Cristian revisó la cámara fotográfica por enésima vez, todavía con el entusiasmo de los primeros días de trabajo. A su lado, Ferraro encendía un nuevo cigarrillo, probablemente el quinto o el sexto de la mañana. Todo alrededor de Ferraro tenía olor a tabaco y a alcohol, incluso aunque no estuviera fumando o tomando. Era su aroma distintivo, al igual que Marilyn Monroe olía a Channel N°5, Ferraro olía a tabaco y a alcohol.
La revista para la que trabajaban, Archivo Paranormal, estaba en las últimas, tal como Cristian lo había advertido en el mismo momento en el que les rechazaron los vales de nafta en la estación de servicio. Aun así decidieron viajar los doscientos kilómetros que los separaban del hombre al que iban a entrevistar, fundamentalmente para salir de la oficina. Ferraro pagó el combustible, y le dijo a Cristian que no se preocupara, que seguramente se lo reintegrarían.
Al cabo de un par de horas de viaje llegaron a un pueblito perdido en el medio de la nada, al que Ferraro definió como el típico pueblo “que solo tiene una iglesia y un prostíbulo”. Luego de recorrerlo durante unos minutos, comprobaron que esa afirmación era cierta. Dos kilómetros fuera del pueblo, encontraron la casa del hombre que buscaban. El GPS marcaba que estaban en el medio de la nada, y el paisaje le daba la razón.
Un anciano maltrecho los recibió. Usaba un traje con agujeros en las costuras y, aunque hacía calor, en ningún momento se quitó el saco. Debajo tenía una camiseta musculosa de malla, y estaba descalzo. No parecía, en principio, un testigo demasiado creíble, pero eso no importaba, porque en definitiva Archivo Paranormal tampoco era una revista creíble. En todo caso, Cristian pensó que iba a tener que pedirle al viejo que se cambiara de ropa para fotografiarlo, o realizar una toma en la que no se viera su excéntrica vestimenta.
Conversaron durante toda la tarde, animados porque el viejo permanentemente les servía cerveza. Para cuando el sol empezó a ocultarse estaban todos completamente ebrios, pero Cristian y Ferraro mantenían la compostura para no reírse del absurdo relato del hombre, que juraba que había visto extraterrestres merodear por el pueblo, utilizando unos extraños aparatos que hacían vibrar la tierra como lo haría un temblor. Era una narración difícil de tomar en serio, teniendo en cuenta que involucraba a naves espaciales siendo remolcadas por un camión y a alienígenas que concurrían asiduamente al prostíbulo local. Sin embargo el viejo la contaba con la pasión de aquellos que creen ciegamente en sus palabras, y a cada gesto de incredulidad de sus interlocutores, por mínimo que fuera, replicaba que estaba dispuesto a demostrar todas sus palabras si se quedaban esa noche en el pueblo.
Cristian y Ferraro rechazaron la invitación del entrevistado y, cuando la noche todavía estaba clara, alegaron que debían partir inmediatamente si querían que la historia fuera publicada en el próximo número de la revista. Le pidieron al viejo que posara para un par de fotografías, pero en verdad ya habían decidido que utilizarían alguna imagen de internet, una donde se viera a un granjero con aspecto más confiable que el que acababan de entrevistar.
Estaban subiendo al auto para emprender el regreso cuando el viejo, carraspeando y a punto de devolver la cerveza, gritó señalando a Ferraro:
-¡Hay un extraterrestre que se parece mucho a usted!
Cristian se tapó la boca para evitar estallar en carcajadas, pero Ferraro adoptó un aire serio y preocupado, y antes de subir al auto le hizo al anciano una pregunta que quedó flotando en el medio de la noche, sin conseguir respuesta.
-¿Y, de casualidad, notó si alguno se parece a Sergio Denis
Tomaron la salida hacia la autopista cerca de las nueve de la noche. Ferraro le había pedido a Cristian que se detuviera en una estación de servicio para comprar cigarrillos y pasar al baño. Mostraba un semblante preocupado y se había mantenido en silencio la mayor parte del tiempo desde que abandonaran la casa del viejo. Por fin, una vez con rumbo a la ciudad, Ferraro encendió un cigarrillo y dio inicio a un relato que Cristian jamás habría esperado.
“Yo te puedo apostar, Cristian, que en ese pueblo anda dando vueltas un Sergio Denis de treinta años, más o menos. Te hablo del Sergio Denis de los ochenta, no del de ahora, sino del Sergio Denis por el que las minas se volvían locas. Yo te voy a contar algo, y no te voy a pedir que me creas porque yo mismo sé que es una historia difícil de creer. Capaz que nunca me creas. O capaz que algún día sí me creas. Roguemos, Cristian, que nunca llegue el día en que me creas lo que te estoy por contar.
A fines del ochenta y seis la revista andaba una barbaridad, porque a pesar de que la economía del país andaba para la mierda, como nos íbamos a dar cuenta unos años después, los argentinos andábamos con los ánimos por las nubes. Imaginate, todavía estábamos festejando la vuelta de la democracia y, encima, Diego nos saca campeones del mundo, así que no nos tocaba el culo nadie. Por eso, porque andábamos contentos, la revista andaba bien y no reparaba en gastos. No era como ahora, que vos viste que nos rechazaron los vales, encima que no salimos nunca de la oficina. No señor, en aquel momento vos decías que habías visto un zombie en Tierra del Fuego y la revista te mandaba para allá en avión con todo pago, por cualquier pelotudez nos hacían viajar. Obvio que nosotros aprovechábamos, yo en esa época laburaba con Morresi, un fotógrafo al que vos no conocés porque se murió hace unos años. Tipo muy piola Morresi, un águila, el típico chanta que se había hecho fotógrafo para levantarse minas.Y créeme que le funcionaba, comía muy bien Morresi con ese verso.
El caso es que a fines del ochenta y seis nos mandan a Bariloche porque unos pendejos, de viaje de egresados, juraban que habían visto al Nahuelito, al supuesto monstruo ese que vive en el Lago Nahuel Huapi. Obvio que con Morresi agarramos viaje, imagínate si no íbamos a ir a Bariloche, si hasta venir a este pueblo de mierda es preferible antes que estar encerrado en la oficina. Encima todo pago, no te digo que te pagaran el casino tampoco pero todas las comidas estaban bancadas y encima te daban viáticos. Obvio que a los viáticos los reventamos con Morresi en la primera noche en el casino, y anduvimos secos el resto de los días.
El laburo fue una cosa muy rápida, imagínate el nivel de seriedad que tiene andar buscando al monstruo del lago Nahuel Huapi. Morresi sacó algunas fotos y yo entrevisté a algunos comerciantes de la zona, como una formalidad más que nada, total el centro de la nota era una foto que había sacado uno de estos estudiantes, medio borrosa, en la que se veía a algo que así como podía ser el Nahuelito también podía ser un bote dado vuelta. La cuestión es que llegamos un viernes porque la mañana y ese mismo día, como te digo, terminamos todo el laburo, y teníamos pasaje de vuelta para el domingo a la tarde.
El viernes por la noche, como te dije, nos reventamos los viáticos en el casino, una mala racha que no te la puedo explicar querido. A las tres de la mañana habremos tirado los últimos chelines medio desesperados, medio como quien ya quiere que todo se termine, y nos fuimos a dormir con toda la bronca del mundo, porque para colmo explotaba de minas ese casino, pero claro, no daba quedarse ahí sin un mango,no ibas a andar tiroteando en Bariloche si estabas seco.
El sábado estuvimos de bajón todo el día, obviamente, si ni para los chocolates teníamos. Me acuerdo que juntamos monedas y nos fuimos a un cafecito a tomar unos chocolates con churros y después a pasear por Bariloche como pelotudos, a cagarnos de frío al pedo no más. Para colmo a la noche le teníamos unas ganas al casino, unas ganas… Pero no teníamos un mango, como te digo, y estábamos en la pieza del hotel viendo una película cuando Morresi me dice ‘y vamos al casino lo mismo,Ferraro, Dios proveerá’. Yo no quería saber nada pero al final acepté porque no tenía sueño y era peor quedarme aburrido en el hotel.
El asunto es que fuimos al casino y nos dedicamos a dar algunas vueltas, mientras nos hacíamos los boludos e íbamos agarrando algún trago gratis, de esos que te dan de cortesía. A la una de la mañana el tema no daba para más, ya no podíamos dar más vueltas porque los de seguridad nos estaban fichando. Y en eso por los parlantes del casino se anuncia el inicio del show de Sergio Denis, y ahí Morresi, todo entusiasmado, me dice ‘¡vamos, Ferraro, vamos a ver a Sergio!’.Yo no entendía nada, parecía una mina como se puso por ir a verlo, salió corriendo entre las ruletas y yo lo seguí hasta que llegamos a un salón donde estaba empezando a cantar Sergio Denis. Un show chiquito, con el tipo más cumpliendo que otra cosa, tirando una sonrisita por acá, saludando, y de vez en cuando acordándose de cantar. El típico concierto de cinco canciones que los casinos pagan más por tener al tipo ahí que porque realmente cante. El asunto es que termina de cantar y se empieza a ir cuando Morresi lo sigue a los gritos: ‘¡Sergio, Sergio!’, y yo por atrás muerto de vergüenza pensando si este no sería un puto clandestino y yo nunca me había dado cuenta, porque te imaginaras que no es normal que un tipo ande a los gritos detrás de Sergio Denis. Obvio, te puede gustar una canción y no hay ningún problema. Un disco entero, incluso. Pero si andas detrás del tipo a los gritos, eso es de puto. El tema es que de pronto Denis se da vuelta, lo ubica a Morresi y ahí no más pide que lo dejen pasar y se dan un abrazo y empiezan a charlar, y después Morresi me hace señas de que vaya con ellos.
Parece ser que Morresi lo conocía al tipo de una sesión fotográfica para un disco, y de ahí habían quedado medio amigotes. Pasa que Morresi, como te digo, era un tipo muy piola, y la joda le encantaba, entonces pegó buena onda con Denis porque este mucho ‘querida mía, querida mía’ pero no le perdonaba la vida a ninguna mina y menos si había whisky. Así que nos subimos a una combi a todo trapo y Denis nos dijo que lo acompañáramos a tomar algo a Cerebro. Yo lo miré a Morresi como diciendo ‘estamos secos, boludo’, pero este me hizo señas como que estaba todo bien, así que le dimos para adelante no más.”
Ferraro apagó el cigarrillo en el cenicero y tiró la colilla por la ventanilla, por el gusto de tirarlo a la autopista nada más, porque en verdad el auto ya estaba muy sucio. Cristian, aprovechando los instantes de silencio, encendió la radio, creyendo que de ese modo terminaría con el relato de su compañero, pero esto no ocurrió.
“Llegamos a Cerebro, el boliche, y estaba que reventaba de minas. Obvio que en cuanto llegó Sergio se le tiraron todas encima, como te digo era la época que el tipo arrasaba. Ahí yo pensé que alguna sobra nos iba a tocar, alguna despechada iba a terminar con Morresi y conmigo, porque Sergio no las podía atender a todas. El efecto cascada, ¿entendés? Pasamos derecho al VIP, con Morresi a esa altura actuábamos como si fuéramos amigos de toda la vida del tipo. Yo lo acababa de conocer y ya le decía ‘Sergio de aquí, que Sergio de allá’, y el tipo levantaba la mano y salía el champagne para todos lados, no tomábamos un vaso de agua ni por puta. Y no te creas que Sergio puso un mango, eh. Todo gratis, invitación del boliche para sacarle un par de fotos al tipo no más.
En eso Sergio se asoma a la ventana del VIP y ficha para la pista de baile. No me vas a creer, porque estas son cosas que solo las pueden hacer los que están muy, muy arriba. Señala cuatro minas, una más buena que la otra, y le dice al mozo que nos traía el champagne que las traiga. No pasaron cinco minutos que las minas ya estaban con nosotros, dos con Sergio y las otras dos con Morresi y conmigo. Ahí, de la nada, apareció un plato con frula, y con Sergio y Morresi le entramos a dar como si fueran caramelos, la nariz blanca teníamos. Y entre la frula y el champagne nos enfiestamos como nunca. Me acuerdo de los tres en el boliche abrazados, saltando y cantando ‘hoy querida mía, hagamos el amor con alegría, tratemos de vivir con fantasía’. Te juro Cristian, que si me hubiera pegado un bobazo en ese momento ni me daba cuenta del embale que tenía, me iban a enterrar cantando, te juro.
Y ahí, Cristian, ahí, se dio algo que yo nunca más en mi vida voy a volver a experimentar, te juro. Porque en un momento Morresi le tiró la onda a Sergio de que nos fuéramos a enfiestar al hotel con las minas, pero éste le dijo ‘que hotel ni que hotel la puta que te parió’, y se entró a poner en bolas ahí mismo, en el VIP del boliche. Te juro que ver a Sergio Denis correteando a las minas en bolas, revoleando el saco blanco ochentoso típico que usaba, fue algo surrealista.
Como te explico la orgía que se armó dos minutos después. Hasta el mozo aprovechó y peló, no sabés de armado que estaba ese pibe. Como vio que las minas estaban todas dadas vueltas también entró a la guerra. En un momento era todo un despelote en el que casi la ligo de rebote, porque Sergio estaba sacado, yo creo que metías un perro en esa habitación y se lo cogía. Y acá te tengo que contar algo importante, que tiene mucho que ver, yo creo, con lo que nos dijo este viejo antes de que nos fuéramos. Porque estábamos en los ochenta, y a pesar de que yo había escuchado algo del SIDA, en esa época no te privabas de un polvo por no tener un forro. O sea que todo esto que te digo fue en pelo no más, a crina limpia. Además estábamos muy sacados, no daba parar para ir hasta una farmacia, no te olvides que en esa época no los comprabas en cualquier kiosco.
Y acá viene la parte extraña, porque hasta ese momento con las minas estaba todo bien, pero cuando terminamos nos quedamos medio desmayados todos, porque estábamos hasta el pecho de frula y champú, si te digo que Morresi estaba con los ojos dados vuelta, te juro que pensé que se nos iba. Y en eso, miro como las minas se comienzan a levantar y a vestir, pero de una forma medio extraña, medio como robótica, y una saca como un aparatito parecido a un celular y se pone a hablar. Yo no entendía nada, en esa época no se incluso si existían los celulares, así que por las dudas me hice el dormido, pero en cuanto las minas salieron me vestí inmediatamente y salí detrás de ellas. Traté de despertar a Morresi pero era imposible, estaba en otro mundo el pelotudo, cuando lo zamarreé me dijo ‘apagá el horno que ya está la pizza’. Yo cacé la cámara de Morresi y salí detrás de las minas, que se iban caminando muy tranquilas por la ciudad. Caminé como a media cuadra de ellas para que no me vean, y en eso llegamos hasta la costa del lago y, mirá Cristian, lo que te voy a contar pasó en menos de diez segundos. Esa noche estaba todo nublado y de repente como que se abrió un hueco entre las nubes y bajó una nave espacial. Una nave espacial. Cagate de risa. Una nave espacial. Redonda y con un montón de lucecitas que daban vueltas, estaba encima de las minas como a quinientos metros hacia arriba, que se yo cuánto. Y de ahí salen cuatro haces de luz y se lleva a las minas y se vuelve a meter a entre las nubes y desaparece todo. Diez segundos Cristian, diez segundos. O menos, te juro. Yo saqué un par de fotos, que las tengo en casa, nunca me animé a publicarlas por miedo a que estos extraterrestres se enteren de que los vi y tomen represalias. Las tengo en casa, si no me crees un día te las muestro”.
Cristian lo miró enojado, pero no dijo nada. No estaba seguro de si la historia era un simple desvarío de Ferraro o la clase de mentira estúpida que se cuenta a modo de broma a los que son nuevos en un trabajo, justamente porque por ser nuevos se los cree estúpidos. En todo caso decidió quedarse callado para saber cómo terminaba todo.
“Yo te digo la verdad Cristian, decí que saqué las fotos, porque si no con toda la blanca que tenía encima estoy seguro de que hubiera pensado que eran todas alucinaciones. Porque para colmo las veces que lo volví a ver a Sergio Denis el tipo me saludó muy discretamente, como si no me conociera o no se acordara de mí. Yo calculo que es porque estaría un poco avergonzado de cómo se portó esa noche, sí incluso como te digo en un momento medio que me quiso puertear a mí también. Pero las fotos están, Cristian, las fotos están.
Y ahora que el viejo viene y me dice que uno de los extraterrestres se parece a mí, me cierra todo. Porque después pensé que cuando estas minas se levantaron y se entraron a vestir medio como robots, y una agarró y se comunicó con esa especie de celular, era como evidente que habían cumplido una misión. Y ahí, te digo, ahí tiene que ver eso de que ninguno de nosotros tenía forro, porque para mí lo que estaban haciendo era recolectar semen humano. Y no es descabellado que lo hayan elegido a Sergio Denis, porque en esa época el tipo, al menos en América del Sur, era bastante importante. Nosotros la ligamos de rebote, lo andaban buscando a él, te lo aseguro.
Y la cosa se pone más pesada, Cristian, porque en el 2007 yo sabía comprar pizza en un bolichito cerca de la revista, hasta que me di cuenta de que el pibe que hacía las entregas era igual, pero igual, a Morresi de pibe. Y en el 2010 me fue a arreglar el cable un pibe que era el calco de Sergio Denis. Entonces, te digo ,para mí que esto es como una invasión muy muy paulatina, como que están infiltrando gente, clones, no sé si me entendés. El otro día me crucé en el subte con un tipo que era igualito a mí hace veinte años, pero un calco, te juro. Y yo ahora que lo pienso creo que el tipo me estaba siguiendo. Para mí, Cristian, que algo está por pasar.”
Llegaron a la casa de Cristian cerca de la medianoche, los dos en silencio. Luego de terminar de contar su historia, Ferraro no había vuelto a emitir palabra, y se había dedicado a fumar con aire pensativo durante el resto del viaje. Cristian, enojado, no pudo evitar reaccionar cuando se bajó del auto, antes de que su compañero se fuera. Le hizo señas para que bajara la ventanilla.
-Ferraro… ¿¡Vos te crees que yo soy pelotudo!?
Su compañero lo miró con los ojos vidriosos y no dijo una palabra. Se limitó a encender otro cigarrillo y marcharse.
Los meses pasaron en la redacción, sin que Cristian y Ferraro intercambiaran una palabra más sobre la historia de Sergio Denis o en general sobre aquél viaje. Pero el comportamiento de Ferraro era cada vez más errático y se lo veía muy nervioso la mayor parte del tiempo. Durante el otoño faltó en varias ocasiones, pero no lo despidieron porque tenía mucha antigüedad y además, porque, en realidad, la revista estaba a punto de irse a pique y a nadie le importaba nada de nada. Un día de invierno, simplemente, dejó de ir a trabajar.
Unas semanas después, Cristian encontró un sobre de papel madera en su departamento, sin remitente ni sello postal alguno. Lo abrió y se encontró con unas pocas líneas escritas con grafía temblorosa y desordenada.
“Cristian: Perdón por meterte en esto, pero sos el único que entendería las fotos que acompañan esta carta. Estoy rodeado por Denis y Morresis, y no se cuanto más voy a soportar. Una versión joven de mí mismo me sigue todo el día. Creo que es una conspiración de nivel mundial, aprovechando la sonrisa de Sergio Denis. Porque seamos sinceros, Cristian, nadie se puede resistir a la sonrisa de Sergio Denis, y estos hijos de puta lo saben. Hacé copias de las fotos y mandalas a los medios. Ojalá te crean. Si no te creen, estamos perdidos.”
Dentro de otro sobre más pequeño, encontró tres fotografías, en las que se veía con mucha dificultad a lo que parecían cuatro personas a la orilla de un lago, con una nave espacial y haces de luz encima de ellas. En la tercera fotografía las personas se encontraban en el aire, a mitad de camino entre el suelo y la nave espacial.
Cristian miró por el pasillo del edificio, tratando de encontrar un rastro de quien fuera que le había dejado ese sobre, aunque estaba claro que sería Ferraro o alguien que había ido de su parte. Era claro que su antiguo compañero había terminado de perder la cabeza con esos desvaríos. Tal vez la proximidad de la pérdida de su empleo había sido demasiada presión para soportar y simplemente había estallado. Se acercó a la ventana para ver si lo veía cerca del edificio, era un peligro que anduviera por la ciudad en ese estado. Pero lo que vio lo dejó petrificado de terror.
Dos Sergios Denis de traje miraban fijamente hacia su ventana. Uno parecía estar hablando por celular.
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