TWO ENGLISH POEMS
Para Beatriz Bibiloni Webster de Bullrich
I
El alba inútil me encuentra en una esquina desierta; he sobrevivido
la noche.
Las noches son olas orgullosas: olas de oscuro azul y de pesada cresta,
cubiertas con todos los matices de hondo daño, gravadas de
cosas improbables, deseables.
Las noches tienen una costumbre de misteriosos dones y rechazos,
cosas dadas a medias y a medias retenidas, goces con un
sombrío hemisferio. Así actúan las noches, te lo advierto.
El oleaje, esa noche, me dejó sus residuos habituales: odiados
amigos con quienes charlar, música para los sueños, humo
de amargas cenizas. Las cosas que no sirven para
mi ávido corazón.
La gran ola te trajo.
Palabras, unas cuantas palabras, tu risa; y tú incesante e
indolentemente hermosa. Hablamos y has olvidado las palabras.
El alba que rompe me encuentra en una calle desierta de mi ciudad.
Tu perfil se alejó, los sonidos que hacen tu nombre, la armonía
de tu risa: estos son los juguetes ilustres que me dejaste.
Los disperso en el alba, los extravío, los encuentro; hablo de
ellos a los perros sin dueño y a las pocas estrellas descarriadas
del alba.
Tu oscura y fértil vida...
Debo llegar a ti de algún modo: rechazo los juguetes ilustres
que me dejaste, quiero tu oculta mirada, tu verdadera sonrisa
-la solitaria irónica sonrisa que nada más tu helado espejo
conoce.
la noche.
Las noches son olas orgullosas: olas de oscuro azul y de pesada cresta,
cubiertas con todos los matices de hondo daño, gravadas de
cosas improbables, deseables.
Las noches tienen una costumbre de misteriosos dones y rechazos,
cosas dadas a medias y a medias retenidas, goces con un
sombrío hemisferio. Así actúan las noches, te lo advierto.
El oleaje, esa noche, me dejó sus residuos habituales: odiados
amigos con quienes charlar, música para los sueños, humo
de amargas cenizas. Las cosas que no sirven para
mi ávido corazón.
La gran ola te trajo.
Palabras, unas cuantas palabras, tu risa; y tú incesante e
indolentemente hermosa. Hablamos y has olvidado las palabras.
El alba que rompe me encuentra en una calle desierta de mi ciudad.
Tu perfil se alejó, los sonidos que hacen tu nombre, la armonía
de tu risa: estos son los juguetes ilustres que me dejaste.
Los disperso en el alba, los extravío, los encuentro; hablo de
ellos a los perros sin dueño y a las pocas estrellas descarriadas
del alba.
Tu oscura y fértil vida...
Debo llegar a ti de algún modo: rechazo los juguetes ilustres
que me dejaste, quiero tu oculta mirada, tu verdadera sonrisa
-la solitaria irónica sonrisa que nada más tu helado espejo
conoce.
II
¿ Con qué evitar perderte.?
Te ofrezco esbeltas calles, ocasos desesperados, la luna
de los carcomidos suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado mucho
tiempo la luna solitaria.
Te ofrezco mis antepasados, mis muertos, los aspectos que los vivos
Te ofrezco esbeltas calles, ocasos desesperados, la luna
de los carcomidos suburbios.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado mucho
tiempo la luna solitaria.
Te ofrezco mis antepasados, mis muertos, los aspectos que los vivos
honraron en mármol: el padre de mi padre, muerto en la frontera
de Buenos Aires, dos balas atravesaron sus pulmones, barbado y muerto,
de Buenos Aires, dos balas atravesaron sus pulmones, barbado y muerto,
envuelto por sus soldados en un cuero de vaca; el abuelo de mi madre
—apenas veinticuatro años— encabezando una carga de trescientos jinetes
en el Perú, ahora fantasmas en caballos desvanecidos.
Te ofrezco cualquier acierto que mis libros puedan encerrar,
cualquier valor o ingenio que haya en mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.
Te ofrezco el centro de mí mismo que salvé de algún modo—
el corazón central que no emplea las palabras, no trafica
con sueños y está intocado por el tiempo, la desdicha
y el goce.
Te ofrezco el recuerdo de una rosa amarilla, vista al ocaso
años antes de que nacieras.
Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma,
auténticas y sorprendentes noticias de ti misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón:
trato de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro,
con la derrota.
Te ofrezco cualquier acierto que mis libros puedan encerrar,
cualquier valor o ingenio que haya en mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.
Te ofrezco el centro de mí mismo que salvé de algún modo—
el corazón central que no emplea las palabras, no trafica
con sueños y está intocado por el tiempo, la desdicha
y el goce.
Te ofrezco el recuerdo de una rosa amarilla, vista al ocaso
años antes de que nacieras.
Te ofrezco explicaciones de ti misma, teorías sobre ti misma,
auténticas y sorprendentes noticias de ti misma.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón:
trato de sobornarte con la incertidumbre, con el peligro,
con la derrota.
(1934)
(Traducción de José Emilio Pacheco)
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