LAS TRES MESAS
Lo que faltó es lugar en esa casa
para poner la mesa
que ahora no está
porque quedó destruida
en el patio
y también faltó un techito
o más bien
faltó sequía
para que no se mojara
la madera de la mesa
y matar la biodiversidad
que aumentaba
todo el tiempo en forma de hongos
de diversos colores
tirando al azul
o al verde manzana
de pez raro
que consiguen dos chicos
en un cuento
pero que dividen por la mitad
para llevarlo a sus casas.
Cortarle las uñas a los gatos
que rascaban las patas
puede decirse que faltó además
pero no hubiera servido de nada
porque ya la madera estaba blanda
amarilla
largaba olor a agua estancada
y cuando le daba el sol
se desprendían
como pedazos de goma espuma
de almohadas
iguales a las que caían de nuestras camas
un poco viejas
y que sostenían
a todos los que dormíamos
y comíamos
en otra mesa
que no estaba tan buena
pero dejamos adentro
porque era de vidrio
y se limpiaba más fácil.
Además los perros,
que no tenían tierra para escarbar
porque se había
despedido al pasto
con una mano de cemento,
ayudaron a destruirla.
En cierta forma para lo único que sirvió
esa mesa
fue para dar de comer a las hormigas
que pasaban arrebatadas
ante el milagro
de la lluvia
de mendrugos amarillos.
Quedó en el patio
la chapita
con el nombre
del ebanista
que sólo había fabricado tres mesas
y las había vendido
sin dejar para sus hijos
ni siquiera el oficio
que ahora uno de ellos
le agradecería tener
porque cuando abre
las alacenas
que el ebanista no vendió
y que están vacías
descubre que es mejor
no completar el telegrama de renuncia
y quedarse a pintar de magenta
la mesa de fórmica
que le regalaron
para que coma
sin ninguna compañía
ni mantel
ni servilletas
ni chapitas que son lo último en caer al piso
cuando algo se destruye
y hacen un ruido
que nadie escucha
sólo la hormigas
como una mala traducción
de la frase, esto se acabó muchachas.
El hijo del ebanista
dice que le hubiera faltado poner
algún producto que una la pintura
con la fórmica
a la que naturalmente nada se le pega.
Lo que faltó es lugar en esa casa
para poner la mesa
que ahora no está
porque quedó destruida
en el patio
y también faltó un techito
o más bien
faltó sequía
para que no se mojara
la madera de la mesa
y matar la biodiversidad
que aumentaba
todo el tiempo en forma de hongos
de diversos colores
tirando al azul
o al verde manzana
de pez raro
que consiguen dos chicos
en un cuento
pero que dividen por la mitad
para llevarlo a sus casas.
Cortarle las uñas a los gatos
que rascaban las patas
puede decirse que faltó además
pero no hubiera servido de nada
porque ya la madera estaba blanda
amarilla
largaba olor a agua estancada
y cuando le daba el sol
se desprendían
como pedazos de goma espuma
de almohadas
iguales a las que caían de nuestras camas
un poco viejas
y que sostenían
a todos los que dormíamos
y comíamos
en otra mesa
que no estaba tan buena
pero dejamos adentro
porque era de vidrio
y se limpiaba más fácil.
Además los perros,
que no tenían tierra para escarbar
porque se había
despedido al pasto
con una mano de cemento,
ayudaron a destruirla.
En cierta forma para lo único que sirvió
esa mesa
fue para dar de comer a las hormigas
que pasaban arrebatadas
ante el milagro
de la lluvia
de mendrugos amarillos.
Quedó en el patio
la chapita
con el nombre
del ebanista
que sólo había fabricado tres mesas
y las había vendido
sin dejar para sus hijos
ni siquiera el oficio
que ahora uno de ellos
le agradecería tener
porque cuando abre
las alacenas
que el ebanista no vendió
y que están vacías
descubre que es mejor
no completar el telegrama de renuncia
y quedarse a pintar de magenta
la mesa de fórmica
que le regalaron
para que coma
sin ninguna compañía
ni mantel
ni servilletas
ni chapitas que son lo último en caer al piso
cuando algo se destruye
y hacen un ruido
que nadie escucha
sólo la hormigas
como una mala traducción
de la frase, esto se acabó muchachas.
El hijo del ebanista
dice que le hubiera faltado poner
algún producto que una la pintura
con la fórmica
a la que naturalmente nada se le pega.
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