JUAN ROMAGNOLI
REVISIÓN
Comenzamos el relato con la vaga sensación de que se nos olvida un detalle importante. Pensando que lo recordaremos antes de que sea tarde, nos concentramos en los hechos: Un asaltante intercepta a Pedro, de tal suerte que a poco de sacarle unos pesos y el reloj pulsera, otorga involuntariamente, por exceso de confianza, o desidia, la oportunidad de que la víctima (quien no está dispuesta a
ceder sus pertenencias tan fácilmente) se defienda. Se produce un forcejeo. Ambos caen al suelo sin soltarse. Segundos después, pedro se pone de pie. El asaltante yace exánime.
Pedro recupera el dinero y el reloj pulsera. Aún indeciso entre huir o quedarse, respira con alivio: Siente que ha salvado la vida de Milagro. La sensación se desvanece en un instante, precisamente cuando recordamos el hecho aciago de que el asaltante había llegado provisto de un arma, una herrumbrosa pistola que fue
descargada sobre la víctima. De modo que ahora, avergonzados, debemos rever lo narrado: Tal parece que Pedro no tuvo aquella oportunidad de defenderse. Uno de los disparos fue certero y mortal, el forcejeo jamás ocurrió. Nos disculpamos con la viuda de Pedro.
MARTÍN GARDELLA
ALGO EN COMÚN
Una noche como cualquier otra, en el camino de regreso a su casa, un hombre se desorientó de repente. Entró por error a un edificio incorrecto, tocó sin querer el timbre de un departamento equivocado, le abrió la puerta una mujer que no era la suya, jugó por un rato con niños ajenos, ocupó la cabecera de la mesa a la hora de la cena y, antes de echarse a dormir en una cama mullida y tibia, le hizo el amor a aquella dama tan generosa, que no paró de sonreír desde que lo vio cruzar la puerta. Por suerte, logró volver en sí al amanecer, para llegar a tiempo a la oficina, como si nada hubiera ocurrido.
Sin embargo, algo extraño sucede desde entonces. Todos los jueves a la noche, el hombre vuelve a confundirse y pasa la noche fuera de la casa. Su esposa, un poco preocupada al principio, notó que los síntomas que aquejan a su marido resultan ser bastante comunes. Basta con ver, por ejemplo, al vecino del cuarto piso, que todos los jueves sufre los mismos problemas de desorientación, y toca por error el timbre de su puerta.
LEO MERCADO
CRÍA CUERVOS
El monstruo observa expectante, desde las primeras líneas del relato, cómo su propia historia se va desarrollando. Espera agazapado detrás de una oración, en apariencia, intrascendente. Su respiración hace una pausa y, cuando el joven escritor se distrae un segundo, salta por encima de una línea, sortea velozmente dos o tres verbos, un sustantivo simple y sin piedad lo engulle.
FABIÁN VIQUE
DIOS NO JUEGA A LOS DADOS 1
Un sábado de abril, a las seis de la mañana, el peletero Eduardo Enrique Elorriaga trota por los bosques de Palermo. En su trote pisa una hormiga, la cual fallece en el acto.
La hormiga era la reencarnación de Pablo Puertas, obrero de la construcción que, por una negligencia (dejó unas tablas sueltas), ocasionó la muerte de Hernán Heredia, también obrero de la construcción. El infortunado Heredia pagó la distracción de Puertas reencarnando en una nutria que vivió casi seis meses en los esteros del Iberá. El día anterior al que iba a cumplir medio año de una bastante relajada existencia de nutria (una vida normal, con los pequeños tropiezos que cualquier nutria puede tener en la provincia de Corrientes), cayó en una de las trampas que un grupo de cazadores ilegales depositaba algunas noches a escondidas de la guardia ecológica. La nutria Heredia fue sacrificada ipso facto por los cazadores, y su cuerpo llevado en un camión a un depósito en la ciudad de Goya. Allí se separó: la carne por un lado y la piel, lo más valioso, por otro.
Un sábado de mayo, el peletero Eduardo Enrique Elorriaga recibe la piel de Heredia con la cual hará una bufanda, con la que solo Dios sabe quién se abrigará el próximo invierno.
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