Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

domingo, 12 de abril de 2015

JUAN GUINOT (Mercedes, Buenos Aires, 1969)

DRAGÓN CON HIPO
 
Para la Mona, reina de esta selva
 

 El Dragón Mencho, desde hacía una semana, tenía hipo. Cada vez que el hipo lo sorprendía salía con fuego. Los amigos dejaron de invitarlo a jugar porque decían que les quemaría los juguetes.
 Triste, se fue a la costa del mar, buscó un lugar de pura roca (para no quemar nada) y se puso a llorar. Las lágrimas de dragón, como bien se sabe, son gigantes. Cuando, en medio del llanto, le salía una llamarada con hipo, la lágrima se hacía una nube de vapor que lo cubría de sombras. 
Los lamentos de Mencho se escuchaban hasta debajo del agua y el Pez Piloto, atento a todo, asomó la cabeza, el Dragón se dio cuenta y se tapó la cara con las alas para que no lo vieran llorar. 
–¿Qué te pasa? –le preguntó el Pez Piloto. El Dragón plegó las alas, lo miró a los ojos y le respondió:
–Mis amigos no quieren jugar conmigo porque –dejó de hablar abruptamente y una llamarada fue directo al mar. No le quemó la cabeza al Pez Piloto porque, como buen piloto, hizo galas de sus reflejos, anticipó la maniobra de Mencho y se metió bajo del agua– con este hipo quemo todos los juguetes. 
–No te preocupes, sé dónde podés jugar. Seguime –el pez se sumergió en el mar. 
El Dragón, ilusionado, se tiró de bomba al mar.
Abajo del agua, el Pez Piloto fue a su encuentro a toda velocidad y frenó de golpe porque vió que la cara de Mencho anticipaba la salida de un nuevo hipo. El Dragón abrió la boca y, en lugar de fuego, salieron burbujas. 
Ante el descubrimiento, Mencho pintó una sonrisa que dejó a la vista los dientes filosos y liberó las últimas burbujas de aire que guardaba en la trompa. Subió a la superficie, llenó los pulmones de aire y volvió a sumergirse. 
El Pez Piloto lo esperaba con una gran noticia: 
–Quiero que formes parte de nuestro equipo de fútbol. En un rato jugamos contra el equipo de las Tortugas Marinas. ¿Aceptás? 
Mencho le dijo que sí moviendo la trompa arriba y abajo. 
Cuando llegaron a la cancha, conoció a sus compañeros de equipo y cómo formarían: el Pulpo en el arco, la Manta Raya y el Dragón de defensores, el Tiburón de mediocampista y el Pez Espada de delantero.
El partido tardó en empezar porque las Tortugas Marinas se tomaron su tiempo para llegar a la chancha. 
Mencho aprovechó para subir a la superficie y recargar aire. 
El partido comenzó. El Tiburón, guiado por el Pez Piloto (quien no podía tocar la pelota porque era un partido de Fútbol Cinco y solo estaba para ser los ojos del tiburón), le dio un coletazo al balón para habilitar al Pez Espada, quien, esquivando dos caparazones que le salieron al cruce, entró en diagonal al área de las Tortugas Marinas, le dió un espadazo a la pelota y la pinchó.
 El partido se detuvo. 
–Si no solucionan esto en un minuto, pierden –dijo de muy mal modo la Tortuga Capitana, que no tenía nada de lerda y quería ganar el cotejo sin jugar. 
Mencho aprovechó el entuerto para subir a la superficie y reponer aire. 
Al regresar escuchó la solución que se le ocurrió a la Manta Raya: 
–Amigos, usemos el corcho de esta botella –la Manta Raya, por nadar mucho al ras del suelo marino, era una gran conocedora de las cosas que los humanos tiraban al agua y decantaban en el fondo del mar. 
–Dale, mordé el corcho y tirá para atrás con fuerza –le indicó el Pez Piloto al Tiburón–. ¡Perfecto! Ya lo tenemos, pincha acá –le ordenó al Pez Espada. 
El Pez Espada nadó a gran velocidad y perforó el corcho con la punta de su espada.
–Volvamos al partido –gritó el Pulpo desde el arco.
–Un momento, acá hay algo importante –alertó el Pez Espada, de cara a la botella. 
El Pez Piloto, que es capaz de ver una aguja de erizo en medio de las algas, nadó a toda velocidad hasta la botella, pegó los ojos al vidrió, leyó qué decía la hoja metida adentro y gritó con entusiasmo: 
–Es el mapa de un tesoro escondido. 
–Esperen, no lo miren sin mí, ya vengo –dijo Mencho, mientras subía a gran velocidad para recargar aire. 
Cuando el Dragón bajó (dejando una estela de burbujas de su hipo), no solo se encontró con el mapa, sino con una decisión tomada: 
–Lo hablamos con las Tortugas –dijo el Pez Piloto, mirando a Mencho– y decidimos que sos el candidato ideal para ir a la Isla del Tesoro. Ninguno de nosotros podría hacerlo más rápido que vos. 
–Voy, pero –y no llegó a decir “mi hipo va a quemar el mapa” porque la boca se le llenó de burbujas. 
–Sí, sabemos que tenés el temita del fuego –dijo la Tortuga Capitana que volvió a demostrar que no tenía nada de lerda– por eso, pensé que lo mejor es que te lo estudies de memoria. 
Los equipos de peces y tortugas se unieron, estiraron el mapa y se lo pusieron delante de los ojos. Mencho lo leyó y, antes de que se le acabara el aire de los pulmones, ya se lo sabía de memoria. 
–Chau amigos, voy a volver con el tesoro –dijo con la reserva de oxígeno que le quedaba, mientras nadaba hacia la superficie dando coletazos y pataleos.
Mencho salió del mar, desplegó las alas y, a los pocos metros de altura, soltó su primer hipo con fuego. No se puso de mal humor, en la cabeza solo tenía una cosa: descubrir el tesoro. 
En menos de una hora, estaba sobrevolando la Isla y, para su tranquilidad, era de roca pura, ni siquiera se veía una ramita que podría quemarse con sus hipos llameantes. 
Al descender, descubrió una gran cruz azul pintada sobre una roca. 
Con las garras de las patas traseras, engarzó la roca, voló hacia arriba, se detuvo en el aire y la tiró al medio del mar. 
Descendió al lado del hueco (que quedó al descubierto al sacar la piedra) y vio un pozo hondo. Metió ahí dentro las patas delanteras, hizo fuerza y se detuvo porque, al contactar con el cofre, se dio cuenta de que era de madera. 
Salió disparado hacia el cielo (por suerte), ya que lo sorprendió un hipo con fuego que, de habérsele salido un segundo antes, hubiese quemando el cofre de madera con el tesoro adentro. 
Tenía que pensar en algo, dio cincuenta giros en redondo sobre la isla de roca y se le ocurrió una idea: si llevaba el cofre en la punta de la cola, bien lejos de su trompa, durante el vuelo de regreso, sus hipos de fuego no lo quemarían. 
Descendió lentamente, metió la punta de cola en el pozo, envolvió el cofre y salió volando con aleteos de máxima velocidad. 
Al llegar al punto de partida, lo esperaba el Pez Piloto. El pez dibujó un redondel en el agua y Mencho tiró allí el cofre.
Unos metros más alejado, el Dragón hizo un clavado y se sumergió en el mar. 
Bajaron el cofre a la cancha de fútbol. Las Tortugas Marinas y los peces se arremolinaron alrededor del botín. Sobre ellos, asomaba la cabeza (y las burbujas) del Dragón. 
El Pulpo puso sus ocho tentáculos a la obra y abrió el cobre. Los destellos de las joyas que había escondidas enceguecieron a todos, menos a Mencho, quien vió entre tanto lujo, un frasquito tapado, con una etiqueta que decía:
“Poción Mágica. Sirve para un deseo”. 
Mientras los demás recuperaban la vista para dedicarla por competo a los brillos de oro, plata y rubíes, Mencho estiró el cogote, mordió la botella con sumo cuidado y fue con ella hasta la superficie. Con la cabeza fuera del agua, sacó (hábilmente) la tapa con la lengua y, antes de tragar la poción mágica dijo: 
–Deseo que se me cure el hipo –y tragó el contenido. 
Se quedó un momento flotando, juntó aire en los pulmones y se sumergió para ir a contarles a sus nuevos amigos que se había curado el hipo. 
Los Peces, al enterarse de la buena nueva, lo celebraron, pero inmediatamente se dieron cuenta de que si Mencho ya no padecía hipo con fuego, volvería a jugar con sus amigos afuera del agua y los abandonaría. 
Las únicas que seguían sonrientes eran las Tortugas; si Mencho se iba, recuperaban chances de ganar los partidos, ya que, lo poco que jugaron, les bastó para comprobar que el Dragón era un defensor imposible de pasar con la pelota. 
–¿Por qué ponen esas caras? –salió Mencho al cruce–. Con ustedes, aprendí que los amigos están en las buenas y en las malas, y descubrí quiénes estuvieron a mi lado con y sin hipo. Yo voy a seguir jugando en el equipo de fútbol de los peces. 
Los peces se le fueron encima, le dieron aletazos y hasta la Manta Raya –pasada de emoción– le pasó una descarga eléctrica que, por suerte, solo le dio un leve cosquilleo.
 Las Tortugas Marinas cambiaron radicalmente la cara. Se pusieron serias, parecían muy enojadas. 
–Bueno, entonces nosotras, con nuestra parte del tesoro, vamos a comprar el pase de Hipopótamo al equipo de la Selva –dijo la Tortuga Capitana, de nuevo, ni lerda ni perezosa. 
–No, con este tesoro vamos a hacer una cancha de fútbol profesional y vamos a comprarle un traje de buceo a él –intervino el Pez Piloto y señaló a Mencho– para que pueda estar todo el partido abajo del agua. 
–Pero si el Hipopótamo quiere venir… –insistió la Tortuga. 
–Que venga –dijo Mencho– mientras más amigos quieran jugar con nosotros, mejor la vamos a pasar. 
Y esa misma tarde, con el sol filtrando rayos azules y turquesas debajo del mar, se jugó el primer partido de fútbol de los peces y las Tortugas de Mar.
El Pez Espada hizo los tres goles del triunfo y El Pulpo terminó el cotejo con el arco invicto.
Fue el partido inaugural de la Liga de Fútbol Marina y todos en el mundo marino lo recuerdan bien porque fue el debut de Mencho, el Dragón que tenía hipo.

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