VANINA COLAGIOVANNI (Buenos Aires, 1976)
AZUL PÁLIDO
es el color del oxígeno en estado sólido
y el de un día de duelo que comienza cuando el sol
enceguece, apuntando directo a los ojos
y la caravana de pensamientos sobre el pasado
arruga el ceño
no va del presente al pasado la memoria
es al revés
siempre que se llega al día de hoy
es porque se atravesó una bruma de días
que resuenan en un pasillo vacío
antes de que los objetos traigan otra acústica
mudarse es cambiar de sonidos
habito otro espacio
después de haber recorrido una hilera de recuerdos
que no tienen sentido
pero que de un modo u otro
llegan hasta hoy
a este azul
irrespirable.
MERCEDES ÁLVAREZ (Tandil, Buenos Aires, 1979)
No me importa que me toquen...
No me importa que me toquen
que me metan la mano de improviso
por debajo de la falda
no me importa que me estrujen
mientras no me ignoren
róbenme, pero solo las cosas bellas
deslícenme la mano en el corpiño
no importa
mientras no miren al piso
cuando paso por la calle
úsenme
si van a amarme
muérdanme
si van a adorarme
o una forma de ver el mundo
la escucha la dicha el protagonismo
la plenitud de este amor correspondido
la casa en ruinas
y el cuerpo un resultado
sin importancia.
MÓNICA SIFRIM (Buenos Aires, 1958)
EL MAL MENOR
La vía del cangrejo
No es cavilación
Sino
Rencilla
Cuando pierde
No piensa que es
Apenas
Un trozo de coral
Perdido en
Un montículo
De arena
Dice que la otra
Carretera
Ofrecería
Menos
Resistencia
Y allá va
Con el zig zag
De un corazón trabado
En la derrota
Piensa que
La izquierda
Será más
Luminosa
Mientras deja la diestra
Acongojado
Pero el cangrejo
Sabe reconocer
El mal menor.
ALICIA GENOVESE (Lomas de Zamora, Buenos Aires, 1953)
EL BAÑO
Hay una ducha al fondo
de la casa
y cada tardecita
después del calor, el río
los mates, las conversaciones
sudorosas en el porche
es la hora del baño
Atravieso los ligustros
dejo la toalla en una rama
el jabón
sobre un tronquito
hachado al ras; un mínimo
preparativo antes de hacer
correr
el agua
Fría al comienzo
después más tibia
llega la que el sol
abrasó en el tanque
de fibrocemento
el día entero
Al aire libre
la caña de ámbar
vuelve encantamiento,
el rito diario;
me lavo la cabeza
me bajo los breteles,
la malla y vigilo, casi
con inconsciente cuidado
que los sonidos sean
los habituales:
algún zorzal
que levanta vuelo
una gallineta que picotea
las últimas migas
en el pasto, esa quietud
atardeciendo
las casas vecinas
y la variedad inabarcable
de hojas y ramas en el monte
extasiadas rozándose
Me enjabono
la espalda, los hombros
arden y otra vez el agua
reciben plácidos,
más sensible
el borde sin solear
del cuerpo siempre enmallado;
los pelitos de la vulva emblanquecen
con la sedosa jabonada
y los pezones se agrandan
bajo las marcas
geométricas del escote
Abro por completo la ducha
y el caudal
cae a brochazos
casi helada me apura
fuera del letargo
de la respiración;
hasta que cierro y vuelvo
al calor de las telas
al sigilo en la toalla
mientras el agua
por la zanjita
perfumada corre
como un suspiro aliviado
como un instante amoroso
y su exigente vigilia
No sabe nadie
nadie presencia
mi tarde detrás
del arroyo;
piedrita que alguien regala
y al aceptarla toma
la forma de tu mano;
no tiene valor
no se cotiza
ni siquiera se pone
en una vitrina
de objetos exóticos;
se vive con poco
con nada
se hace un reino.
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