UN MOJADO MIEDO VERDE
Hay alguien atragantado de miedo, metido hasta el cuello, en las aguas quietas de Laguna Verde.
Hoy, precisamente hoy, empieza la Gran Fiesta del Pescado Frito y, como todos los años, Laguna Verde se llena de pescadores que llegan desde lugares lejanos, alegres, con sus tanzas, sus cañas, sus anzuelos. Si supieran lo que está pasando, no se meterían con sus frágiles botes en las aguas, en apariencia tranquilas, de la laguna, ni remarían, buscando peces, hasta el centro mismo de las aguas mansas.
Tampoco las parejas de enamorados se perderían entre los juncos para besarse al sol. Porque... Hay un monstruo verde en la Laguna Verde. No existe en el mundo nada más horripilante que este monstruo lagunoso. Tiene dos pares de patas que terminan en sólidas garras afiladas. Su cuerpo es verde mate cocido, como el agua de la laguna. Su piel, rugosa y áspera y también viscosa por el lado de atrás. Sus ojos son amarillos pero, cuando empieza a oscurecer, se vuelven rojos como la sangre... Y, además, tiene una cola oblicua llena de púas que hace cimbrar, como una serpiente negra. De la cabeza a las patas, el monstruo mide casi cuatro metros. Sin embargo nadie lo ha visto nunca porque su piel verde se confunde con el agua verde de la laguna.
Nadie sabe que está ahí.
Nadie, no..., alguien sí lo sabe. Alguien que, sumergido hasta el cuello en el agua, está viendo algo que lo deja mudo, algo que lo paraliza de terror...
Los botecitos de los pescadores comienzan a deslizarse por la laguna, livianos como mosquitas de colores. Avanzan lentamente, sigilosos, para no alertar a los peces. Todo está ligeramente envuelto en un tranquilo silencio; apenas si se escucha el chapoteo suave de los remos al cortar el agua, y el canto alegre de las chicharras.
Ninguno imagina que, a pocos metros, alguien paralizado por el terror, con el agua hasta el cuello, tirita de miedo.
El monstruo de la laguna verde es carnívoro.
Su larguísima lengua roja actúa como un látigo de acero que atrapa, tritura y muele, igual que una multiprocesadora. Gracias a su vertiginosa lengua, el monstruo sería capaz de devorarse hasta un buey y digerirlo como a una aceituna.
En la oscuridad de la noche, sus ojos rojo-sangre parecen dos estigmas de fuego, capaces de aterrar al más valiente.
Pero ahora es de día, y alguien tiembla en la laguna; tiembla sin poder gritar, sin atinar a moverse, sin sentirse capaz de poder abrir la boca para pedir ayuda siquiera.
Los pescadores ya tiraron sus hilos (las carnadas flotan apenas unos centímetros bajo el agua...) y se disponen a esperar. Algunos toman mate para pasar el tiempo. En medio del silencio, de los juncos, del sol, el día tiene la paz de esos paisajes de almanaque. ¿Quién, mecido por la paz del lugar, podría suponer que alguien desmaya de terror en la laguna?
El monstruo pesa como doscientos treinta kilos; su cuerpo está semienterrado en el barro. Sus garras traseras salen de unas patas que tienen una poderosa musculatura, como un resorte capaz de permitirle un salto mortal. Sin embargo, su mejor arma, la invencible, es mimetizarse con el agua hasta casi desaparecer. Cualquiera, desprevenido, podría pasar por encima de él sin advertir que su gran bocaza oscura, con sus setenta y ocho colmillos, afilados como estiletes, podría estar abierta, a la espera de un cuerpo o dos o cincuenta y seis le penetren hasta el fondo de la garganta para... ¡¡ÑÑÑÑAMM!! cerrarse de golpe, como una poderosa compactadora de metales.
Los pescadores lo ignoran y sólo sueñan con sus botes desbordando de pescados y con la hermosa copa que adornará la vitrina del campeón de la Gran Fiesta Anual del Pescado Frito.
Ajenas a todo, las parejas de enamorados siguen felices entre los juncos...
Sólo alguien, con el alma en un hilo, ya al borde del pánico en la Laguna Verde, ve que la situación se vuelve cada vez más difícil, ingobernable, inminente...
Las embarcaciones se van acercando perezosamente; buscando peces, se acercan más y más hacia el centro de la laguna, donde el monstruo se confunde con el agua.
Se acercan sin imaginar lo que hay allí; ya rozan con los remos, sin querer, la horrible piel viscosa, la gruesa piel verde del monstruo verde de la laguna.
Y el monstruo, que ya hace rato los ha estado viendo aproximarse, con sus cañas, sus tanzas y sus anzuelos, no puede evitarlo y tirita de miedo, se hace pis del terror. Trata de hacerse chiquito mientras se pregunta por qué su mamá se fue y lo dejó tan solito en ese horrible lugar.
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