudad. En los pueblos la gente suele preguntar de adónde viene uno y siempre se puede meter la pata. En cambio en la ciudad nadie pregunta nada. Por eso lo mejor era esconderse un par de días en alguna casa. Quedarse en el sótano o en el gallinero. Cualquier cosa por salvar la vida. Cosa tan fácil de perder en esos días.
***
Chequeale contestaba Chequeale cuando le hablaban y era fácil entender su acento correntino. Algunos le hacían burla y Chequeale no se enojaba, le gustaba que lo tuvieran en cuenta. Con el viajero comenzó una amistad de confidencias y se quedaban después de hora tomando mates o vino. La basura de las calles arrojaba conclusiones para Chequeale.
-Me llaman las minas, po. Y quieren que les ayude a cocinar, ha visto ch'amigo. Por ahí les sigo y les sigo, hasta que me gano alguna.
-A mí no me buscan.
-Bueno, Chequeale. ¿No te gustan las minas, po?
-Me encantan, Chequeale. Me encantan, pero no encuentro. Esto de ser golondrina...
-¿Y entonce?- Salgamos a buscar, Chequeale.
-Esperame, esperame que me acomode un poco.
-Pero si ya llevás tres semana acá, Chequeale, ¿cuánto más te queré? acomodar, Chequeale.
Víctor se quedaba escuchando de lejos, siempre haciendo algún trabajo o acomodando enseres para el día siguiente.
-Este Chequeale -decía cuando se acercaba.
Parecía perdido en un silencio interno que no lo dejaba salir de la boca hacia fuera. Escuchaba a todos, respondía con evasivas y pese a sus desplantes siempre se acercaban a hablarle. Chequeale era el que más hablaba con Víctor y cuando secreteaban cerca del baño, el mozo del repasador los insultaba.
-¿Estuviste casado o algo de eso?- preguntó Santillán a Luis que tal era su nombre.
-Sí.
-Y qué pasó.
-Se fueron.
-¿Se fueron?
-Los perdí.
-Aaah. Yo estaba casado con una mina que estaba rebuena. Me está pidiendo el divorcio. Hace años que nos separamos. Ahora estoy con otra que está embarazada.
-Sos un peligro vos, Santicho -dijo Víctor-. Es loco loco éste -decía mirándolo a Luis.
-Ya veo- contestó Luis.
-Anduvo en la pesada éste y con eso se llenó de plata. Ahora está todo el día al pedo y nadie sabe en qué anda "dijo por lo bajo Víctor mientras cortaba unas zanahorias pegado a Luis.
-Fue en la época de mucho miedo viejo. O estabas de un lado o del otro. Acá había muchos militares. Daban terror. Nos apretaban.
A Víctor siempre lo descubrían por su vozarrón imposible de moderar.
-Mejor callate- dijo Luis, asiendo el cuchillo con fuerza.
Víctor lo empujó con su cuerpazo de gordo haciendo señales de que tratara de seguirle la corriente. Señales fáciles de entender, total ya había pasado todo y qué problema se iba a hacer ahora.
-Cuando alguien está desesperanzado, quiere decir que está desesperado. Es un viejo refrán- dijo Víctor.
Luis lo miró de reojo sin entender. Víctor entró al baño. Chequeale fue detrás de él. Se oyó discutir. Salieron azorados. Repasador mascullaba, el chef miraba. Santillán se fue. La comida ya estaba lista y el nuevo largó de primero vitel toné con una salsa ardiente. De segundo peceto el horno con papas. Los comensales casi aplaudían.
***
Alguien se acercó a decirle a Luis que la policía estaba en la otra cuadra. Se levantaron del tapial e intentaron correr. Pero antes largó como un disparo una propuesta al aire.
-¿No tenés algún lugarcito en tu casa?- Aunque sea en el gallinero.
-No tengo nada, Luis. Vos sabés que la casa es chica.
Nadie quería ser cómplice de nada. En el pueblo la gente se entera enseguida de todo. Alguien lo vería entrando en la casa desde alguna ventana de persianas bajas.
-Vos llevá al nene- dijo ella.
Lo toma en brazos y salen corriendo. Ella va quedando detrás. Cada vez más lejos. No pares, corré fuerte que llevás el nene, le dice. Comienzan a sonar disparos. La policía está cada vez más cerca. Parece una película de tiros.
Le dieron a ella. En la espalda, parece. Él corre hacia ella y tiran otro pero parece que no acertaron en el blanco. Andá, le grita su mujer con la voz entrecortada, llevate al nene. Parece que se durmió. No mueve los brazos ni está firme como suelen estar los nenes acurrucados entre los brazos de sus padres. Pero corriendo no puede darse cuenta de nada. El brazo con el que sostiene al bebé le sangra y descubre dónde entró el proyectil. Corre. Su mujer debe estar muerta. Entra en la Terminal de ómnibus. Una vecina se le acerca y lo lleva al baño de mujeres. Ahí no lo van a buscar. Lo ayuda con el nene. Qué le pasa. No sé. Revisa su brazo y no encuentra ninguna herida. Mira al nene. Una gran mancha de sangre chorreante sale desde su pancita. Yo te lo llevo al Hospital, vos andá, escuchó. Sabés dónde me podés encontrar. Andá, le dijo. Un policía entra. Luis le pega una trompada, el policía cae golpeándose contra el lavabo. Otro que se muere. Corre. Habrá que correr hasta salvar la vida. Y para qué mierda me quiero salvar ahora, gritó mientras corría.
***
Víctor y sus secuaces estaban contentos por la presencia del nuevo. Alguien callado y atento servía para darle mejor imagen al restaurante.
-Yo no sé por qué le jode tanto a mi amigo Lui este Santicho -dijo Chequeale-. Le anda molestando todo el rato y el otro se le corre y éste le sigue y le sigue "comentaba Chequeale a Víctor.
-Algo pasa entre estos dos- dijo Víctor con algo de reserva.
-¿Y ustedes dos? -dijo Repasador.
-Vos cerrás el pico porque sino quedás afuera. Ya mismo, si querés -le cortó Víctor señalándolo con el cuchillo.
De un día para el otro Luis cambió, tornándose atento y hablador. Santillán lo notó y comenzaron una amistad que contentó a los compañeros de trabajo. Luego de la cena se iban en la Fuego a dar unas vueltas por el pueblo y algunas veces recorrían los bares de Bahía Blanca. En el restaurante se contaban chistes y hablaban de Aquelarre, Charly García o Manal de tal forma que solían molestar a Víctor, un defensor acérrimo del tango.
Luego siguieron los asados domingueros en el chalet. Acompañaban a Luis llevando el flan casero Chequeale y Víctor, que seguían aparentando tosquedad pese a sus mejores pantalones de gabardina. Repasador no iba porque no participaba de casi nada que se hablara en el restaurante y todos pensaban que el lavado del trapo lo tendría ocupado el fin de semana. Nadie quería tenerlo cerca en el tiempo libre, las salvajes borracheras que se agarraba no eran buenas para una casa decente.
Luis acompañaba a la mujer de Santillán haciendo las ensaladas, enfrascándose en largas charlas sobre cocina. Le explicó el efecto de las nueces en las ensaladas y el vigor del aceite de bacalao rociado en las comidas frías. Había risitas secretas.
Para conocer a una persona casi completamente, a Víctor solía alcanzarle con ver dos o tres actitudes habituales. Pero Luis tenía un brillo extraño en sus ojos. Algo difícil de descifrar que redondeaba entre el resentimiento y la venganza. Pero a la vez otra mirada enternecedora lo tornaba a un lugar de gente más noble y Víctor andaba confundido.
-No estarás buscando vengarte de alguna forma, ¿no?
-No creo.
-Si te pasó algo con tu familia...
-Quédese tranquilo, Víctor "le cortó. A mí nunca me pasó nada. Tampoco tuve familia. Mentí un poco, disculpe.
Víctor se fue a enjuagar las manos gesticulando. Subía y bajaba los brazos en señal de desconcierto. No estaba conforme y se formó un aura de desconfianza que solamente Víctor percibía. Pese a todo y siguiendo con el viejo dicho sobre el corazón contento, los mensuales se fueron consolidando por una comida suculenta que incitaba a que otros nuevos vinieran. El restaurante fue cobrando fama con el comentario del nuevo cocinero que cocinaba platos parecidos a los de las grandes cadenas de hoteles internacionales.
Un alto funcionario de una empresa que fabricaba aluminio en Puerto Madryn quiso saludar al cocinero.
-Quería felicitarlo. No siempre se come bien en estas fondas "le dijo.
-Gracias.
-Yo me voy a quedar dos días más. Preparame lo mejor que te voy a recompensar con buena propina.
Luis le pidió a Repasador que no lo atendiera, que él se haría cargo. Víctor se dio cuenta cuando lo vio sentado charlando amenamente con el funcionario. En esos dos días, Luis preparó pollo al ajillo con guisado en salsa blanca y perejil, lomo al champignon con la variante del chorro de vino blanco dos minutos antes de apagar la hornalla y apartó el clásico flan de postre sustituyéndolo por una abundante macedonia.
-¿Y, te sentís cómodo acá? -le preguntó Víctor después de que se fuera el funcionario.
-Creo que sí. Alcanzame las papas, Chequeale.
-¿Y estás cómodo también en la pensión?
Víctor cortaba las papas en cubitos al lado de Luis. Iban para ensalada rusa.
-Sí.
-¿No te convendría alquilarte un departamento? -preguntó Víctor.
Pusieron las papas a hervir. Víctor quería asegurarse de que los ingresos del restaurante siguieran subiendo sin complicaciones.
-No sé bien qué hacer. El problema de un departamento son los gastos. En cambio en la pensión me mantengo más cómodo con un pago mensual libre de impuestos.
Antes de sacar las papas de la olla en donde hervían, Luis echó un generoso chorro de vinagre, luego las escurrió en el colador y las puso a enfriar sobre la mesa. Las zanahorias estaban hervidas y cortadas desde el mediodía.
-Claro- respondió Víctor desalentado y atacó con la munición del cartucho de repuesto". No porque yo, en ese caso, tengo pensado aumentarte algo, viste. Nosotros no te vamos a dejar ir así nomás.
-Me halaga, Víctor. Eso es bueno. Quédese tranquilo -dijo mirando a Chequeale y a Repasador que estaban atentos a la charla-. Acá estoy cómodo.
-Mucho parloteo acá, ¿eh? Parecen novias cotorreando para un casamiento- dijo Santillán que entró repentinamente en la cocina.
-¿Qué hora es?-dijo Víctor.
-Me parece que tarde- respondió Santillán. Ahí tenés a los mensuales hace media hora esperándote y vos acá hablando.
-Chequeale, prepará el ensaladaje y vos Gallego andá poniendo los manteles, ¡vamos!- dijo aplaudiendo y Repasador salió con su instrumento al hombro directo a apestar clientes.
Luis puso quince milanesas en una gran fuente dentro de la cual hervía aceite desde hacía un rato. Terminó de cortar varias papas al estilo juliana y cuando sacó las milanesas las introdujo en la misma fuente despacio para que no salpicaran.
-Lo mío está casi listo. ¿Vos, Chequeale?
-Ya casi, Chequeale. Ya casi.
Terminó de embadurnar con mayonesa las papas frías y zanahorias y quedó armada la ensalada rusa.
-¿Te corto el fiambre, Chequeale?
-Sí, ayudame, Chequeale.
Luis colocaba con una cuchara la ensalada rusa en pequeños platos y con un cuchillo aplastaba la porción armando como una pequeña escalera piramidal.
-¡Hey, Repasador! Andá llevándome los platos del primero.
Se los entregó con la pirámide de ensalada rusa, una rodaja de jamón crudo enrollada y una hoja de perejil de adorno. El paisaje rápido de la comida fría. El segundo marchaba cuando puso en un plato la milanesa con un chorro de salsa cremosa junto a las papas fritas y rodajas de tomate cortadas por Chequeale.
Luis se fue temprano aquella noche. Estuvo vomitando frente al inodoro y Víctor lo mandó a la pensión.
-Volvé más tarde, cuando se te pase "le dijo.
-Dejo diez milanesas en la fuente por si entran más comensales.
-Está bien. Difícil por la hora. Pero está bien por las dudas.
Volvió cuando habían cerrado pero igualmente se asomó porque había visto luz en la cocina. Quería charlar con Chequeale como era costumbre después de cenar. Por entre las cortinas pudo divisar a Chequeale reventándose contra Víctor. Chequeale parado con los pantalones bajos y el culo al aire. Víctor culo para arriba apoyando los codos en la mesa de cortar hortalizas. El postre de la foto culminaba con la nariz de Chequeale aplastándose sobre la espalda peluda de Víctor.
Al día siguiente no se lo vio. A Víctor no le pareció extraño, lo presentía. Lo estaba esperando. Ya era media mañana cuando terminó de cortar carne para un estofado. Se lavó las manos y, confundido, se secó con el repasador del Gallego. Se subió a su viejo Falcon Futura y fue hasta la pensión.
-Vino con una mujer, le dije que acá mujeres no -dijo la vieja.
-¿Y él qué le dijo?
-Pagó y se fue.
Uno de los mensuales andaba dando vueltas por la pensión. Le dijo a Víctor que estaba descompuesto desde la madrugada. Víctor pensó en la descompostura de Luis, pensó también en la ensalada rusa, pero estaba fresca.
-Se fue temprano de acá. Vino con una mina embarazada- le dijo a Víctor.
Víctor llegó al restaurante con cara de angustia.
-Gallego, ponete de vuelta el delantal. Hoy no va a venir el Luis.
Al atardecer apareció Santillán a los gritos. Estaba con la camisa salida del pantalón y su cara mantenía un rojo ardiente.
-¡¿Dónde está ese muerto de hambre"!
-¿Pasó algo" -dijo Víctor.
-Mi mujer... ¡Hijo de mil putas! ¿Dónde está?- bramó.
-Hoy no vino- contestó Víctor.
Santillán se subió al auto apurado. Golpeó la puerta con fuerza, le dio arranque e hizo chillar las gomas. Dejó una marca negra en el asfalto que fue perdiendo brillo en el atardecer opaco de la ciudad pintoresca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario