Creada en la Ciudad de General Alvear, Provincia de Mendoza, en el año 1935.

domingo, 10 de noviembre de 2013

PARA COMPARTIR: GODOFREDO DAIREAUX (Paris, 1839 – Buenos Aires, 1916)


EL MOSQUITO

Zumbando a los oídos del pastor, asentándose acá y acullá, picando al caballo en el hocico y a la oveja en el ojo; juntándose en el campo con bandadas de sus compañeros para divertirse en arrear los animales a gran distancia, se iba haciendo el mosquito insoportable a todos.
Él se reía, incansable, liviano, alegre, poco ambicioso, encontrando fácilmente cómo mantener su pequeña persona con la ínfima cantidad de sangre que de vez en cuando conseguía sacar a algún animal grande. Cuando su víctima recién lo sentía, su hambre estaba satisfecha, y, al encabritarse o corcovear el caballo, al sacudirse la oreja, o al colear fuerte la vaca, disparaba ligero, haciéndoles morisquetas y golpeándose la boca.
Más que todo, le gustaba chupar la sangre humana, y el hombre era de veras, con permiso de la gente, un animal superior para él. Ya que lo veía llegar cerca del rebaño, se asentaba en él, en acecho; elegía en la cara o en la mano el sitio favorable, y despacio metía la trompa en el cutis y empezaba a chupar.
Al sentirlo, el hombre le pegaba un manotón; pero el mosquito, ligero, volaba contento con lo que había podido conseguir, y se mandaba mudar a otra parte, zumbando. Desgraciadamente para él, acostumbrado a evitar fácilmente los manotones y a salir ileso de sus atrevidas campañas, cobró mayor y mayor afición a la sangre del rey de la creación, al mismo tiempo que una confianza llena de peligros.
Un día, se colocó sobre la mano del hombre, tan despacio que éste, absorbido en la contemplación de sus ovejas, no lo sintió. Empezó a chupar; al rato, satisfecho ya el apetito, pensó retirarse ligero como de costumbre; pero viendo que nada se movía, siguió chupando, y chupó más y más, ya de puro regalón vicioso y avariento, pensando en hacer provisión para varios días. Se iba llenando como para reventar, cuando despertó el hombre de su medio sueño.
Al movimiento que hizo, quiso huir el mosquito. Pero ¿cuándo? señor, si no podía ni moverse.
Todo lo que pudo hacer fue desprender la trompita. El hombre lo sintió, lo vio (¿quién no lo iba a ver con semejante panza toda colorada?) y ¡zas! le pegó una que lo dejó tortilla.
La codicia, dicen, rompe el saco.


EL OMBÚ

Erguido en la planicie, orgullosamente asentado en sus enormes raíces, el ombú extendía en la soledad sus opulentas ramas.
En busca de un paraje en donde edificar su choza, llegó allí un colono con su familia.
¡Qué árbol hermoso! -exclamó uno de los hijos-; quedémonos aquí, padre mío.
Seducido por el aspecto del árbol gigante, consintió el padre. De una raíz iba a atar con soga larga, para que comiera, el caballo del carrito en el cual venía la familia, cuando vio que allí no crecía el pasto y tuvo que retirar el animal algo lejos del árbol.
Mientras tanto, el hijo mayor, a pedido de la madre, cortaba unas ramas para prender el fuego y preparar el almuerzo. Pero pronto vieron que con esa leña, sólo se podía hacer humo.
Uno de los muchachos, entonces, para calmar el hambre, se trepó en las ramas altas y quiso comer la fruta del árbol. Se dio cuenta de que aquello no era fruta, ni cosa parecida. -¡Hermoso árbol! -dijo entonces el padre- para los pintores y poetas. Pero no produce fruta, su leña no sirve, y su sombra no dejaría florecer nuestro humilde jardín.
Orgulloso, inútil y egoísta; más bien dejarlo solo. Vámonos a otra parte.


PARENTESCO PÓSTUMO

Hubo en otros tiempos un caballo célebre, como él ninguno corrió jamás, y para que su nombre viviese eternamente en el recuerdo de la gente, decidieron las autoridades erigir a su memoria un grandioso monumento.
Se hizo una subscripción popular entre todos los cuadrúpedos; se llamó a concurso a los mejores artistas, y para el día de la inauguración del monumento se resolvió convidar, además de las autoridades, a todos los descendientes del ilustre prócer.
No alcanzaron las tarjetas, pues no hubo ese día mancarrón inservible que no se diera por pariente de aquel gran caballo. Y cuando ya se iba a cerrar el registro, todavía se presentó el burro, asegurando que él también tenía con el célebre caballo cierto parentesco lejano.

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